lunes, 27 de julio de 2015

La poltrona de los siete moros

Había en la vieja Emérita Augusta un lugar que los vecinos llamaban Las Siete Sillas. Eran siete enormes respaldos de sillares pétreos que se levantaban en el borde de una colina. Cuentan las leyendas que en tiempos de moros, siete caudillos las ocupaban para deliberar qué hacer con la ciudad que tenían a sus pies…

Imagen de las VII Sillas en 1904


Sí… el tiempo borra los orígenes de las cosas porque se alía con la memoria efímera de los hombres. Más adelante —tuvieron que transcurrir mil años— supimos que las VII Sillas eran los restos visibles del graderío superior del Teatro Romano de Mérida, y que los huecos entre un respaldo y otro eran los vomitorios caídos. Y debajo de las míticas sillas, el tiempo y el olvido habían ocultado ese extraordinario tesoro.

El tiempo se detiene en esas piedras. Uno las toca en el intento de rozar el alma de los hombres que las acariciaron hace dos mil años. Y las presiona con la esperanza de comprender el abandono que han soportado durante milenios. Y uno se imagina la flecha del tiempo, que avanza inexorable para ver cómo la maleza y los escombros se acumulan en cada rincón engrosando la tierra capa tras capa, creciendo de año en año hasta ocultar casi por completo unas ruinas de ese tamaño… el tiempo lo puede todo. Iguala las superficies y rellena los huecos con tierra, como si la tierra fuese un fluido…

He visto en Mérida un dintel relleno de tiempo. Primero fue magma, y granito después. Luego fue una pilastra romana tallada en la propia cantera y colocada en una de las múltiples obras públicas romanas. Más tarde, tras el abandono, los visigodos le tallaron motivos florales y la usaron en un hospital de peregrinos… finalmente, cuando los árabes se enseñoreaban del lugar, la usaron como dintel en la puerta de una cripta. Siempre el tiempo modelando todo. Nos convierte en polvo y nos impone el olvido entre los vivos…

Y el tiempo también se dilata en la percepción de los hombres. Unos amigos y tres días por delante hacen maravillas con la percepción personal del tiempo… apenas 72 horas se transforman en un océano de sensaciones que rellenan las horas como si fuera un eón. Será por la buena compañía, por la conversación y el descubrimiento compartido de imágenes, historias y silencios. Será porque cambiar de paisaje y paisanaje nos estimula…

Mérida. Tres días de verano. El teatro clásico en el mejor escenario posible… la obra también nos explicó que el tiempo es la levadura que madura las expectativas de los jóvenes César y Cleopatra. El templo de Diana, el Pórtico del Foro, la alcazaba árabe y, en general, la inmersión en la civilización romana se convierten en destellos compartidos con los amigos… es curioso, asociamos la eternidad con el tiempo, pero el tiempo se nos agota desde que somos conscientes de su discurso. Tal vez por eso sea lo más valioso que nos queda a los hombres…

…por eso compartirlo es entregar lo más valioso que nos queda.

domingo, 12 de julio de 2015

Hay un caballo de bronce en mitad de la plaza

Hay un caballo de bronce en mitad de la plaza. En el principal espacio público del pueblo. Lo monta Varela, un general franquista que participó en numerosos frentes durante la Guerra Civil española. Fue el primer Ministro del Ejército que tuvo Franco y, una vez muerto, elevado a la nobleza del nuevo régimen: es primer Marqués de Varela de la ciudad de San Fernando. En vida aceptó sobornos del gobierno británico para que influyera sobre el Caudillo Franco, y le convenciera para no participar en la guerra al lado de nazis alemanes y fascistas italianos. Finalmente, en el año 2006 acabó «…imputado por la Audiencia Nacional en el sumario instruido por Baltasar Garzón, por los delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad cometidos durante la Guerra Civil Española y en los primeros años del régimen…» Pero no fue procesado porque, entre otros asuntos —ya sabemos lo que pasó con el juez Garzón—, Varela había muerto hacía cincuenta y siete años. Pues eso, que el caballo y su jinete, brazo enhiesto, siguen ahí, en el mismísimo centro de la ciudad, como ejemplo de no se sabe qué.

Es la cosa del franquismo más visible que tenemos en la Isla. Según quien lo explique, la estatua ecuestre de Varela conmemora la valentía y heroísmo del militar, que le valieron dos laureadas, en las guerras coloniales de Marruecos. Otros dirían que conmemora a los vencedores de la Guerra Civil. Y últimamente podría ser que tengamos la estatua de uno que aceptaba sobornos y además es un presunto criminal contra la humanidad. ¿Quién sabe? Pocas ciudades pueden decir que tengan tal cosa en mitad del pueblo a estas alturas del siglo XXI. Los otros, me refiero a los perdedores de las guerras los bereberes que defendía su casa o los republicanos que estaban en la suya, no tienen monumento en ninguna plaza.

Pero no es la única cosa que enaltece a la dictadura del Caudillo. En San Fernando tenemos más cosas. En la esquina de la misma plaza pública aún permanece una placa de mármol que recuerda el sacrificio de la familia Lahulé, que perdió a sus cinco hijos en lo que llaman Cruzada de Liberación lo dice la placa. Sin duda una gran pérdida para cualquier familia… haya sido en una Cruzada o de cualquier otra forma.

Pero hay más. Ayer leí por primera vez otra placa de mármol viejo que debe llevar en ese lugar más de setenta años. Está en la fachada del Royalty, en la calle Real, y en pleno 2015 se cuenta en la placa que la horda revolucionaria mató en agosto de 1936 a no sé quién. Es la historia al revés. Orwell en estado puro. En el prontuario de los militares sublevados contra la república, los defensores del orden establecido se transformaron en horda revolucionaria. Estas placas de mármol viejo confirman la esperpéntica historia pemaniana que nos enseñaron los vencedores durante la posguerra… pero que continúan ofreciendo su leyenda al que alce la mirada y sepa leer.

Aquella era una historia de héroes, reyes y caudillos que pastoreaban a un pueblo iletrado, trabajador y sumiso. Un pueblo que sólo debía intervenir en la historia para aplaudir y agitar banderitas al paso alegre de la paz… Nos dijeron que la historia no era una cuestión de la gente vulgar, sino de líderes y de militares gloriosos. Pero también eso era mentira, la realidad es que sólo eran pobres conmilitones embrutecidos, que vitoreaban a la muerte y que, públicamente, odiaban la inteligencia. Bajo el impulso de esos valores elevaron la estatua de Varela en mitad de nuestra plaza, y la adornaron con mármoles que hablaban de Cruzadas que nos liberaron de las hordas revolucionarias.

Ya no nos mueven esos valores, ni nos gobiernan pobres conmilitones embrutecidos, que vitorean a la muerte o niegan la inteligencia. Hoy nos gobierna la gente que hemos elegido…

…y, sin embargo, no creo que sean valientes. Me temo que nuestros políticos dejarán estos símbolos como están. Todo lo más, quitarán los más discretos con nocturnidad. Y los muertos seguirán revolviéndose en las cunetas.

miércoles, 8 de julio de 2015

Asignatura pendiente

Decía no hace mucho que viajar es una buena manera de redescubrir los valores de tu tierra. Pero hay otra forma más inmediata… enseñar tu pueblo a un forastero. Porque mientras lo haces te pones en los ojos y en las entendederas del otro, y de esa forma te obligas a mirar lo cotidiano desde una sorpresa autoimpuesta… y funciona.



En este caso le enseñé San Fernando, Cádiz y la Bahía a un sobrino nacido en Pontevedra, de padre cordobés y madre de Kent… que pasó la niñez entre meigas y la adolescencia en la pérfida Albión. Venía David con su novia, Esme, que vive en Bangor, una aldea minúscula en mitad de la campiña inglesa, a la sombra de los radiotelescopios de Jodrell Bank entre Manchester y Chester, donde sólo hay césped natural, zorros y conejos… Esme es tan británica y tan blanca que la llevamos en Mayo a ver la puesta de sol en la Punta de Trafalgar y se le puso la naricilla roja…

— Por cierto, ahí enfrente Nelson y Collingwood nos dieron tela marinera. Tuvo que ser impresionante —les cuento, aunque ellos, como británicos se conocen muy bien lo de Trafalgar—. Dicen que el fragor de la batalla se oía desde Cádiz. Murieron no sé cuántos miles, y nos hundisteis muchos barcos, y los que pudieron escapar se refugiaron en Cádiz.

Oye, y sin acritud. Ni siquiera cuando hablamos de Gibraltar hubo tensión, todo lo contrario, nos reíamos de las pasiones que desata este asunto en algunos. Y, más tarde, cuando les llevé a ver el castillo de Santa Catalina y la Caleta, les conté que la flota inglesa bloqueó el puerto de Cádiz, y los restos de la combinada franco-española que sobrevivió a Trafalgar estuvo encerrada en la bahía cinco años… hasta que, de repente, ¡coño! nos hicimos amigos…

Cosa rara porque siempre habéis sido nuestros peores enemigos… pero bueno, durante tres o cuatro años fuimos amigos. ¡Fíjate tú por dónde!

Pues no faltan en nuestro entorno geográfico muestras de esa enemistad tradicional hispano-británica. Desde Punta Cantera, por ejemplo, con la bahía a nuestros pies, les conté que mucho antes, en 1587, el pirata Drake se reían porque para ellos es sir Francis Drake— entró en la bahía y destruyó un montón de galeones españoles que se estaban preparando para formar la Armada Invencible.

Y, ya puestos, sin acritud y sin mal rollo, les conté a David y Esme que en 1596 vino su sanguinario conde de Essex con un montón de holandeses. Tomaron Cádiz, la expoliaron, saquearon y la incendiaron. Luego quemaron la flota de Indias —que estaba ahí delante, a menos de un kilómetro de aquí—, y cuando se marcharon se llevaron como rehenes a la flor y nata de la ciudad. Un prenda el tal conde de Essex…

Pero es que después, en 1625, vino el hijo del conde de Essex, otro hijo de la Gran Bretaña… ­—cuando David le tradujo el verdadero sentido de la frase, Esme se reía— Desembarcó ahí delante, en Puntales. A Cádiz no pudieron entrar, pero a la Isla llegaron sin obstáculos… el problema fue cuando los soldados ingleses encontraron un montón de bodegas repletas de vino. Por lo visto cogieron tales cogorzas que los pocos defensores los mataban a placer.

Les conté que los británicos tomaron Gibraltar porque no pudieron tomar Cádiz en 1702. Les conté por qué el duque de Wellintong rechazó ser el Marqués de la Torre del Puerco. Les conté que ese tubo amarillo que serpentea por el Barrero es nuestro meridiano de greenwich… y que justamente en ese lugar las tropas británicas juraron nuestra Constitución… Sí, sí, jurasteis la constitución española de 1812…

…y uno comprende entonces que hay fuertes vínculos entre la geografía y la historia. Que la historia consolida un lugar hasta convertirlo en un ser vivo y palpitante.

Pero lo que realmente me enriqueció de estos días con David y Esme —además de redescubrir la belleza visual de nuestra geografía— fue la tolerancia y la ausencia de dogmatismo entre nosotros. Fue un placer comprobar que las personas están por encima de las patrias inventadas. Que la historia se escribe en cada lugar a la medida necesaria de cada patria… Y que los individuos somos mejores y nos podemos y nos debemos reír a carcajadas de los intentos patrioteros de los que manejan las conciencias a su antojo.

Por eso me entristece tanto que los españoles todavía no seamos capaces de hablar civilizadamente de nuestra guerra civil… Es nuestra asignatura pendiente.