viernes, 26 de febrero de 2016

Dónde está Marciano González Medina

Marciano González Medina, hijo de Marciano y Mercedes, fue escribiente de la Armada y estuvo destinado en el Arsenal de la Carraca, concretamente en la Segunda Sección de la Maestranza. Vivía en San Fernando, en la calle Pérez Galdós número 26.

El 17 de julio de 1936, cuando el ejército de África se rebeló contra la II Republica, estaba soltero, tenía 32 años y era concejal del Ayuntamiento de la ciudad. Dos días antes, el 15, había asistido a la última reunión del cabildo municipal republicano presidido por don Cayetano Roldán Moreno, médico, alcalde y fusilado tres meses más tarde.

Fuente. La fosa común de Puerto Real, Cádiz. Imagen de José A. Tomás

Para colmo de desgracias, Marciano era masón, miembro de la logia Igualdad 53 de San Fernando… su nombre apareció en la llamada Lista de Varela, una relación de miembros de distintas logias masónicas de la provincia que se publicó, a instancias del bilaureado general don Enrique Varela, en el Diario de Cádiz en los inicios del Movimiento Nacional. Muchos de los señalados en esa lista fueron fusilados y depurados. Pero habría dado igual, para los rebeldes fascistas, el hecho de ser concejal de algún partido político no afín a ellos, ya era motivo suficiente para privarle de todo derecho.

El mismo día 18 de julio, el general López-Pinto gobernador militar de Cádiz, se suma a la rebelión, toma el poder y se erige en la suprema autoridad de la provincia. Inmediatamente hace público el Bando de Guerra que instaura el estado de guerra y deroga, por la fuerza bruta de las armas, las garantías constitucionales. Todo el personal civil al servicio del Estado queda militarizado…

En San Fernando, el teniente coronel de infantería de marina, Olivera Manzorro toma el poder, se proclama Gobernador Militar de la Plaza y, amparadas en el Bando de Guerra, las tropas de Infantería de Marina toman los edificios públicos. El 19 de julio, cuando el alcalde Cayetano Roldán intenta reunir a sus concejales, son detenidos y encerrados en la cárcel municipal… con ello queda extinguido todo vestigio de autoridad republicana en San Fernando. El golpe de estado ha triunfado y comienza la ignominia.

El día 21 de julio, Manzorro impone una Comisión Gestora Municipal formada por siete miembros y al frente coloca al comandante de intendencia Ricardo Issasi como alcalde de San Fernando. Los meses que siguen se conocen en toda España como el Terror Caliente

Marciano, el escribiente del Arsenal, dejó de ir al trabajo. Asunto grave porque el artículo quinto del Bando de Guerra de López-Pinto consideraba sedición el abandono del trabajo, delito que se tramitaría por procedimiento militar sumarísimo. En consecuencia, el 24 agosto 1936 se recibe en el Ayuntamiento un exhorto procedente del Juez Instructor de la Carraca, don José García de la Vega, pidiendo al nuevo alcalde que localice a Marciano y «…se noticie al expresado escribiente que deberá presentarse en este Arsenal a la mayor brevedad…»

El alcalde responde al día siguiente: «…tengo el honor de remitirle duplicado diligenciado por la madre del vecino de esta población Marciano González Medina, ya que este señor no ha podido hacerlo, por manifestar la madre del mismo se encuentra detenido…»

Lo que no sabían ni la madre ni –se supone- sus superiores es que Marciano había sido fusilado hacía ya trece días, el 11 de agosto… Esa madrugada sacaron de la cárcel a siete desgraciados (cuatro concejales, un médico, un sastre y un practicante). Un camión de Infantería de Marina los llevó al Puerto de Santa María y fueron fusilados por un pelotón de soldados. A todos ellos les aplicaron la Ley de Guerra para justificar el crimen. Dicen que los tiros de gracia los ofrecían generosos falangistas. Luego los sepultaron en una fosa común, anónima y discreta. Marciano no confesó ni recibió los sacramentos que le ofreció el sacerdote que siempre asistía a los fusilados antes de su ejecución. El cura lo dejó por escrito.

Sí. Trece días después de muerto, preguntaron a la madre dónde estaba Marciano. Ya sabemos que la justicia debe ser ciega, pero aquella justicia no sólo era ciega, además era sorda, arbitraria, cruel y estúpida.


martes, 16 de febrero de 2016

Los hombres de Menga

Hablaba Alba de desayunos y se me vino a la cabeza el que nos regalamos el sábado pasado, camino de Antequera. La Venta estaba cerca de Algodonales… en medio de la Sierra de Cádiz, que es tierra rica en recios panes y mantecas de cerdo con zurrapas de lomo o hígado. Las hay blancas y colorás, y últimamente han proliferado cierta variedad de patés de jamón curado, york, salchichón… La ventera trajo lo menos seis recipientes con distintos preparados que se nos iban los ojos detrás de aquello. Sin remilgos. Por estas latitudes todavía dejan encima de la mesa lebrillos rebosantes para que te sirvas a destajo, y no esas ridiculeces de tarrinitas monodosis y asépticas que apenas dan para untar una mísera rebanada de pan… No, aquí, por el momento, te sirves a voluntad.

Las niñas empezaron muy comedidas… no, yo medio mollete que luego se me repite… pero acabaron pidiendo más rebanadas de pan de campo para ir probando aquella variedad de mantecas. Eso sí, todos éramos plenamente conscientes de lo malo que es tal cosa para el colesterol y triglicéridos… pero de algo hay que morir, ¿no?

El indio o Peña de los enamorados, en la vega de Antequera. Es una foto de Ángel López González

La antigua Anticaria romana se transformó en la Antaqira árabe para llegar a nosotros como Antequera… un pueblo sorprendente situado en un cerro que domina la riquísima vega del río Guadalhorce. Encrucijada de caminos, incluso pudo ser la capital de la Comunidad Autónoma de Andalucía. Con apenas 42.000 habitantes tiene más de treinta iglesias… muchas almas descarriadas habría que reconducir, pensó servidor. Pero no es por eso, la cantidad de iglesias es consecuencia directa de la riqueza del pueblo y de la competición que cada hombre poderoso planteaba para dejar constancia de su riqueza: financiaban la construcción de iglesias para asegurarse una digna sepultura. El resultado es extraordinario… las visitamos el grupo de amigos –no todas, claro-, y lo hicimos de la mano de una guía francesa que, decía, había recalado aquí buscando los caballos andaluces (…podía haber acabado en Jerez de la Frontera, pero no, acabó en Antequera).

Servidor se maravilla siempre del arte que atesoran las iglesias, y del esfuerzo creativo y tecnológico que hay detrás del mecenazgo religioso. Esa dinámica ha sido el mayor impulso a la creatividad artística humana…

…pero siempre me asalta la misma reflexión: ¿y si tal creatividad artística y tecnológica, dedicada a enaltecer una quimera indemostrable, se hubieran dirigido la difusión de la razón y el conocimiento empírico? ¿Qué sociedad tendríamos hoy? ¿Sería una sociedad más feliz, menos sumisa, más evolucionada, más igualitaria, más justa…?

Como de costumbre, no sé… ¿Es posible imaginar una sociedad que NO haya pasado por esas etapas culturales?

Pero lo que me resulta realmente fascinante de Antequera son sus dólmenes. Hace 6000 años, los hombres que habitaban aquella vega tan fértil no eran primitivos. Tenían unas creencias tan firmemente arraigadas que, en torno a ellas, también construyeron sus catedrales con un esfuerzo humano extraordinario, tanto físico como intelectual. Y lo hicieron sin recurrir a mano de obra esclava, lo hicieron ellos, una comunidad cooperante.

El dolmen de Viera lo orientaron exactamente hacia los equinoccios, y cuando amanece esos dos días, los primeros rayos del sol entran hasta la cámara más profunda. Sin embargo, el dolmen de Menga lo enfilaron exactamente hacia sus antepasados muertos: esa extraordinaria cabeza durmiente de piedra que se eleva en la llanura de Antequera…


Fuente: Flickr  / Autor: julie3jax

Me temo que va a ser verdad. Es evidente que los hombres hacen cosas extraordinarias mientras creen en cosas indemostrables… y que la razón, por lo que se ve, no les conduce a nada duradero.