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sábado, 6 de noviembre de 2021

El problema no es la estatua de Varela, el problema es el fascismo del siglo XXI

Opinión | El problema no es la estatua de Varela, el problema es el fascismo del siglo XXI (lavozdelsur.es)


Estatua ecuestre del general Varela en San Fernando.
Estatua ecuestre del general Varela en San Fernando.

Si despojáramos al caballo de Varela de su carga ideológica nos quedaría una bella escultura en bronce… me refiero a la estatua ecuestre del general Varela que en breve va a ser desmontada para remodelar la plaza más céntrica de San Fernando (Cádiz). El caballo de Varela provoca encendidas y ásperas discusiones entre los isleños (gentilicio popular de los vecinos de San Fernando).

Posiblemente el problema no sea la estatua ecuestre del general Varela, que, ya digo, es un patrimonio de los isleños, una notable obra de arte creada por don Aniceto Marinas. Posiblemente el problema sea la existencia de un grupo de ciudadanos que considera al general Varela el icono de un patriota español, el ejemplo a seguir de un militar golpista, un personaje autoritario y protector convencido de que el pueblo era incapaz de gobernarse a sí mismo (para eso estaban ellos).

Posiblemente el problema no es la estatua de Varela, posiblemente el problema sea el fascismo que fluye de nuevo en el siglo XXI y que engrandece al personaje con la excusa de su alcance nacional, sus dos cruces laureadas de San Fernando —previas a sus repetidas traiciones a la República— y por su protección paternalista de lo local. El problema es que muchos ciudadanos no perciben a Varela en su otra dimensión, un sujeto violento y refractario a la democracia. El general no creía en esa cosa de las urnas, él era más de ordenar y ser obedecido, era más de mirar a otro lado mientras sus conmilitones se dedicaban a eliminar a una parte de sus paisanos. Y no puede ser, la gente que participó en la barbarie fascista que se inicia en julio de 1936 ni puede ni debe presidir las plazas de ningún pueblo de España. Lo dice la ley y el sentido común. También hay vecinos de La Isla que lo consideran un elemento identitario, han crecido a la sombra del caballo y no pueden o no quieren encontrar otra dimensión al asunto. Les resulta impertinente y una agresión a su identidad pensar en una plaza sin el jinete… siempre ha estado ahí, así es la historia y al que no le guste, que se joda y se largue… dicen.

Si no existiese el fascismo en el siglo XXI por las calles, con ese aplomo de normalidad, si el pueblo español hubiese sido capaz de condenar en su momento, de manera abierta y cabal, el régimen militar y fascista de Franco (por cierto, perdimos la oportunidad de hacerlo en la ejemplar Transición —o tal vez fuera imposible en esas circunstancias—) veríamos la estatua de Varela sin pasiones, como una parte triste de nuestra historia, y tal vez la podríamos admirar amablemente, como admiramos la estatua ecuestre del emperador romano Marco Aurelio… pero no es así como lo vemos.

No es así porque, para una parte del pueblo español, el régimen de Franco sigue vivo. Esa parte de españoles —de manera consciente o inconsciente— sigue sin interiorizar que fue un régimen criminal y condenable porque los españoles no tuvimos nuestro Nüremberg para visualizar el crimen que supuso el franquismo. Hoy existen ciudadanos que admiran a Varela y lo que representa: un militar golpista y autoritario, un militar que violó su promesa de lealtad a la República y levantó las armas contra sus propios compañeros y contra el pueblo que se las confió. Admiran al militar traidor y corrupto que aceptó sobornos de gobiernos extranjeros. No sé… nos pasó lo mismo cuando deseábamos la vuelta del felón Fernando VII. ¡Vivan las cadenas! Mientras esto ocurra… es decir, mientras existan amantes de estos valores opuestos a la democracia, no debemos consentir que las plazas españolas se conviertan en altares para iconos liberticidas. La democracia tiene el derecho y el deber indeclinables de defenderse de los que no la aman.

Por tanto, a servidor le parece que actualmente, defender la permanencia del caballo de Varela en mitad de la ciudad es defender un modelo de sociedad incompatible con la democracia. ¿Qué se hace entonces con el caballo y su jinete?  ¿Qué lo vuelvan a componer dentro de un recinto militar? No sé yo… Varela no es buen ejemplo para unas FFAA españolas que se esfuerzan cada día para ser un organismo moderno, apolítico, profesional, eficaz y al servicio de la sociedad. Varela no tiene, ni remotamente, absolutamente nada que ver con estas FFAA de 2021. Flaco favor le haríamos a nuestros soldados endilgándoles el marrón de acoger a un militar decimonónico, golpista y corrupto como Varela. Nos ha costado mucho tiempo y esfuerzo arrancar a Franco de los cuarteles como para que ahora les metamos a Varela. No, no creo que sea oportuno… Por otro lado, tampoco me veo aplaudiendo la voladura simbólica del caballo como algunos desean en secreto. Tal tropelía sería igualarnos con los talibanes cuando dinamitaron los budas de Bamiyan o se enfrascaron en triturar Palmira. No, no creo que destruir una notable obra de arte sea la solución.

Me gustaría, la verdad, que los ciudadanos de San Fernando —con sus representantes al frente— fuéramos valientes de una vez… a lo mejor TODOS tenemos que asumir que lo más adecuado que podríamos hacer en estos momentos es guardar el caballo en lugar seguro y discreto hasta que, pasado el tiempo necesario, superados los traumas y saldadas las deudas de aquella jodida guerra civil del siglo XX, seamos capaces de admirar la obra de arte como la obra de arte que es. Nada más. Pero ahora reconozcamos humildemente —y asumiendo cada cual su respectiva parte de responsabilidad— que hoy por hoy, desgraciadamente, aún no estamos en ese momento histórico.

martes, 28 de junio de 2016

Consecuencia electoral 26J

…así que me fui de casa para ver gente y espacios abiertos. Porque a pesar de los resultados electorales del 26J, la vida sigue. Acabé sentado en La Buhardilla y Gema me trajo un Nestea con hielo.

Normalmente pierde mi equipo de fútbol (precisamente acababa de perder España frente a Italia en la Eurocopa) y normalmente también pierde mi opción política. No pasa nada. Uno está acostumbrado a estas cosas. La tristeza no es porque haya vencido un partido conservador y neoliberal, eso entra en las cábalas; la desazón se desata por una victoria tan vergonzosa que define a los españoles como seres incapaces de castigar la corrupción política, nos califica como negados para identificar comportamientos filofascistas, y nos hace propensos a vitorear políticas que empobrecen a la mayoría y destruyen la precaria igualdad de oportunidades que teníamos… ¡Y aquí no pasa nada! No solamente no han perdido las elecciones, es que los españoles les hemos premiado con catorce diputados más. Corre por las redes sociales una frase genial que dice: 'Si los españoles fuéramos dinosaurios votaríamos al meteorito'. El que lo haya inventado es un genio.

Pues no sé… analistas habrá que lo intenten explicar y seguro que los perdedores tenemos buena parte de la culpa. Servidor ha terminado con la desazón clavada en el nervio ciático. Nunca había somatizado así una victoria electoral de la derecha, por eso me he marchado a la puñetera calle a tomar algo en La Buhardilla. Sólo, conmigo mismo y con mis traumas, y escribiendo estas chorradas.

...pero, es verdad, la vida sigue. Hay gente muy contenta (se supone que uno de cada tres ha votado partido Popular). La calle Real está abarrotada de gente esperando al San Fernando Club Deportivo, que ha subido a Segunda B, para celebrarlo. Supongo que algún político subirá con ellos al escenario, y se pondrá la camiseta azulina, como debe ser. Hay un escenario y música. La música fuerte. Si la música no es atronadora es como si no sirviera. Un periodista muy conocido por estos lares acaba de pasar con una pulserita en la muñeca con los colores de la bandera española. A él le gusta, como a muchos, para eso son españoles orgullosos de serlo, y para eso han ganado las elecciones. Ya digo que uno de cada tres ha votado Partido Popular. Un hombre, un voto. Pues eso. Él exhibe orgulloso su condición de vencedor… mientras servidor arrastra un cuerpo y una mente derrotados por esa victoria que me resulta vergonzante.

Un petardo ha asustado a las palomas y ahora vuelan alrededor de la estatua ecuestre de Varela, el primer Ministro de la Guerra que tuvo Franco… y que ahí sigue puesto, toreando con maestría cualquier ley de Memoria Histórica que se inventen estos rojos. En La Isla de San Fernando, a Varela le ponen al cuello una bufanda azulina cada vez que sube el equipo, es como Cibeles para el Real Madrid o Neptuno para el Atlético… el día que la quiten –la estatua, digo- no se sabe dónde van a celebrar los ascensos del San Fernando Club Deportivo… Bueno, ya buscaremos, lo primero es lo primero.

Se ha llenado La Buhardilla y Gema anda que no para… Sí. La vida sigue a pesar de todo… para unos mejor que para otros, claro. Como de costumbre.

domingo, 12 de julio de 2015

Hay un caballo de bronce en mitad de la plaza

Hay un caballo de bronce en mitad de la plaza. En el principal espacio público del pueblo. Lo monta Varela, un general franquista que participó en numerosos frentes durante la Guerra Civil española. Fue el primer Ministro del Ejército que tuvo Franco y, una vez muerto, elevado a la nobleza del nuevo régimen: es primer Marqués de Varela de la ciudad de San Fernando. En vida aceptó sobornos del gobierno británico para que influyera sobre el Caudillo Franco, y le convenciera para no participar en la guerra al lado de nazis alemanes y fascistas italianos. Finalmente, en el año 2006 acabó «…imputado por la Audiencia Nacional en el sumario instruido por Baltasar Garzón, por los delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad cometidos durante la Guerra Civil Española y en los primeros años del régimen…» Pero no fue procesado porque, entre otros asuntos —ya sabemos lo que pasó con el juez Garzón—, Varela había muerto hacía cincuenta y siete años. Pues eso, que el caballo y su jinete, brazo enhiesto, siguen ahí, en el mismísimo centro de la ciudad, como ejemplo de no se sabe qué.

Es la cosa del franquismo más visible que tenemos en la Isla. Según quien lo explique, la estatua ecuestre de Varela conmemora la valentía y heroísmo del militar, que le valieron dos laureadas, en las guerras coloniales de Marruecos. Otros dirían que conmemora a los vencedores de la Guerra Civil. Y últimamente podría ser que tengamos la estatua de uno que aceptaba sobornos y además es un presunto criminal contra la humanidad. ¿Quién sabe? Pocas ciudades pueden decir que tengan tal cosa en mitad del pueblo a estas alturas del siglo XXI. Los otros, me refiero a los perdedores de las guerras los bereberes que defendía su casa o los republicanos que estaban en la suya, no tienen monumento en ninguna plaza.

Pero no es la única cosa que enaltece a la dictadura del Caudillo. En San Fernando tenemos más cosas. En la esquina de la misma plaza pública aún permanece una placa de mármol que recuerda el sacrificio de la familia Lahulé, que perdió a sus cinco hijos en lo que llaman Cruzada de Liberación lo dice la placa. Sin duda una gran pérdida para cualquier familia… haya sido en una Cruzada o de cualquier otra forma.

Pero hay más. Ayer leí por primera vez otra placa de mármol viejo que debe llevar en ese lugar más de setenta años. Está en la fachada del Royalty, en la calle Real, y en pleno 2015 se cuenta en la placa que la horda revolucionaria mató en agosto de 1936 a no sé quién. Es la historia al revés. Orwell en estado puro. En el prontuario de los militares sublevados contra la república, los defensores del orden establecido se transformaron en horda revolucionaria. Estas placas de mármol viejo confirman la esperpéntica historia pemaniana que nos enseñaron los vencedores durante la posguerra… pero que continúan ofreciendo su leyenda al que alce la mirada y sepa leer.

Aquella era una historia de héroes, reyes y caudillos que pastoreaban a un pueblo iletrado, trabajador y sumiso. Un pueblo que sólo debía intervenir en la historia para aplaudir y agitar banderitas al paso alegre de la paz… Nos dijeron que la historia no era una cuestión de la gente vulgar, sino de líderes y de militares gloriosos. Pero también eso era mentira, la realidad es que sólo eran pobres conmilitones embrutecidos, que vitoreaban a la muerte y que, públicamente, odiaban la inteligencia. Bajo el impulso de esos valores elevaron la estatua de Varela en mitad de nuestra plaza, y la adornaron con mármoles que hablaban de Cruzadas que nos liberaron de las hordas revolucionarias.

Ya no nos mueven esos valores, ni nos gobiernan pobres conmilitones embrutecidos, que vitorean a la muerte o niegan la inteligencia. Hoy nos gobierna la gente que hemos elegido…

…y, sin embargo, no creo que sean valientes. Me temo que nuestros políticos dejarán estos símbolos como están. Todo lo más, quitarán los más discretos con nocturnidad. Y los muertos seguirán revolviéndose en las cunetas.

martes, 26 de mayo de 2015

Una ciudad amable

La ciudad es amable a las ocho de la mañana. Ella ronroneaba en la cama, y apenas ha emitido un gruñidito cuando me he levantado. No sé cómo lo hace, pero se integra en el colchón y se convierten ambos en un ser único. Por el contrario a servidor le repele el colchón, parece que me pateara los riñones llegada cierta hora.

Y poco después, a las ocho y media de la mañana, la terraza del 44 aún no está colocada. Frente a la estatua ecuestre de Varela, el general franquista bilaureado, unos empleados municipales desmontan los paneles portátiles de propaganda electoral, aún con los caretos sonrientes mirándote seductores. Seguro que los que saben de estas cosas eligen las posturas, los gestos, los fondos y los colores hasta el último detalle. Los homo sapiens tenemos eso, que usamos pequeños detalles para categorizar a los individuos, y con un solo vistazo los hacemos amigos, enemigos, competidores o colaboradores… No sé, nunca he visto a ningún candidato fotografiado en su entorno habitual, en posturas casuales, realizando tareas propias de un ciudadano. Por contra, siempre los retratan en poses electorales, normalmente fingidas y forzadas. Y eso se me antoja el primer engaño.



Ahora que lo pienso, a lo peor los empleados que desmontan los paneles no son municipales, que me he enterado que hace años que los municipios no pueden contratar directamente a nadie, puede que pertenezcan a una subcontrata de una contrata externa. Y a los trabajadores los han empleado por tres horas, trabajan ocho y le pagan dos… No lo sé, que uno está aquí elucubrando con maldad, sin conocer las cosas. Pero casos similares los he conocido de primera mano. Y aquí seguimos, bajo el cascaron vacío de un ayuntamiento del XVIII, aceptando estas situaciones laborales como si tal cosa; como si fuera lo más normal del mundo asumir la precariedad laboral, porque nos han dicho que tenemos que ser productivos y competitivos, y nos han convencido de que eso significa agachar la cabeza y levantar el culo. Y si no te gusta ahí tienes la puerta, que mi empresa no es una ONG.  Sí, lo aceptamos como si no hubiera alternativa, como si fuera lo más normal del mundo…

…y lo es. Para nuestra desgracia, ya es la única normalidad aceptada por la inmensa mayoría. Pues nada, ya tenemos concejales electos. Los empleados precarios ya se han llevado los paneles con los caretos perfectos. Y la vida sigue debajo de un ayuntamiento ruinoso, a la sombra de un general de bronce cagado de palomas... y a pesar de todo, este lugar, San Fernando, me parece una ciudad amable.


jueves, 12 de junio de 2014

A la sombra del general

…mientras esto pasa, junto a la terraza del 44 el sin-techo ha terminado su litrona caliente y bosteza mirando al infinito. Hoy he visto que lleva un silbato colgado del cuello, como si fuera entrenador de balonmano. ¿Por qué lleva un silbato este hombre?

Las palomas prefieren las crines del caballo. También se posan a la sombra, bajo la panza del animal. Y pocas veces lo hacen en la cabeza broncínea del general… Aún así la calva del héroe está completamente cubierta de chorreras blancas.
No sé… En el fondo no podemos dejar de ser lo que somos, primates con la necesidad genética de seguir a un líder. Seguramente por eso ponemos en el centro de cada plaza la imagen de un “…ilustre señor, pulido en mármol, que fue poeta, militar o fraile…” Y por eso sigue ahí la imagen ecuestre del militar filofascista, porque necesitamos mantener símbolos que cohesionen a la gente en torno a sensaciones comunes. El problema surge cuando el supuesto héroe no encarna valores universalmente aceptados. En ese caso es un símbolo cojo porque sirve a unos y repugna a otros. Y entonces no sirve.
Cada mañana, bajo la estatua ecuestre del héroe, se reúnen unos cuantos ciudadanos. Posiblemente algunos de ellos sean potenciales héroes anónimos, con historias de abnegación dignas de altar, a los que jamás se les tendrá en cuenta como ejemplo. Son desempleados de San Fernando, cada uno con su pena cristalizada en los ojos, con su pelea personal clavada en la piel. Se reúnen todos los días en una esquina de la plaza del Rey, junto a la estatua del general bilaureado. Es la esquinita por donde cada día entra el primer rayo de sol.

Un señor canoso y delgado, que viste polo, pantalón corto y mocasines, lee un libro voluminoso en un banco de la plaza. Pasa las hojas hacia atrás. Se ve que trata de recordar algún pasaje, o identificar algún detalle anterior. Me tranquiliza ver a la gente leyendo libros en la calle. Dibujan un país amable y civilizado. Quiero creer que la persona que lee libros, en vez de discutir con acritud, dialoga; en lugar de gritar, escucha y luego dice cosas. Quiero pensar que la persona que lee libros no suele romper escaparates y en las asambleas aporta su presencia y sus ideas. La persona que lee libros suele reconocer su propia ignorancia, y eso la hace humilde y confiable.
No sé… Si los guerreros como el caballero bilaureado pelearan tirándose ideas a la cabeza… y las comprendieran.



sábado, 1 de marzo de 2014

Café y churros en el 44

He bajado hasta el 44, en la plaza del Rey. Ahí en medio sigue la estatua ecuestre del señor Varela, general franquista bilaureado, con sus palomas cagándole la calva. Y en la esquina de la plaza permanece la placa de mármol hablando de la gesta heroica de dos hermanos muertos por Dios y por la Patria en la Cruzada de Liberación Nacional. Sigo sin entender como averiguan aquí la Memoria Histórica... Mejor dicho, está claro cómo entienden en San Fernando la Victoria del 39.


En el mismo banco de piedra, el más cercano al 44, vive el mismo sin-techo desde hace unos meses. Debe ser muy duro pasar el invierno en la calle... Hoy atesora dos maletas ajadas y una mochila que deja abandonadas cuando se marcha a cualquier sitio. ¿Quién se las va a llevar? Se ha cortado el pelo blanco pero sigue con el rostro tan atezado como en primavera. Le veo beber a buchitos cortos de una litrona caliente, como en primavera. Fuma una marca de tabaco chino, de esas baratas y lee el Viva Cádiz, que es un periódico que se reparte gratuitamente. Y se calienta al sol que asoma por donde estaba la Torre Cimbrelo...
La terraza del 44 acaba llenándose con la fauna vecinal propia de esta franja horaria. Jubilados, desempleados, señoras paseando carritos de bebés, ciudadanas con el carrito de la compra —el mercado está aquí detrás—... por cierto, hay una concentración de parados en la puerta del ayuntamiento. De momento hablan entre ellos y no exhiben pancartas, pero son hombres recios y se les nota el nivel de desesperación.
En la mesa colindante a la de servidor, un jubilado se queja de los partidos políticos. La misma rumana ha pasado dos veces pidiendo una moneda. La gente busca sentarse en las mesas al sol. En invierno el sol proporciona una luz preciosa, con esas sombras alargadas que me regalaban aquellas imágenes en la mesa de mi laboratorio. Desde que no se puede fumar dentro de los edificios, las terrazas echan humo...
El sin-techo se encasqueta un gorro de lana, blanco roto (bastante roto el blanco, diría servidor), pero no de cualquier manera, se lo coloca con cuidado, procurando que el peló le quede recogido... Podrá no tener techo, ni trabajo, tal vez ni siquiera tenga familia; podrá ser un excluido del sistema, pero conserva esa pizca de coquetería. Yo diría que ese detallé le mantiene en el seno de la dignidad.



jueves, 6 de junio de 2013

Sigue el general Varela recibiendo cagadas de palomas

Sigue el general Varela recibiendo cagadas de palomas. Hablo de una estatua ecuestre que preside la principal plaza de San Fernando (Cádiz), su pueblo natal. Pues ahí está —un militar autoritario y patriota, de los que estuvieron la mar de bien medrando en el Régimen de Franco— dando un ejemplo más que dudoso a la posteridad… De hecho, fue uno de los treinta y cinco cargos franquistas imputados en crímenes contra la humanidad en el sumario instruido por el juez Garzón. Sumario que no progresó, claro está, y que acabó con el juez en la puta calle. De todos modos, servidor, recomienda su lectura para ir entendiendo la magnitud de la represión premeditada en la posguerra… y en la actualidad.

Ahora le vino otra cagada gorda al bilaureado general Varela, esta vez desde Londres, que parece que han desclasificado viejos papeles de guerra y salen ahora contando que el héroe africanista recibió dos millones de dólares para que apoyara la idea de no entrar en la II Guerra Mundial al lado de fascistas y nazis, sus conmilitones naturales.

Los que saben de estas cosas (y han estudiado en profundidad la figura del general bilaureado) dicen que no era proclive a entrar en la guerra, así que menudo regalito le hizo Londres. Aunque, en realidad, todavía no sabemos si no quiso entrar en guerra porque ya había recibido el soborno o porque realmente lo consideraba un suicidio… Se verá, supongo. Sea como sea, ahí tenemos a un héroe con dos Laureadas de San Fernando, retratado como un mísero receptor de sobornos. De ser cierto, y los papeles lo dicen clarito, ¡qué vergüenza, para el Régimen y para su familia, saber que su fortuna se nutrió de esa forma! 

Ya sabíamos, de todos modos, que don José Enrique Varela, hijo predilecto de San Fernando, era hombre de aceptar regalos sin remilgos. Y, por lo que se ve, no le importó que el pueblo de Cádiz (trabajadores municipales y de astilleros), depauperado tras la Guerra Civil, fuese obligado a regalarle un chalet, con jardín y todo, en las afueras de la ciudad… Al fin y al cabo, para eso se ganan las guerras, para que se lo agradezcan a uno, ¡coño! 

Hace un par de años hubo un intento, aquí, en España, de desclasificar buena parte del fondo documental de la guerra civil. Pero se abortó a última hora (otra muestra de la cobardía de nuestros gobernantes) Madre mía, la de cosas que habrían salido a la luz de una puñetera vez. 

Hace setenta y siete años que se inició la Guerra Civil y aún saltan chispas con el tema, seguramente porque muchos culpables siguen paseando por las plazas españolas montados en caballos de bronce.

viernes, 8 de febrero de 2013

Crónicas de jubilación: Haciendo recados por la calle real


En la plaza del Rey —Isla de León— hay una estatua ecuestre de un general bilaureado y filofascista, de esos que lucharon sin complejos contra otros españoles y medraron la mar de bien durante la dictadura. Orgullo de unos isleños y vergüenza de otros isleños. Hoy las palomas se le cagan encima; pero de ahí a que la reacción ácida disuelva el bronce van a pasar milenios (…habría que buscar otra forma más rapidita si es que se le quisiera perder de vista)




En una esquina de la misma plaza, sigue colocada una placa de mármol que recuerda la hazaña de dos hermanos, militares ellos, que fueron heridos gloriosamente, al servicio de Dios y de la patria, durante la Cruzada de liberación nacional. Eso va a ser que la memoria histórica sigue siendo unilateral por estas esquinas… lo digo porque los otros siguen siendo criminales anónimos, y hacinados en fosas comunes.

Un poco más abajo, un joven sentado en la acera, a la recachita del sol mañanero, exhibe un cartel explicativo. Dice que tiene 21 años, que es electricista y que pide una ayuda. Es muy joven, casi barbilampiño. Lleva un macuto de Decathlon y ropa que aún no está ajada… parece nuevo en la calle. No sé, antes se le podría reprochar que con su juventud y con esas dos manos tenía suficiente para ganarse la vida… “yo, con tu edad ya estaba jartito de trabajá”, le habría dicho cualquier viandante de cierta edad. Pero hoy no es así. Ya no es tan sencilla la oportunidad de esta idea. Hoy, simplemente, el sistema no le necesita. ¡Sobramos! El sistema inmoral que nos inyectan en las entendederas ha declarado ‘cosa prescindible’ a muchos ciudadanos como este. Y en consecuencia parece decirnos: ¡Muérete, causarás menos engorro!
Viendo a este chico, derrotado ya con 21 años, me vienen a la cabeza algunas palabras de Galeano: “La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”.

El problema es que el Estado que están construyendo a nuestras espaldas ha renunciado a ejercer la atención solidaria que los ciudadanos le habíamos delegado. El nuevo sistema neocapitalista de valores entiende que el Estado NO ESTÁ para atender a vagos y maleantes –señalemos que vagos y maleantes son los que no tienen encaje en el miserable entramado laboral que han diseñado-, que el Estado no está para atender enfermos o viejos; no está para ocuparse de la de educación de niños, que para eso están los padres… el Estado solamente TIENE que amparar el mercado y la libertad de los negocios en un ejercicio darwiniano de sálvese quien pueda.



Y al final de la calle —¡vaya por Dios!— me encuentro con la estatua de un cura amparando a un niño con su brazo. ¡Joder! Me da un repelús que me asusta. No sé… Me he sentido culpable de haber sentido ese repelús —pero me recupero enseguida, la verdad—. No hace mucho, ver juntos a un niño y a un cura no producía ningún tipo de reacción. Al contrario, uno recordaba la sensación naif de “…dejad que los niños se acerquen a mí”. Pero ya no es así… y no precisamente porque uno sea malpensado, lo es porque los sacerdotes –unos por acción y otros por omisión- se han ganado a pulso una sospecha general de pederastia.


Parménides tenía razón… ¡Esto cambia a una velocidad que no hay quien lo reconozca, tío!