martes, 28 de mayo de 2013

Caídos por Dios y por la Patria

Pues pasa que hay personas que no perciben los crímenes incrustados en la placa de mármol de la fachada de una catedral. Me refiero a todas esas placas que recuerdan a los ‘Caídos por Dios y por la Patria’ que aún se exhiben por la geografía española. Algunos me han dicho que es parte de la historia, y que la historia no se puede negar. Otros me cuentan que esa es precisamente la HISTORIA, escrita así, en mayúsculas. Otros muchos, seguramente los que lo han vivido (entre los que hay personas muy queridas), prefieren no hablar del asunto… o mirar para otro lado.

Pero esa HISTORIA de la placa es una historia asimétrica. Faltan muertos. Los que no murieron por esa España, los que no murieron en Santa Cruzada.



Fosa común. Imagen tomada de AQUÍ

La guerra es una excusa perfecta para el criminal. Cuando el criminal se cree inmune, y se piensa respaldado, le aflora el ser con menos moral que una mantis religiosa. Y ante esto no hay color, ni rojos ni azules, el criminal está por encima de esas cosas. En mitad de una guerra, el criminal lo es porque lo es: un psicópata en el mejor caldo de cultivo, o un tonto incrustado en una masa de personas acríticas y apegado a una ideología que lo envalentona. En mitad de una guerra hay venganzas, robos, violaciones, torturas, matanzas de inocentes… porque es un placer hacerlo, porque interesa, o porque te va la vida en ello si no te mimetizas con lo que hay. Y sería estúpido negar los crímenes cometidos durante de Guerra Civil Española por ambas partes. 

Pero la posguerra es otra cosa. 

En la posguerra hay vencedores y vencidos. Y los vencedores tuvieron tiempo para pensar y planificar cómo silenciar a “los otros”. En España el vencedor no perdonó y premeditó su impunidad. Planificó criminalmente y con detenimiento su imperio… y escribió su historia, con sus códigos, sus héroes y su mitología. Y la dejó plasmada en los libros y en las placas de mármol que aún permanecen en las catedrales. Y silenció a los asesinados en las tapias traseras de los cementerios; a los enterrados en las cunetas de toda España; silenció a los represaliados condenados al ostracismo en sus pueblos. Olvidó las fosas comunes… 

Sí, la HISTORIA del vencedor es una historia asimétrica y falsa. Los que gobernaron España en la posguerra, y los miles de colaboradores conscientes, cometieron un crimen que sigue impune y exhibido en esas placas de mármol. Todavía nadie les ha señalado con el dedo de la justicia, como los criminales que fueron. 

Entiendo y respeto que muchos quieran olvidar. Lo entiendo. Pero no acepto que haya personas que llamen a esto HISTORIA, con mayúsculas.

lunes, 20 de mayo de 2013

La ideología como coartada ética

Quieras o no, hay conceptos básicos que descubres en la juventud. Son esas ideas que se convierten en peldaños sobre los que apoyar el resto de tus convicciones, las ideas que abren el camino a la comprensión de los hombres y de la historia. En concreto, recuerdo cuándo y dónde leí una definición de ‘ideología’ que me impacto de forma especial. Venía a decir que la ideología es un conjunto de creencias que emana de un grupo humano, que sirve para cohesionarlo, darle entidad y, sobre todo, sirve para justificar los intereses y comportamientos del propio grupo.

O sea: si esto es lo que quiero, aceptemos que es lo correcto y busquemos una justificación que ampare mi comportamiento. Es la coartada ética. ¡Genial!

Siendo así, siempre es posible inventar una ideología a la medida de tus intereses… o a la medida de tus alucinaciones. Siempre. Y encima, si te alías adecuadamente y te ganas la complicidad interesada de los poderosos, funciona como un código de valores que otorga respetabilidad al grupo. Seguramente, esto es la Historia, un exterminio sistemático de otras ideologías para derramar la tuya en el hueco creado, una lucha para imponer intereses, la supremacía de una tribu sobre otra. La Historia entonces no sería más que la búsqueda del poder justificando los actos con cualquier falacia. Seguramente hay poco más…
…se entiende, supongo, que estoy hablando de política, de religión, de manipulación; hablo de cambiar la historia para justificar posiciones que interesa a la clase dominante, o para crear nacionalismos que no existen, o para imponer obediencias a la gente… cosas así. De eso hablo, de reescribir cada momento histórico al dictado del poder de turno.
Por eso voy a transcribir literalmente unos párrafos extraídos del ‘Anuario-Guía Oficial de Marruecos y del África española’ de 1927, en plena dictadura del general Primo de Rivera… para que ningún nacionalista español se extrañe cuando los vecinos utilicen su idea nacional del Gran Marruecos… puesto que aquí, en España, lo hacíamos todavía más gracioso en esos tiempos, que para justificar el pírrico colonialismo español se apoyaron, entre otras, en las tesis africanistas de Gil Benumeya —bienintencionado ensayista, historiador y filósofo que ahondaba en las raíces andalusíes comunes de Andalucía y el Magreb— para declarar que el norte de Marruecos no era más que la Andalucía del sur…
El libro comienza con una declaración de principios inapelable: Marruecos es una parte de Iberia. Siendo Iberia «…el conjunto de los territorios que se extienden a ambos lados del Estrecho de Gibraltar, desde los Pirineos hasta el anti-Atlas…»

Andaluces del sur. Imagen tomada de aquí
 Sigue unos párrafos más adelante concretando los límites geográficos de la pretendida Gran Andalucía, parte a su vez de una entidad espiritual superior que llaman iberismo: «El río Guadiana y el rio Sebú encuadran un territorio originalísimo, esencia del iberismo: es Andalucía, dividida geográficamente en cinco zonas. 1ª La de las tierras altas mariánicas y premariánicas. 2ª El valle del Guadalquivir. 3ª El valle del Segura y todas las tierras de Alicante, hasta cerca de Cullera. 4ª La Penibética superior, al norte del Estrecho. 5ª La Penibética inferior, al sur del Estrecho, con un pequeño anejo atlántico hasta el Jolot inclusive. Tierras con el mismo clima, paisaje, productos y raza humana…»
Y una vez delimitada geográficamente esa nueva Andalucía, los ideólogos apelan a la identidad cultural para definir un objetivo máximo: La unión absoluta de toda Iberia: «…la fraternidad y unión cultural entre ambas orillas andaluzas puede ser la base de nuestra influencia y garantía segura de todo porvenir. Con ella puede llegarse acaso a la unión absoluta de toda Iberia como máxima aspiración…»
Pero lo genial viene ahora, cuando dicen que los canarios no son más que ‘andaluces tropicales’ y, por tanto, hay que incluirlos en esa Gran Andalucía: «…la incorporación a este grupo andaluz (los de ambos lados del estrecho), vanguardia del hispanismo mundial, del pueblo canario, andaluz de espíritu y tendencia, de habla y poder de emoción: andaluz tropical que formaría el círculo mágico de nuestra cultura en las puertas del continente misterioso.»
Esto era en tiempos de Primo de Rivera. Franco hizo lo mismo… lo sé porque yo estudié en esos textos nacional-católicos. Musolini y Hitler harían lo propio. Y los serbios con la Gran Serbia. Todas las naciones (cuando había naciones) diseñaron su historia a medida… si es que esto es de risa.
Y cuando la ideología, ese sistema de creencias diseñado a medida, impregna el sistema educativo… apaga y vámonos.
 

Para saber más del pensamiento de Rodolfo Gil Benumeya véase “La mirada del otro: la visión del africanismo español (el Gil Benumeya de los años 20)”, de Mª Dolores López Enamorado, Universidad de Sevilla
Las citas están extraídas del “Anuario-Guía Oficial de Marruecos y del África española”, declarado de utilidad para el ejército por R.O. de 31 de diciembre de 1927, y con comentarios elogiosos del presidente del Consejo de Ministros, General don Miguel Primo de Rivera; de don Niceto Alcalá Zamora, don Jacinto Benavente y demás mentes preclaras del momento.



viernes, 17 de mayo de 2013

Tenían el dedo amarillento

En aquel tiempo había muchos hombres que tenían el dedo índice amarillento, impregnado en nicotina. La piel parecía pergamino porque sostenían el cigarrillo entre el corazón y el índice, y el humo los lamía continuamente. Recuerdo muy bien a don Francisco, mi maestro, pensativo entre castigo y castigo, con el humo denso envolviendo el dedo índice y formando las volutas más arriba. Fumaba mucho mi maestro… y tosía lo suyo también. Era un tabaco de liar áspero, de posguerra española, y los liaba con mucho oficio y mucho gusto. Mi tía Isabel, que vivía pegaba a las murallas merinidas, echaba a mi tío Asensio de casa para que fumara en la acera de enfrente porque no soportaba el humo de ese tabaco tan recio… A mí, a veces me gustaba, otras no. Y no sé por qué ocurría así.

En aquel tiempo de posguerra tardía, los bigotes también terminaban con ese color dorado de nicótica, y ocurría así a fuer de recibir el humo de una colilla abandonada en la comisura de los labios. Entonces había muchos hombres con una colilla eterna prendida en los labios, y era común que los pedigüeños te rogaran ‘la pava’ del cigarrillo… Algunos pasaban una ‘pava’ generosa, que venía a ser una colilla tercio del cigarrillo. Los menos generosos la apuraban hasta que apenas se podía entregar sin quemarse los dedos. La verdad es que seguimos siendo más o menos generosos, pero ya no se demuestra así. Mi padre nunca fumó, y mi tío Chico construyó una máquina que liaba cigarrillos dándole a una manivela. Parecía una fábrica en miniatura… el tabaco en un sitio, el papel en otro y listo, cigarrillo liado, con filtro y todo. Mi tío inventaba cosas y las construía. ¡Qué buen ingeniero habría sido si hubiera tenido la oportunidad de estudiar! Pero no eran tiempos de estudios para los huérfanos de la guerra, eran tiempos de buscarse la vida cuanto antes…

Sí… recuerdo que entonces, “cuando el tiempo andaba en pantalones cortos”, las esquinas olían a meado y los portales a coles. Los bares a vino y adobo, y los parroquianos escupían en el suelo sin disimulo. Y había muchos borrachos por las calles, tantos como perros vagabundos y famélicos que los laceros recogían y desaparecían sin piedad… 




Uno pensaba —¡qué iluso!— que la línea de la historia siempre progresaba en la buena dirección, y que para nuestros hijos estas iban a ser historias nostálgicas. No contaba uno con la pereza cómplice de casi todos nosotros, con la avaricia humana, con la codicia de los poderosos. Se nos olvida que esta gente jamás regala nada y que su tarea consiste en mantenernos sometidos a sus privilegios.

Nuestros hijos tendrán que volver a pelear sus propias conquistas… Les ha llegado la hora.




martes, 14 de mayo de 2013

Crónicas de jubilación: Paredes viejas



Un folio pegado en la pared busca noticias positivas. Explica el papel que ya hay demasiadas negativas, y propone que llamemos a un teléfono para contar nuestra noticia positiva…

Al jubilado le agrada la idea, y también le gusta que no queden números para arrancar, especialmente hoy, que se ha levantado ofuscado y sin planes, con la cabeza puesta en nubes hostiles. Pasa a veces, y por eso sale a buscar espacios abiertos en los que disipar no_sabe_qué. Por eso encuentra esperanzador que alguien busque noticias positivas y que haya gente interesada en seguir la idea. Sí…


Sale el jubilado a buscar paredes viejas por la parte más ajada de la ciudad. No sabe bien por qué le atraen las paredes descarnadas… será porque es fascinante imaginar quien, cómo y cuándo las levantaron. Imaginar sus tiempos de esplendor, recién encaladas y alegres. Sí, al jubilado le gusta imaginar qué desdichas podríamos contar si las piedras lloraran… porque a veces las paredes viejas parecen rostros fruncidos de tristeza. No sé...
En la calle Bravo, una señora teñida de pelirrojo cuenta a gritos a su compañero no sé qué cosa sobre la farmacéutica. A mi cirujano ocular le pasa lo mismo, que no sabe hablar bajito, conteniendo la voz… hay personas que no saben susurrar y no me las imagino hablando de amor. Porque de amor y de sentimientos sólo se puede hablar en susurros.
Hay un barrendero en la calle Bravo vestido de verde fosforito. Tiene el hombre una melena negra y engominada, un notable mostacho color nicotina y una barba larga y blanca… Es una estampa rara para un barrendero, la verdad. El hombre barre con diligencia las aceras calle abajo, alejándose de las Siete Revueltas. Cuando el jubilado era jovencito ser barrendero era el trabajo más desprestigiado que se podían tener. Hoy, sin embargo, los poderosos nos están convenciendo de que tener trabajo es un privilegio. Pero es mentira, tener trabajo no es un privilegio, es un derecho… No deberíamos olvidarlo. No deberíamos dejarnos convencer.
Hay una historia de amor en la tapia trasera de un colegio de monjas… Imagino a la pequeña leyendo por primera vez esta declaración de amor. Seguro que el mundo se le puso a dar vueltas. El jubilado lanza la foto desde un paso de cebras, y una conductora tiene la deferencia de esperar pacientemente hasta que termina. Hay gente buena… la saludo agradecido y me sonríe. Debe tener unos cuarenta y cinco años. Me gusta que se haya esperado y le gustó a ella que le devolviera una sonrisa cómplice.

 Y el bienestar de esa sonrisa me dura un buen rato…



jueves, 9 de mayo de 2013

Las salamanquesas cazaban mosquitos en el lienzo de la pantalla

Este artículo se incluyó en el libro "Diteros y otras historias cotidianas de la Isla" / Güichi de Carlos, 2014 > Enlace
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Hubo un tiempo en el que teníamos pocos años y vivíamos en un pueblo de casas blancas ribeteadas de ocre. La calle Real era un hervidero de gente y cuando llegaba el buen tiempo abrían los cines de verano para que las salamanquesas cazaran mosquitos en el lienzo de la pantalla, cerca de la buganvilla que crecía a la derecha. Olía a dama de noche y, a ratos, cuando las ráfagas eran de poniente, a mar.

Las salamanquesas tenían los deditos abiertos, así, como un niño cuando cumple cinco años. Y unos ojos redondos y saltones… Lucía no tenía los ojos saltones. Los de Lucía eran soñadores, un poco entrecerrados y sonreían cada vez que me miraba. No su cara, sonreían sus ojos. Los de Lucía no eran ojos de salamanquesa precisamente, eran los más bonitos que había visto en mi vida.
La salamanquesa se quedaba allí, en el lienzo de la pantalla de verano, cazando mosquitos mientras Robín de los Bosques le robaba los impuestos al malvado sheriff de Nottingham. Ni se inmutó el día que el fraile Tuck descargó un bastonazo justo donde estaba el bicho… a la salamanquesa no le interesaba la peli, sólo cazaba mosquitos. Y eso era bueno. Por encima de esa salamanquesa pasaron los carros de Ben-Hur, y Jhon Wayne mató a cientos de indios sin el mínimo remordimiento… pero ella –la salamanquesa, digo- siempre iba a lo suyo, a cazar mosquitos. Me gustaba a mí ese bicho y cada vez que entraba en el cine la buscaba en el lienzo blanco, cerca de la buganvilla, antes de que empezara la peli. Y a veces tenía que hacer un esfuerzo para seguir el hilo de la aventura porque era emocionante ver la carrerita del reptil cada vez que pillada un mosquito. Es uno de los símbolos de mi niñez… supongo que hay cosas peores.
Me han dicho que estuve viendo Los Hijos del Capitán Grant en ese cine de verano, pero yo no me acuerdo porque esa noche Lucía se sentó a mi lado… y lo llenó todo. Por no ver no vi ni las andanzas de la salamanquesa. Esas cosas se saben, y supimos los dos que las mismas mariposas revoloteaban por la barriga… Lucía era la niña más bonita que podía existir. Iba un poco despeinada, con una coleta baja, apenas una excusa para recogerse el pelo. Hablamos muy poco porque no había mucho que decir… para hablar, ya lo hacían las mariposa por nosotros. Su rodilla estuvo a menos de un centímetro de la mía, pero no llegamos a tocarnos. No hizo falta… me llegaba su calor y lo recuerdo como la cosa más viva que he sentido. No sé si alguien lo podrá entender, pero todo el universo estuvo concentrado en el pequeño espacio que había entre Lucía y yo. Ni siquiera el Capitán Trueno y la princesa Sigrid podrían haber sentido lo que nosotros la noche que pusieron Los Hijos del Capitán Grant.
Pocos días después su familia se marchó lejos de ese pueblo de casas blancas ribeteadas de ocre, y no volvimos a vernos. Ni siquiera pudimos decirnos adiós. Nada. No escuchamos de nuevo la conversación de mariposas en la barriga, mientras la salamanquesa cazaba mosquitos en el lienzo de la pantalla. No volvió a estallar un nuevo Big Bang entre nuestras rodillas… Sí, Lucía desapareció de golpe, y desde entonces las calles de pueblo y el cine de verano resultaron un lugar insulso.
Y al cabo de los años, casi sin quererlo, supe que Lucía murió joven, con apenas cuarenta y uno. Me habría gustado verla otra vez, y sonreír con sus ojos risueños, y decirle que el mundo fue un lugar insulso desde que se fue. Quisiera haber tenido ocasión de querer otra vez a la niña que eligió sentarse junto a mí el día que pusieron Los Hijos del Capitán Grant…
¿Me cuentas la peli? — Le habría dicho —. ¡Me lo debes!

domingo, 5 de mayo de 2013

Cuando se marchan, obligados por estos miserables




Hoy he dedicado un libro a mi segundo hijo. Le he dejado dicho en la solapa, más o menos, que escribir un libro o plantar un árbol no han sido tareas demasiado complicadas, que lo realmente importante era tenerle a él. Cerca o lejos, la distancia física no es lo más importante, lo que importa es mantenerlo pillado, aquí, en el corazón. 

Pero mis hijos tendrán que marcharse lejos, igual que muchos jóvenes. Esta mierda de país los desecha con tal de cumplir con los deberes que mandan los mongo-liberales… esos que insisten en desmembrar el Estado y en dejar a la gente al albur de los mercados y dicen, mientras tanto, que vendrán tiempos mejores… ¿mejores para quién, so borrico?

Y cuando los hijos se marchan al otro lado del océano, obligados por estos miserables, el mundo se nos hace excesivamente grande, y los peligros afloran en cada pensamiento por mucho que apliquemos razón en las cosas.

La imagen es un atardecer sobre el río Arillo, San Fernando