domingo, 11 de noviembre de 2001

El muelle para la pólvora de Su Majestad

Este artículo se publicó en Diario de Cádiz, 11 Noviembre 2001

Al joven Debreuille lo convirtieron en soldado. Tal vez un buen día lo sacaron de su casa, allá por la campiña francesa, le dieron un uniforme, un fusil y una bayoneta, y a las órdenes del duque de Angulema, futuro rey Carlos X de Francia, atravesó la península ibérica en una imparable marcha militar. Ese paseo triunfal se detuvo en el Puente Zuazo, frente a la ciudad que ya se conocía como San Fernando. Puede que no lo supiera, pero el soldado Debreuille fue uno de los Cien Mil Hijos de San Luís que devolvieron el poder absoluto a Fernando VII.

Debreuille 1825

Cuando se rindieron los defensores de la Constitución de 1812, el joven Debreuille debió formar parte de las tropas que custodiaban los Almacenes de Pólvora de la Marina, en Fadricas, y una calurosa tarde de agosto, mientras montaba guardia en la rampa de bajada al Espigón de Punta Cantera, sacó su bayoneta y nos dejó su recuerdo: DEBREUILLE 7 AOUT 1824. Ciento setenta y siete años más tarde hemos descubierto su cuidada caligrafía en ese trozo de pared... pared que podríamos convertir en un significativo monumento que recuerde el lustro de ocupación francesa de la Isla (1823/28). La rampa que utilizó Debreuille, que comunica la orilla del mar con la elevación donde se sitúan los polvorines, se construyó a principios de 1731 para facilitar el trasiego de los barriles pólvora entre los Almacenes recién estrenados y la orilla. Desde entonces la ciudad de Cádiz se liberó del enorme riesgo que representaba el tránsito continuo de pólvora entre el puerto y los almacenes situados por entonces en las inmediaciones del Campo Santo. Ese trasiego se trasladó a Punta Cantera, en la Isla de León, cerca de la Casería de Fadricas, el importante núcleo comercial e industrial que fue surgiendo en su costa oeste. El peligro desapareció de Cádiz, pero a costa de empeorar las condiciones de trabajo de los artilleros y la maestranza civil en la Isla, porque al final de la rampa no existía ningún muelle que facilitara las cosas. Por otro lado, el Embarcadero de Fadricas, que existía desde finales del siglo XVII en la cala próxima, para embarcar las aguadas y demás provisiones, por obvias razones, nunca se utilizó para esos peligrosos menesteres.

Para solucionar esta situación, el Comisario General de la Artillería de Marina, don Joachim Manuel de Villena, el 9 de agosto de 1751, envía al Marqués de la Ensenada, Secretario de Estado, Hacienda, Guerra, Marina e Indias con Fernando VI, un completo estudio que justificaba la construcción de un muelle en Punta Cantera, que habría de utilizarse exclusivamente en el embarco/desembarco de pólvora para los navíos de su majestad. En uno de los documentos explicaba los “Inconvenientes, atrasos y perjuicios que suceden en la extracción o depósitos de pólvora en los almacenes del sitio de las canteras para la provisión y desembarco de este género en los navíos de guerra a causa de la natural mala disposición de las orillas de aquel paraje”. En él explica cómo se realizaba el “municionamiento”: los barriles de pólvora negra, de unos 46 kilogramos cada uno, se transportaban a hombros desde los almacenes hasta las lanchas fondeadas a escasa distancia de Punta Cantera. Es decir, se introducían hasta la cintura en el agua, y en esas circunstancias el riesgo de resbalar “por la lama que la mar deja en las piedras que hay en la Punta” era enorme. De hecho con frecuencia hombres y barriles caían al agua. Si se optaba por evitar las piedras, se atascaban en el fondo fangoso, de manera que de una forma u otra se perdían muchos barriles en cada provisión. En bajamar el recorrido que tenían que hacer los hombres, cargados con los barriles, para llegar a los lanchones, era mayor, y el riesgo de resbalar aumentaba.

Así las cosas, encontraron que la mejor manera para evitar tantas caídas era “...varando la embarcación en pleamar; y esperando la bajamar para la faena”. De ese modo las lanchas quedaban más cerca del terreno seco. Ciertamente del todo “no se evita el arriesgado piso, y aunque el barril no se moje a veces se desfonda o suelta los aros, y se desperdicia la pólvora”. Había menos pérdidas por caídas, pero los barriles depositados en las lanchas quedaban expuestos a temporales y lluvias hasta la siguiente pleamar, que sumado a una noche de espera, atrasaba mucho la provisión de los buques de guerra. El documento finalizaba enumerando las ventajas de construir el muelle proyectado porque “con él resulta favorable poderse embarcar y desembarcar en un día, y a cualquier hora, la pólvora, aunque sea de una Armada; ahorro en su conducción a los almacenes, o de estos a las embarcaciones; seguridad en los barriles, y para mayor, se podrán disponer pequeños carretones donde nada sufren; evitar el riesgo en las embarcaciones cargadas, que varadas suelen lastimarse en las piedras, y lo demás que se evidencia...”

Villena proyectó para ello un muelle de 5 metros de ancho y 175 de largo, en cuyo extremo se construiría un baluarte poligonal, capaz de contener los barriles de dos lanchones, y susceptible de artillarse en tiempos de guerra. El embarque de los barriles se haría desde las escalinatas del baluarte, y el piso estaría formado por una torta de argamazón fino con el suficiente lomo “para favorecer el derrame de las aguas”. Todas las piedras exteriores serían labradas convenientemente, adheridas con mortero hidráulico y con las uniones selladas con zulaque (mortero formado por cal, aceite, estopa y escorias o vidrios rotos, propia para obras hidraúlicas). La construcción estuvo presupuestada en 131.293 reales de vellón.

Espigón de Punta Cantera

Enterado el rey, el propio Marqués de la Ensenada, de puño y letra, anotó en el expediente: “Todo esto se enviará a don Jorge Juan para que pase a Cádiz, examine esto, y si se ve preciso se haga el muelle que se proyecta”. Es decir, la decisión final para construir el Espigón de Punta Cantera estuvo en manos de don Jorge Juan y Santacilia, ilustre marino y científico que por esos años desarrolló una desbordante labor. Participó con Antonio de Ulloa en la medición de un grado de latitud en Quito; proyectó y dirigió las obras de los arsenales de El Ferrol y Cartagena; recorrió costas y levantó planos para ejecutar obras de infraestructuras en dársenas y astilleros; viajó a Londres para estudiar nuevos métodos de construcción naval, etc. En 1751, cuando se le encarga el informe sobre el Espigón de Punta Cantera, fundó el Observatorio Astronómico de Cádiz, que actualmente se ubica en San Fernando. Y poco después, en 1755, fundó en su casa gaditana la Asamblea Amistosa Literaria, una academia científica precursora de la que se trataba de fundar en Madrid. Jorge Juan fue un ilustrado de notable prestigio internacional.

Con tanto trabajo pendiente, se entiende que tardara dos años en realizar un informe favorable sobre el Espigón, y cuando el 22 de mayo de 1753 lo envió al marqués de la Ensenada, aconsejaba que el baluarte fuese rectangular en lugar de poligonal, con la idea de dar mejor abrigo a las lanchas en caso de mala mar, sólo eso cambió de la idea original. Sin embargo el proyecto de Villena, posiblemente por dificultades económicas, durmió durante un cuarto de siglo, y lo que finalmente se construyó sólo fue una versión simplificada.

Aún así, lo que hoy podemos admirar es un bello espigón en rampa descendente que parte de la fortaleza y se adentra en la mar, enfilando directamente el Puntal de Cádiz. En los bordes de la construcción se utilizaron sillares machihembrados, labrados en roca ostionera, para dar mejor trabazón a una obra batida por las mareas. En pleamar se cubre la parte más baja y el atraque se realizaba en la zona cercana a la fortaleza (posiblemente construida al mismo tiempo que el Espigón y que se conserva intacta); por el contrario, en bajamar sólo era utilizable el extremo más alejado de tierra firme. De esa manera quedaba asegurada la utilidad del Espigón en cualquier momento mareal. Sin duda, una solución económica para facilitar el aprovisionamiento de los buques en un litoral tan tendido como el del interior de la bahía.

La superficie del Espigón a duras penas sigue siendo un empedrado de lascas colocadas verticalmente sobre una capa de zahorra, alineadas y adheridas con mortero de cal. Forman cuadrículas rectangulares ligeramente inclinadas y con una hilera central de lascas maestras. Los romanos ya construían así, y es una buena disposición para drenar el agua, y evitar charcos permanentes cuando las mareas se retiran, detalle de la máxima importancia puesto que la humedad es fatal para la pólvora negra que se transportaba. En el costado derecho, a unos 25 metros de tierra firme, se construyó un apeadero en rampa. Y así quedó preparado para ser uno de los dos apostaderos de las “Flotas de Sutiles” (cañoneras, obuseras y todo tipo de embarcaciones pequeñas y artilladas) que apoyaron los ataques y defensas durante el cerco francés de 1810/12. Estuvo mandada por el almirante don Cayetano Valdés, insigne marino enterrado en el Panteón de Marinos Ilustres. Desde aquí partían las lanchas para proveer de pólvora y municiones a los puestos avanzados y entre sus piedras murió el alférez de navío don José Álvarez de Sotomayor, el 2 de Junio de 1811.

Espigón de Punta Cantera

A mitad del siglo XIX, según relata Pascual Madoz, el atracadero de Caño Herrera, tradicionalmente usado para el transporte de viajeros en el entorno de la Bahía, no podía utilizarse en bajamar “a causa de la obstrucción en que se halla... por la arenas y cienos movedizos que arrastran las mareas y el abandono con que se mira su indispensable limpia” (siglo y medio más tarde seguimos en las mismas). Por eso se utilizó el Espigón que, aunque ya estaba muy deteriorado para los menesteres de la pólvora, sí era de utilidad para el transporte de personas en bajamar. Y así fue languideciendo poco a poco. Finalmente llegó el ferrocarril y el automóvil, y las provisiones de pólvora y otras municiones se hicieron al margen de viejo Espigón. Entonces lo olvidamos.

Hoy día el Espigón de Punta Cantera resiste a duras penas los empellones de la pleamar. Sus bellos sillares van quedando esparcidos en el fango de la bahía. La mar lo va descarnando, pacientemente, en un intento de recuperar su lugar...

domingo, 4 de noviembre de 2001

El embarcadero de las fadricas y su entorno

Este artículo se publicó en Diario de Cádiz, 4 de Noviembre de 2001

LA HEREDAD DE FADRIQUE. En los Polvorines de la Marina, dentro de la zona militar que se abandonó en el año 2001, existen varios lugares olvidados que, de una u otra forma, deberíamos recuperar para la historia de San Fernando. La confidencialidad militar tiene estas cosas. Aparte del indudable interés de los viejos polvorines, ya comentados en estas páginas, aún conservamos el llamado Embarcadero de Fadricas, que algunos mapas del siglo XVIII ya denominaban “Muelle antiguo”. Es un hermoso puerto con dos espigones paralelos que se adentra en la Cala del Manchón de los Arcos, a resguardo del cabo que forma Punta Cantera y enfilando directamente a Puerto Real. Los romanos del primer siglo de nuestra era, y tal vez los fenicios, ya conocían la privilegiada situación de esta cala para embarcar la producción de ánforas que fabricaban en el alfar de Fadricas. Tal vez ahora, cuando las tareas de municionamiento se han trasladado a Rota, sea el momento para que el equipo de don Antonio Sáez Espligares, subdirector del Museo Municipal, o en su caso el organismo competente, tengan ocasión de investigar más a fondo este yacimiento. Sin duda la historia de San Fernando se verá enriquecida con ello.

Cuando Fray Jerónimo de la Concepción dibuja en 1690 su famoso mapa de la Ínsula Gaditana, aún no se ha construido el Embarcadero, pero nos muestra en la Isla de León un lugar llamado Fadricas, hacienda de Fadrique de Lila y Valdés, rico comerciante de Cádiz, de origen flamenco, que la adquirió del duque de Arcos a censo perpetuo. La toponímia del lugar, al igual que en toda la Isla de León, coincide con el nombre del rico vecino gaditano que la ocupa. De ahí que Fadricas haga referencia a la heredad de Fadrique, lo mismo que Bidal, Ricardos, Pedroso, Ahumada, etc., son lugares que adoptan el apellidos de sus moradores.

Embarcadero de Fadricas
Pleamar en el Embarcadero de las fadricas, Isla de León.

Fadrique murió sin hijos en 1670, y la hacienda de Fadricas pasó a manos de sus herederos, que siguieron pagando al duque de Arcos, hasta mitad del siglo XVIII, 20 reales de vellón cada año. Entre estos herederos encontramos a su sobrino, Jose Domingo Colarte y Valdés, hijo del primer marqués de El Pedroso, también de origen flamenco, que fue propietario, según la información del mapa Lobo/Quintana, de un molino de mareas y de un importante edificio que se llamó Casa Blanca. Tanto el sobrino de Fadrique, como el duque de Arcos, así mismo propietario de tres almacenes y tiendas en el Sitio de Fadricas, los utilizaron profusamente a lo largo del siglo XVIII en una continua actividad comercial. Colarte arrendó repetidamente sus almacenes y bodegas a la Marina, que los usó a su vez para la provisión de víveres que se embarcaban en las flotas armadas. Por su parte, los del duque de Arcos, según detalla el historiador isleño don José Luís López Garrido, se alquilaron sin descanso a particulares para almacenar y vender aceite, vino, vinagre, aguardiente, etc. También hubo en el entorno del Embarcadero de Fadricas un importante almacén de sal para controlar su renta, hasta tal punto trascendente que, en opinión de dicho historiador, “la explotación y cultivo de la sal en San Fernando sea un proceso ligado a épocas contemporáneas, y la tradicional vinculación de la Villa con la sal, tenga realmente sus orígenes en el almacenamiento de dicho producto en la zona de Fadricas”.

Es patente que, al amparo del auge económico de Cádiz en el siglo XVIII, se inició en Fadricas una rica actividad comercial en tres direcciones: comercio hacia las Indias, provisión de víveres y demás pertrechos para las flotas armadas y apoyo al abastecimiento del incipiente núcleo de vecinos de la Isla de León. Y tal actividad comercial fue posible gracias a la existencia de un embarcadero que se construyó junto a la Casa Blanca a finales del siglo XVII. Tal vez el primer plano que lo muestra sea una carta náutica atribuida al piloto de galeras Legay, que muestra la distribución de la flota combinada de Francia y España antes del ataque angloholandés de 1702 (Biblioteca Nacional de París, C. et P. 61,4,17). En ella se aprecian, delante de la “Maison Blanche”, los dos espigones del Embarcadero de Fadricas.

La Guerra de Sucesión Española, entre 1701 y 1713, implicó un notable incremento en la actividad del Embarcadero. Desde él se aprovisionaron los navíos que participaron en el asalto a Barcelona, último reducto de los partidarios del archiduque Carlos; se cargaron “Flotas Armadas de la Mar Océano” que esperaban fondeadas en la bahía; se hacían las aguadas, recogidas del acueducto que llegaba hasta sus inmediaciones; incluso desde el Embarcadero partían los enfermos de la Marina, y su maestranza civil, para llevarlos hasta el Real Hospital de Cirugía de Cádiz.

Donde mejor quedó plasmada esta olvidada geografía isleña es en un plano que hemos encontrado en el Museo Naval de Madrid, sin fecha precisa, pero que debe reflejar la situación del último tercio del siglo XVIII puesto que ya están construidos el Espigón de Punta Cantera y las Murallas defensivas que la rodean. En el dibujo que incluimos se detallan las instalaciones militares de la Punta, y el entorno del Embarcadero de Fadricas, con sus almacenes, tiendas, jardines y huertas, casas particulares y la Aguada del Pedroso.

Embarcadero de Fadricas
Aspecto actual del "embarcadero de las fadricas". Sobre el polvorín C-2 se alzaba
la llamada Casa Blanca,
conjunto de viviendas y almacenes que pertenecieron
hasta 1727 a José Domingo Colarte, segundo hijo del Marqués del Pedroso

En el último tramo de ese siglo se instaló en la Casa Blanca una importante fábrica de tejidos pintados que estuvo gestionada por las Reales Fábricas de Cetinas. En ella trabajaban, según la época, cerca de 300 operarios y hasta contaba con una capilla propia que el obispo de Cádiz tenía censada entre las de su diócesis. Más tarde, durante el asedio francés de 1810/12, la Casa Blanca se utilizó para almacenar los efectos navales de la “Flotilla de Sutiles” que tuvo su base en el Espigón de Punta Cantera (del que hablaremos próximamente), y durante el Trienio Liberal (1820/23) fue cuartel de tropas. En ese tiempo los dueños de la Casa Blanca se quejaron ante el Cabildo de la ciudad por los destrozos que los soldados causaron en las instalaciones. Después de eso la ocupación de la cabecera del Embarcadero de Fadricas languideció hasta que en 1960 pasó a ser propiedad militar. Por entonces sólo quedaban casas, establos, porquerizas y almacenes, con un mínimo interés agropecuario. Nada queda de todo eso porque en los años sesenta del siglo XX, el radio de seguridad de los primeros polvorines tipo “A” obligó a la demolición de las últimas piedras que tal vez levantara Fadrique en el siglo XVII. Sobre ellas se construyeron los polvorines C-1, C-2 y B-2. Sólo el viejo embarcadero sobrevivió, y a partir de entonces es lo único que recuerda los mejores tiempos del “Sitio de Fadricas”.

El Embarcadero se utilizó hasta bien entrado el siglo XX, muestra de ello es la vieja foto (1930 apróx.) cedida por don Ángel López González, en la que se observan hasta 23 bajeles que, a pesar de la bajamar, esperan atracar en él. Hoy día el “Muelle Antiguo” sigue siendo una noble construcción de sillares desgastados por las mareas. Ahora, desaparecida la confidencialidad militar, nos queda devolverle su valor histórico.

EL PASAJE PARA LAS AGUADAS. Fray Jerónimo también nos dejó en 1690 un bonito dibujo del “pasaje para las aguadas de su majestad”, es decir, el acueducto que los isleños llamaron “Los Arcos”. Se construyó antes de 1690 para traer agua a las inmediaciones de Fadricas. Con ella se llenaban toneles y pipas que luego se embarcaban hacia buques de guerra y particulares que esperaban fondeados en la bahía. Don Salvador Clavijo, en su Historia de San Fernando, hace numerosas referencias al acueducto. Comenzaba junto al que aún existe en una finca el Callejón de San Miguel, actualmente propiedad de don Ramón Fontau, cerca del Puente de la Casería. La noria que extraía el agua dejó de usarse hace unos 50 años y estuvo arrumbada en un rincón hasta que alguien la vendió como chatarra. Hoy nos queda su recuerdo en la fachada de esta finca, que en azulejos anuncia: “NORIA DEL MARQUÉS”. Referencia al marqués de El Pedroso, heredero de Fadrique de Lila y Valdés.

Con la expropiación de terrenos del año 1960 se amplió la superficie de los Polvorines de Fadricas. Esa zona proporcionó la seguridad que la nueva generación de polvorines necesitaba, y los últimos restos del acueducto quedaron dentro del perímetro militar. Esta circunstancia lo alejó de la curiosidad general y, muy posiblemente, contribuyó a olvidar que “el sitio de Fadricas” es, en parte, consecuencia de él. El acueducto se mantuvo en pie hasta 1975. Pero unas piedras sin alma son fáciles de derribar. Entonces se derribaron. Tal vez con el único propósito de tener más visibilidad. A don José María Castelló, alférez de navío, responsable de Mantenimiento y Obras de los Polvorines en ese tiempo, le tocó el trago de supervisar su demolición, y nos relató que Los Arcos se sustentaban sobre una calzada que no se destruyó. Ahí debe permanecer. Los escombros del viejo hospital de San Carlos se depositaron sobre ella y elevó el nivel de esa zona, justo por donde en el siglo XVIII discurría el caño que retenía las aguas para mover el molino de mareas de José Domingo Colarte. Nada se edificó en su lugar, el Laboratorio de Pólvoras y el Taller de Mantenimiento flanquearon a distancia la calzada por donde discurría el “viejo acueducto de las aguadas para las flotas de su majestad”.

Así perdimos el acueducto. Hoy habría sido un precioso monumento...