martes, 14 de abril de 2020

La guerra es paz, la libertad esclavitud y la ignorancia es fuerza...




Abril de 2020. Un mes de confinamiento. Qué lejano queda todo lo que creíamos normal y asentado. ¡Solo teníamos un castillo de naipes! Para algunos —a los que nos iba razonablemente bien, en países con cierta protección social—, qué deseable resulta (ahora que la hemos perdido) volver a esa normalidad que nos favorecía y que vamos idealizando conforme pasan los días de encierro. Y mientras esperamos confinados, ansiamos que el virus se canse o sea derrotado a fuer de trabajo y solidaridad, y, sobre todo, deseamos que sea derrotado a pesar de las zancadillas que ponen los que no tienen la dirección política, pero la ansían a cualquier precio.



Sin embargo, ¿qué dirán los que viven a nuestro lado y sufrían una normalidad indeseable? Es decir, los que viven al día y con futuro incierto; los parados o con trabajos precarios y sin planes de futuro, porque no se puede pensar en el futuro con una mierda de trabajo, sin casa y sin estabilidad económica. ¿Qué querrán para después de la pandemia los trabajadores que siguen siendo pobres aunque trabajen toda la jornada? Los pobres de solemnidad que viven en la calle, los millones de personas que malviven en países pobres y sin cobertura del Estado; los que huyen de la miseria y la muerte, y quedan atrapados entre las alambradas y los gases lacrimógenos. ¿Qué normalidad desean todos ellos para después de la pandemia? ¿Quieren la misma normalidad que sufrían o querrán el confortable espejismo que teníamos unos pocos? ¿O querrán una situación más justa y solidaria, con una riqueza nacional al servicio del conjunto de la sociedad o, mirando más ampliamente, con una riqueza global al servicio del conjunto de la humanidad en lugar de seguir apalancadas las riquezas en manos del infame 1% y/o en paraísos fiscales?

¡Qué risa doy, por dios, planteando tonterías!

Me parece que no volveremos a ninguna normalidad previa. Ya lo dejó bien explicado Naomí Klein: las crisis provocan un colapso civilizatorio, y el colapso se aprovecha para enriquecer a los que ya eran inmensamente ricos. Lo que teníamos algunos —riqueza, estatus, bienestar— se ha volatilizado. Se nos habrán muerto miles y miles de personas por culpa de un virus que apenas son dos moléculas de 400 nanómetros de diámetro. La civilización de los hombres está quedando en jaque por una cosa pequeña que se reproduce en la garganta de cualquier ser humano a una velocidad endiablada. Las crisis históricas de la humanidad —ya sean económicas, bélicas, sociales, naturales, climáticas, sanitarias o de cualquier tipo— jamás han conducido a la situación previa a ellas, propician siempre otros valores entre los que sobreviven a los vaivenes. Provocan un tiempo nuevo en el que siempre hay vencedores y vencidos exterminados… lo distinto de esta pandemia vírica es que va contra el homo sapiens en toda su amplitud. El bicho es planetario, no entiende de fronteras ni de grupos nacionales o étnicos, ni distingue entre poderosos y sometidos. Tales cosas son inventos culturales que no altera la química y la física de las moléculas.

¿Qué valores emanarán después? Puede que el vuelco social y geopolítico lleve a desorden y caos, y a soluciones autoritarias (ya hemos experimentado tal catarsis histórica). Pero, por encima de eso, ojalá sirva la pandemia —como desea Eudald Carbonell— para que surja la conciencia global de pertenecer a una misma especie… porque si no es así, nos irá muy mal. Y para que eso funcione, es decir, para que nos sintamos miembros de una misma especie y la cuidemos, sobran dirigentes obtusos como Trump, Xi Jinping y decenas de tipos como estos, que anteponen como han hecho todos hasta ahora su tribu a las demás tribus. Creo que necesitamos forjar y difundir una conciencia colectiva basada en la existencia de enemigos comunes a la especie: el coronavirus y la precaria habitabilidad del planeta… Y creo que sobran los pensamientos que consideran esta crisis —y cualquier otra— como una oportunidad de alcanzar el poder y usarlo para reordenar la sociedad según su criterio (¡como si no estuviéramos hasta las narices de fascismos!); pensamientos que ven en la pandemia una oportunidad para rehacer negocios y alcanzar beneficios económicos privados… una oportunidad para seguir por donde íbamos, es decir: corriendo hacia el precipicio (¡maricón el ultimo!), pero con gente doblegada por el miedo.

Yo también quiero creer que es imposible fundar una civilización sobre el miedo, el odio y la crueldad. No perduraría. Nos lo dijo George Orwell.

Son malos tiempos para el pueblo que trabaja, el pueblo que se levanta todos los días para buscar el sustento diario. La gente normal siempre pierde. Los vencedores siempre son las élites dirigentes, los que detentan, por designio propio o divino, las riendas de la sociedad… los que se nutren del trabajo de otros: los indeseables.