martes, 29 de octubre de 2013

Roma: el poder

…luego caminamos hasta la Ciudad del Vaticano, rodeamos sus imponentes murallas y llegamos hasta la explanada de la Basílica de San Pedro, dicen que la mayor de toda la cristiandad. Ya es noche cerrada. Impresiona contemplar lo que has visto decenas de veces en imágenes. Pero toda la explanada está llena de sillas, como esperando un acontecimiento papal de los que congregan a masas de creyentes rendidas al carisma del Pastor… por eso, por las sillas, no podemos buscar los puntos exactos para observar las columnas superpuestas, unas detrás de otras, como si los soportales de la plaza de San Pedro solo tuviera una fila de ellas, todas mirando a esos dos puntos que son los centros geométricos de las semicircunferencias. Así era la maestría de los genios que la diseñaron y construyeron.
El lugar irradia un poder que casi se mastica. No son las dimensiones físicas del Estado del Vaticano, es la concentración de hechos históricos en ese punto infinitesimal del planeta. Casi se huelen los secretos inconfesables que guardan esas hermosas paredes… como las de cualquier centro de poder. Lo que irradia ese poder —que casi se mastica— también emana de las riquezas y bellezas que se exhiben en sus museos, en sus paredes, en los techos (y lo que se intuye oculto) Ese poder que se mastica en el ambiente, que se escenifica en la majestuosidad de las piedras y de los tesoros, emana directamente de la enorme capacidad que ha tenido y mantiene la Iglesia para dirigir y modificar el comportamiento de la gente...

Bajorrelieves en una plancha de bronce, puerta lateral derecha de laBasílica del Vaticano, centro neurálgico de la religión del amor.Descripción explícita de las torturas que los cristianos reservaban a los malos.
Ese es el verdadero poder: la capacidad de modificar el comportamiento del rebaño, mediante el terror, la disuasión o mediante la convicción impuesta desde la cuna. Y, lo reconozco, los que mandan en el Vaticano han sabido y saben mantener la ficción entre la buena gente de que la Iglesia es la única intérprete de la moral, y que es, además, la guardiana del castigo o salvación eternos. Y hacer de tal ficción una verdad inapelable basándose en una quimera indemostrable es para quitarse el sombrero… ¡qué inteligentes son unos, que imbéciles somos otros!
Hay en la basílica de San Pedro un círculo rojo que recuerda en lugar donde el emperador Carlomagno se hincó de rodillas para recibir la bendición del Papa de turno. Vieja lucha en el Medievo que ganaron los Papas… finalmente el poder lo otorgaba Dios —el cristiano, por supuesto— a través de su heraldo en la Tierra, el Máximo Pontífice. Y así lo acabó aceptando el emperador. Una jugada genial esa de imponer que el poder o es divino o no es legítimo. Franco también fue Caudillo de España por una gracia de Dios, lo ponía en las pesetas…
¡Tanto poder y no poder contra la muerte…!
A la vista de la Basílica del San Pedro, en los soportales de la Vía Conziliazione, la que nos encamina hasta el Castillo Sant'Angelo, duermen numerosos sin techo. Acomodan sus pocas pertenencias en un rincón o en carritos de la compra y, amparados por la luz de los edificios oficiales, y por la presencia policial, sobreviven otra noche… Hay miles de vagabundos sin hogar pululando por las calles de Roma, mendigando una moneda a las legiones de turistas. Y al final del día acaban siendo invisibles para cada uno de los miles de turistas. No sé…
El Mausoleo de Adriano es una impresionante fortaleza. Una chica canta con su guitarra en el puente sobre el Tiber. La noche se hace más fresca. Lancé unas monedas a la chica y algunas fotos, creo que con poco éxito. El camino de vuelta siempre es más penoso. Dejamos a la derecha las inmensas Murallas Aurelianas que rodearon la Roma Imperial… en mitad de la acera se acurruca un mendigo herido en la frente, este no finge. No tiene fuerzas ni para quejarse. El pobre hombre es un subproducto inservible del sistema económico que nos esclaviza. Para el sistema no es rentable, cuesta dinero mantenerlo con vida, su presencia no encaja estéticamente con la ciudad, debería morirse…
…y, encima, como sea infiel o descreído, va apañado.
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ADDENDA: Para ser justos, los bajorrelieves describen las muertes de San pedro y San Pablo!!


viernes, 25 de octubre de 2013

Roma: El vuelo

Subes al avión y estás pendiente del momento en que las ruedas dejan de tocar el suelo de tu patria. Luego bajas la bandeja y anotas…

…y ahí abajo queda tu país. En dos horas tocarás el suelo de la vieja Roma Imperial, tan cargada de historia y antiguos vestigios. Tan plagada de conquistas y saqueos de otras culturas para generar la más grande de todos los tiempos. Y sobre esta Roma antigua y —a pesar de todo— civilizadora, se superpone la Roma de los Papas, señores cuyo reino sí era de este mundo; la del Renacimiento a la Luz, y la del neoclásico y la del barroco… que lo satura todo de tan abigarrada belleza y poder que llegas a ansiar la soledad de una pequeña ermita románica en una minúscula aldea gallega. Tan exuberante y excesiva es Roma.

Posiblemente me costaría la misma vida vivir en otro país, porque España es mi casa, pero esa relación materno-filial no me impide reconocer las carencias de mi patria.

Creo que a veces el patriotismo nos vuelve ciegos.

España es el lugar que mejor conozco, el sitio en el que trabajaron y murieron mis mayores, pero seguramente no es objetivamente el mejor sitio para vivir. No la amo ciegamente y tampoco daría mi vida por ella porque no puedo estar seguro de lo que hagan con mi sangre los que mandan. Me parece que no sabemos quién manda en realidad, que nos engañan y nos dan azucarillos para tranquilizarnos. Si la patria fuese el conjunto de mis compatriotas podría pensar en entregar lo que fuese, pero me temo que la patria es, hoy día, el botín de unos cuantos poderosos; me temo que España es el campo de trabajo de unas pocas corporaciones supranacionales que no tienen patria ni amos por propia definición. Supranacionales cuya única patria es el beneficio por encima de los hombres y mujeres; cuya única lealtad es para el máximo beneficio depredado allí donde se halle. Esa patria no merece ni un arañazo de cualquier ciudadano.

La patria romántica, ese ente superior por la que murió mi abuelo, por la que se sacrificaron miles de españoles —los héroes y los olvidados en las cunetas— esa patria que nos llama a entregar la sangre en su defensa, ya no existe. Ha sido fagocitada por esto otro…

…habría que empezar a construirla de nuevo, desde lo más pequeño, desde la cercanía y nobleza de un patio de vecinos, o de un barrio lleno de gente que sobrevive frente a los mismos enemigos cotidianos. La patria de la gente que comparte y va creando las mismas señas de identidad, la misma cultura y los mismos recursos. La globalización económica —la única que se nos impone— nos bestializa y nos hace olvidar que en lo pequeño está lo auténtico del hombre.

Y tampoco me siento orgulloso de las patrias que se justifican exterminando a otras gentes, o a otras ideologías. La patria roja y la patria azul no son más que las patrias de unos tarados que se afirman solamente matando hermanos y exterminando ideas.

Tampoco mi patria consiste en banderas al viento y desfiles uniformados al son de música marcial. Si la patria necesita de símbolos de ese tipo, servidor renuncia a ser hijo de ella.
Inevitablemente vuelvo siempre al viejo concepto, que la única patria noble es el barrio y la gente que la recorrió contigo en la niñez. Las otras patrias son asuntos inventados a golpes de banderas y músicas lacrimógenas.

Es entonces cuando nos abrochamos el cinturón, recogemos la bandeja y el avión toca suelo en Roma, el viejo Centro del Orbe, la patria de otros… otros que, en la cercanía, son como tú.


jueves, 3 de octubre de 2013

Atardecer en el Barrero

El perrillo foxterrier corretea por el césped detrás de la pelotita. Antes, hace muchos años, no había césped, ni esto era un parque. Se llamaba el Barrero porque se extraía tal cosa para hacer ladrillos. Hoy se llama Campo de la Constitución… pero, por más que se intente, a esto se le sigue llamando el Barrero. Hay cosas que son como la senda de los elefantes, que permanecen y no pueden cambiar.

La dueña del perrito es una chica de pelo corto y pantalones vaqueros ajustados. Me parece que lo que quiere la chica es leer su libro en esta perfecta tarde otoñal... pero no va a poder ser porque el pequeño foxterrier es un histérico de las pelotitas y por más lejos que se la tira, más rápido vuelve para pedir más juego. Es tan simpático que resulta difícil no hacerle caso.
Al final —se veía venir— la chica abandona el libro y se dedica por entero a hacer feliz al perrillo...
Bueno, no es mala cosa dedicarse a esa tarea, a buscar la felicidad de alguien. Qué mejor asunto que ese, ¿no?


miércoles, 2 de octubre de 2013

No es un parque romántico

El Parque del Oeste es un parque estrecho que discurre entre dos carreteras. Lo tapiza un buen número de acacias que cuando llega la primavera lo cierra hasta convertirlo en un túnel; luego, cerca ya del verano, deja una alfombra de flores amarillas que da gusto pisar. Al atardecer, las acacias tamizan los rayos decadentes y deja sombras alargadas. Las raíces tienen mucha vitalidad y se abren camino, y afloran, a través del asfalto... La vida siempre se abre camino, y el asfalto —aunque parezca pétreo— a menudo franquea el paso de cualquier brote verde.

La gente camina muy deprisa por el Parque del Oeste... Desfilan presurosas y sudorosas quemando calorías. No se ven paseantes cogidos de la mano, ni ‘deambulantes’ mirando las musarañas, ni cómplices sisando una mirada furtiva, ni amantes en mitad de un beso. Este es un parque poco romántico, solo se utiliza para quemar colesterol y por las noches ni siquiera en los rincones oscuros se arrullan los amantes... Pero es bonito al atardecer, y tiene vida.
Alguien ha construido una pequeña pista de escalada bajo los pilares de la autovía, sobre el hormigón, y unos jóvenes intentan atravesar el circuito colgándose de los brazos y balanceando el cuerpo sobre el vacío. Debe ser un ejercicio extraordinariamente difícil. Me ven tomándoles unas imágenes y se sienten reconfortados. Charlamos un momento y les muestro mi admiración por su esfuerzo. Todos necesitamos reconocimiento...
Por el Parque del Oeste caminan los caminantes, corren los corredores y pican los mosquitos. Son una mosquitos pequeños pero de reconocida mala leche. Aprovecho para saludar a mi pupila, la compañera química que asumió mi jubilación, que es una corredora de fondo, menuda e incansable... Le doy un par de besos y recuerdos para la gente que sigue en el tajo. Y cuando la veo alejarse trotando vuelvo a comprender que, es verdad, que la vida sigue...
...y desde un banco les observo pasar presurosos ‘…a todos los he visto perderse allá a lo lejos del camino y me he quedado solo, sin despegar los labios, en mi sitio…’
(Con mis saludos cordiales a León Felipe)