domingo, 25 de enero de 2004

Fadricas: una historia por recuperar

Este artículo se publicó en San Fernando Información, 25 Enero 2004

Más temprano que tarde, eso deseamos, los terrenos que formaron parte de los Polvorines de Fadricas volverán a sus antiguos propietarios y al municipio de San Fernando. En ambos casos convendría recordar el papel que desempeñaron Punta Cantera, y las caserías de Fadricas e Infante, en la formación de esta ciudad e incluso en la historia de la España.

La confidencialidad que exige un polvorín militar es una garantía para que sus instalaciones y su entorno natural se mantengan al margen de miradas externas. Sin duda, este aislamiento contribuyó durante casi tres siglos a mantener intactos los valores arquitectónicos y ecológicos de Punta Cantera, pero el recuerdo histórico de lo que por allí aconteció, faltos de un apoyo bibliográfico, se perdió. Fue en los años sesenta del siglo XX cuando el historiador isleño, don Salvador Clavijo, esbozó sucintamente las andanzas de las caserías de Fadricas e Infante en los primeros años del siglo XVIII. Y estas escasas noticias (con algunas aportaciones posteriores de López Garrido y Juan Ramón Cirici) han sido las únicas que los isleños hemos manejado hasta que el desalojo de los Polvorines de Fadricas, en agosto de 2001, propició la aparición de nuevos datos para componer una jugosa historia que enriquece la de San Fernando. Esta historia de Fadricas, recientemente editada por la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de San Fernando, debe ser tenida en cuenta para integrarla en el diseño que se otorgue a esta zona de la Isla de León. Sólo de esa manera seremos respetuosos con el patrimonio intangible que es nuestra historia.

Repasaremos a continuación los elementos arquitectónicos que se han conservado, y los sucesos que acontecieron en los tres lugares que se ubicaron dentro de los Polvorines de Fadricas: Punta Cantera, y las caserías de Fadricas e Infante (también conocidas como Casa Blanca y Lazareto).

Murallas de Punta Cantera
Murallas de Punta Cantera (San Fernando-Cádiz-España). Construidas entre
1777 y 1789 para defender los almacenes para la pólvora de Su Majestad

DE LA PREHISTORIA A LOS ROMANOS

La llamada Punta de la Cantera es un promontorio rocoso triangular situado en San Fernando, entre Caño Herrera y la Playa de la Casería de Osio. Se adentra en el seno interior de la bahía gaditana y constituye un mirador excepcional. La primera ocupación humana se constata por la recuperación de guijarros tallados de cuarcita y silex en la playa de Fadricas, bajo los polvorines de fachada trapezoidal que miran a Bahía Sur. Sáez Espligares sitúa el yacimiento, a falta de estudios más profundos, en la Prehistoria Reciente.

No está comprobada la presencia fenicia/púnica en Punta Cantera, pero los romanos, herederos de sus tradiciones alfareras, dejaron un taller cerámico a pocos metros de la orilla del mar, frente a la llamada Cala de los Arcos, (óvalo costero delimitado por la fachada norte de Punta Cantera y la playa de la casería de Osio). Sin duda, una privilegiada situación para embarcar la producción anfórica. Este alfar, aunque sin excavar, está catalogado en la Carta Arqueológica de Andalucía. Los hallazgos superficiales permiten datarlo (con todas las precauciones) entre los siglos I a.n.e. y I d.n.e.

SIGLOS XVII y XVIII

La cartografía de la bahía gaditana del siglo XVII, exceptuando la Ínsula Gaditana de Fray Jerónimo de la Concepción (1690), es bastante parca mostrando detalles del asentamiento poblacional de San Fernando. Sin embargo, en la mayoría de ellos están representados cinco hitos principales: el Real Carenero por su interés económico; Puente Suazo, Castillo de San Romualdo y Torre Alta como elementos defensivos; y finalmente un grupo de construcciones en la costa oeste, frente a la Cala de los Arcos.

Este núcleo de actividad comercial surge a lo largo del XVII (y continúa hasta el XIX) desde el momento en que las flotas de galeones y la Armada de la Mar Océano hibernan, a resguardo de temporales y enemigos, en el caño de la Carraca. Aún no existe el arsenal, de ahí que las caserías que han ido surgiendo en esta costa se utilicen como almacenes y bodegas para aprovisionar buques de guerra y comerciales con todo tipo de pertrechos, incluida el agua. Para facilitar estas aguadas se construyó en el último tercio del XVII un acueducto sobre arcadas que la traía hasta la casería de Fadricas. De estas actividades quedan numerosos registros en el Archivo General de Indias (Contratación y Juzgado de Arribadas).

El centro neurálgico de este comercio, y su salida natural al mar, es un embarcadero situado en el mismo lugar que los romanos debieron utilizar para embarcar su producción anfórica. Este embarcadero existe en “las fadricas” desde 1685 (cartografía de Alain Manesson), y hoy día, aún conservamos. Por otro lado, la cartografía francesa e inglesa de 1702 muestra el muelle y lo que llaman Maison Blanche o The White House, es decir, Casa Blanca, y junto a ella los lugares de Infante y Osio, que completan la ocupación poblacional de la costa oeste de la Isla de León.

Plano Espinosa 1777
Mapa de la costa oeste de la Isla de León (San Fernando), realizado en 1777.
Se encuentra en el Servicio Geográfco del Ejército (Madrid) y fue editado
por primera vez en "La Nueva Población de San Carlos en la Isla de León"
de Juan Torrejón Chaves.

LA CASA BLANCA

A partir de este momento, impulsada por el protagonismo que toma la bahía gaditana en el comercio con ultramar, las vicisitudes de la Casa Blanca no cesan. Por entonces, a principios del siglo XVIII, pertenece a José Domingo Colarte y Lila, segundo hijo del Marqués del Pedroso, sobrino de Fadrique de Lila y Valdés, anterior propietario de “las fadricas” (las casas de Fadrique), de cuyo nombre deriva la toponímia. Durante las primeras décadas, los almacenes de Colarte, “en el sitio que nombran de las fadricas”, se alquilan continuamente a la Real Armada para alijar mercancías de todo tipo. Ya en 1713 se constata la presencia en estos almacenes de una guarnición militar para vigilar armas, jarcia, lonas y herrajes, alijados en la Casa Blanca, y destinadas a apoyar la construcción de diez bajeles en la Habana (plan Tinajero), aunque finalmente se incorporaron a la flota de Manuel López Pintado, que sitió Barcelona al final de la Guerra de Sucesión.

Al mismo tiempo, “la aguada del sitio que nombran de las fadricas” continúa con sus actividades, y el trasiego de pipas y botijas, desde el embarcadero hasta los buques fondeados en el seno de Puntales, es incesante.

A veces el Intendente de la Real Marina alquila varios almacenes de la Casa Blanca, en otras la casería completa; y en casi todas las ocasiones, las rentas son retenidas por orden judicial para saldar las deudas de José Domingo Colarte, un pésimo pagador, que utilizaba la casería de Fadricas como aval para recibir préstamos que no devolvía hasta que el embargo era inminente. De hecho, así la perdió en 1731, que pasó a formar parte del mayorazgo de su propio hermano, el segundo Marqués del Pedroso.

Y a mitad del siglo XVIII en la Casa Blanca se instaló un ALFOLÍ, es decir, en sus almacenes, justamente enfrentados al embarcadero donde atracaban los candrays, se depositaba la producción de sal para controlar las rentas que debían pasar a la hacienda real. Y poco después se instaló una FÁBRICA TEXTIL que exportaba sus telas estampadas a las Américas. Pero esta empresa oportunista, que surgió en 1777, cuando el puerto gaditano perdió el monopolio del comercio americano, fracasó en poco tiempo. Y algunos años más tarde, junto a los muros de la Casa Blanca se habilitó una batería de cañones que acosó a la escuadra francesa del almirante Rosilly en 1808. Y dos años después, durante el asedio francés de 1810 a 1812, el Embarcadero de Fadricas fue uno de los puntos de atraque de la flotilla de lanchas sutiles (cañoneras y otras embarcaciones para fondos someros convenientemente artilladas) que vigilaban las posiciones francesas desde el interior de la bahía. Y, en consecuencia, los almacenes de la Casa Blanca se utilizaron para guardar los útiles navales que los sutiles necesitaban. Luego, durante el Trienio Liberal de 1820/23, la Casa Blanca fue cuartel de tropas leales a la Constitución de 1812... por cierto, el Marques del Pedroso, que aún era dueño de ella, se quejó de los destrozos que la soldadesca había causado. Pero no acaban aquí las peripecias de este notable lugar, en 1865, para prevenir y atajar una posible epidemia de cólera en San Fernando, la Junta local de Sanidad transformó la Casa Blanca en un lazareto de observación. Al día siguiente de darse la alerta, ingresaron en ella más de cincuenta personas sospechosas de padecer cólera. Y así se mantuvo hasta 1867. Posteriormente tuvo usos agrícolas, pesqueros y de habitación, hasta que en 1960 fue expropiada y demolida por la Armada para ampliar la zona de seguridad de los polvorines que habían ido creciendo en Punta Cantera. Hoy día no quedan señales de ella ni del acueducto que el pueblo conoció como “los arcos”. Triste final para lugares con tan dilatada historia.

LOS ALMACENES DEL DUQUE


Junto a la Casa Blanca existieron viviendas y tres almacenes que gestionó directamente el corregidor del Duque de Arcos. Estos almacenes fueron alquilados a comerciantes de la zona y en ellos se guardaban víveres, aceite, vino, vinagre “y demás géneros de tienda comestibles y no comestibles” para el comercio local y/o ultramarino, y contribuyeron decisivamente a facilitar el acopio de víveres que necesitaba la incipiente población de la Isla de León. Población que, aunque tenía la prohibición expresa de construir casas (incluso bajo pena de galeras), creció al amparo del auge naval del Real Carenero, más tarde de la Carraca y finalmente con la instalación del Departamento Marítimo. El Duque de Arcos vendió estos almacenes en 1762 pero, transformados en viviendas, se mantuvieron en pie hasta 1960.

Espigon y murallas de Punta Cantera
El Espigón de Punta Cantera, muelle para la pólvora. El primer proyecto es de 1751
y fue estudiado y aprobado por Jorge Juan y Santacilia

EL LAZARETO

Un poco más al norte de “las fadricas”, dentro del recinto militar que se abandonó en 2001, se ubicaba la casería que perteneció a don Juan Infante de Olivares, regidor perpetuo de Cádiz. Detrás de la casa se roturaba una extensa huerta con casi seiscientos árboles frutales, y detrás de esta se abría un pinar que los dueños cuidaban con esmero. Durante buena parte del XVIII la familia Infante alquiló la huerta a distintos arrendatarios y a cada uno les dejaba muy clarito cómo debían cuidar la huerta, los frutales y los pinos... y, por supuesto, les hacía responsables de la pérdida de cada árbol. Hoy día el frescor que tuvo ese paisaje ha cambiado drásticamente.

La casería de Infante llegó a disponer de diez almacenes, varios de los cuales fueron Provisión de Víveres de la Armada durante buena parte del XVIII. Pero lo que ha marcado la historia de este lugar ha sido su uso como lazareto. Efectivamente, desde 1728 el cabildo gaditano, amparado en la política de sanidad pública impulsada por los borbones, alquiló intermitentemente la casería de Infante para prevenir la propagación epidémica de fiebre amarilla. La organización del lazareto, la metodología y funcionamiento, y los arbitrios necesarios para sufragar los gastos emanaban de un reglamento tan exhaustivo que merece un tratamiento aparte. En este lugar, desde entonces llamado Lazareto de Infante, se habilitó un pequeño muelle, útil en pleamar, para desembarcar personas y mercancías.

La instalación en la bahía gaditana de la Casa de Contratación, del Departamento Marítimo y, más tarde, del Arsenal de la Carraca, hizo que el Real Hospital de Cirugía de Cádiz, que atendía al personal vinculado a la Real Marina, se quedara pequeño. Esto propició, ya en 1736, que las autoridades intentaran reconvertir el Lazareto en el hospital que la Marina necesitaba. El asunto cristalizó en 1777, cuando en la vieja casería de Infante comenzó a funcionar un hospital, capaz de atender trescientas camas, que se llamó Hospital Provisional y Real de Infante. Este establecimiento cedió sus funciones sanitarias al Hospital de San Carlos en 1809. Pero las epidemias de fiebre amarilla que brotaron en el XIX, obligaron a que el Lazareto retomara sus tradicionales tareas de prevención. De esta casería, que tanto contribuyó a la salud de la bahía, apenas queda visible un trozo de muro que lame la pleamar.

PUNTA CANTERA

A principios del siglo XVIII la Marina de Guerra española está prácticamente aniquilada. Sin Armada es imposible mantener las comunicaciones con América y, en consecuencia, nuestro inmenso imperio colonial permanece indefenso. Por eso las administraciones borbónicas, a pesar de las enormes dificultades, impulsan la construcción naval de tal manera que al final del siglo llegamos a ser la segunda potencia naval del planeta, sólo superados por el genio inglés. Y para crear una Armada de tales dimensiones fue preciso construirla en nuevos arsenales y apoyarla desde tierra con centros de suministro. En lo que toca a la Isla de León esto se concreta inicialmente desde la Casa Blanca, casería de Infante y Real Carenero; más tarde se incorpora el arsenal de la Carraca para aglutinar casi toda la actividad naval. Pero hay un aspecto que no puede asumir y que en Punta Cantera, por su situación estratégica, encuentra perfecto acomodo: los primeros almacenes para la pólvora de Su Majestad, que suministraron tal género a las Armadas borbónicas.

Y así, mientras la Casa Blanca y el Lazareto desarrollan sus actividades comerciales, Felipe V dona Punta Cantera a la Real Marina. Es el año 1729, y días después se inician los trámites para construir los tres primeros polvorines de la Armada, que son el origen de los que han llegado hasta el siglo XXI. Dos de estos aún se conservan en perfecto estado y son visibles desde Bahía Sur. Convendría tener en cuenta que, exceptuando el Castillo de San Romualdo y Torre Alta, no existen en la Isla edificios más antiguos.

Sin embargo, no es lo único que Fadricas atesora para disfrute de todos los isleños. En el último tercio del XVIII se construyó un precioso muelle para embarcar y desembarcar la pólvora negra en los bajeles de Su Majestad: el Espigón de Punta Cantera. También, por los mismos años, se fortificaron las laderas con unas murallas defensivas que se mantienen intactas. Con esta configuración llegó el año 1808, y justo en el extremo de la Punta, la más adelantada en la bahía, se instaló una batería de morteros cónicos que bombardeó a la escuadra de Rosilly, y que las andanadas francesas destruyeron. Y allí mismo se construyó en 1810 una fortificación artillada que se llamó Reducto Inglés nº 22. Los 200 soldados ingleses y portugueses que se alojaron en uno de los polvorines originales (el que hoy no existe), serían la fuerza de choque que se opondría a los franceses si atacaban la costa oeste. Y no sólo eso, el Espigón de Punta Cantera (y el Embarcadero de Fadricas) se convirtió en un apostadero de lanchas sutiles artilladas que disuadieron cualquier intento de invasión francesa por este lado. Más tarde, esta misma batería contribuyó decisivamente con sus andanadas a que triunfara la causa liberal en 1820. Y años más tarde, durante la Revolución Gloriosa de 1868, la guarnición de los Polvorines de Fadricas, formada por ocho infantes de marina y el subteniente que los mandaba, fue de las primeras que se sumaron para propagar el grito de libertad que finalizó con la proclamación de la Constitución de 1869. Desde entonces la Marina de Guerra, cada día más compleja, necesitó ampliar sus instalaciones. Pero al mismo tiempo la ciudad crecía a su alrededor, hasta que la presión urbana hizo insostenible la presencia de polvorines en mitad de la bahía. Finalmente, el siglo XXI amaneció con los viejos Almacenes para la Pólvora de Su Majestad vacíos de municiones y también vacíos de historia.

Puede que más temprano que tarde recuperemos los terrenos que formaron parte de los Polvorines de Fadricas. Pero de poco vale una tierra sin historia... aunque sea una pequeña historia.

Embarcadero deFadricas
Embarcadero de Fadricas. Desde el último cuarto del siglo XVII
fue uno de los puntos de atraque para abastecer a las flotas
comerciales y armadas de guerra. Punto de salida para la exportación
de telas que se decoraban en la casa Blanca, y apostadero de la flota
de sutiles durante el asedio francés de 1810/12. La Armada
lo reconstruyó en los años sesenta del siglo XX para municionar a la flota