martes, 25 de noviembre de 2014

El tuerto imbécil

Ochenta y siete pasos hay de un extremo al otro del pasillo. A ambos lados las puertas abiertas ofrecen al paseante el interior de veinte habitaciones de hospital. Las habitan pacientes de la sanidad pública recién operados de algo. Cada uno enchufado a un gotero de medicamentos... Y siempre sedientos de analgésicos, no porque escaseen sino porque uno siempre quiere más, por eso se oyen a veces suaves lamentos. Los pocos enfermeros/as (criminales recortes los han convertido en rara avis) no paran de ir y venir. Y conforme pasan los días, a fuer de cruzarte en el pasillo, te haces amigo de otros pacientes que lo recorren arrastrando pies, goteros y drenajes sanguinolentos. ¿Cómo va la cosa, amigo? Aquí, poquito a poco...


Al fondo del pasillo, los fumadores incontrolados han abierto la puerta de emergencia y conformado un fumadero clandestino en el descansillo exterior, al aire libre. Allí coinciden los fumadores y los que acabamos aburridos de contemplar las cuatro paredes... Iba a decir las cuatro paredes blancas, como decía Serrat, pero ya no son blancas, son azulinas y crema. Los hospitales ya no son lo que eran en cuanto a estética y atenciones. 

Desde el fumadero clandestino, en el segundo piso de las escaleras de incendios, vemos la zona ajardinada. En el suelo, cada diez metros, hay pintada una señal de prohibido fumar, pero nadie hace caso y aquello está regado de colillas y fumadores. A mi me hace gracia esta especie de rebeldía intrascendente. Una joven pelirroja fuma justamente encima de una señal... Merecía una foto, pero no llevó el móvil encima. El sol de otoño le llega desde atrás y parece que tiene un halo dorado en la cabeza. Habría sido una foto sugerente. Hay una taxista rubia de bote en la parada. Tiene el pelo como Teófila Martínez, la alcaldesa de Cádiz. Cuando servidor era pequeño no existían alcaldesas, ni mujeres taxistas, eran asuntos de marimachos... Se decía así. Y recuerdo entonces a África la macho, un personaje muy querido y popular en la Ceuta de mi niñez.

Un paciente con apósito en el ojo derecho (si fuera negro parecería un pirata) ha salido al fumadero del segundo piso, le acompaña su cuñado, un hombre de arrugas muy pronunciadas. El cuñado le cuenta que cuando se marche va a echar un palangre con no-sé-cuantos anzuelos, que hace muy buena mar hoy. Y que los va a encarnar uno por uno... los anzuelos, dice. Y el paciente, entré calada y calada, le aconseja que se lleve un puñado de guantes de goma, de esos que usan las enfermeras, para la cosa de encarnar anzuelos, que están ahí, sin vigilancia, en el control de enfermería. Total, nadie se va a dar cuenta. Mi Compi y servidor nos miramos aguantando las ganas de decirle al tuerto lo imbécil que es. 

Y, no sé... Parece que fuéramos un país sin conciencia de lo común. Generalmente no entendemos el respeto y el mimo que todos debemos a lo que es común, a lo público, a lo de todos. ¡Cómo no vamos a tener corrupción si muchos la llevamos circunscrita en nuestra propia incultura, y la ejercemos a nuestro nivel, aunque sea un nivel ínfimo e inapreciable! Cómo vamos a cambiar algo sí nos callamos cuando tenemos ocasión de afear estos comportamientos... De esa forma, dejándolas estar, difícilmente contribuimos a cambiar las cosas.

viernes, 14 de noviembre de 2014

No recuerdo de qué iba esto


Ya no recuerdo de qué iba esto. Tal vez era una solución ácida con rojo de metilo… no sé. Cada día que pasa los asuntos que fueron cotidianos en mi vida resultan más lejanos. Me daba por fotografiar estas cosas entre análisis y análisis… los tubos, las sombras, las formas propias de un laboratorio.

El árbol que plantamos en 2002 está hecho todo un hombrecito. Era un sauce llorón y hoy las ramas llegan hasta el suelo. Ya solo le faltaría un arroyo cantarín discurriendo por abajo, pero eso no va a pasar. Jesús y Mary se fotografiaron junto a él para mostrarme su porte actual, y me provocó una punzada de nostalgia. Treinta y tres años en ese laboratorio y ahora me sentiría un extraño si entro por la puerta. Supongo que eso forma parte de la vida… pasar.

Es cierto: pasamos por la vida, seguramente, dejando retazos de lo que somos y absorbiendo retazos de los demás. La vida es un intercambio de momentos, hablas, te hablan, oyes, te oyen, rozas, te rozan, amas, te aman. Y así vas pasando hasta que se acaba el camino. No sé… seguramente es más fácil estar muerto que vivir. Lo doloroso es el proceso de ir muriendo porque implica la peor despedida.

No somos héroes. Nos puede la resignación.

martes, 11 de noviembre de 2014

Les dije que deberían ser como un junco en mitad de la corriente

Me lo enseñó una persona muy interesante, de esas que merece la pena conocer, a los pocos días de casarme. Me triplicaba la edad, pero hubo siempre una corriente de simpatía y complicidad entre él y servidor. Recuerdo su mano en mi hombro, sonrisa socarrona y gesto sobrado: hijo, tienes que ser como un junco en mitad de la corriente… y no dijo nada más, no hizo falta. Después de eso, más que recordar sus palabras, he rememorado muchas veces su gesto y su mirada cuando las dijo…

…y eso traté de hacer el otro día en la boda de Manolo y Ángela, continuar la historia, sembrar la misma idea y recordar con todo cariño al tío Marcial, ese hombre ejemplar:

«Hace muchos años, en una situación similar a la vuestra —es decir, recién casados— un hombre bastante sabio me dijo una cosa que nunca he olvidado. Me dijo: DEBERÍAS SER COMO UN JUNCO EN MITAD DE LA CORRIENTE. Que si no me equivoco es una frase de Confucio, y no necesita muchas explicaciones. Los sabios tienen esas cosas, que se explican muy bien. Ya sabéis, la frase hace referencia a las cosas que suelen pasar en la convivencia entre dos personas, a la necesidad de adaptación, habla de la importancia de ser flexibles y evitar posturas rígidas que provoquen rupturas… de aprender a confrontar civilizadamente para elegir qué batallas hay que pelear y cuáles no. Habla de superar los malos momentos, de aprender de ellos y de salir enriquecidos de la experiencia… de todo eso habla, y de no olvidar las propias convicciones, al fin y al cabo el junco vuelve a su sitio y la corriente continua su curso. Esta es la explicación políticamente correcta.»

En este punto expliqué que cuando digo ‘junco’ también hay que entender ‘junca’. Que la cosa iba en ambas direcciones.

«...pero hay otra explicación que me dejó cavilando. Me la explicó un amigo, un poco sinvergüenza, me dijo que eso del junco y la corriente lo llevaba haciendo él desde que se casó. Que él siempre escuchaba pacientemente las palabras de su mujer, y luego hacía lo que le venía en gana...»

En realidad, lo que este amigo un tanto canalla me dijo era que ‘soportaba estoicamente las broncas de su mujer’… pero lo suavicé porque no era el momento de introducir malos rollos en el sistema…

«Claro, desde entonces existe una duda razonable: ¿Qué nos quiso enseñar el hombre sabio? ¿Una reflexión sobre tolerancia y respeto o una simple receta para sobrevivir?

No sé… tal vez fuera precisamente esto lo que el hombre sabio quería plantearnos: que no hay una sola explicación, que no hay absolutos y que siempre hay otro punto de vista tan válido como el primero. Y, mirad, la experiencia nos enseña —lo voy a decir aunque me tachéis de sexista— que la mujer siempre-siempre tiene otro punto de vista. Un punto de vista generalmente más intuitivo, más lógico y mejor. Un punto de vista que siempre conviene tener presente.

Así que, no sé… por la cuenta que os trae, más vale que os escuchéis mutuamente, que apliquéis empatía en cualquier relación, que seáis como un junco en mitad de la corriente... pero todo eso, todo eso, envuelto y adobado de muchísimo  cariño. De esa forma tendréis una buena oportunidad»

Y entonces les di un abrazo fuerte.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Un asa de plástico en la basura

Una persona que escuche Hey Jude no puede mala gente. Llevaba los pinganillos sobre los hombros, a toda pastilla, por eso me llegaron los compases de McCartney al pasar... ese se va a quedar sordo antes de los cuarenta, sentenció mi compi. Y si tiene razón -que la suele tener-, al chico le deben quedar unos veinte años de audición sana.

Cargaba un paquete de seis botellas de agua, a litro y medio cada una, son un mínimo de nueve kilos... sujetos por un asa de plástico que se rompió. Las botellas rodaron por el suelo otoñal y el chico se quedó sorprendido con el asa de plástico en la mano...

Ese día soplaba levante en la Isla de León, y cuando eso ocurre, las calles se llenan como por ensalmo de plásticos arremolinados en cualquier sitio. No sé cómo ocurre, pero es rolar a levante y, donde antes había una relativa pulcritud, de inmediato se colma de basura. Y como, además, es noviembre, las hojas secas llenaban las aceras de la vieja ciudad.


Y si es cierto que el dinero llama al dinero, la basura también llama a la basura... Podemos poner empeño en no ensuciar un lugar limpio, pero no merece la pena esforzarse cuando nos rodea el desorden y la suciedad. La acera estaba hecha un estercolero. Volaban bolsas de plástico, hojas secas, papeles de periódico desestructurados, servilletas de la cafetería. ¿Qué más da añadir un asa de plástico a tal maraña?

Me quedé mirando al chico de los pinganillos por el hombro. Desde la relativa distancia, oí a McCartney comenzar el éxtasis final de Hey Jude... ¿Qué hará el chico con el asa de plástico? Le di un codazo a mi compi y le dije: lo va a tirar al suelo, lo va a tirar...

El chico se colocó los pinganillos en las orejas, se metió el asa de plástico en el bolsillo y recogió las botellas…

Na-naaa, na-na-na-na-NAAA… Hey Jude.

Ya digo, una persona que escuche esto no puede ser mala gente. ¡Aún hay esperanza!

martes, 4 de noviembre de 2014

El problema de morir inglés en la consagrada España

Ando estos días buscando datos para componer la historia de un viejo cementerio que hay en la Casería de Osio, San Fernando. Es un camposanto militar que tuvo distintas denominaciones, de los franceses, de los ingleses o de los soldados… Y, es verdad, si uno quiere escribir sobre algún asunto no queda más remedio que documentarse en archivos, bibliotecas y leer docenas de libros y artículos relacionados. Y en ese proceso se aprenden muchas cosas…

Cementerio de los ingleses: Puerta desde un boquete en el muro trasero. 2014
Imagen de Alejandro DP

 …no era sencillo ser enterrado dignamente en España si eras inglés. No. La confesionalidad extrema y la intransigencia religiosa en este país nuestro han sido, hasta ayer mismo, propias de dementes declarados. Por poner un ejemplo, valgan las palabras de cardenal Segura, un auténtico teócrata, en una de sus cartas pastorales de 1952. En ella decía que “…el hereje no tiene derecho a la protección jurídica en caso de un conflicto con un católico”. Si esto se decía abiertamente mediado el siglo XX, los usos y costumbres anteriores, relacionados con los enterramientos de herejes exceptuando el paréntesis de la II República, son escalofriantes.

El cuerpo que contuviera un alma herética no podía ser enterrado bajo ningún concepto en el terreno sagrado de las iglesias, ni en los cementerios anexos a las parroquias. En el concepto ampliamente aceptado, España era terreno bendecido por la iglesia católica, apostólica y romana, y no estaba bien visto contaminar el suelo patrio con el cadáver de cualquier hereje. En el mejor de los casos, los no católicos, se enterraban directamente en tierra, sin boato, discretamente y en lugar no identificado.

Algo peor le ocurrió Mr. Hole, secretario de Lord Digby, jefe de la embajada británica que envió Jacobo I en 1622. Desembarcaron en Santander pero Mr. Hole tuvo la desgracia de morir inmediatamente. Sin embargo, aunque hoy nos resulte sorprendente, las autoridades negaron cualquier posibilidad de ser enterrado en suelo español. Y para solventar el escollo, no hubo más remedio que meter el cadáver en una caja de madera y lanzarlo al Cantábrico, es lo que habría ocurrido si Mr. Hole hubiera fallecido en alta mar. Pero no acaba aquí el problema, porque los pescadores creían firmemente que el cadáver de un hereje flotando en sus aguas ahuyentaría la pesca irremediablemente. Recogieron la caja del mar y depositaron el cadáver de Mr. Hole en un descampado, a cielo abierto, para que alimañas y aves carroñeras hicieran desaparecer físicamente el problema.

Este no es el único caso que se conoce, hay otros similares, por ello, en 1676, en el marco del llamado “Tratado para la conservación, y renovación de Paz, y amistad entre las Coronas de España, y la Gran Bretaña. 1676” se incluye un artículo que garantiza una digna sepultura para los británicos muertos en suelo español...


Pero no se cumplió tal compromiso. Los británicos y, en general, todos los no católicos, tuvieron negada una sepultura digna en suelo español hasta bien entrado el siglo XIX, cuando finalmente, en 1833, Fernando VII acepta que los herejes sean enterrados en parcelas propias, amuralladas, sin boato, sin liturgias y con total discreción.

Resulta escalofriante lo que relata en 1831 Willian Park, cónsul británico en Málaga, fruto de sus propias observaciones. El cadáver era semienterrado en plena noche, en la orilla del mar, en posición vertical y con la cabeza al descubierto, fuera de la arena. De esa forma ningún cristiano sepultaba técnicamente el  cadáver de un hereje en suelo español, y quedaban a salvo de cometer actos impropios. La cabeza del cadáver quedaba expuesta a que la devoraran los perros, o los peces cuando la marea lo arrastrara mar adentro. Y esta práctica —que se aplicaba a la colonia de extranjeros de Málaga— se mantuvo hasta que el mismo cónsul consiguió que las autoridades locales consintieran la cesión de una parcela para formar el primer cementerio inglés de España.

Y en vista de estos hechos, tenemos que plantearnos muchas preguntas respecto al Cementerio de la Casería de Osio. Si nació en 1809 para dar sepultura a los prisioneros franceses —generalmente católicos— tuvo que ser inevitablemente consagrado por las autoridades eclesiásticas. ¿Pudo entonces un cementerio consagrado católico acoger combatientes ingleses?

Fuentes:
El Cementerio británico de Madrid / Separata de Anales del Instituto de Estudios Madrileños – Tomo XXXIX / Madrid 1999
LEGISLACIÓN FUNERARIA Y CEMENTERIAL ESPAÑOLA: UNA VISIÓN ESPACIAL / Mikel Nistal - Instituto Geográfico Vasco. San Sebastián