jueves, 29 de octubre de 2020

Nadie mata a un hombre bueno

Este artículo se publicó en La Voz del Sur

En condiciones normales nadie mata a un hombre bueno… a no ser que seas alguna especie de degenerado. El asesino podría ser una de estas dos cosas: o un psicópata que no distingue entre el bien y el mal o, por otro lado, puede que sea un sujeto que maneje un extraño código de valores en el que sea aceptable asesinar a un hombre bueno.

Don Cayetano y sus tres hijos. Todos, asesinados. Imagen cortesía de la familia

A Cayetano Roldán —último alcalde republicano de San Fernando— lo mataron algunos de sus vecinos un 29 de octubre de 1936, hace ya 84 años. Sus asesinos fueron gente normal; personas que paseaban por las aceras de San Fernando, desde la Mallorquina a la Alameda y vuelta atrás, como hacía todo el mundo. No creo que fueran psicópatas, pero sí estaban convencidos de que era aceptable exterminar a los que pensaban de cierta manera… y creo que mataron a Cayetano Roldán sin tener remordimientos de conciencia. ¿Que por qué no los tuvieron? Seguramente porque se sentían amparados por una ideología que justificaba el crimen y por una religión que les descargaba de culpas. Por eso.

A Cayetano Roldán lo mataron personas que en condiciones normales jamás lo hubieran hecho. A mí, personalmente, me obsesiona este proceso de cambio: ¿Cómo llega un hombre normal a criminalizar a otro hombre normal hasta el punto de justificar su asesinato?

¿En qué momento el rival político se convierte en enemigo político? ¿Qué tiene que pasar en la sociedad para que el rival se convierta en un enemigo que merece un tiro en el corazón y otro en la nuca? ¿Qué palabras hay que pronunciar para normalizar eso? ¿Cuántos mantras hay que propalar desde los medios de comunicación para que se asuman sin rechistar? ¿Cuántas mentiras hay que repetir en los discursos para que se conviertan en una verdad sobre la que construir otra realidad? ¿Cuántas ruedas de molino hay que tragar para que un hombre con ideas se convierta en un peligro por sus ideas, y sea aceptable eliminarlas colocando una bala en su cabeza…?

¡Cómo coño pasa eso! ¡Cómo fue posible el asesinato de Cayetano Roldan y de tantos otros que le acompañan en las fosas!

¿Cuáles son los detalles que debemos vigilar en nuestra sociedad? Detalles que nos vayan alertando de esta deriva colectiva hacia la barbarie. Porque nosotros no somos mejores que los hombres de hace 80 años. Solo hay que rascar un poquito en la superficie para que salga el lobo para el hombre que todos llevamos dentro. No somos mejores.

Todos nosotros, los que recordamos a Cayetano Roldán en el 84 aniversario de su asesinato, y los que no lo recuerdan porque activamente no quieren recordar —porque hay que dejar en paz a los muertos y no reabrir heridas— y, sobre todos, los herederos ideológicos de los asesinos de Cayetano Roldán… TODOS, digo, todos deberíamos reflexionar sobre estos asuntos. Es decir, sobre el proceso sociológico que nos deshumaniza y nos acerca a la barbarie… Homo homini lupus

Decía Pepe Mújica, en su despedida de la vida pública, que el objetivo de la política es la felicidad de las personas. Creo que difícilmente se puede encontrar la felicidad disparando una bala contra el corazón y contra las ideas de otro hombre… sobre todo, si eres la víctima.

sábado, 17 de octubre de 2020

Carcunda nacional


 Este artículo se publicó en La Voz del Sur

En este país inconcluso que es España, la derecha política que sufrimos es heredera directa del fascismo del siglo XX. Me refiero a esa ideología criminal e inaceptable, que dio cobertura política al general Franco y fue el brazo ejecutor de muchos de sus crímenes… crímenes de lesa humanidad que, por cierto, permanecen impunes. La derecha española del siglo XXI se forma y se desarrolla a partir de la hez oscura del franquismo. Es un concepto político que pretende monopolizar el poder porque en su ADN permanece la pulsión de partido único inherente a los fascismos. Esa derecha considera que el poder le pertenece por derecho divino y no concibe que, por esa zarandaja de democracia, caiga en manos de la izquierda… porque para eso se ganan no solo las guerras sino las transiciones modélicas que se estudian en todas las universidades del mundo. Se ganan —las guerras y las transiciones, digo— para conquistar el derecho a permanecer en el poder y ejercerlo a mayor gloria de los suyos, con votos o sin votos. ¡Se sienten, coño!

 

Sí… Estoy convencido de que en España nos hace falta —y necesitamos urgentemente— una derecha que sustituya al esperpento que tenemos. Sus votantes se lo merecen. Sería una derecha moderna, despojada de pasado, empática con el pueblo más necesitado, respetable por necesaria, respetuosa y honorable con los adversarios —que no enemigos—, incluida la izquierda… especialmente la izquierda. Porque la derecha que tenemos es una derecha insensible y bronca, irrespetuosa con el rival, de insulto grosero, de juego sucio, esencialmente corrupta y mentirosa… ¡que la detengan! Y, sobre todo eso, es una opción filofascista que no ha sido capaz de condenar abiertamente el régimen franquista, su mentor. La ausencia de una derecha civilizada es un desastre para nuestra frágil democracia.

No me lo han contado. No lo he oído en las tertulias. No lo he leído en sesudos libros. Lo he visto, lo he vivido, lo he aprendido por mí mismo…

Por ejemplo, en San Fernando, durante la II República (y con más intensidad a partir de las elecciones del 16 de febrero de 1936), para las personas de orden y recta moral —que así se señalaban ellos mismos— era inconcebible lo que estaba pasando. Y pasaba que, de la noche a la mañana, el origen de la autoridad ya no estaba en Dios [Carta de Pablo a los romanos, 13], sino que venía del pueblo. Sí, sí, la autoridad se originaba en esa chusma vociferante y altanera. Ese pueblo ordinario, analfabeto y miserable era el que entregaba el poder no a ellos, sino a la gente equivocada… ¡Eso cómo era posible! ¡Cómo se iba a permitir!

Para las personas de orden y recta moral de San Fernando —y supongo que en toda España pasaba igual— era inconcebible que los concejales que comenzaron a regir su ayuntamiento fueran ahora los empleados de las industrias en lugar de los dueños de las industrias. O fuesen trabajadores de las salinas en lugar de los amos de las salinas. O simples escribientes del Arsenal de la Carraca en lugar del capitán de navío retirado o del coronel de Infantería de Marina en la reserva… La democracia que vino con la República suponía una auténtica subversión de usos y costumbres. No era concebible que esta chusma izquierdista gobernase y se atreviese, por ejemplo, a implementar normas contrarias a costumbres religiosas profundamente arraigadas en la tradición. ¡El alcalde hasta se atrevió a ordenar a los párrocos que le pidiesen permiso antes hablar en misa desde los púlpitos! ¡Pero eso qué coño era! Las personas de orden y recta moral no entendían qué cosa era la laicidad del Estado ni la voluntad popular. Los tiempos del señor marqués estaban extinguiéndose, y los del señor cura también, y los del señor almirante de largos y compuestos apellidos…

Hoy pasa lo mismo: el pueblo ha entregado el poder no a ellos, sino a la gente equivocada y no saben qué hacer fuera del gobierno. Nunca lo han sabido, por eso parecen elefantes en una cacharrería para deshonra de todos los españoles. Han convertido el parlamento en un espectáculo vergonzoso y no porque todos los políticos sean iguales, que no lo son. Para la derecha que hoy campea en España —al igual que la de hace ochenta años— el poder pertenece inevitablemente a la carcunda nacional, como Dios manda. Es decir, a los que tienen una actitud retrógrada en lo político, insensible en lo social, sumisa en lo religioso y egocéntrica en lo personal. Y si las urnas dicen lo contrario, entonces las urnas fallan y el pueblo se equivoca. A esta derecha que sufrimos hoy le faltan los genes necesarios para respetar la voluntad de la gente y aceptar que a veces se gobierna y a veces se hace oposición… y cuando toca oposición hay que saber estar y aplicar responsabilidad, decencia y elegancia a la cosa. Pero ya vemos que no se ha hecho la miel para la boca del asno. Pues eso…

 

viernes, 9 de octubre de 2020

El almirante, el marinero y el cura

 


El almirante, el marinero y el cura

 

 Este artículo se publicó en La Voz del Sur


Tres hombres enjaretados por el fino hilo del destino. Ramón Odriozola Lasarte era marinero vasco, de Orio y, pese a su enorme dignidad de hombre cabal, pocas veces le llamaron don Ramón. No era el caso del don Recaredo García Sabater, que parece que nació con el don pegado a su nombre... máxime desde que se hizo cura y capellán de la Armada con grado de comandante. Por su parte, don Faustino Ruiz González alcanzó el empleo de almirante en la Armada del general Franco —de la Armada sublevada contra la II República, digo— y el don lo tenía garantizado por norma y protocolo.

EL ALMIRANTE: El 29 de septiembre de 1936, el crucero rebelde Canarias detectó a treinta kilómetros de distancia al destructor Almirante Ferrándiz, leal a la II República, que patrullaba en el Estrecho de Gibraltar tratando de impedir que el ejército sublevado de Marruecos llegara a la península. El Canarias lanzó una andanada de cuatro disparos contra el Ferrándiz que resultó larga, impactó en el mar a 1200 metros del objetivo. En ese momento, ante la inminente huida del destructor y la probabilidad cierta de quedar fuera de alcance, el Director de Tiro del buque rebelde tomó la arriesgada decisión de saltarse el manual artillero y proponer una única andanada de disparos que hizo blanco a 21.000 metros. El Ferrándiz se hundió con rapidez. El mar se cubrió de cadáveres y de náufragos, y el prestigio personal del Director de Tiro del Canarias tuvo alcance internacional. Muchas marinas de guerra se interesaron por el procedimiento que se utilizó para hundir el destructor republicano a esa distancia y sin disparos de aproximación.

El Director de Tiro del Canarias era el isleño y capitán de corbeta don Faustino Ruiz González que, después de la hazaña, tuvo una larga y fructífera carrera militar —bajo la cobertura del régimen dictatorial del general Franco, naturalmente— hasta llegar al empleo de almirante. Entre 1949 y 1962 fue gobernador general de la Guinea Ecuatorial Española, años en los que reprimió con decisión el incipiente movimiento nacionalista guineano. Y en estas estaba don Faustino cuando fue procesado por la detención, torturas y asesinato del líder nativo Acacio Mañé. Una historia muy fea y muy torpe, que no le impidió seguir adelante con su carrera y su prestigio. En 1988, por sus servicios a la patria y por su condición de isleño se le nombró Hijo Predilecto de San Fernando y se denominó una calle de la ciudad con su nombre, precisamente la calle que separa su casa natal de la iglesia vaticana de San Francisco… de donde había sido párroco don Recaredo.

EL MARINERO: Por su lado, don Ramón Odriozola Lasarte, marinero de 2ª, fue uno de los náufragos del Ferrándiz.

Después del hundimiento, el buque rebelde Canarias recogió a un grupo de náufragos que fueron atendidos inicialmente en Ceuta, más tarde encarcelados en el Penal de Cuatro Torres del Arsenal de la Carraca y sometidos a consejo de guerra acusados de rebelión militar —así se hacían las cosas: los militares rebeldes acusaban de rebelión a los que habían permanecido leales a la legalidad republicana. Al menos, veintiuno de ellos fueron condenados a muerte, ejecutados el 30 de diciembre de 1936, probablemente en el llamado Caño de la Jarcia del Arsenal de La Carraca, y enterrados en la fosa común del cementerio de San Fernando. La suerte de Ramón, el marinero vasco, fue que no lo rescataron inmediatamente después del naufragio, sino que se mantuvo tres días a la deriva, herido de metralla en la espalda, agarrado a un madero, junto a un compañero. Cuando finalmente lo rescataron, y sanó de sus heridas, el consejo de guerra iniciado contra sus compañeros ya estaba en marcha y él quedó fuera. No obstante, llegado el momento, también fue acusado de rebelión militar y condenado a muerte. Afortunadamente la pena le fue conmutada a cadena perpetua… y en el ínterin, mientras permanecía preso en el Penal de Cuatro Torres, fue sometido a la crueldad de pasar por varios simulacros de fusilamiento.

Pero acabada la guerra civil, la población reclusa en España era de tales proporciones que el propio régimen instrumentó la forma de recuperar esa masa humana como recurso laboral utilizable en la reconstrucción del país. Ramón Odriozola fue excarcelado en 1942 y logró rehacer su vida. Empezó a trabajar en los astilleros de Matagorda, se casó con la isleña Isabel O'Dogherty y, a partir de 1954, trabajó en la Sociedad Española de Construcciones Navales. Diez años más tarde, en enero de 1964, siendo jefe de equipos del taller de prensa, explotó una caldera. Ramón perdió ambos ojos y sufrió quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo. Tardó años y numerosas operaciones (uno de los brazos había quedado adherido al costado a consecuencia de las quemaduras) en alcanzar una vida medianamente digna.

EL CURA: Don Recaredo García Sabater —cura católico de negra sotana, párroco de la iglesia vaticana de San Francisco, capellán comandante de la Marina y odiador de marxistas— era un declarado admirador de Mussolini. En su entendimiento, lo que había realizado el cerebro esclarecido de Mussolini con el fascismo era, simplemente, convertir la divina doctrina de Jesús en leyes civiles, y como España era, antes que cualquier cosa, un país católico, pues había que aplicar aquí el fascismo de forma ineludible. Dicho de otro modo: si el fascismo era poner en la práctica la divina doctrina de Jesús, y España era católica… España debía ser fascista. ¡Fácil!

Recio carácter el de don Recaredo, y muy oscura su sotana. Muchos isleños han recordado toda su vida sus arengas contra los marxistas desde el púlpito de la iglesia. A Isidro Cereceda, por ejemplo, le partió el labio con su crucifijo porque se negó a besarlo… y así se presentó Isidro en el paredón y así, con el labio roto, recibió la andanada de disparos asesinos. Oscuro recuerdo dejó don Recaredo entre muchos vecinos de San Fernando… muy oscuro.

Una tarde, Ramón Odriozola aquel vasco de Lasarte, casado con una isleña valerosa y tenaz, el que fuera marinero de 2ª durante el naufragio del Ferrándiz, con su cuerpo quemado y ojos consumidos paseaba por calle Real. Su hija Guadalupe, cogida de su brazo, hacía de lazarillo. A la altura de la iglesia de San Francisco, a escasos metros de la casa natal de don Faustino, el de la puntería prodigiosa que hundió su barco, se cruzó con el tristemente conocido cura don Recaredo García Sabater. Se paró el clérigo, y le dijo condescendiente y paternal:

       — ¡Ay! Ramón, Ramón. Que al final cada uno tiene lo que se merece.

Pues sí. Creo que sí, estoy de acuerdo con el cura, cada cual deja a la posteridad el recuerdo que merece.