domingo, 19 de septiembre de 2004

El Reloj de Sol oriental: cálculo, trazado y diseño

Publicado en Diario de Cádiz, los días 12 y 19 Sept/2004

EPPURE SI MUOVE.

En 1632, Galileo Galilei defendió en su obra “Diálogo sobre los dos Máximos Sistemas, ptoloméico y coperniquiano” que la Tierra gira en torno al Sol. Para desgracia del pobre anciano, la Santa Inquisición lo procesó y encarceló porque, en esos momentos, la iglesia entendía que la Tierra estaba quieta, y que era el sol el que giraba. Defender cualquier otra hipótesis significaba ir en contra de la doctrina antropocéntrica que la iglesia percibía en el mensaje divino... (aunque Jesús de Nazaret no se entretuviera en esas cuestiones).

En consecuencia, para evitar mayores problemas, Galileo se vio obligado a desdecirse de sus teorías y declarar públicamente que el Sol giraba y que la Tierra estaba quieta... la leyenda cuenta que seguidamente, para no ser oído por los sabios inquisidores, susurró: “¡EPPURE SI MUOVE!” (¡y sin embargo se mueve!), frase demoledora que viene a demostrar la tozudez de los hechos frente a la sinrazón. A pesar todo, con permiso del sabio y sin que esto signifique dar la razón a la Inquisición, para explicar el RELOJ DE SOL ORIENTAL del Castillo de San Romualdo (en adelante CSR) consideraremos que el Sol “gira aparentemente” en el cielo de la Tierra describiendo trayectorias circulares.

EL MOVIMIENTO APARENTE DEL SOL.

Para poder entender la evolución de las sombras en un reloj de sol, vamos a refrescar algunos conceptos. Un observador apostado en el Torreón de los Relojes del viejo ribat, comprobaría que en el equinoccio de Marzo, es decir, cuando comienza la primavera, el Sol sale exactamente por el punto cardinal Este (punto A del dibujo 1), y se pone exactamente por el Oeste. Y comprobaría que el día es igual a la noche. Dicho de otro modo, que hay 12 horas de luz y 12 de oscuridad. Por tanto, ese día el Sol recorre en el cielo diurno una semicircunferencia (180º) desde el alba hasta el ocaso.¡Pero esto ocurre solamente ese día!

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Si el observador es constante y paciente comprobaría que el punto de salida del Sol por el horizonte se va desplazando diariamente hacia el Norte, hasta que en San Juan alcanza su máxima separación del Este (punto Av). Ese día las horas de luz superan a las horas de oscuridad; es el más largo del año porque el sol describe un arco de circunferencia, entre alba y ocaso, mucho mayor que 180º, es decir, está más de 12 horas por encima del horizonte. Si la paciencia de nuestro observador se lo permite, vería como el punto de salida del Sol por el horizonte vuelve a moverse en sentido contrario, pasa de nuevo por el punto A (equinoccio de Otoño), y se desplaza, ahora hacia el Sur, hasta el día del Solsticio de Invierno (punto Ai del dibujo 1). Ese día es el más corto del año porque el Sol describe un arco de circunferencia mucho menor de 180º. El dibujo 1 representa este comportamiento anual del Sol.

EL SOL DE MEDIO DÍA.

Veamos ahora otro asunto. Nuestro observador, apostado en el Torreón de los Relojes del ribat isleño, habrá notado que cuando el Sol alcanza su máxima altura diaria, es decir, a medio día, siempre apunta exactamente al Sur (esto es así porque el CSR está en el hemisferio norte) y, además, comprobará que esa altura -que se llama “altura meridiana del Sol”- va oscilando a lo largo del año. Por ejemplo, en San Juan (punto Bv, Solsticio de verano) el Sol está muy alto, y sus rayos forman con la superficie del suelo un ángulo de 77º aproximadamente. Por el contrario, el día que comienza el invierno (punto Bi) los rayos del medio día llegan muy tendidos, sólo unos 30º. Y por último, el día de los equinoccios el ángulo de incidencia del Sol coincide con la colatitud del castillo, es decir, 90 menos la latitud, unos 53’5º. Dicho de otro modo, la altura meridiana del Sol parece oscilar 23’5º por encima y por abajo del Sol equinoccial. Esto lo vemos mejor en el dibujo 2 y confirma el calor de verano, el frío del invierno y la tibieza de primavera y otoño.

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EL ASUNTO DEL GNOMON.

Los antiguos constructores de relojes de sol dividían el periodo de luz en doce horas, ya fuese invierno o verano. En cualquier época del año, el Sol siempre salía a la hora VI; era medio día a la hora XII, y el ocaso ocurría a la hora XVIII. Por tanto, las horas veraniegas eran mucho más largas que las invernales. Este problema quedó solucionado cuando hallaron la manera correcta de colocar el gnomon (el estilete que sirve para dar la sombra horaria). El secreto era situarlo, cualquiera que fuese la orientación de la pared, o la latitud del lugar, paralelo al eje de rotación de la Tierra, es decir, apuntando exactamente hacía la estrella polar. De esa manera, el Sol siempre parece girar en torno al gnomon y las cosas cuadraron finalmente.

Por tanto, en una pared vertical orientada exactamente al Sur, el gnomon se colocará en un plano perpendicular a la pared (plano Norte/Sur). Y ya sólo queda tener en cuenta la latitud del lugar para determinar que el ángulo entre gnomon y pared es igual a la colatitud, es decir, 90 menos la latitud. Dispuesto de esta manera, el gnomon coincide con el Exe del Mundo (que decían los antiguos) ¡Y esta disposi-ción debe ser invariable aunque la pared no esté enfrentada al Sur!

La situación límite se da en paredes orientadas al Este u Oeste. En estos casos, para ser consecuentes, el gnomon debe ser paralelo a la pared y forma con la horizontal del suelo un ángulo igual a la latitud. Este es el caso de los relojes laterales del Castillo de San Romualdo.

LOS CUADRANTES LATERALES DEL TORREÓN DE LOS RELOJES.

Seguimos sin conocer un solo dato documental sobre los tres relojes solares del ribat isleño. Ni siquiera las viejas descripciones del castillo los nombran, aunque sea de pasada. Tampoco los historiadores que han investigado en fuentes primarias aportan noticias que relacionen las actividades del castillo con sus relojes de sol. Sólo nos quedan las viejas fotografías de principios de siglo XX como el testimonio más antiguo para demostrar la existencia de las plataformas que sirvieron de asiento a los cuadrantes solares y, algunas señales de las líneas horarias del reloj central.

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Hoy día en la plataforma orientada a levante apenas se vislumbran algunas marcas (que hemos resaltado digitalmente), pero son suficientes para demostrar un correcto trazado. Hay una línea inclinada que debemos interpretar como la equinoccial y varias perpendiculares que serían las marcas horarias. Veamos a continuación por qué es correcta esta distribución.

TRAZADO HORARIO.

Una vez refrescadas las nociones de los apartados anteriores, vamos a recurrir al clérigo valenciano Pedro Roiz, maestro cuadrantero, que en 1575 escribió un clásico manual para trazar relojes solares. Interpretando las directrices de su castellano antiguo, conociendo la latitud del castillo y utilizando solamente regla, compás y semicírculo graduado, hemos realizado el dibujo 3, que muestra los trazos horarios para el reloj de sol vertical oriental del Torreón de los Relojes del castillo (el occidental sería totalmente simétrico/especular). Este trazado horario nos servirá para diseñar el que tratamos de reproducir.

Así mismo, Pedro Roiz nos indica que el gnomon tiene la forma cuadrangular ABCD del dibujo 3. Los lados CA y DB “...siempre serán el semidiámetro del círculo que se hiciere...”, y se colocan “...a ángulos rectos de la raya de las seis”. Por su lado, la raya AB debe ser ”...paralela y equidistante de la dicha raya de las seis”. Es decir, que sea paralelo a la pared nos asegura que está contenido en un plano perpendicular al horizonte visual del observador (el plano Norte/Sur), y que lo sea al trazo de las VI, asegura que apunta a la estrella polar. Así lo habíamos convenido.

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Estado actual de la plataforma del reloj lateral oriental del Castillo de San Romualdo.
Se han marcado los trazos visibles.

REGE IOANE CAROLUS. ANNO MMIV.

Pero no nos equivoquemos, el reloj de sol marca la hora solar del lugar donde está instalado, que es distinta para cada meridiano. Si queremos hacerla coincidir con la de nuestros relojes habría de sumar una o dos horas, según el momento del año (y para calcular la hora internacional, añadir o restar algunos minutos debido al desplazamiento respecto al meridiano de referencia, incluso habría que aplicar otras correcciones que no vienen a cuento en este foro). Pero no es nuestro objetivo hacer de este reloj un instrumento de precisión, lo que deseamos es recuperar la voluntad de unos hombres que vivieron aquí antes que nosotros. Por eso el diseño que proponemos para el castillo de San Romualdo nos dará exclusivamente la hora solar del lugar y se basa en el desarrollo teórico y práctico que hizo el clérigo Pedro Roiz en 1575.

Utilizaremos un gnomon/estilete perpendicu-lar a la pared por el punto E, donde se cruzan la línea horizontal y la equinoccial del cuadrante que proponemos, es decir, apuntando exactamente al punto cardinal Este. En realidad se mantiene la propuesta de Roiz, es decir, un gnomon AB paralelo a la pared, sólo que ahora la distancia AB se ha transformado en un punto: el extremo del estilete. Consideraremos por tanto que el Sol gira aparentemente en torno a ese punto. El extremo de la sombra que produce es la que marca la hora, y su inclinación nos mostrará, además, la estación del año. Estudiaremos esto apoyándonos en el dibujo 4.

Iniciaremos la observación de la sombra el día que comienza la primavera, es decir en el equinoccio de Marzo. Ese día, y sólo ese día, ya sabemos que el Sol sale exactamente por el Este, por tanto, el primer rayo es perpendicular al gnomon y la sombra se solapa con él. Conforme el Sol se eleva sobre el horizonte, las sombras progresan a lo largo de la línea equinoccial ¡porque ese día el Sol parte del Este y las sombras que provoca coinciden con la colatitud del lugar! (lo comprobamos en el dibujo 2). Por tanto, cuando la sombra progrese a lo largo de la línea roja del cuadrante podremos asegurar que comienza la primavera o el otoño. En cuanto a las horas, sólo hay que esperar a que el extremo de la sombra coincida con los trazos horarios para determinarla. Y tener en cuenta que cuando se alcanza el medio día, es decir, cuando el Sol apunta exactamente al Sur, las sombras son paralelas a la pared donde hemos construido el cuadrante solar. Dicho de otro modo, a partir de las once las sombras del gnomon progresan aceleradamente hasta que a medio día toda la pared entra en penumbra. A partir de ese momento, el control horario lo toma el reloj de la fachada opuesta del castillo, la de poniente, que tiene un comportamiento totalmente especular

Conforme avanza la primavera la salida del sol se desplaza hacia el Norte y, en consecuencia, el primer rayo de sol siempre provocará una sombra horizontal a la izquierda del gnomon. Hasta el solsticio de San Juan las sombras se dibujan y se mueven debajo de la línea equinoccial. Durante el verano las sombras se irán acercando de nuevo a la línea equinoccial. Y entrado el otoño las sombras se desplazan por encima de ella. Y así año tras año.

CSRYa sólo queda añadir que este cuadrante solar se labró en la Isla de León, que fue restituido a su lugar en el año 2004, y que entonces era rey Juan Carlos. Y para finalizar, en homenaje a la razón y a la tolerancia, sólo falta iluminarlo con la contundente frase de Galileo “Eppure Si Muove”. Esperemos que así el viejo ribat recupere parte de su tiempo perdido.


martes, 22 de junio de 2004

El Castillo de San Romualdo: aproximación a su historia y notas sobre los relojes de sol de su torreón central

Este artículo se publicó en Diario de Cádiz, días 8 y 22 de Junio de 2004

En el torreón central del Castillo de San Romualdo (San Fernando, Cádiz), el que se eleva a la izquierda de la actual puerta de entrada, existieron tres relojes de sol. Esa profusión de ciencia, conocimientos y arte, concentrados en un solitario y antiguo ribat, hacen de él, al margen de otras circunstancias, un lugar singular y notable.

Alcanzar a explicar por qué los antiguos moradores del castillo dispusieron tres relojes solares en un mismo torreón, saber quién ordenó su construcción y qué maestro cuadrantero los construyó, son otras de las oscuras cuestiones que se plantean en torno al viejo ribat de la Isla de León.

El reloj central estuvo en la fachada principal, la que mira a la actual plaza Font de Mora. Es un tipo de reloj solar vertical meridional, es decir enfrentado al Sur aunque éste tiene una desviación hacia el Oeste de 11º. A pesar de su antigüedad aún es visible el marco que lo contuvo con algunas grecas, dos números romanos (IIII y V, situados horizontalmente, ¡que en rigor deberían ser XVI y XVII!) y algunos trazos horarios radiales que deben confluir en el punto donde se colocó el gnomon o estilete. Este reloj solar marcaba casi todas las horas diurnas, y sólo las primeras horas de las mañanas estivales escapaban a su medida.

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Recreación de un sencillo reloj solar vertical meridional, en el Torreón Central del Castillo de San Romualdo.La fachada frontal está orientada al sur con una declinación oeste de 11º. La latitud del lugar es 36º 28’ 04.47" N. Longitud 06º 11' 30.67" W. Cálculo,  trazado y Diseño del autor.
Los otros dos relojes de sol son complementarios entre sí y se situaron en las fachadas laterales del mismo torreón, sobre dos resaltes achaflanados que los desconocidos constructores orientaron escrupulosamente hacia el Este y hacia el Oeste. El primero (lateral oriental) marcaba las horas de la mañana, desde el amanecer, a las VI, hasta la hora quinta (las XI); el segundo (lateral occidental) las de la tarde, desde las XIII hasta el ocaso, a las XVIII. En ambos casos, la hora XII del mediodía quedaba indeterminada porque en ese momento, con el sol en su altura meridiana, las sombras son paralelas a los resaltes oriental y occidental. Son dos situaciones extremas y complementarias de disponer relojes de sol verticales.
En la esquina inferior izquierda del resalte oriental, aún se puede intuir un clásico adorno que se repite en diversos tratados de Gnomónica. También se aprecian algunos trazos horarios, que en este caso no son radiales, sino paralelos entre sí, como se disponen en relojes laterales cuando el gnomon es paralelo a la pared y, al mismo tiempo, paralelos al eje de rotación de la Tierra.

Actualmente no se conoce ninguna referencia documental, directa o indirecta, que describa los relojes solares del Castillo de San Romualdo. Pero los hechos son tozudos: existieron tres. Y la condición sine qua non para su trazado es una pared vertical, precisamente la que hoy contemplamos... pero, ¿desde cuando existe esa pared necesaria?

CSRPARIES NECESARIUS

No hay unanimidad a la hora de fechar la construcción del castillo de San Romualdo. Para Agustín de Horozco ya existía en tiempos de Alfonso X. Gerónimo de la Concepción (1690: 320), lo atribuye al rey castellano: “...para seguridad de la Puente edificó allí un castillo el Señor Rey D. Alfonso...” Sin embargo los estudiosos del castillo, y las investigaciones en curso, apuntan claramente a que es una construcción anterior, tal vez un ribat almohade del siglo XII. Incluso podría tener su origen, como explica Fierro Cubiella (1991:43), en una de las construcciones defensivas levanta-
das por el emirato de Córdoba en el siglo IX para evitar ataques normandos.

Lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XIII, una vez reconquistada la comarca gaditana, Alfonso X procedió a colonizar y reconstruir la villa de Cádiz. Para su política era de suma importancia mantener en su poder el puerto gaditano como punta de lanza para el dominio total del estrecho de Gibraltar. Esta ocupación obstaculizaría el tránsito de tropas entre el Norte de África y el reino nazarí de Granada y facilitaría el tráfico comercial entre el Mediterráneo y el Atlántico. Así pues, la lucha entre castellanos, granadinos y norteafricanos por el dominio de esta zona, estuvo servida por unas décadas. Y para la defensa terrestre de Cádiz interesó reconstruir lo que muy pronto se llamaría el logar de la puente. En palabras de Agustín de Horozco, la reconstrucción que comenzó en Cádiz por orden del rey castellano “se hizo asimismo de un mediano lugar cerca del castillo y puente de Suazo, según consta de él por muchas escrituras públicas allí otorgadas que yo vi entre otras del archivo de esta ciudad...” (HOROZCO, 1598-2001:150) Poco después, durante el saqueo angloholandés de 1596, esos documentos se perdieron.

Al mismo tiempo, el rey Alfonso, consiguió que el Papa Urbano IV elevara la iglesia gaditana de la Santa Cruz a la categoría de Catedral y hacerla sede del obispado. Así comienza una cristianización que borrará el carácter musulmán que había tenido hasta entonces la comarca gaditana. En esta nueva frontera, como en todas partes, los lugares sagrados islámicos se transformaron en iglesias y, en el caso del logar de la puente, asumiendo que ya existiera una edificación antecesora del Castillo de San Romualdo, se construyó en su interior una iglesia dedicada a Santa María, advocación a la que el rey sabio era ferviente devoto.

Esta disposición a cristianizar los lugares reconquistados no debe entenderse como un intento de negar la cultura islámica, ni como un síntoma de la intolerancia religiosa que promovieron más tarde los Reyes Católicos. Al contrario, el reinado del rey sabio (1221-1284) se caracterizó, además de por haber realizado las importantes recopilaciones jurídicas e históricas, por una aceptable convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes, las tres culturas peninsulares. De hecho se preciaba don Alfonso de ser “rey de tres religiones”. Este aire de tolerancia propició un cierto mestizaje de costumbres y técnicas, de ahí que no resulte inaudito pensar, como ocurrió en otros muchos lugares, que alarifes musulmanes construyeran totalmente, o bien reconstruyeran un viejo edificio preexistente, en la forma y estética de un ribat cristiano, hipótesis que defendiera Torres Balbás hace medio siglo, y que en esa reconstrucción o construcción se incluyera la primitiva iglesia de Santa María, de cuya existencia existen numerosas muestras documentales y bibliográficas: “...la Iglesia Parroquial de aquella Población, que siempre ha estado dentro del Castillo, se intitulaba S. María, hoy (1690) tiene advocación de S. Pedro...” (GERÓNIMO DE LA CONCEPCIÓN, 1690:230)

Sin duda, levantar una capilla o una iglesia era la mejor forma de cristianizar una mezquita, una zawiya o un ribat, tres lugares de carácter religioso islámico. Estos últimos eran recintos fortificados que se levantaban en costas y en las fronteras con los reinos cristianos. Tenían doble carácter e intención, militar y religioso; mitad castillo y mitad convento islámico. En ellos se recluían temporalmente fieles musulmanes que preparaban el precepto de la djihad, es decir, la Guerra Santa Islámica. Según opinan diversos autores, no se puede descartar la influencia que ejerció el ribat islámico, y el concepto de djihad, en la formación de las Ordenes Militares (monjes guerreros) y en la idea cristiana de Cruzada, entendida como una guerra justa y justificada contra el infiel. Las similitudes son inmediatas.

Sin dudas, si el ribat existió como tal en el logar de la puente, se cristianizó. La primera referencia documental a esta iglesia-capilla, se encuentra en una carta del Concejo de la Puente de Cádiz, fechada el 17 de mayo de 1338, por la que se confirma la entrega de la Alquería de Rayhana a Gonzalo Díaz de Sevilla, criado del rey Alfonso XI. En ella se dice textualmente que los miembros del concejo fueron “...ayuntados á campana llamados en la capilla de Santa Maria, que es dentro en el dicho castillo...” (en FRANCO SILVA, 1995:76) Palabras que demuestran la existencia en el S.XIV de un concejo y una dispersa población en torno a un ribat/castillo coronado por el campanario de una iglesia cristiana.

Al poder unificador que sin duda poseía la campana como referente religioso habría que sumar la presencia física del poder señorial y temporal en el castillo “...en el cual ponía Cádiz alcaide, por ser jurisdicción suya, adjudicada por el mismo Rey con la Población de la Isla de León, y llamábase en aquel tiempo, el Concejo del Castillo de la Puente...” (GERÓNIMO DE LA CONCEPCIÓN 1690:320)

Como es común en toda la Edad Media, el castillo, la iglesia y el monasterio se convierten en el elemento aglutinante de la población que se genera lentamente en su entorno. Para los antiguos y escasos moradores de la Alquería de Rayhana, en el Concejo del Logar de la Puente, (moriscos que aceptaran el vasallaje del rey cristiano, escasos colonos castellanos traídos en intentos repobladores, etc.), sus murallas son la referencia del poder político y el hito defensivo en caso de ataque enemigo. Es decir, el lugar donde buscar amparo y refugio, lugar donde se genera el tímido comercio local y donde recurrir al auxilio espiritual. El castillo se convierte poco a poco en el centro civilizador de un entorno rural de escasa y dispersa población. Por tanto, no debemos errar demasiado si pensamos que hasta la construcción de la Iglesia Mayor (1757-1769) el centro neurálgico de los pobladores de la Isla de León, casi todos ellos concentrados en el Logar de la Puente, fuera la plaza del Castillo, la que se enfrenta al camino que comunicaba Cádiz y tierra firme. Y el torreón central de esa fachada, usado como campanario de la iglesia hasta bien entrado el siglo XX, el lugar idóneo para colocar un reloj de sol que marque los hitos temporales diarios y anuales.

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A la izquierda de la bella modelo, la plataforma orientada exactamente al oeste. Sobre este resalte construyeron los antiguos moradores del Castillo el reloj de sol Vertical Occidental, complementario del Oriental. Este que vemos señalaba las horas de la tarde, desde las 13 horas hasta el ocaso.
Sin embargo, en 1408, cuando Juan II entrega el Concejo del Logar de la Puente a Juan Sánchez de Suazo, el castillo, referente físico del poder político del concejo, estaba destruido y los pobladores ahuyentados. Los portugueses, aliados de Pedro I “el cruel” contra su hermanastro Enrique II, habían desolado las costas gaditanas en 1369. Ellos, los chamorros , fueron los que derribaron las almenas del castillo y lo arruinaron por completo. De ahí que Sánchez de Suazo, en el año 1411, se comprometiera a reconstruir el castillo y el puente (FRANCO SILVA, 1995:15). Desde entonces, y durante los siglos XV y XVI, ambos se denominaron Castillo y la Puente de Suazo. Los estudiosos consideran que esta reconstrucción de principios del siglo XV debió respetar la planta que tenía la edificación anteriormente, y dejó una distribución rectangular con ocho torres, muy parecida a la que contemplamos hoy día. Esta reparación, llevada a cabo por los dos primeros Suazos, concluyó con un castillo capaz de almacenar artillería y otros útiles para la defensa del logar de la puente. A principios del siglo XVI, cuando toda la Isla ya era posesión de la Casa de Arcos, el alcaide del castillo, Pedro Fernández Cabrón, siguiendo órdenes de la duquesa, almacenó en él tres serpentinas, tres molinetes, cuatro
ballestas, cuatro espingardas, una docena de lanzas de pie, pólvora y otras municiones para esa artillería (en FRANCO SILVA, 1995:90) Más tarde, en 1577, Luis Bravo de Lagunas, comisionado por Felipe II para inspeccionar las fortificaciones del sur peninsular, indica que el castillo tiene ocho torres y dispone su alcaide de cinco piezas de artillería, seis arcabuces, cuatro barriles de pólvora y algunas picas (en BOUZA, 1996-I:VI)

Y así debió permanecer hasta el ataque y saqueo angloholandés de 1596. La ofensa que la artillería atacante hizo en el castillo, durante los trece días que duró el asedio, debió destruirlo parcialmente. Y dos años más tarde, a pesar de las órdenes de Felipe II seguía arruinado: “...el rey lo ha mandado, que se repare el castillo de lo que le dejó arruinado el inglés, y que se le ponga artillería con pertrechos de otras armas y munición, no se hace, ni tiene más que el alcaide con su teniente, y cual o cual trabajador de los de la isla por soldado o por guarda...” (HOROZCO, 1598-2001:79)

De todo lo anterior concluimos que la paries necesarius para soportar los relojes de sol, es decir, el torreón central que hoy contemplamos, puede datar del tiempo de los primeros Suazos, a principios del siglo XV; torreón que también se utilizaba como campanario de la iglesia que acoge (Santa María) y que fue la mejor referencia visual para la escasa población del entorno y de los viajeros que atravesaban la puente. Los trabajos que se realizan actualmente podrán enseñarnos hasta qué punto el ataque de 1596 destruyó la pared necesaria y con ella, si es que ya existían, los relojes... pero ¿por qué tres relojes solares en un mismo torreón?
CSRTEMPUS DEI

La Edad Media fue un tiempo gobernado por la religión. A finales del siglo V, una vez caído el imperio romano de occidente, la única estructura de poder que permaneció intacta fue la iglesia. Ya entonces algunos cristianos, por iniciativa propia, y al margen de las directrices episcopales, habían comenzado a practicar una vida eremita, en soledad, basada en ideales ascéticos. Esta práctica se extendió rápidamente hasta que en el siglo V, en el concilio de Calcedonia, los obispos tomaron
bajo su autoridad los monasterios que se habían organizado dentro de sus diócesis. Todo quedó entonces bajo el férreo control episcopal, que utilizó a su vez la expansión del monacato para evangelizar la Europa bárbara.

La orden benedictina, fundada por Benito de Nursia hacia 529, fue el referente de todo el desarrollo posterior del monaquismo. Diseñó una disciplinada vida monacal firmemente marcada por las horas canónicas del día: los tiempos de Dios. Nada dejó al azar, estructuró cualquier aspecto vital de manera que el monje simplemente debía obedecer y cumplir con rigor las reglas de su Orden. Era obligado escuchar, meditar y leer, pero difícilmente se podía interpretar lo aprendido. No era preciso pensar. Cada impulso humano era reprimido, excepto aquel que servía directamente a la comunidad. Es un ejemplo más de los muchos intentos de uniformar personalidades, anular el sentido crítico y destruir voluntades. Intentos que hoy día seguimos viendo en las modernas técnicas de ventas, en todas las captaciones sectarias e incluso en el afán idiotizador de las televisiones.

Con la regla benedictina, por primera vez el trabajo se consideró una actividad digna y honorable. Los monasterios se convirtieron en eficientes granjas, en centros de evangelización y en los únicos refugios para los restos de la cultura clásica. En tiempo de Cuaresma los monjes recibían de la biblioteca un libro “que deberán leer ordenada e íntegramente” (capítulo XLVIII-15 de la Regla de San Benito). Gracias a eso la Iglesia de Roma atesoró para sí y filtró los escasos conocimientos que sobrevivieron a la caída del Imperio Romano. Y, además, como depositaria y única interprete del mensaje divino, impregnó la política terrenal, estuvo omnipresente en cualquier aspecto de la vida y manipuló todos los comportamientos. Es decir, ejerció un inmenso y asfixiante poder. Tanto es así que las costumbres eclesiásticas llegaron a imponer sus propias referencias temporales al resto de la población. Esto dio al traste con la clásica forma de dividir el año en función de las estaciones, ciclos agrícolas y demás ritos culturales. En su lugar, el año se dividió en cuatro periodos: de Pascuas a Pentecostés, de Pentecostés a septiembre, de este a Cuaresma, y de aquí hasta Pascuas.

El día tenía 24 horas (los egipcios ya lo habían establecido así). Amanecía a las VI, primera hora que marcaban los relojes de sol; se alcanzaba el mediodía a las XII y el ocaso ocurría a las XVIII. En la Alta Edad Media se dividió el día en cuatro cuadrantes de seis horas cada uno, y el paso de un cuadrante a otro se anunciaba con tañidos de campanas colocadas en las iglesias. Pero fue la vida monacal la que marcó una organización diaria del tiempo. Desde los conventos, monasterios e iglesias se fue imponiendo al resto de la población un día dividido en oficios, es decir, dividido por las campanadas que marcaban los momentos para orar a Dios: “spatia ad Deum tradendum”:

Maitines: Media noche
Laudes: Las tres de la madrugada.
Hora Prima: Las VI. El amanecer, orto solar.
Hora Tercia: Las IX. Tiempo medio entre Prima y meridies.
Hora Sexta o Meridies: Las XII. Mediodía.
Hora Nona: Las XV.
Hora Vesperalis, Vísperas: Las XVIII. El ocaso.
Hora completorium, Completas: Cuando cae la noche.

Esas campanadas, que en principio indicaban los momentos para rezar en los monasterios, con el tiempo fueron referencias para los pobladores del entorno y señalaron el comienzo y fin de la jornada, las horas de las comidas y los momentos de descanso, es decir, el discurrir de lo cotidiano. El ritmo vital se fue ajustando a los momentos monacales que dictaban los relojes de sol, único método fiable para hacerlo (las clepsidras y velas de tiempo eran poco precisos). Por tanto, se hizo necesario recuperar los conocimientos que permitieran construirlos correctamente. Técnica y ciencia que habían desarrollado admirablemente los antiguos griegos y que el espíritu práctico de los romanos concretó y difundió ampliamente a lo largo de sus posesiones. Posteriormente, con la caída del imperio y las invasiones bárbaras, se olvidó en occidente.

Fueron precisamente los monjes benedictinos, a partir del siglo VII, los más interesados en recuperar ese antiguo conocimiento y conseguir una exhaustiva medida del tiempo. De lo anterior concluimos que las paredes de los monasterios, conventos e iglesias fueran las primeras en poblarse de relojes de sol que marcaran fielmente los momentos para los rezos a Dios. Y el Castillo de San Romualdo, como edificio representativo del poder político y espiritual de la Isla de León, también se utilizó para estos menesteres.

De hecho, algunos estudiosos de este castillo (BOUZA, 1996-I:XII) defienden la hipótesis de su uso y ocupación por la Orden Religiosa de Santa María de España, creada por el rey Alfonso X en el año 1272. Entre otros objetivos, el rey encargó a esta Orden la defensa marítima frente a los musulmanes del norte de África, y la supervisón de la colonización comarcal de la bahía de Cádiz. Políticas que se organizaron desde Santa María del Puerto, Alcalá de los Gazules, Medina Sidonia y Algeciras. La situación geográfica del ribat isleño no sería extraña a estos cuatro centros. En este hipotético caso, el castillo vendría a continuar sus tradicionales funciones de ribat islámico, sólo que ahora ocupado por monjes-guerreros cristianos para los que fue tarea importante medir el tiempo que debían dedicar a su Dios.

GNOMÓNICA CASTELLI. (La Gnomónica del castillo)

Desde que el hombre tuvo conciencia del tiempo, y de su relación con la muerte, lo estudió. Y muy pronto comprendió que la periodicidad de los movimientos solares y lunares era una buena forma para medirlo. Tal vez no lo supieron entonces, pero la medida del tiempo fue el primer paso del hombre hacia la ciencia empírica, es decir, el primer paso para escapar de la superstición. Hace tres mil quinientos años, en tiempos de Tutmosis III, los egipcios ya usaron la sombra de obeliscos para marcar el inicio de las estaciones agrícolas y también construyeron relojes solares. Pero fueron los griegos los que, observando las sombras de un gnomon (bastón en griego) sobre el suelo, desarrollaron una ciencia, la Gnomónica, que llegó a ser capaz de calcular la circunferencia de la Tierra (Eratóstenes, 259 a.n.e)

El carácter práctico de los romanos difundió las técnicas para la fabricación de relojes de sol por todo el imperio, pero la edad oscura que sobrevino con su caída hizo que se olvidara la ciencia para su fabricación. Como ya se ha indicado, a partir del siglo VII los monjes benedictinos contribuyeron a recuperar el conocimiento y a difundirlo por toda la Edad Media y Moderna. Sin embargo, entre los siglos VIII al XIV, fue el mundo islámico, libre de las cortapisas dogmáticas del occidente cristiano, el que desarrolló profundamente las matemáticas y la astronomía. Y, paralelamente, también impulsados por el deseo de marcar correctamente sus rezos periódicos a Alá, nos aportaron una estimable Gnomónica. La máxima difusión de los relojes de sol ocurrió en occidente en los siglos XV y XVI.

No es infrecuente encontrar varios relojes solares en una misma edificación. Pero eso suele ocurrir cuando las orientaciones son tales que los cuadrantes se complementan entre sí para medir todas las horas diurnas. Sin embargo, en el viejo ribat, la existencia de tres relojes en un mismo torreón es una redundancia que nos habla de un lugar notable. El trabajo de orientar a Este y Oeste los resaltes fue un ejercicio técnico muy preciso y, posteriormente, el trazado de los tres relojes solares fue una tarea que escasas personas eran capaces de calcular y realizar, generalmente clérigos que aprendían Gnomónica en conventos, y que, en su inmensa mayoría, han permanecido en el anonimato. Más tarde, en el XVIII, siglo de la razón, el conocimiento desbordó los conventos y aparecieron los maestros cuadranteros, capaces de calcular las señales horarias para cualquier orientación y latitud.

Poco más podemos añadir. Lo que el desconocido clérigo (tal vez maestro cuadrantero) nos ha dejado en el ribat isleño es una extraña singularidad que, me atrevo a asegurar, desconocen los estudiosos de la Gnomónica y que los rastreadores de viejos cuadrantes solares aún no han encontrado. Hoy día cada reloj solar que ha logrado sobrevivir a los tiempos es una auténtica rareza cultural e histórica que ilumina las fachadas de iglesias, castillos y monasterios. Los tres relojes del Castillo de San Romualdo son un privilegio que nos obliga a recuperarlos y conservarlos para otras generaciones. Estas joyas del pasado isleño pueden y deben reconstruirse al mismo tiempo que todo el Castillo... fue la voluntad de unos hombres que vivieron en esta Isla antes que nosotros.

LIBRI / Los libros

Alcaraz Mira, Enrique. “RELOJES DE SOL PARA CASAS DE CAMPO y JARDINES”. Ministerio de Agricultura. Madrid, 1953.
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Boorstin, Daniel J. Capítulo II “Del tiempo del Sol al tiempo de Reloj” de “LOS DESCUBRIDORES”. Ed. Crítica.
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domingo, 2 de mayo de 2004

Las penurias del asedio francés

Este artículo se publicó en Diario de Cádiz, 2 de Mayo de 2004

El 4 de Febrero de 1810, con los franceses pisándoles los talones, los restos del ejército de Extremadura, al mando del Duque de Albuquerque, se refugian en la Isla de León. También lo hacen las Cortes del Reino y la Regencia. En ese momento las defensas del Puente Zuazo son inexistentes... pero el guarda que lo cuidaba, un inválido un tanto ingenuo el hombre, tranquilizó al duque diciéndole: “Sosiéguese V.E.: que nadie ha de pasar sin pasaporte”.

Tres días más tarde las tropas de Napoleón, al mando del general Soult, ponen sitio a las islas gaditanas, último trozo independiente del estado. El resto de España está ocupada por los franceses y se generaliza una anárquica rapiña y destrucción de nuestros tesoros artísticos. Y mientras en el resto del país los españoles inventaban la guerrilla, los vecinos de la Isla de León soportaron innumerables sacrificios en el asedio de 1810 a 1812. Era una ciudad volcada en la defensa del último bastión nacional y lo demostró, entre otras maneras, ofreciendo sus casas particulares para alojar a las tropas. Y no sólo las casas, también las llamadas Casa-Puertas y las azoteas se utilizaron para cobijar a españoles, ingleses y portugueses. Y ese hacinamiento, entre otros inconvenientes, predisponía la aparición de las temidas epidemias de fiebre amarilla.

Napoleón era el señor absoluto de toda Europa. Sin embargo, la escasa escuadra española, al mando del Teniente General Ignacio de Álava, y la inglesa, al mando del contralmirante Purvis, hicieron posible el abastecimiento de víveres, que nunca faltó entre la población sitiada. Aún así, en los primeros momentos del asedio hubo una preocupante escasez de leña. Y no fue un asunto menor porque de ello dependía la fabricación de estacas con las que estabilizar el fango de las defensas que se construían en todo el contorno del río de Sancti Petri y, sobre todo, era imprescindible para hornear el pan que debía consumir una población engrosada bruscamente con tropas y con los representantes de las cortes que pronto iniciarían las sesiones para redactar la primera constitución liberal española (por cierto, lo hicieron en un teatro de comedias que estos días, convertido en el Real Teatro de las Cortes de San Fernando, cumple 200 años de historia). Era tal el número de bocas que alimentar que la provisión de víveres del Ejército y la Marina no podían atender la demanda diaria de pan. Por esta razón, el Director General de Provisiones envió un oficio a la Junta de Defensa solicitando que “...se proporcione la Casa-Horno desocupada, y la artesa, del panadero Conejero, mediante a no ser bastante los hornos de la provisión para el crecido número de pan que se ha aumentado con motivo de la venida del ejército...” Ante tal petición la Junta acordó, en la sesión del 10 de febrero de 1810, comisionar “al señor don Francisco Zimbrelo para que facilite la citada casa y artesa...” Pero se dio un paso más en el intento de solucionar el problema del abastecimiento y se acordó publicar un edicto “exhortando a las mujeres del pueblo a que se dediquen a amasar y cocer pan para que por ese medio se aumente el abasto de dicha especie”. Fue lo que el pueblo de San Fernando llamó el pan del soldado.

Placa Teatro Las Cortes

...por si cabe duda, el ayuntamiento era el de San Fernando, la antigua Isla de León, en la provincia española de Cádiz. Y para eso fue preciso disponer de leña suficiente, el combustible fundamental para la cocción. Desde el primer momento se tuvo conocimiento del problema y en la sesión de la Junta de Defensa del 2 de febrero de 1810 ya se había acordado “que se corten todos los pinos que se puedan embarcar en el mismo día, empezando por los más cercanos, a cuyo efecto se pida auxilio de hombres al ejército”. Este acopio procedía del pinar de la Barca y del Cotillo, en Chiclana, al otro lado del caño de Sancti Petri, y tuvo, al mismo tiempo la intencionalidad defensiva de retrasar la primera línea parapetada del enemigo. Pero pronto se agotó y el bloqueo francés obligó a recurrir al escaso arbolado de huertas, calles y jardines que aún quedaba en la Isla. Para ello se publicó un bando con la “prohibición de toda corta de árboles del pueblo por la necesidad que hay de ellos para leña, respecto la escasez que se experimenta...” Algunos vecinos, como el señor Francisco Rapallo, donaron los olivos de su huerta y jardín para hacer leña de ellos.

Pero el problema era tan inmediato que la Junta de Defensa ordenó cortar “todos los retamares de este pueblo y se almacenen por cuenta de esta Junta para, en el caso de faltar leña, puedan usarse aquellas en el vecindario y con especialidad los panaderos para el cocimiento del pan; a cuyo fin se confiere comisión al señor don Francisco del Corral”. Y aún se llegó más lejos. En la misma sesión del 17 de febrero de 1810 se insistió en buscar soluciones y se propuso utilizar el estiércol seco de las caballerizas como combustible. Y aprobaron que “para que no falten los auxilios necesarios al cocimiento del pan... se considera podía ser muy útil el acopio de estiércol de las caballerizas, respecto que después de seco, podía usarse en clase de leña en los hornos, con lo cual se encarga que la sesión de hacienda dicte las disposiciones conducentes al intento”.

Y, además de leña, fue preciso acopiar maderas y estacas para construir o reparar las baterías que rodeaban la Isla de León. Revisadas estas, los responsables militares solicitaron a las autoridades materiales para fijar las baterías de Sancti Petri y Gallineras. En consecuencia, la Junta de Defensa acordó el 5 de febrero de 1810 que “se corten los pinares del Coto de la Barca, término de Chiclana, cometiéndose esta operación a los maestros carpinteros de rivera Diego Sánchez y Juan Noé, y para que se faciliten los auxilios necesarios que necesiten al intento se pase el competente oficio al señor General de División de aquel punto”. Con una premura y buena disposición dignas de resaltar, ambos carpinteros inspeccionaron el pinar del Coto de la Barca inmediatamente y al día siguiente informaron a la Junta de Defensa que habían “pasado al término de Chiclana y reconocido el Pinar que nombran de la Barca, no habían encontrado en él pino alguno a propósito para las estacas que se les encargaron...”. Por tanto hubo que buscar alternativas y a continuación acordaron utilizar las maderas y vigas de las casas ruinosas de San Fernando “...siendo como son indispensables las citadas estacas, cuyo objeto exige toda prontitud, se confiere la oportuna comisión al señor don Francisco Corral para que recoja las maderas de todas las casas ruinosas que haya en el pueblo, las que invierta en los fines enunciados”.

También se había pedido auxilio a la ciudad de Cádiz para el acopio de las necesarias estacas y, en vista de la evasiva respuesta se acordó pedirla directamente al duque de Alburquerque: “Se dio cuenta de las últimas contestaciones de la Junta de Cádiz, relativas al apronto de estacas para las baterías de esta villa, y, fue acordado sobre este y los demás puntos pendientes, se representare lo conveniente al Excmo. Señor Duque de Alburquerque...”

Una vez recogidas todas las viejas vigas de la Isla, y usado las que pudo aportar la ciudad de Cádiz, como el problema persistía, se empezó a talar el último pinar que existía en la ciudad, el pinar de la Casería de Infante (situada en un extremo del actual recinto militar de los Polvorines de Fadricas, actualmente sin uso): “Visto el oficio del señor Ingeniero de este ejército, pidiendo se le faciliten inmediatamente tablones, durmientes, clavos y otros efectos indispensables para la formación de la batería de la salina Santiago, fue acordado se proporcione, con efecto, dicha madera y útiles por el señor don Francisco del Corral, confiriéndole al intento la oportuna comisión; para lo cual, en el día de mañana se le franqueen dos carretas en el pinar de Infantes, y, que se pidan al arsenal de la Carraca, cuatro quintales de clavos a los mismos fines.”

Plano Barnola Fadricas
José Barnola, julio de 1756. Costa oeste de la Isla de León, entre la casería de Infante (B)
y la de Fadricas (C). (Archivo General de Simancas, M.P. y D. VII-191) Detrás de la
casería de Infante se aprecia el extenso pinar.

Esta necesidad urgente de madera y leña ocasionó el talado del pinar de Infante en los primeros momentos de asedio. Sin duda, permitió aliviar el problema, pero no solucionarlo definitivamente, y tuvo que ser una Real Orden que comunicó el Excmo. Señor Capitán General del Departamento en la sesión de la Junta de Defensa del 6 de Febrero de 1810. Tal orden prevenía “el corte del pinar de este término, conocido como el de Infantes, para que su leña se invierta en los hornos de la Provisión de Víveres de la Armada, mediante la escasez que experimenta de esta especie”. En vista de lo cual se acordó “que se corte con efecto el citado pinar por los maestros carpinteros de rivera don Juan Diego Sánchez y Juan Noé a quienes se encarga esta operación”.

Y así fue como aquella frondosa arboleda que dibujó Fray Gerónimo de la Concepción en 1690, la que rodeaba la casa de Juan Infante de Olivares, regidor de Cádiz, situada en un extremo de los Polvorines de Fadricas, quedó prácticamente exterminada. Ya se quejaban los herederos de don Juan, de que los soldados que utilizaron su casería como lazareto hasta 1733, habían cortado parte del pinar para hacer leña. Pero no debió ser nada comparado con la tala masiva de 1810... Bueno, al menos sirvió para producir pan y contribuyó a mantener la independencia contra el invasor. Pocos pinares podrían decir lo mismo... hoy día, sobre su solar pastan caballos y crecen algunos eucaliptos, pero por poco tiempo. Muy pronto el progreso urbano lo ocupará. Es ley de vida. Sólo desearíamos que no se pierda la memoria de lo que fue y significó ese lugar.

lunes, 15 de marzo de 2004

Ceuta: 14 de febrero de 2004

Este artículo se publicó en El Foso, revista de la Casa de Ceuta en Cádiz, en Marzo de 2004

Ese día, la Casa de Ceuta en Cádiz organizó una excursión. Fui con ellos. No pisaba mi tierra desde 1986... y me enamoró de nuevo.

Durante la travesía del estrecho -en un barco mucho más lujoso que el viejo “Virgen de África”- leía un libro titulado “Al Sur de Granada”, de don Geraldo Brenan, un inglés que se afincó en las Alpujarras en 1920 y que la describe con los ojos maravillados de un extraño. Así que, después de 18 años sin visitarla, decidí pasear por Ceuta con los ojos de un forastero, como si fuera la primera vez que la veía... es lo que hago con mi compañera cuando la veo aparecer a lo lejos, que la miro tratando de olvidar que la conozco desde hace 25, y examino su forma de caminar mientras se acerca, el gesto cuando percibe que la observo, sus formas bajo la blusa, su mirada tratando de olvidar la mía. Sí, eso haría con Ceuta: observarla de nuevo.

Casa de Ceuta en Cadiz

Cerré el libro cuando los compañeros de excursión se arremolinan en torno a la escotilla de babor. Una vez en tierra rechacé la invitación de ir en autobús hasta el centro. Prefería caminar desde el puerto para no perder detalle. El ambiente era fresco, el cielo ligeramente nublado... y deambulé por el centro de la ciudad, durante cuatro horas, con el aire sorprendido de un turista en su propia tierra. Y fue inevitable comparar.

La avenida del puerto parece más llena de cosas. Me sorprende la enorme cantidad de agencias de viajes que han germinado de la nada. La gasolina a 0’60 céntimos. El puerto, que antes era de cemento y olía a brea, se ha convertido en un sitio verde, arbolado, incluso hay un oasis de palmeras. Por todas partes se perciben pequeños detalles que se sobreponen a la simple funcionalidad de las cosas, es decir, han conseguido que lo útil no esté reñido con lo bello. Las rotondas no sólo sirven para agilizar el tráfico, sirven para colocar en su centro un motivo escultórico que invita a pararse y mirar. En un pequeño recodo del viejo Puente Almina encontré mesas de piedra con tableros de ajedrez... Todas las farolas de la Marina –que para eso es la marina- están iluminadas con azulejos que recuerdan a cientos de barcos históricos. Lo que pasa es que la autora de tales azulejos –Charo Castillo-Bellver- debió dejar a criterio del albañil la colocación de los rótulos, y el profesional (buen alarife, pero inexperto en historia naval) cometió algunos curiosos errores –“la Pinta”, por ejemplo, está disparando un misil Harpoon-. Pero aún así puede resultar entretenido encontrar las erratas: ¿Cuántos letreros corresponden realmente con el barco que tienen debajo? ¡lo mismo lo han puesto a conciencia!

La Campana murió de vieja. El monocultivo del comercio para “paraguayos” se ha diversificado, y hoy los escaparates parecen los de una capital moderna. Quedan pocos, como Ultramarinos Fidel, con ese sabor que daba el Chivas Regal 12 y las latas de Breda. “Roma” y “Optica Zurita”, incombustibles, siguen como siempre. Los dos kioskos de la Plaza de los Reyes han cambiado, pero permanecen. La preciosa farmacia Trujillo ha dejado de ser antigua. El Cervantes ahora es Hollywood. Pude contemplar el cine África desde una perspectiva nueva, encaramado con sus columnas encima de una colina. No es mal edificio. El que tampoco existe es el entrañable cine/teatro Apolo. Y hay que agradecer al que tuvo la idea de recordarlo con una escultura de Apolo, hijo de Zeus y Latona. Una imaginativa forma de mantener la memoria colectiva de un pueblo. ¡Chapó!

Cuando mi generación estudiaba en el instituto –no había otro, hablo del instituto del Fradejas, del padre Chico, la Mosquera, la señorita Castelao, Aróstegui, la Jalón, don Antón, el Sotelo, el Garrido, don Jaime Rigual...-, Ceuta apenas tenía historia (eso no entraba en el examen), era mucho más importante saber cosas de los celtíberos, de la reconquista y del Caudillo. Pero ahora, desde la cuesta del Puerto ya se pueden ver los baluartes del Foso de San Felipe y las murallas que antes estaban ocultas bajo el Paseo de las Palmeras. Y así, casi sin entrar en la villa, y de un simple vistazo, comprobamos que Ceuta fue una ciudad que necesitaba defenderse, y que se fortificó porque era apetecida por todos los pueblos que pasaron por esta encrucijada geográfica. Y en ese intento didáctico, histórico y visual, también se han recuperado los lienzos de muralla de la costa sur, donde antes estaba la Compañía de Mar de Ceuta. Las murallas meriníes de Villa Jovita son valoradas por fin. Han encontrado una solución para dejar al descubierto la basílica cristiana tardoromana –puede gustar o no, pero se ha hecho-. Y los baños árabes de la Marina estaban en restauración. El museo de Ceuta es accesible en pleno Paseo del Revellín, y la señora que lo atiende se enrolla muy bien. Se están poniendo en uso las preciosas y únicas torres defensivas del perímetro fronterizo. Hay museos militares repartidos por la villa. La cantidad de publicaciones serias sobre costumbres e historia de la ciudad hablan de un orgullo propio...

Está claro que el pueblo que recupera su historia, para sí y para los demás, se ama a sí mismo y comprende el lugar que ocupa en el mundo. Hay que quitarse el sombrero ante los investigadores que aportan datos históricos y costumbristas sobre Ceuta; y también ante los urbanistas que intentan aunar la historia y el progreso. Es una suerte tenerlos.

Entre todos habéis hecho de Septem Fratrers una ciudad muy amable. Gracias.

domingo, 25 de enero de 2004

Fadricas: una historia por recuperar

Este artículo se publicó en San Fernando Información, 25 Enero 2004

Más temprano que tarde, eso deseamos, los terrenos que formaron parte de los Polvorines de Fadricas volverán a sus antiguos propietarios y al municipio de San Fernando. En ambos casos convendría recordar el papel que desempeñaron Punta Cantera, y las caserías de Fadricas e Infante, en la formación de esta ciudad e incluso en la historia de la España.

La confidencialidad que exige un polvorín militar es una garantía para que sus instalaciones y su entorno natural se mantengan al margen de miradas externas. Sin duda, este aislamiento contribuyó durante casi tres siglos a mantener intactos los valores arquitectónicos y ecológicos de Punta Cantera, pero el recuerdo histórico de lo que por allí aconteció, faltos de un apoyo bibliográfico, se perdió. Fue en los años sesenta del siglo XX cuando el historiador isleño, don Salvador Clavijo, esbozó sucintamente las andanzas de las caserías de Fadricas e Infante en los primeros años del siglo XVIII. Y estas escasas noticias (con algunas aportaciones posteriores de López Garrido y Juan Ramón Cirici) han sido las únicas que los isleños hemos manejado hasta que el desalojo de los Polvorines de Fadricas, en agosto de 2001, propició la aparición de nuevos datos para componer una jugosa historia que enriquece la de San Fernando. Esta historia de Fadricas, recientemente editada por la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de San Fernando, debe ser tenida en cuenta para integrarla en el diseño que se otorgue a esta zona de la Isla de León. Sólo de esa manera seremos respetuosos con el patrimonio intangible que es nuestra historia.

Repasaremos a continuación los elementos arquitectónicos que se han conservado, y los sucesos que acontecieron en los tres lugares que se ubicaron dentro de los Polvorines de Fadricas: Punta Cantera, y las caserías de Fadricas e Infante (también conocidas como Casa Blanca y Lazareto).

Murallas de Punta Cantera
Murallas de Punta Cantera (San Fernando-Cádiz-España). Construidas entre
1777 y 1789 para defender los almacenes para la pólvora de Su Majestad

DE LA PREHISTORIA A LOS ROMANOS

La llamada Punta de la Cantera es un promontorio rocoso triangular situado en San Fernando, entre Caño Herrera y la Playa de la Casería de Osio. Se adentra en el seno interior de la bahía gaditana y constituye un mirador excepcional. La primera ocupación humana se constata por la recuperación de guijarros tallados de cuarcita y silex en la playa de Fadricas, bajo los polvorines de fachada trapezoidal que miran a Bahía Sur. Sáez Espligares sitúa el yacimiento, a falta de estudios más profundos, en la Prehistoria Reciente.

No está comprobada la presencia fenicia/púnica en Punta Cantera, pero los romanos, herederos de sus tradiciones alfareras, dejaron un taller cerámico a pocos metros de la orilla del mar, frente a la llamada Cala de los Arcos, (óvalo costero delimitado por la fachada norte de Punta Cantera y la playa de la casería de Osio). Sin duda, una privilegiada situación para embarcar la producción anfórica. Este alfar, aunque sin excavar, está catalogado en la Carta Arqueológica de Andalucía. Los hallazgos superficiales permiten datarlo (con todas las precauciones) entre los siglos I a.n.e. y I d.n.e.

SIGLOS XVII y XVIII

La cartografía de la bahía gaditana del siglo XVII, exceptuando la Ínsula Gaditana de Fray Jerónimo de la Concepción (1690), es bastante parca mostrando detalles del asentamiento poblacional de San Fernando. Sin embargo, en la mayoría de ellos están representados cinco hitos principales: el Real Carenero por su interés económico; Puente Suazo, Castillo de San Romualdo y Torre Alta como elementos defensivos; y finalmente un grupo de construcciones en la costa oeste, frente a la Cala de los Arcos.

Este núcleo de actividad comercial surge a lo largo del XVII (y continúa hasta el XIX) desde el momento en que las flotas de galeones y la Armada de la Mar Océano hibernan, a resguardo de temporales y enemigos, en el caño de la Carraca. Aún no existe el arsenal, de ahí que las caserías que han ido surgiendo en esta costa se utilicen como almacenes y bodegas para aprovisionar buques de guerra y comerciales con todo tipo de pertrechos, incluida el agua. Para facilitar estas aguadas se construyó en el último tercio del XVII un acueducto sobre arcadas que la traía hasta la casería de Fadricas. De estas actividades quedan numerosos registros en el Archivo General de Indias (Contratación y Juzgado de Arribadas).

El centro neurálgico de este comercio, y su salida natural al mar, es un embarcadero situado en el mismo lugar que los romanos debieron utilizar para embarcar su producción anfórica. Este embarcadero existe en “las fadricas” desde 1685 (cartografía de Alain Manesson), y hoy día, aún conservamos. Por otro lado, la cartografía francesa e inglesa de 1702 muestra el muelle y lo que llaman Maison Blanche o The White House, es decir, Casa Blanca, y junto a ella los lugares de Infante y Osio, que completan la ocupación poblacional de la costa oeste de la Isla de León.

Plano Espinosa 1777
Mapa de la costa oeste de la Isla de León (San Fernando), realizado en 1777.
Se encuentra en el Servicio Geográfco del Ejército (Madrid) y fue editado
por primera vez en "La Nueva Población de San Carlos en la Isla de León"
de Juan Torrejón Chaves.

LA CASA BLANCA

A partir de este momento, impulsada por el protagonismo que toma la bahía gaditana en el comercio con ultramar, las vicisitudes de la Casa Blanca no cesan. Por entonces, a principios del siglo XVIII, pertenece a José Domingo Colarte y Lila, segundo hijo del Marqués del Pedroso, sobrino de Fadrique de Lila y Valdés, anterior propietario de “las fadricas” (las casas de Fadrique), de cuyo nombre deriva la toponímia. Durante las primeras décadas, los almacenes de Colarte, “en el sitio que nombran de las fadricas”, se alquilan continuamente a la Real Armada para alijar mercancías de todo tipo. Ya en 1713 se constata la presencia en estos almacenes de una guarnición militar para vigilar armas, jarcia, lonas y herrajes, alijados en la Casa Blanca, y destinadas a apoyar la construcción de diez bajeles en la Habana (plan Tinajero), aunque finalmente se incorporaron a la flota de Manuel López Pintado, que sitió Barcelona al final de la Guerra de Sucesión.

Al mismo tiempo, “la aguada del sitio que nombran de las fadricas” continúa con sus actividades, y el trasiego de pipas y botijas, desde el embarcadero hasta los buques fondeados en el seno de Puntales, es incesante.

A veces el Intendente de la Real Marina alquila varios almacenes de la Casa Blanca, en otras la casería completa; y en casi todas las ocasiones, las rentas son retenidas por orden judicial para saldar las deudas de José Domingo Colarte, un pésimo pagador, que utilizaba la casería de Fadricas como aval para recibir préstamos que no devolvía hasta que el embargo era inminente. De hecho, así la perdió en 1731, que pasó a formar parte del mayorazgo de su propio hermano, el segundo Marqués del Pedroso.

Y a mitad del siglo XVIII en la Casa Blanca se instaló un ALFOLÍ, es decir, en sus almacenes, justamente enfrentados al embarcadero donde atracaban los candrays, se depositaba la producción de sal para controlar las rentas que debían pasar a la hacienda real. Y poco después se instaló una FÁBRICA TEXTIL que exportaba sus telas estampadas a las Américas. Pero esta empresa oportunista, que surgió en 1777, cuando el puerto gaditano perdió el monopolio del comercio americano, fracasó en poco tiempo. Y algunos años más tarde, junto a los muros de la Casa Blanca se habilitó una batería de cañones que acosó a la escuadra francesa del almirante Rosilly en 1808. Y dos años después, durante el asedio francés de 1810 a 1812, el Embarcadero de Fadricas fue uno de los puntos de atraque de la flotilla de lanchas sutiles (cañoneras y otras embarcaciones para fondos someros convenientemente artilladas) que vigilaban las posiciones francesas desde el interior de la bahía. Y, en consecuencia, los almacenes de la Casa Blanca se utilizaron para guardar los útiles navales que los sutiles necesitaban. Luego, durante el Trienio Liberal de 1820/23, la Casa Blanca fue cuartel de tropas leales a la Constitución de 1812... por cierto, el Marques del Pedroso, que aún era dueño de ella, se quejó de los destrozos que la soldadesca había causado. Pero no acaban aquí las peripecias de este notable lugar, en 1865, para prevenir y atajar una posible epidemia de cólera en San Fernando, la Junta local de Sanidad transformó la Casa Blanca en un lazareto de observación. Al día siguiente de darse la alerta, ingresaron en ella más de cincuenta personas sospechosas de padecer cólera. Y así se mantuvo hasta 1867. Posteriormente tuvo usos agrícolas, pesqueros y de habitación, hasta que en 1960 fue expropiada y demolida por la Armada para ampliar la zona de seguridad de los polvorines que habían ido creciendo en Punta Cantera. Hoy día no quedan señales de ella ni del acueducto que el pueblo conoció como “los arcos”. Triste final para lugares con tan dilatada historia.

LOS ALMACENES DEL DUQUE


Junto a la Casa Blanca existieron viviendas y tres almacenes que gestionó directamente el corregidor del Duque de Arcos. Estos almacenes fueron alquilados a comerciantes de la zona y en ellos se guardaban víveres, aceite, vino, vinagre “y demás géneros de tienda comestibles y no comestibles” para el comercio local y/o ultramarino, y contribuyeron decisivamente a facilitar el acopio de víveres que necesitaba la incipiente población de la Isla de León. Población que, aunque tenía la prohibición expresa de construir casas (incluso bajo pena de galeras), creció al amparo del auge naval del Real Carenero, más tarde de la Carraca y finalmente con la instalación del Departamento Marítimo. El Duque de Arcos vendió estos almacenes en 1762 pero, transformados en viviendas, se mantuvieron en pie hasta 1960.

Espigon y murallas de Punta Cantera
El Espigón de Punta Cantera, muelle para la pólvora. El primer proyecto es de 1751
y fue estudiado y aprobado por Jorge Juan y Santacilia

EL LAZARETO

Un poco más al norte de “las fadricas”, dentro del recinto militar que se abandonó en 2001, se ubicaba la casería que perteneció a don Juan Infante de Olivares, regidor perpetuo de Cádiz. Detrás de la casa se roturaba una extensa huerta con casi seiscientos árboles frutales, y detrás de esta se abría un pinar que los dueños cuidaban con esmero. Durante buena parte del XVIII la familia Infante alquiló la huerta a distintos arrendatarios y a cada uno les dejaba muy clarito cómo debían cuidar la huerta, los frutales y los pinos... y, por supuesto, les hacía responsables de la pérdida de cada árbol. Hoy día el frescor que tuvo ese paisaje ha cambiado drásticamente.

La casería de Infante llegó a disponer de diez almacenes, varios de los cuales fueron Provisión de Víveres de la Armada durante buena parte del XVIII. Pero lo que ha marcado la historia de este lugar ha sido su uso como lazareto. Efectivamente, desde 1728 el cabildo gaditano, amparado en la política de sanidad pública impulsada por los borbones, alquiló intermitentemente la casería de Infante para prevenir la propagación epidémica de fiebre amarilla. La organización del lazareto, la metodología y funcionamiento, y los arbitrios necesarios para sufragar los gastos emanaban de un reglamento tan exhaustivo que merece un tratamiento aparte. En este lugar, desde entonces llamado Lazareto de Infante, se habilitó un pequeño muelle, útil en pleamar, para desembarcar personas y mercancías.

La instalación en la bahía gaditana de la Casa de Contratación, del Departamento Marítimo y, más tarde, del Arsenal de la Carraca, hizo que el Real Hospital de Cirugía de Cádiz, que atendía al personal vinculado a la Real Marina, se quedara pequeño. Esto propició, ya en 1736, que las autoridades intentaran reconvertir el Lazareto en el hospital que la Marina necesitaba. El asunto cristalizó en 1777, cuando en la vieja casería de Infante comenzó a funcionar un hospital, capaz de atender trescientas camas, que se llamó Hospital Provisional y Real de Infante. Este establecimiento cedió sus funciones sanitarias al Hospital de San Carlos en 1809. Pero las epidemias de fiebre amarilla que brotaron en el XIX, obligaron a que el Lazareto retomara sus tradicionales tareas de prevención. De esta casería, que tanto contribuyó a la salud de la bahía, apenas queda visible un trozo de muro que lame la pleamar.

PUNTA CANTERA

A principios del siglo XVIII la Marina de Guerra española está prácticamente aniquilada. Sin Armada es imposible mantener las comunicaciones con América y, en consecuencia, nuestro inmenso imperio colonial permanece indefenso. Por eso las administraciones borbónicas, a pesar de las enormes dificultades, impulsan la construcción naval de tal manera que al final del siglo llegamos a ser la segunda potencia naval del planeta, sólo superados por el genio inglés. Y para crear una Armada de tales dimensiones fue preciso construirla en nuevos arsenales y apoyarla desde tierra con centros de suministro. En lo que toca a la Isla de León esto se concreta inicialmente desde la Casa Blanca, casería de Infante y Real Carenero; más tarde se incorpora el arsenal de la Carraca para aglutinar casi toda la actividad naval. Pero hay un aspecto que no puede asumir y que en Punta Cantera, por su situación estratégica, encuentra perfecto acomodo: los primeros almacenes para la pólvora de Su Majestad, que suministraron tal género a las Armadas borbónicas.

Y así, mientras la Casa Blanca y el Lazareto desarrollan sus actividades comerciales, Felipe V dona Punta Cantera a la Real Marina. Es el año 1729, y días después se inician los trámites para construir los tres primeros polvorines de la Armada, que son el origen de los que han llegado hasta el siglo XXI. Dos de estos aún se conservan en perfecto estado y son visibles desde Bahía Sur. Convendría tener en cuenta que, exceptuando el Castillo de San Romualdo y Torre Alta, no existen en la Isla edificios más antiguos.

Sin embargo, no es lo único que Fadricas atesora para disfrute de todos los isleños. En el último tercio del XVIII se construyó un precioso muelle para embarcar y desembarcar la pólvora negra en los bajeles de Su Majestad: el Espigón de Punta Cantera. También, por los mismos años, se fortificaron las laderas con unas murallas defensivas que se mantienen intactas. Con esta configuración llegó el año 1808, y justo en el extremo de la Punta, la más adelantada en la bahía, se instaló una batería de morteros cónicos que bombardeó a la escuadra de Rosilly, y que las andanadas francesas destruyeron. Y allí mismo se construyó en 1810 una fortificación artillada que se llamó Reducto Inglés nº 22. Los 200 soldados ingleses y portugueses que se alojaron en uno de los polvorines originales (el que hoy no existe), serían la fuerza de choque que se opondría a los franceses si atacaban la costa oeste. Y no sólo eso, el Espigón de Punta Cantera (y el Embarcadero de Fadricas) se convirtió en un apostadero de lanchas sutiles artilladas que disuadieron cualquier intento de invasión francesa por este lado. Más tarde, esta misma batería contribuyó decisivamente con sus andanadas a que triunfara la causa liberal en 1820. Y años más tarde, durante la Revolución Gloriosa de 1868, la guarnición de los Polvorines de Fadricas, formada por ocho infantes de marina y el subteniente que los mandaba, fue de las primeras que se sumaron para propagar el grito de libertad que finalizó con la proclamación de la Constitución de 1869. Desde entonces la Marina de Guerra, cada día más compleja, necesitó ampliar sus instalaciones. Pero al mismo tiempo la ciudad crecía a su alrededor, hasta que la presión urbana hizo insostenible la presencia de polvorines en mitad de la bahía. Finalmente, el siglo XXI amaneció con los viejos Almacenes para la Pólvora de Su Majestad vacíos de municiones y también vacíos de historia.

Puede que más temprano que tarde recuperemos los terrenos que formaron parte de los Polvorines de Fadricas. Pero de poco vale una tierra sin historia... aunque sea una pequeña historia.

Embarcadero deFadricas
Embarcadero de Fadricas. Desde el último cuarto del siglo XVII
fue uno de los puntos de atraque para abastecer a las flotas
comerciales y armadas de guerra. Punto de salida para la exportación
de telas que se decoraban en la casa Blanca, y apostadero de la flota
de sutiles durante el asedio francés de 1810/12. La Armada
lo reconstruyó en los años sesenta del siglo XX para municionar a la flota