martes, 8 de julio de 2014

Una bandera secuestrada

No me gustan las banderas. Supongo que deberían gustarme, pero no me gustan. Seguramente porque sirven para diferenciar a una gente de otra. No estoy seguro de la razón… Ni siquiera me gustaron cuando España ganaba mundiales de futbol. Me da repelús observar a los paisanos de cualquier lugar enfundados en sus respectivas banderas como si eso les hiciera mejores personas o merecedores de más felicidad. Como si ser brasileño, canadiense o catalán fuera condición suficiente para tener más derechos que otros. Pareciera que a la condición de ser humano se le sumara un plus por el hecho de usar una bandera y pertenecer a un partido, tribu, país, nación o llámese como se quiera.
De todos modos, supongo que identificarse con una bandera es algo consustancial con el primate que somos. Que necesitamos pertenecer a una tribu y demostrarlo cuando hay motivos para defenderse, para atacar, para estar alegres o tristes… Y ya está. Para qué darle más vueltas.
Corpus en la Isla de León
No hace mucho encontré esta imagen en el Corpus de San Fernando. Un altar católico flanqueado por dos banderas nacionales españolas… No es nada extraño. Es algo tradicional. Estamos viendo la sincronía perfecta entre Iglesia y Estado desde que éramos pequeños. Y también estamos viendo que esa ocurrencia constitucional llamada “estado aconfesional” no sirve para cambiar los usos y costumbres largamente aprendidos. Ahí lo tenemos… la foto lo plasma muy bien: Una religión, un estado. El sueño de los Reyes Católicos. Sólo que ya deberíamos estar en el siglo XXI.

Se lo dije a mi compi. Le dije:
— Niña, ¿te imaginas que las banderas fuesen republicanas? ¡A qué no pega!
No sé… me parece que la iglesia debería usar sus símbolos y sus lábaros, que tienen muchos, y dejar la bandera nacional para los actos de estado.
Recuerdo que en la transición de la dictadura de Franco a la democracia del 78 aparecieron numerosas banderas. Cada partido enarbolaba la suya con orgullo. Los comunistas, los socialistas del PSOE y los de Tierno Galvan, los andalucistas (que entonces también decían ser socialistas) Incluso Alianza Popular tenía bandera propia, aquella de las gaviotas volando que ya apenas usan. Y cada partido enarbolaba la suya en sus mítines porque era preciso conformar una identidad propia después de décadas de represión.
Suponíamos que la enseña nacional era de todos y, por tanto, no era pertinente usarla en actos de partido que buscaban precisamente forjar una identidad propia… Sólo los fascistas siguieron usando la rojigualda con el aguilucho como algo suyo. Y ese fue el problema…
porque poco después Alianza Popular mutó a Partido Popular y fagocitó a los fascistas, a la extrema derecha, a conservadores y a todas las familias ideológicas de la dictadura. Olvidó la bandera de las gaviotas y monopolizó la bandera rojigualda. El hecho de sustituir el aguilucho por el escudo de Juan Carlos significó poco. Y eso ocurrió con el beneplácito y la desidia de todos los partidos políticos.
Sí… creo que todos fuimos culpables de eso. Culpables de que hoy, muchos o pocos, percibamos que la bandera nacional es un símbolo exclusivo de la derecha española.
Tal vez por eso no me guste, porque debería representarme, pero no siento que lo haga.



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