jueves, 26 de septiembre de 2013

Vigilando al pueblo y protegiendo a los otros

En la frontera entre las dos Coreas, el ejército del norte no mira a su enemigo del sur. Mira hacia su propio pueblo… debe ser que no se fían de lagente desarmada y temen darle la espalda. O puede que sea una forma de despreciar descaradamente a los Estados Unidos y a la gente del sur. ¡Quién sabe!


Sea lo que sea siempre me ha llamado la atención este comportamiento. Sin embargo, en mi país pasa lo mismo y nadie se percata. Ocurre que la policía siempre encara a la gente como si fuéramos potenciales agresores de la clase que pasa por detrás… es decir, agresores de los representantes que ese mismo pueblo ha elegido. Si esto pasa —y pasa continuamente— algo indeseable ocurre en nuestra sociedad.



La calle Las Cortes es una calle noble que lleva hasta el Real Teatro de las Cortes, donde se constituyeron las mismas hace 203 años… esos parlamentarios españoles y americanos alumbrarían dos años más tarde la Constitución de 1812. Y eso fue en San Fernando, Cádiz.
En la fiesta del 24-S de este año —como en cualquier otro— había dos clases de personas, las que podían pasar por la calle Las Cortes y las que no podían. Por ella pasearon algunos políticos de mi pueblo, sus señoras, los señores y señoras que iban a ser homenajeados con una medalla (algunos son amigos míos, y con todo merecimiento) y los invitados al acto. La gente del común miraba y gritaba…
Este año asistí a la fiesta de cara a los fornidos policías, desde detrás de las vallas metálicas, rodeado de gente desesperada que ha sido expulsada del sistema, porque el sistema que amparan nuestros políticos no necesita para nada a esta parte del pueblo… es un sistema que ‘cosifica’ a la gente hasta convertirla en potenciales maleantes y subversivos que se dedican a insultar…
¡Y vaya si insultan! El insulto ridiculiza a los que visten sus mejores galas y diluye la entereza de los que asisten al acto, sobre todo cuando gritan: ¡Esto Sí Que Es Una Chirigota! Es claro que la fiesta no es la misma a uno u otro lado de la valla metálica.
Pero, tengo que reconocerlo, la fiesta a este lado es más divertida…

Video de las protestas


domingo, 22 de septiembre de 2013

Estampas de la pesadilla neoliberal: Juan

Treinta años tiene ya Juan. Desempleado desde que terminó económicas y empresariales, como cientos de miles de españoles. Actualmente sirve comidas los fines de semana en un restaurante de su ciudad. El hijo de puta lo contrata dos horas los viernes y dos horas los sábados porque es lo mínimo que le permite la ley… pero le hace trabajar siete los viernes y siete los sábados. Entra a las siete de la tarde y sale, como pronto, a las dos de la madrugada. Le paga quince euros. Sí, sí, 15 €.

Aparte de ser un perfecto hijo de la gran puta el tío es un despreciable que trata con la punta del pié a sus empleados… Yo mando y yo impongo el miedo hasta despojaros por completo de vuestra autoestima. ¿Lo tenéis claro? Sí, lo tienen claro.
Los cocineros le duran invariablemente tres meses —algún alma inocente incluso le dura cuatro—. Simplemente se van porque sistemáticamente no les paga. Y cuando se marchan desesperados, el cabronazo sólo tiene que tomar el siguiente currículo del montón y llamar a la nueva alma cándida y desesperada… y uno imagina el alborozo en esa casa… ¡que me han llamado para cocinero de fulanito! ¡Pobre diablo!
A Juan, como es un tío educado, bien parecido y de buenas maneras le dice, como sincerándose el cabronazo, oye, que te he estado observando y creo que te voy a encargar de algunas cosillas más… vente por las mañanas que quiero que te hagas con la PDA y esto y lo otro… Pero es mentira, el hijo de la gran puta sólo quiere que friegue el suelo y prepare las mesas sin pagarle ni un solo euro más. Porque, además de cabrón, el tío es un miserable: en los tres meses que Juan lleva explotado, se ha quedado con todas las propinas.
Y cuando el lavavajillas no da más de sí, llama a una negrita para que friegue los platos durante las horas que sean necesarias… por seis euros. O los tomas o los dejas… pero decídete ya. Trata a la negrita como si fuera un despojo humano. El cabronazo ha aprendido estupendamente la técnica precisa para destruir la autoestima y la dignidad de sus “contratados”… y lo hace muy bien. Lo hace tan bien y tan profusamente que se ufana de que, como buen empresario, abrirá otro local en el centro de la ciudad… a este paso lo proclamarán emprendedor del año y hasta le endosan una medalla.
No sé… la pregunta evidente te sale de las entrañas: ¿Que por qué no arderá el puto restaurante con el cabrón dentro? Pues porque somos inmensamente mejores que este miserable, por eso. Al fin y al cabo hace lo que hace porque las leyes se lo permiten; de hecho, están rediseñadas para esto; la permisividad generalizada lo tolera; la anuencia y la connivencia de todos solapan los desmanes; el miedo paraliza cualquier asomo de contestación; los sindicatos miran para otro lado y la patronal le da palmaditas en el hombro… ¡Tú sí que sabes! ¡Este es el camino, compañero!
Y luego escuchamos decir por la tele al imbécil de turno: Estamos haciendo los deberes como hay que hacerlos, con responsabilidad. Y añade el gilipollas: Necesitamos emprendedores valientes, que se arriesguen en tiempos de crisis y sean capaces de crear puestos de trabajo…
¡Malas puñalás nos den!


viernes, 13 de septiembre de 2013

El inquietante concepto del YPAKE

A veces es difícil entenderse con otra persona. Los que saben de estas cosas opinan que si no tenemos cubiertas las mismas necesidades vitales, es decir, si no compartimos el mismo nivel de realización humana, la comunicación entre las personas se resiente (véase la Pirámide de Maslow) Dicho de otro modo –y perdón por el burdo ejemplo-, no intentemos hablar de arqueología con un señor que se está ahogando porque es inútil, el hombre sólo quiere respirar.

La pregunta con la que cerramos el artículo anterior es otro ejemplo de esa dificultad. El suegro de mi amigo le preguntaba: ¿PARA QUÉ? (En concreto, la pregunta era: ¿Y pa qué cohone gastarse un euro en estas tonteríasobservar el paso de espátulas por el estrecho si lo que quiere la gente es trabajá?)
No sé… me temo que esta pregunta despreciativa es consecuencia de una concepción economicista de la realidad: “…si no hay beneficio inmediato no puede hacerse”. Este es el dogma central del sistema neoliberal que nos gobierna. Es, además, un sistema de valores que nos está robando conceptos sobre los que construir un discurso alternativo. Esta sociedad actual —construida encima de ese dogma— nos encamina a la inacción y nos cierra el camino al conocimiento porque el conocimiento rara vez ofrece beneficios inmediatos.
Frente a ello, nuestra cuestión es otra. Los que “pierden el tiempo” en laTorre del Puerco observando cómo saltan las espátulas hacia África, se preguntan ¿POR QUÉ? Investigar el por qué de las cosas ha hecho progresar a la humanidad en todos los sentidos. Yo no sé… pero si en los distintos tiempos históricos hubiese prevalecido la otra pregunta…
¿PARA QUÉ ponerse a pensar si lo que necesitamos son tierras conquistadas y esclavos que nos sirvan? Y entonces nos habríamos cargado de un plumazo el discurso de Sócrates, Platón, Aristóteles y Pitágoras. O ¿PARA QUÉ ponerse a mirar estrellitas si lo interesante es buscar herejes y quemarlos en la hoguera, como Dios manda? Y entonces no tendríamos el conocimiento de Galileo, Keppler, Newton, Servet… También podríamos preguntarnos ¿PARA QUÉ escribir novelitas mientras nos invaden los infieles? Y no tendríamos a Shakespeqre, Cervantes, Neruda y los miles de sueños escritos.
Y sin estos hombres (y otros miles como ellos) seguiríamos siendo una humanidad pueril, apegada a la superstición y destripando terrones para dar el trigo al amo de turno… El conocimiento, como respuesta a las preguntas adecuadas, nos eleva de la mediocridad y nos hace libres.
Por el contrario, con la insidiosa pregunta impedimos el impulso cognitivo de cientos de miles de investigadores anónimos en todos los campos del saber. Las trabas al conocimiento son propias de sociedades obtusas, catetas y grises… y de hecho es lo que está pasando de nuevo con esta crisis-revolución neoliberal que nos esclaviza.
Preguntar ¿PARA QUÉ? en lugar de ¿POR QUÉ? nos lleva invariablemente a ese tétrico convencimiento carpetovetónico “¡Que inventen ellos!”, que nosotros ya servimos cerveza en las terrazas.
Este artículo está inspirado en el suegro de mi amigo, al que conocí hace poco en la Torre del Puerco, que me enseñó el inquietante concepto del “ypaké”


jueves, 12 de septiembre de 2013

La frontera de las espátulas

Esta mañana tuve que decidir si me levantaba a comprar una lavadora –que, por cierto, cada vez duran menos- o me iba a ver el “salto” de las espátulas hacía África para pasar el invierno.

Imagen de Javier Milla, tomada de http://www.limesplatalea.blogspot.com.es/
Y elegí la segunda opción, mucho más estimulante. A las nueve y media ya estaba en la Torre del Puerco (vieja torre almenara del siglo XVI, redonda, de realengo y de propósito militar) con Rocío y David, dos observadores voluntarios del Proyecto Limes Platalea, que estudian precisamente eso, el paso de las espátulas que han nacido en Europa hacia África. El asunto es que desde hace años se viene observando el paso de casi todas las aves migratorias —flamencos, cigüeñas y decenas de otras especies que servidor no sabría citar— por el corredor del Estrecho (Tarifa – Gibraltar), pero no se observan espátulas por ese corredor. La pregunta es inmediata: ¿por dónde pasan los 18.000 ejemplares que se suponen veranean en la península Ibérica?
Solamente el año pasado se tuvieron indicios de que el salto se produce por un estrecho corredor que va desde Torre Bermeja a Cabo de Roche. La Torre del Puerco está al final de la playa de la Barrosa, casi en la mitad de esa franja corredor. Por cierto, la Regencia española ofreció en 1811 a sir Thomas Graham, general de las tropas inglesas que lucharon junto a las españolas en la batalla de Chiclana, el Ducado del Cerro del Puerco, como pago a los servicios prestados por el inglés en la lucha contra Napoleón… pero el estirado inglés lo rechazó porque consideró indigno ser llamado con ese nombre. Él se lo perdió porque el lugar es idílico.
El observador en la ermita de Santa Ana, en lo más alto de Chiclana, que tiene a sus pies toda la bahía de Cádiz, nos avisaba: va para vosotros una bandada de 62 espátulas. Luego el observador en la Torre Bermeja, al inicio de la playa de la Barrosa, nos lo confirmaba. Y nosotros la comenzábamos a vislumbrar entre la Punta del Boquerón y el Castillo de Sancti Petri (un antiguo islote que ha sido templo fenicio dedicado a Melkart, luego lo fue al Hércules romano, y actualmente tiene la configuración de batería artillera del siglo XVIII – XIX, con su torre que también fue almenara)…
…apenas una línea blanca en la bruma del horizonte. Sólo Rocío y David, observadores avezados, la veían. Luego, ya más cerca, frente a la playa de la Barrosa, la bandada mantenía una lucha frenética por establecer el liderazgo, como un cardumen de peces sin orden aparente. Más tarde, a la altura de cabo Roche, cuando enfilaban África hacia el Cabo Espartel, ya habían establecido un orden y encaraban el salto organizadas. Ora se elevaban por encima de nuestro horizonte, ora bajaban hasta rozar físicamente el agua… Ensayos para encontrar la mínima energía necesaria para esa proeza que es atravesar el mar hasta el continente que espera en el sur. El entusiasmo de Rocío, la gravedad de David, las aves que inician un enorme viaje, que ensayan la mejor manera de sobrevivir a él… sinceramente, uno tiene la sensación de presenciar un espectáculo épico.
Bueno, ¿y eso para qué? Me han preguntado algunos amigos. ¿Qué coño importa que esos patos pasen por aquí o por Tarifa? —No son patos, joder… les digo— ¿Pa qué cohone gastarse un jodido euro en estas tonterías si lo que quiere la gente es trabajar…?
…mañana.
Mañana lo hablamos. Hoy voy a seguir, como dice Rocío, cerrando los ojos para ver volar los pájaros en mi cabeza.


viernes, 6 de septiembre de 2013

Mister Guss

Conocí a Gustavo en Tarrasa, hace más de cuarenta años. Gustavo era un colombiano de Cali, pelo corto y ensortijado, piel aceitunada y rasgos nativos… y una bellísima persona. En Tarrasa había una nutrida colonia de colombianos, casi todos estudiaban ingeniería industrial. Seguramente eran los hijos de la oligarquía que gobernaba el país desde siempre… porque mantener por años y años a los vástagos estudiando en Europa era un asunto de muchas pesetas. Ahí conocí a Gustavo, en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales.
Yo me alojaba en casa de mis tíos Ramón y Mariposa –gracias a eso mis padres pudieron costear mis estudios-. A mi tía Mariposa no le gustaban los colombianos porque uno de ellos había dejado embarazada a una amiga de mi prima Merche, y cuando el tío conoció la situación se largó a Colombia y dejó a la chiquilla plantada y con su barriga… Por eso, cada vez que Gustavo venía a casa, le echaba en cara que su compatriota hubiera dado la espantá. Recuerdo que la explicación que daba era que su amigo tuvo que marcharse para terminar la carrera en su país, porque un profesor de aquí le había jurado que jamás lo aprobaría… nada creíble, por cierto.
Yo conocí a muchos de los colombianos de Tarrasa… posiblemente porque tanto ellos como servidor nos sentíamos en tierra extraña. Ellos venían a Cataluña desde América del Sur, servidor desde el norte de África y ninguno llegaba a entender del todo el alma de ese pueblo…
Eras feos los colombianos, pero follaban muchísimo. Nunca lo he entendido. No sé, puede que también por eso me arrimara al grupo, por si algo cayera… pero, nada, oye. Creo que era en la casa de un tal Lujan, donde algunos sábados se organizaba una “fiestecita” con cumbias, marihuana y unas chicas que no me gustaban nada… desde lejos se notaba que no habían leído un libro en su vida. Gustavo era muy tímido y tampoco follaba… por eso en las fiestas se dedicaba a tocar la guitarra, y yo a aprender de él, mientras las cosas de interés discurrían en las habitaciones.
Un día le llegó por correo —a un colombiano alto que vivía en el Colegio Mayor (este sí era guapo) — un baúl lleno de cosas. Lo enviaba su familia… e invitó al personal a degustar el contenido. Aquello era como estar exiliado en Siberia y recibir unos chorizos del pueblo… pero en valores colombianos. El café me produjo dos noches de insomnio, una detrás de la otra, sin exagerar. La panela me producía cierta aprensión (aunque a ellos les encantaba como el mate a los argentinos), y al final no resultó mal la experiencia… La panela es el jugo de la caña de azúcar cocido a alta temperatura hasta formar una melaza espesa, luego se deshidrata y se convierte en melaza de caña panificada o panela, dura como una piedra, que se disuelve el agua caliente y se toma. Bueno, no está mal.
Pero, hijo, la marihuana fue una cosa extraordinaria, la verdad. Por entonces no había los controles de ahora, ni traficaban con ella. No se dedicaban a eso… ¡a mí me regalaron un paquetito!
Me lo tomé con calma. Desmenucé un cigarrillo Record e introduje en el cilindro la mezcla de hojas y cañamones de la marihuana; me tumbé en la cama y lo fumé con parsimonia… el corazón se aceleró. La percepción de las distancias se alteró mucho. Un brazo era muy corto y el otro era muy largo… euforia. Salí a la calle y era muy complicado tomar las esquinas. Poco más recuerdo… luego he repetido la experiencia con resina de haschis pero, nada, como la primera vez nunca. La última fue un intento terapéutico… a ver si un porro me quitaba la jaqueca. ¡Una mierda me va a quitar!
Poco después abandoné Tarrasa, recalé en Sevilla y conocí a mi compi de la vida… No he vuelto a saber de Gustavo. Con el tiempo, cuando sus enseñanzas de guitarra reposaron, le compuse una canción. He olvidado la música de su canción, pero la letra hablaba de su timidez en las fiestas de Lujan… ‘Mister Guss, con la boca siempre cerrada porque olvidó qué decir’
Era Gustavo Losada Liébana… ¿Por dónde andas, viejo amigo?