miércoles, 21 de enero de 2015

Una realidad hostil para el ciudadano

Este es un mundo profundamente injusto. Vengo de una conferencia en la que se ha desplegado una prospectiva de futuro partiendo de las condiciones actuales… Dibujan un mundo aún más injusto porque nada de lo que se planea busca la justicia como un valor universal para el ser humano. En las esferas del poder real y oculto (poderes que nunca tienen presente a la gente) todo se mueve para conseguir posiciones ventajosas frente a lo que se avecina… la creciente escasez de recursos, el uso de esa escasez como arma, las guerras por el agua y por un ambiente limpio cada vez más escasos; China, comprando enormes extensiones de tierras de labor en todo el planeta; China, un país comunista que implosiona el capitalismo desde sus reglas, que compra recursos culturales en todo el planeta para reacondicionar poco a poco los parámetros del pensamiento a favor de sus tesis… Estados Unidos desplegando estrategias criminales para mantener la hegemonía de su imperio militar y económico. India, que desarrolla el programa nuclear más caro y agresivo del planeta mientras en occidente recogemos limosnas para hacer pozos de agua en las aldeas indias… aldeas en las viven mujeres y niñas que se pueden violar libremente porque así se ha hecho siempre. El uso criminal y restrictivo del conocimiento por empresas más poderosas que estados. La burda manipulación de la información que llega a la gente. Y tantos y tantos otros asuntos que se me escapan…

Lamentablemente, los Derechos Humanos son una quimera, y cada día que pasa lo es más.

Pero no es preciso que lo desgrane el conferenciante con brillantez… lo vemos cada día en nuestro pequeño entorno. Se quejaba Mayte Crespo porque le ofrecían un trabajo en una panadería, de lunes a domingo, sin descanso, sin días de vacaciones y si se ponía enferma no le pagaban los días de baja… por 500 euros. Pero los hay peores, en San Fernando contratan a gente por cuatro horas diarias, le hacen trabajar ocho y le pagan tres. Y al cocinero simplemente no le paga el empresario, y cuando a los tres meses comprende lo que pasa y se marcha, el agresivo emprendedor (que hasta le dan un premio municipal) no tiene más que coger el siguiente curriculum del montón y poner a otro pardillo delante de sus fogones por otros tres o cuatro meses, según el aguante de cada cual…

…pero también pasa a otros niveles. Contaba en este blog no hace mucho el caso de Alfonso y Tania, brillantes universitarios españoles, que se marcharon al Parque Nacional de Tai, en la selva húmeda de Costa de Marfil, a observar chimpancés en libertad, para un proyecto del Departamento de Primatología del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, la máxima autoridad mundial en comportamiento de primates… A cambio de techo y comida. Y si aguantan un año en esas condiciones, sin enfermar ni morir en el intento, les devolverían el dinero que sus padres hayan gastado en el viaje desde España hasta Costa de Marfil. Ese es el pago a sus servicios…

Y, aún así, hay cosas peores aún para los universitarios españoles que quieren trabajar… (trabajar fuera de España, se entiende) Una universidad londinense ofrece estos días un trabajo de ‘ayudante de investigación’, un trabajo de campo para observar mamíferos. Piden título universitario, y si aportan algún máster, mejor. Las condiciones son sencillas: el pardillo se paga el viaje hasta el Atlas marroquí, y paga además una cuota mensual de 230 libras para gastos de comida y cama. Se supone que al final de los tres meses te dan un papelito… Y encima, el hijo de la Gran Puta del entrevistador se permite el lujo de rechazar a los candidatos que no entienden su cerrado acento londinense. Los esclavos negros de la Luisiana estaban mejor en el siglo XIX.

Este mundo hay que cambiarlo… ¡Cómo sea!

Es curioso, el conferenciante de ayer es un hombre estudioso, culto y muy preparado. Plantea lo que es y lo que ocurre, pero se limita a señalar, no reivindica un comportamiento ético entre los hombres. Parece que no es su labor pelear… incluso se alinea contra los movimientos sociales y los partidos políticos que buscan abiertamente cambiar esta situación de profunda injusticia. No comparto su postura cuando señala una realidad abiertamente hostil para el ciudadano del planeta y de la aldea, y se inhibe frente a un compromiso político…


jueves, 15 de enero de 2015

Ante la tesitura de aceptar un premio

Pertenezco a un grupo de Facebook preocupado por el patrimonio histórico y cultural de mi pueblo. Lo administra persona brillante que ha sabido involucrar y liderar a un grupo de gente muy buena. Los hay historiadores, arqueólogos, restauradores, empresarios, escultores, periodistas, naturalistas, actores, escritores, artistas, maestros, etc., ¡hasta un químico tienen! Todos ellos interesados en dar a conocer el patrimonio para que se salvaguarde y repercuta en la riqueza cultural y económica de este rincón.

Un partido político de la ciudad nos ofrece un premio por la labor que hemos desarrollado. Es un premio que pretende “difundir valores tales como la igualdad, la convivencia, la justicia, el respeto o la tolerancia, como pilares fundamentales de la democracia y la ciudadanía”. Pero yo no lo tengo claro. Ya sé que aceptarlo es el sentir mayoritario del grupo, pero...

...aceptar un premio es reconocer la ascendencia moral del que lo otorga. Y si lo otorga un partido político, es reconocer a la clase política en general una atribución que ni posee  ni deberíamos consentir. Me parece que la clase política no está para premiar a los ciudadanos. No los elegimos para eso.

Y digo esto porque la clase política que ha gobernado España en los últimos tiempos no tiene ascendencia moral sobre nadie (y lamento decir esto porque sé que hay en política gente muy honesta que trabaja con este injusto sambenito encima), simplemente porque la ha dilapidado a fuer de engañar a la gente con previsibles medias verdades, con cobardes medias mentiras, con corrupciones y corruptelas, no siendo valientes, desvirtuando una democracia en la que muchos creíamos hasta dejarla en una formalidad vacía de ilusión.

Somos la gente los que premiamos o castigamos a los políticos, no al revés. Y deberíamos recuperar esta premisa política como concepto ético. Ellos no son nuestros tutores ni deben erigirse en jueces de nuestro comportamiento.

Me parece que la sociedad civil es la que debe reconocer la labor de sus conciudadanos y entregar premios si así se considera, porque si lo hacen los políticos están ofreciendo un regalo envenenado y, aunque se les suponga buena voluntad y ninguna doblez, no deben poner al ciudadano (o grupos de ciudadanos) en la tesitura de aceptar regalos y reconocimientos susceptibles de obligaciones ocultas e implícitas... entre otras cosas porque nosotros también estamos haciendo política cuando exponemos públicamente, conocimientos, tendencias, experiencias, ideas y críticas, todas ellas en el intento de cambiar las cosas.

Ya sé que esto se ha hecho así toda la vida, que hemos crecido viendo cómo los alcaldes entregaban premios (siempre a gente sumisa, por cierto), y que casi nunca nos hemos cuestionado estas cosas, que hasta es un honor recibir un premio de los políticos de tu pueblo, y que si no aceptamos este premio, no pasa nada, correrá bola y se buscarán a otra gente... 

Pero, no sé... aceptar un premio, subir al escenario, componer una sonrisa, extender la mano para recogerlo y desgranar palabras de agradecimiento se me antojan gestos de sumisión difíciles de aceptar.

No jugar este juego sería recuperar la normalidad, sería nuestra declaración de independencia. Un gesto muy pequeño, pero que suma, encaminado a demostrar que es la gente la que debería dirigir las cosas y no ser dirigidas por quienes consideran que tienen carta blanca, cada cuatro años, para defender los intereses que no son precisamente los de la gente que les votó.

Somos nosotros, la gente, los que tenemos que dirigir la política, y premiar o castigar cada cuatro años... creo que eso era lo que buscábamos hace cuatro décadas, ¿no?


domingo, 11 de enero de 2015

Gente extraordinaria: Cinta, Julián, Mathías y Juana

Historias del Cementerio de San Carlos

Recuerdo vagamente a Julián, hijo del comandante de marina que vivía en esa calle larga que discurría pegada a las murallas merinidas. Era un joven alto y apuesto, con un futuro muy prometedor en la Armada Española. De vez en cuando le veíamos aparecer por el barrio, embutido en su uniforme de alférez de corbeta, del brazo de Cinta, su novia, una chica de ojos verdes y soñadores que vivía más abajo, en una casa con jardín. Cinta no cabía de gozo cada vez que Julián llegaba a Ceuta…

…pero dos meses antes de la boda, Julián se sintió enfermo. No sé qué tipo de cáncer fulminante le afloró que le pronosticaron muy poco tiempo de vida.

Es verdad que hay gente extraordinaria. Se casaron en el hospital cuando el pobre no podía más. Y lo hicieron libremente porque se amaban y porque se lo habían prometido mutuamente. Lo hicieron a pesar de no tener futuro, a pesar de la postración, a pesar del dolor…

Cinta no volvió a tener compañero. Fue, y es, una viuda joven a pesar de sus cercanos setenta años. Me gusta encontrarla de vez en cuando por la calle y recordar que hubo un tiempo en el que compartimos el mismo barrio, en una pequeña ciudad de África. Nunca hablamos de su circunstancia vital, y yo siempre la veo como un ser humano extraordinario.


He recordado a Cinta mientras leía el Libro de Defunciones del Hospital de San Carlos del año 1820. Por aquellos años, los difuntos de ese hospital se enterraban en un cementerio que habilitaron para sus fallecidos… aunque popularmente en San Fernando (Cádiz) se llame a ese viejo camposanto Cementerio de los Ingleses.

Transcribo libremente (para mejor comprensión) las dos anotaciones consecutivas que hace el capellán el día 26 de Diciembre de 1820 sobre un matrimonio realizado in extremis, no por amor, sino por miedo al castigo eterno a consecuencia del haber vivido amancebado con una viuda… Tres horas y un cuarto les duró el matrimonio. Poco precio para una eternidad en la gloria celestial.


En veinte y seis días de Diciembre de este presente año de mil ochocientos veinte, yo, fray Manuel Rodríguez, capellán de este Hospital Militar Nacional de San Carlos, vista la licencia que a nombre del Rey daba el señor Intendente de Marina, oído el dictamen legal de auditor para que don Mathías Anejo y Rada, oficial segundo retirado del Ministerio de Marina, contrajese matrimonio con doña Juana Rodríguez, viuda de Juan de Luna, para tranquilizar de este modo su conciencia, y no ser por eso reo ante el tribunal de Jesucristo, cuyo momento final el mismo decía se acercaba; pasé a la sala de oficiales acompañado de los facultativos, el señor Contador y otros señores, y explorada por mí la voluntad del dicho don Mathías Anejo y Rada, y ver que se hallaba en cabal y perfecto conocimiento a pesar de su gravedad extrema, desposé a la dicha doña Juana Rodríguez con las palabras de presentes según el orden de la Santa Madre Iglesia Católica, siendo el citado don Mathías hijo de don Felipe y de doña María de Rada, natural de la ciudad de Burgos. Fueron testigos de dicho matrimonio don José Hemebuise, coronel de los Ejércitos nacionales, don Francisco Guiral, Teniente de Navío; don Antonio Sánchez, Enfermero Mayor; y don Manuel Pedraja, Cabo de Sala. Y para que conste lo firmo en el dicho día, mes y año up supra.

Fr. Manuel Rodríguez / Capellán de Guardia

En veinte y seis días del mes de Diciembre de este presente año de mil ochocientos veinte falleció en este hospital militar Nacional de San Carlos, a las once menos cuarto de la noche, don Mathias Anejo y Rada, oficial segundo del Ministerio de Marina de este departamento, de estado casado con doña Juana Rodríguez, viuda de Juan de Luna, el cual se desposó a las siete y media de la noche del mismo día; es hijo de don Felipe y de doña María de Rada, y natural de la ciudad de Burgos. Recibió los Santos Sacramentos y testó. Y para que conste lo firmo en fecha up supra.

Fr. Manuel Rodríguez / Capellán de Guardia

jueves, 8 de enero de 2015

En recuerdo a los valientes asesinados en Charlie Hebdo

Si yo fuera valiente diría abiertamente lo que pienso sobre las religiones, en particular sobre la islámica, pero no lo soy. Por eso me autocensuro y me limito a decir que las tres religiones monoteístas son un estupendo germen de intolerancia porque las tres están convencidas de gestionar la única verdad… y, según cada una de ellas, los que no la compartan están instalados en el error. 

Las tres están en el convencimiento de que su verdad está revelada por la versión correcta del único Dios. 

A las tres les cuesta trabajo aceptar que fuera de su código ético exista un comportamiento moral aceptable. 

Y las tres son consecuencia y extrapolación de las visiones de hombres iluminados que oyen voces y ven lucecitas de colores… 

¿Qué humanidad tendríamos si en lugar de seguir a estos iluminados siguiéramos la luz de la razón?

lunes, 5 de enero de 2015

Muchos nombres para un cementerio en ruinas




Hay en San Fernando, a orillas de la Bahía de Cádiz, muy cerca de la llamada Casería de Osio, un viejo cementerio abandonado pero lleno de historia y de héroes. Es otro ejemplo del patrimonio histórico de San Fernando que se cae a trozos mientras miramos. Hoy día este camposanto es un sitio histórico declarado Bien de Interés Cultural (BIC) desde que la Junta de Andalucía lo incluyó en el ‘Legado Patrimonial de los Lugares de las Cortes y la Constitución de 1812’ con el nombre de Cementerio de los Ingleses. Pero no solo eso, la Junta de Andalucía también lo ha incluido en el ‘Mapa de las Fosas de las Víctimas de la Guerra Civil y Posguerra’.

Pero no nos engañemos, tales cosas significan muy poco. La realidad es que los viejos muros se desmoronan día a día, y los escombros y las basuras proliferan en proporción directa al incivismo de algunos. Y nos tememos que así sigan las cosas mientras las autoridades civiles y militares, y nuestros representantes políticos, no sepan cómo alinear las competencias de tantas administraciones con los intereses de muchos ciudadanos. Para la gente no es fundamental saber si es Defensa, o la Junta, o el Municipio, o los gestores del Parque Natural, los de Costas, o los del Plan Litoral los que tienen que intervenir, o son todos a la vez. Es probable que lo que mucha gente quiera —simplemente porque es otra singularidad que añadir a la ciudad— es que el llamado Cementerio de los Ingleses se recupere para San Fernando. Para esas cosas elegimos a nuestros representantes, para que piensen, propongan, hagan y rematen, en lugar de poner excusas y acusar a los diablos de Sevilla o Madrid de pinchar con sus tridentes a los isleños… Ya somos mayorcitos como para soportar la misma excusa día tras día. Ni en Sevilla ni en Madrid, ni en San Fernando hay diablos, lo que hay son hombres incapaces de rematar los asuntos de la Isla.

Es un cementerio extraño. Por no tener, no tiene cruces, ni lápidas, ni tumbas, ni capilla, ni mausoleos… Sólo tiene un muro y un pórtico singular. Tampoco tiene un nombre determinado. La falta de historiografía para este camposanto ha propiciado que, según el criterio que utilicemos, se le denomine de una forma u otra.

Por su origen y dependencia administrativa debería llamarse Cementerio del Hospital de San Carlos, o simplemente de San Carlos. Ese es su origen, un camposanto asociado al hospital que se estableció en el convento de los Franciscanos de la Población de San Carlos. Ocurrió en febrero de 1809 y se dotó inicialmente para atender sanitariamente a los franceses prisioneros en los pontones. Al mismo tiempo se acotó y amuralló un solar de 87 por 32 metros en la playa de la Casería para enterrar a los prisioneros fallecidos en el nuevo hospital, para los españoles caídos en la defensa de las Islas Gaditanas y, en general, para los fallecidos en la población militar. Desde octubre de 1812, los del Arsenal de la Carraca también fueron enterrados en nuestro cementerio. 

Por su ubicación geográfica podría llamarse Cementerio de la Casería de Osio o de la playa. La procedencia de los finados también ha propiciado otras denominaciones válidas: Cementerio Militar, Cementerio de los Franceses, de los Ingleses o de los Soldados.

Cementerio de los franceses porque, como ya se ha dicho, los primeros pacientes del nuevo hospital de la Población de San Carlos y, en consecuencia, los primeros fallecidos y enterrados en este camposanto, fueron franceses apresados tras las batallas de la Poza de Santa Isabel y Bailen. Todos ellos enfermos que procedían de las prisiones flotantes que se fondearon en mitad de la bahía de Cádiz.

Hay quién lo denomina Cementerio de los Soldados, porque militares eran los residentes en la Nueva Población de San Carlos, y los pacientes atendidos y fallecidos en su hospital también lo eran. Téngase en cuenta que durante el siglo XIX, la Isla de León soportó un elevado número de tropas, tanto acantonadas como en tránsito hacia ultramar. Por tanto, militares enfermos, heridos, epidemiados,  accidentados o ajusticiados no le faltaron al Hospital de San Carlos, todos ellos potenciales usuarios del cementerio que nos ocupa.

Cementerio Militar es como lo cita José Casado Montado en su trabajo “Trigo Tronzado”, donde describe la represión fascista en San Fernando durante la Guerra Civil y posguerra.

Sin embargo, la denominación que ha tenido más éxito —y la menos afortunada porque posiblemente nunca se inhumara un solo inglés en su solar— ha sido Cementerio de los ingleses. Debió ser creencia popular que en él eran enterrados estos aliados fallecidos en defensa de la Isla durante el asedio napoleónico de 1810 a 1812, pero muy posiblemente es errónea. Los ingleses fallecidos en los hospitales que establecieron en la Isla se enterraron, hasta 1813, en una zona específica del cementerio de Casa Alta.

Podríamos considerar oportuno que pasara a la historia como Cementerio de los Franceses. Sería un postrer desagravio a los primeros enterrados en este cementerio en febrero de 1809, por los enormes sufrimientos que padecieron en su cautiverio. Las autoridades españolas no cumplieron con las condiciones pactadas en la rendición francesa tras las batallas de la Poza de Santa Isabel y Bailen. Nunca encontraron la manera, la voluntad o la oportunidad de repatriar los prisioneros a su país y mientras duró la guerra permanecieron en cautividad. Primero, enclaustrados en pontones insalubres, anclados en mitad de la bahía de Cádiz, donde padecieron enormes penurias y enfermedades atroces. Faltos de agua, comida y atención médica, una inmensa mayoría murió y un número indeterminado de ellos fueron enterrados en el Cementerio de los Franceses entre febrero de 1809 y febrero de 1810. En la primera mitad de 1809 los más afortunados fueron deportados a las Islas Canarias, pero más de cinco mil prisioneros franceses acabaron en el islote balear de Cabrera donde continuaron sufriendo un verdadero calvario. Una infamia histórica que ha permanecido prácticamente oculta en España hasta hoy mismo (Lourdes Márquez Carmona recupera estos vergonzosos episodios históricos en “Recordando un olvido: Pontones Prisiones en la Bahía de Cádiz. 1808-1810”) Por eso creemos que es una muestra de generosidad (a pesar del inhumano comportamiento que demostraron las tropas del general Dupont a su paso por Andalucía) que este cementerio recordara de alguna manera el sufrimiento de los prisioneros franceses.

Pero la realidad de los datos es que nunca tuvo un nombre determinado. Los documentos primarios siempre lo citan —cuando lo citan— como cementerio o camposanto del Hospital de la nueva Población de San Carlos, extramuros de la Real Isla de León. No hay nombre oficial para este cementerio isleño. Lo más cercano a la realidad sería, por tanto, nombrarlo Cementerio de San Carlos.

Decir que las viejas piedras de un cementerio están ligadas a la muerte no es decir gran cosa… pero en este caso, creemos que sí, que sus primeros muertos (los maltratados prisioneros franceses) y posiblemente sus últimos muertos (asesinados en la Guerra Civil) tienen una trágica historia que debería ser recordada y mantenida. Y nada mejor para ello que esos viejos muros, adecentados y en pie.

Por eso hemos iniciamos estas notas, para recordar y para intentar que la ciudad de San Fernando no pierda otra parcela de su memoria. No son las piedras en sí, son las historias que atesoran y que enriquecen el alma de la ciudad. Los muertos lo merecen, máxime si muchos de los que allí reposaron dieron su vida en la Guerra de la Independencia, defendiendo los paisajes de su niñez, las historias de sus mayores o las tradiciones de su pequeña aldea. Muchos de los enterrados en este cementerio murieron por una patria que compartieron con nuestros abuelos, y posiblemente haya otros muertos en sus alrededores que nunca debieron estar allí, porque los mataron sin otra excusa que la de disentir. También por ellos hay que recordar… y por ellos deberíamos mantener en pie el viejo cementerio.