domingo, 6 de julio de 2014

La violencia ilegítima


He pasado mi vida profesional analizando la estabilidad química de las pólvoras. Y eso se hace para que las balas maten, hieran o asusten como Dios manda. Es decir, para que nuestros soldados, marinos y cuerpos de seguridad supieran que al apretar el gatillo de su arma la bala saldría bien impulsada hacia el objetivo. Simplemente era el trabajo que encontré y lo hice lo mejor que pude. Al principio no me cuestioné la necesidad de justificar éticamente esta actividad. Algunos compañeros jamás lo hicieron, pero otros hemos tenido que buscar o inventar una justificación para tranquilizar la conciencia… y para que el sueldo no se convirtiera en el pago por una actividad inconfesable.

Y la encontré. Mi trabajo estaba justificado porque era parte del entramado de la violencia legítima que ejerce el estado, la única violencia que autorizamos los ciudadanos organizados en torno a nuestra voluntad popular. Cuando un estado se organiza democráticamente, las leyes y los mandatos que emanan de nosotros mismos son nuestros, y son aceptables porque no surgen de opresores ni se aplican a oprimidos. Simplemente los ciudadanos renunciamos a la violencia individual y cedemos el uso de la misma a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, profesionales de la cosa. Es una violencia justificada, legítima, adecuada y amparada por leyes democráticas. Ni mayor ni menor de la necesaria para que el pueblo se proteja de la ilegalidad que hemos establecido soberanamente nosotros mismos. Analizar la estabilidad química de las pólvoras se entroncaba en ese contexto de violencia legítima. Conciencia tranquilizada.

El problema surge cuando los valores democráticos —que amparan y legitiman la violencia de estado— se corrompen hasta el punto de que el gobierno de turno se transforma en una franquicia de poderes ajenos a la voluntad popular. Poderes que utilizan aviesamente a las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado para auto protegerse y reprimir la protesta de la gente que busca recuperar su democracia real.

Ese es el problema, que los ciudadanos empezamos a percibir que la policía obedece ciegamente seguramente como debería ser— directrices políticas de un gobierno que parecen los mamporreros de un poder que no representa a la gente. Es decir, que las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado son utilizados ideológicamente para asustar y reprimir cualquier tipo de protesta contra esta falsa democracia que nos ha impuesto el poder financiero.

Tengo amigos policías. Y sobrinos, primos y cuñados que lo son o lo intentan… y no me gustaría estar en su pellejo cuando les ordenen reprimir las protestas de gente desesperada. Protestas plenamente justificadas porque este gobierno extermina derechos, miente a la gente y aplasta la dignidad sin pestañear, y ante eso hay que protestar obligatoriamente. Son protestas ruidosas pero pacíficas. Y conste que no me refiero a los criminales que aprovechan las manifestaciones de gente decente para delinquir y crear terror. A los delincuentes hay que aplicarles la ley, pero a los que disienten de las políticas del gobierno —que no son criminales, son ciudadanos ejerciendo su obligación no se les puede reprimir como vemos cada vez con más frecuencia en un intento miserable de silenciar la protesta.

Si conocemos hechos como el de Francesca Mercé aunque últimamente se multiplican hechos como esteuna estudiante de 18 años, imputada tras una falsa denuncia policial por desorden público, por el que puede ir a prisión entre dos y cuatro años (Info-1Info-2Vídeo que pone en evidencia la falacia policial), no podemos permanecer neutrales. Eso nos convertiría en cómplices. Si la policía miente, y se aprovecha de la presunción de veracidad que se le otorga frente a cualquier ciudadano, hay que denunciarlo como podamos porque es muy grave. Hoy las redes sociales lo permiten y, afortunadamente, pocas cosas quedan ocultas. Ya sabemos que la inmensa mayoría de policías son buenos policías, hombres y mujeres de uniforme que arriesgan y hasta dan la vida en defensa del ciudadano… Pero justamente por respeto a estos hay que denunciar a los criminales y al corporativismo policial que los encubre. No podemos ser cómplices, con nuestro silencio, de los abusos policiales.



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