sábado, 28 de julio de 2018

Invasores de patrias




El miedo es la mejor herramienta para controlar a los pueblos. El que gestiona el miedo de la gente tiene el poder. Y cuando no existe miedo, se inventa. O se coge cualquier temor social, por ridículo que sea, y se incrementa convenientemente hasta llevarlo a la categoría de terror. Una vez creado el miedo, para vencerlo y recuperar la seguridad, la gente, convenientemente dirigida, aceptará y hará cualquier cosa… Porque los seres humanos somos esencialmente gregarios y necesitamos atávicamente seguir al líder de la manada o, en estos momentos históricos, necesitamos sumarnos a una ideología sin complejos, que prometa la seguridad para la manada-grupo-nación. Y si para eso es necesario exterminar al extraño, se extermina de forma literal o virtual. No hay ningún problema, simplemente inventamos una ideología que silencie lo que nos dicte la razón y justifique lo que nos pide el hígado. ¡Fácil! Luego votamos masivamente a esta ideología salvadora y, listo, tenemos la tranquilidad de conciencia para cerrar fronteras y exterminar grupos sociales. No cambiamos los seres humanos. Siempre hacemos lo mismo. Es la ley del clan, la fuerza de la manada… es regresar democráticamente al paleolítico. Es el fascismo visceral que triunfa sobre la reflexión. Y no tenemos arreglo… ahí están los nuevos cuñaos para seguir el proceso.

Estamos en julio de 2018 y mis paisanos de Ceuta tienen miedo de los 602 hombres negros que han saltado las vallas rematadas con concertinas. Han herido a veintidós guardias civiles. Y tienen razón mis paisanos, temen por sus hijos; la inseguridad en las calles, la precariedad que supone para la ciudad una masa de hombres que no conocen nuestros parámetros de convivencia. Tienen terror a lo que eso significa: que sólo es el comienzo de una avalancha incontenible. Porque si han sido seiscientos los subsaharianos que han saltado las alambradas, eran 60.000 los que salieron de Mali, Costa de Marfil, Congo, Sierra Leona, etc. Hace treinta años ya sabíamos que a principios del siglo XXI llegarían al norte de África 50 millones de seres humanos sin agua, sin comida, sin ropa, sin sanidad, sin techo, sin los mínimos recursos vitales. Consecuencias de las guerras de explotación, de las sequias y de las hambrunas. Cincuenta millones de hombres y mujeres sin esperanza de que sus países puedan ofrecerles vida. No una vida digna, simplemente vida. Todos ellos, además, tienen la certeza de que engendrarán hijos únicamente para nutrir esa inmensa humanidad sobrante y sufriente. Procrear para generar más miseria y más seres condenados. La otra certeza que tienen es un dilema: o mueren de miseria en África o emprenden un viaje al Norte superando torturas de las policías de los países que atraviesan, violaciones a las mujeres y jóvenes, chantajes de las mafias de cada lugar, mercados de esclavos en Libia, Mauritania y el Chad. Solo los más resistentes y suertudos podrán atravesar el Mediterráneo o saltar las vallas de Ceuta y Melilla en un intento de alcanzar lo que para ellos es el paraíso. Y el paraíso es un país donde, en lugar de torturas, palos y violaciones, reciben agua, comida, ropa, un lugar para descansar… y a veces, una mirada directamente a los ojos. Mi amiga Rocío lo hace. Los mira y con esa mirada les dice: te reconozco como ser humano. Y eso tan simple es el paraíso.

Dos de los 602 invasores de Ceuta en julio de 2018


La selección darwiniana siempre deja frente a Europa a los más sanos, a los más fuertes y a los mejor adaptados… los débiles, los menos jóvenes y la inmensa mayoría de mujeres habrán caído en el camino a consecuencia de muertes horribles. Cincuenta millones de seres humanos esperando en el norte de África. Lo sabíamos hace treinta años. Yo lo recuerdo. Y si alguien, desde la comodidad de su casa europea, criminaliza a esta gente por intentar llegar a occidente tiene mi desaprecio —porque estos hombres y mujeres de color son personas que lo único que han hecho es nacer en un lugar inhóspito y sobrevivir a un viaje infernal—.

Seiscientos dos son los que han logrado invadir Ceuta después de sobrevivir a la travesía de África. Y han entrado por la fuerza bruta de su fragilidad, usando sus propios excrementos como armas arrojadizas y sus propios cuerpos como escudos. Y también han usado como armas lo que les ofrece el bosque de Beliunech, en Marruecos, frente a las alambradas de Ceuta. El mundo civilizado está lleno de criminales que pagan a Marruecos, Argelia, Túnez y Libia para que hagan lo que sea menester para detener la avalancha migratoria. Sí, el mundo está lleno de criminales, pero no son precisamente los que saltan las alambradas de Ceuta lanzando a la guardia civil su propia mierda y cal viva.

No creo que nada pueda contener estos flujos migratorios masivos —el imperio romano no pudo—. Yo no sé cómo se podrían integrar estos hombres y mujeres en la dinámica de los pueblos receptores. No lo sé… Lo que me aterra en primer lugar es la deriva del pensamiento que se percibe en la gente. Me da la sensación de que muchos o pocos de mis paisanos ceutíes (por lo menos los que comentan activamente en las redes sociales) verían con buenos ojos que levantaran un muro terrestre como el de los sionistas en Gaza o como el que quiere levantar Trump en la frontera de México. Y me temo que no sólo eso, creo que muchos verían con buenos ojos que instalaran cañones de gas mostaza (o tal vez ametralladoras) que barrieran las cercanías. Por mar ya lo hicieron en la playa del Tarajal, que en tiempos del Partido Popular, lanzaron gases lacrimógenos y pelotas goma a un grupo de inmigrantes que nadaban hacia Ceuta… murieron tres, por cierto.

No sé, últimamente veo a mucho español que todo lo soluciona mandando a la legión por delante… a Catalunya o a la frontera con Marruecos. Y, la verdad, yo prefiero que los legionarios sigan con sus numeritos circenses paseando tarugos de madera a verlos otra vez convertidos en novios de la muerte.


jueves, 19 de julio de 2018

Somos peores que los insectos que matan a la surfinia




Los insectos han atacado en masa a la surfinia. La han dejado sin flores y sin vitalidad. Ayer tenía encima miles de pequeños libadores de savia y después de una buena rociada de insecticida han muerto. Yacen ahora en la mesa los miles de cadáveres como motitas de polvo… Pero fue tarde. Tal vez muera la surfinia. Por más agua que le regalo, sigue mustia. Es lo que pasa con las cosas vivas, que mueren tarde o temprano. Por una causa o por otra.

Pero eso es lo que hacen los insectos, sobrevivir y alimentarse para procrear mejor que los vecinos. No tienen otra opción. Lo llevan ensayando con éxito desde hace millones de años. Hacen lo que les mandan los genes. No cabe pedir contención, estrategia o humanidad a un puñado de insectos libadores…

Hoy he visto un manojo de tres hombres atados por los pies y colgados boca abajo de una ventana. Como gallinas vivas en un mercado de hace cincuenta años. Eran tres hombres que los negreros libios vendían en un mercado de esclavos. Es una imagen real, de hace unos meses. No del siglo XIX. Es Libia, hoy. Ese país que los europeos hemos convertido, a base de euros, en un muro y en una cárcel para que no puedan llegar a Europa los que huyen de la pobreza, de las guerras y de las hambrunas… La civilización occidental ha esquilmado los recursos de África durante siglos, y lo seguimos haciendo de manera despiadada. Y para mantener a raya el éxodo masivo, compramos a estos criminales libios para que sigan haciendo el trabajo sucio por nosotros.

No creo que tengamos arreglo como especie. A esta civilización no la mueve el interés humanitario —no sabe qué cosa es eso—, la dirigen intereses criminales que tienen su leitmotiv en el máximo beneficio privado. Somos infinitamente peores que los insectos que matan a la surfinia porque nosotros sí tenemos elección. Sí tenemos conciencia del bien y del mal, pero nos falta humanidad y voluntad para hacer lo que es correcto. Es más fácil cerrar los ojos y olvidar lo que ocurre detrás de la esquina. Es más sencillo para los poderosos seguir ganando dinero y acumulando riquezas y poder —poder para seguir ganando más dinero y más riquezas—. Es más sencillo para los mediocres cerrar nuestros ojos y engañarnos con falsos paraísos que caben en un miserable crucero de placer pagado en cómodos plazos… Todo, cualquier cosa, es más sencillo que restregar esta imagen de hombres atados como gallinas por la cara de los que tienen el poder de evitarlo si quisieran…

¡Ay! ¡Si los pueblos gobernaran realmente! Dan ganas de hacer las mismas barbaridades a la recíproca…

domingo, 8 de julio de 2018

El asesinato de Andrés Silva Lobato




En San Fernando —y en cada rincón de España— los asesinos que se destaparon el 18 de julio de 1936 no dejaron evidencias documentales de sus crímenes. La mayoría de los asesinatos cometidos durante el Terror Caliente (julio de 1936, marzo de 1937) no están documentados. No pueden estarlo porque nadie en su sano juicio certifica que ha cometido un asesinato. Eran asesinos, pero su grado de estulticia no llegaba al punto de dejar constancia escrita de tal crimen. En cambio, sí contaban con la complicidad, la comprensión y el silencio expreso de los suyos, es decir, de las cúpulas rebeldes de la Armada e Infantería de Marina, de los guardias civiles y carabineros sublevados contra el gobierno de la República, de entusiastas falangistas salvadores de su particular patria, de fanáticos sacerdotes salvadores de almas y condenadores de cuerpos, y de todas esas personas de orden que apoyaron un régimen que protegía sus privilegios de clase dominante, aunque ello implicara torturar, asesinar y hacer desaparecer los cuerpos de los que podían oponerse a la barbarie que ese día comenzó en San Fernando y en España. Sí… contaron con la complicidad de personas normales que protegieron sus normales privilegios de toda la vida. Y contaron también con el paralizante miedo que provoca el terror desparramado por las callejuelas del pueblo.

Lo que sí hicieron estos asesinos fue marcar los libros de actas del ayuntamiento. Trazaron una cruz junto al nombre de cada concejal asesinado. También inscribieron una cruz en el frontal de algunos expedientes que abrieron en la cárcel municipal a los enemigos de España… el nuevo país que estos criminales estaban construyendo sobre torturas y muertes. Esas cruces son las únicas señales escritas que dejaron de sus fechorías.

No. No hay pruebas documentales de los asesinatos cometidos durante el Terror Caliente. El único documento primario que los describe es el Libro único y secreto que ordenó abrir el Vicario Capitular de la Diócesis de Cádiz (Eugenio Domaica) a los párrocos de San Fernando… Es el cuaderno que utilizó José Casado Montado para escribir Trigo tronzado, y el que usaron contados investigadores para listar a los muertos en la provincia de Cádiz. Hoy ese libro está bajo férrea custodia en algún archivo episcopal. ¡Que para eso era único y secreto, qué coño! Sólo podemos utilizar las fotocopias que furtivamente se hicieron en su momento…

…pues, a pesar de la ausencia documental a veces afloran evidencias que señalan a los criminales de manera inequívoca. Es el caso del asesinato de Andrés Silva Lobato, trabajador de la Sociedad Española de Construcciones Navales, que —según informaba Enrique García Escribano, Agente Jefe de la Comisaría de Investigación y Vigilancia de San Fernando, en junio de 1937— había sido vocal del Comité Local del Partido Comunista de la ciudad, y en enero de 1936 formó parte del comité que organizó un acto electoral presidido por Esteban Salamero Bernal, y que tuvo autorización gubernativa.


Detalle de la página 14 del Libro Único y Secreto.

Y eso era un crimen para los salvadores de la Patria. Pertenecer a un partido del Frente Popular y señalarse abiertamente, implicó una bala en el corazón junto al muro suroeste del cementerio de San Fernando, un tiro de gracia en la cabeza y una patada al borde de la fosa común para que el cuerpo rodara hasta el fondo. Los rojos, esos disolventes de la patria, no merecían otra cosa.

El dos de septiembre de 1936 detuvieron a Silva Lobato por orden del teniente coronel Ricardo Olivera Manzorro, Comandante Militar de la Plaza y máximo responsable de la represión desplegada en San Fernando desde el 18 de julio. Encerraron a Silva Lobato en la prisión de partido de San Fernando y le abrieron un expediente procesal incompleto. Eran tantos los detenidos en ese mes de septiembre que muchos de los datos quedaron en blanco. Ese mismo día, Olivera Manzorro ordena trasladarlo al Penal Naval Militar de la Casería de Osio: «A la presentación de este escrito se servirá V. entregar al detenido Andrés Silva Lobato para ser trasladado al Penal de la Casería», le ordenaba al director de la prisión de partido. La escolta de infantes de marina estuvo mandada por A. López y condujo al detenido hasta el Penal de la Casería. Dos días después lo sacan al amanecer, junto a siete compañeros más, Pedro Arroyo Utrera, Francisco Cosme Alonso (taxista), Juan Espinosa de los Monteros Pérez (capitán de Infantería de Marina), Félix Fernández Coco (fresador), Ángel León Ciordia (empleado del ayuntamiento), Juan Valverde Colón (conserje) y Francisco Villegas Oliva (maestro carpintero)… y los fusilan junto al muro del cementerio de la ciudad. A todos ellos les aplican lo que las nuevas autoridades llaman Ley de Guerra, una burda excusa para exterminar sin complejos cualquier asomo de disidencia… ya lo había anunciado el Director Mola en sus directivas, que el golpe habría de ser en extremo violento. Y lo cumplieron con creces.

El cura que presenció el asesinato de Andrés apenas anotó que vivía en la calle Jesús de San Fernando, que era feligrés de la Iglesia Mayor y que le aplicaron la Ley de Guerra. No indica si confesó o recibió sacramentos. Silva Lobato fue tirado de forma irrespetuosa en la fosa común que abrieron los represores en la zona civil del cementerio municipal. Su viuda, Petra Barroso Medina, madre de cinco huérfanos, no logró inscribir la muerte de su marido hasta junio de 1945… Un muerto y seis víctimas vivas.

Entre julio de 1936 y marzo de 1937, mientras Ricardo Olivera Manzorro fue Comandante Militar de la Plaza de San Fernando, y máxima autoridad en la ciudad, se cometieron cerca de doscientos asesinatos con la estética de fusilamientos judiciales. El 6 de marzo de 1937 el teniente coronel Ricardo Olivera Manzorro fue nombrado, por el Excmo. Ayuntamiento, Hijo Predilecto de la Ciudad de San Fernando debido a la «…acertada y patriótica actuación […] desde el instante mismo en que diera comienzo en nuestra querida España el Glorioso Movimiento Nacional, evitando con su rápida y decidida intervención en la histórica tarde del 18 de julio, que en San Fernando [no] imperase ni siquiera por unos minutos el terror marxista que tan dolorosas consecuencias tuvo en las poblaciones que fueron más tarde liberadas por el Glorioso Ejército Salvador…»

Efectivamente, el único terror que imperó en San Fernando fue el que impusieron los militares y fascistas que tomaron el poder. Fue el terror que exterminó a Andrés Silva Lobato, a sus siete compañeros de paredón y a los cerca de doscientos fusilados en San Fernando que siguen sin memoria y sin dignidad…