sábado, 19 de diciembre de 2020

El señor Scrooge que llevo dentro

 

Este artículo se publicó en La Voz del Sur


Como a muchos, ahora la vida me apabulla y me sobrepasa por la izquierda y por la derecha, por encima y por abajo… y permanezco sentado al borde del camino viéndola pasar, solo, sin despegar los labios, en mi sitio. Eso hago cada día, ver pasar la vida sin hacer nada. Callado y en silencio porque no encuentro nada positivo que contar y porque estamos hasta las narices de las penas que nos cuentan los comunicadores; de la intolerancia de algunos políticos; de las quejas por la gestión de la pandemia que exhalan los cuñaos de turno; harto de que nos echemos en cara los muertos por covid y cansado del negacionismo de este sujeto que parecía cuerdo; hastiado de las políticas que promueven unos, y que otros rechazan por sistema… indignado con el fascismo rampante de VOX, de muchos del PP y de aquellos que ni siquiera saben que son fascistas, pero son unos fascistas de tomo y lomo; cansado de la destrucción de la realidad a manos de las redes sociales… ¡Por tantas cosas estamos hartos! Y también estoy asustado porque he perdido las ganas de reír.

 

Sí… Conforme se acerca la Navidad aflora el detestable señor Scrooge que llevo dentro. Pero este año más agrio si cabe. Tal vez porque es más evidente lo absurdo y contradictorio de la sociedad que nos empeñamos en mantener a pesar de la cura de humildad que supone la pandemia de 2020. Ahora —después de superar un confinamiento— sabemos que, en realidad, necesitamos bastante poco para vivir, mucho menos de lo que nos decían… pero vivir con muy poco supone una hecatombe para la sociedad que tenemos. Solo si consumimos compulsivamente, como hacíamos antes de la pandemia, podemos mantener en pie el tinglado económico… y mantener en pie este tinglado económico supone desigualdad creciente, competición inhumana con nuestros iguales, injusticia, esclavitud y, a la larga, el suicidio colectivo de la especie y la venganza del planeta. Por eso he perdido las ganas de reír, porque necesito creer en un futuro para ellos y no lo veo claro…

 

…por eso miro una y otra vez el vídeo de Belén. Lo ha grabado su madre. Dos años tiene la niña. Le riñe a Habana, la paciente perra de siete que la ha visto crecer y que le tolera cualquier cosa. La niña le ordena con su media lengua que se siente y la perra se sienta y la mira esperando más órdenes. Luego Belén abre la palma de su manita y marca el número de su papi, se lleva la mano a la oreja y le explica a su papi que Habana ha sido buena, luego cuelga aplicando delicadamente su minúsculo dedo índice sobre la palma de su manita. Entonces se abraza al cuello de Habana y la aprieta con sus pequeñas fuerzas, y le dice cuánto la quiere porque ha sido buena. Eso me hace sonreír. ¡Coño! Me hace sonreír. Pero es una alegría triste. Lo mismo haría el señor Scrooge, dibujar una mueca detestable… y Belén no se lo merece.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Mucho más que una zona verde

 Este artículo se publicó en Patrimonio La Isla

La puesta en marcha de 59 expedientes para desalojar las casetas de la Casería de Ossio revitaliza un viejo proyecto de intervención en la costa oeste de La Isla de León. Incluye esta idea la regeneración de la playa y la construcción de un paseo marítimo que llegue hasta el viejo cementerio mal llamado de los ingleses, un enclave protegido en el PGOU de San Fernando y catalogado BIC en el año 2012 como parte del Legado Patrimonial de los Lugares de las Cortes y la Constitución de 1812… y es así en la falsa creencia de que allí están enterrados los aliados británicos de tal guerra. Error.

La placa errónea del cementerio de San Carlos

Es evidente la tropelía que pueden hacer con el valor etnográfico de la Casería de Ossio, pero también conviene recordar y enmendar los errores que se propagan a nivel oficial con el cementerio de San Carlos que, según el viejo proyecto, pretende que se transforme en una zona verde visitable. Bien, no es mala idea, pero conviene recordar el verdadero y auténtico valor de este lugar.

Este cementerio se acotó en 1809 en un extremo de la población militar de San Carlos —Isla de León—, lamiendo la orilla de la bahía de Cádiz. Y en su solar se enterraron inicialmente un mínimo de 313 franceses con nombres y grado militar conocidos. Todos ellos publicados en su momento [Un camposanto sin epitafios. Miguel Ángel López Moreno, 2016]. Estos hombres fueron algunos de los franceses presos después de las batallas de la Poza de Santa Isabel y Bailén, que acabaron encerrados en los pontones anclados en mitad de la Bahía [Lourdes Márquez, Recordando un olvido: Pontones Prisiones en la Bahía de Cádiz. 1808-1810. 2013-2020]. Las penurias higiénicas en los pontones provocaron muertes masivas entre los presos y aconsejó tratar a los enfermos en dos hospitales habilitados ad hoc: el de la Segunda Aguada (Cádiz) y el de San Carlos en la Isla de León. Los 313 enfermos franceses que murieron en este último hospital, entre febrero de 1809 y marzo de 1810, se enterraron en su cementerio anexo que se nombraba en los documentos de la época como cementerio del hospital para franceses. Por cierto, ahí siguen todos ellos y ningún hito los recuerda.

Cuando las tropas del mariscal Soult pusieron sitio a La Isla de León y Cádiz, en febrero de 1810, el hospital de San Carlos se vació de franceses y se utilizó exclusivamente para curar a soldados españoles heridos en la defensa de las islas gaditanas… Esos hombres luchaban y morían mientras a sus espaldas se discutía la primera constitución española. Los que murieron entre 1810 y 1812 luchando contra el francés fueron enterrados en el cementerio de San Carlos. Por cierto… esos 905 españoles de todas las procedencias, muertos en defensa de la patria, reposan en ese cementerio sin que un solo hito funerario o patriótico los recuerde.

Desde que comenzó la andadura del cementerio en 1809, hasta 1911 en que se entierra al último hombre —Manuel Teiros Muiños se llamaba— más de 5000 muertos fueron inhumados en ese cementerio. Los nombres de todos ellos están publicados, uno detrás de otro… por cierto, no hay ni un solo inglés entre ellos. El caso más cercano fue el del grumete del bergantín Cazador, llamado Manuel Juan, oriundo de una isla inglesa, de padre español y madre desconocida… pero, según dejó escrito el capellán, «…no recibió sacramento alguno porque no era de nuestra católica religión…». En consecuencia, no tuvo descanso en el cementerio de San Carlos, se sepultó en el campo, dijo el cura. Así eran las cosas para los no católicos, aunque fuesen españoles.

Durante la Guerra de la Independencia, los aliados ingleses —como no podía ser de otra forma— siguieron siendo herejes. Y, para su desgracia, en la católica, apostólica y romana España —cuna de santos y forja de mártires— los cadáveres de herejes no debían contaminar el suelo de la patria si se podía evitar. Es muy conocido el atroz destino del cadáver de Mr. Hole, secretario de Lord Digby, jefe de la embajada británica que envió Jacobo I en 1622 para tratar asuntos comerciales con el rey español Felipe IV… como inhumana era la forma de deshacerse de los británicos muertos en Málaga, según relato del mismo cónsul británico en Málaga, Willian Mark en 1831. Remito al lector interesado por estas y otras historias a la fuente [Un camposanto sin epitafios, 2016].

No. Los aliados ingleses muertos entre 1810 y 1812 se enterraron en el depósito central de Casa Alta (el actual cementerio de San Fernando) y, para evitar la contaminación del suelo sagrado del camposanto católico con carne de hereje, se construyó un muro de mampuesto que aislaba la zona inglesa. Pero, claro, estos ingleses tenían costumbres muy raras y así lo manifestó el enterrador, señor Joseph Anaya, en la sesión plenaria del ayuntamiento del día 16 de marzo de 1811. Dijo a los concejales allí reunidos: «…queda muy poco terreno en la cerca que se hizo para enterrar ingleses mediante a que estos tienen la costumbre de hacerlo de cada uno por separado…». Desde luego: raros, raros, raros…

Si algún lustro de estos se llega a rematar el proyecto de intervención en la franja litoral oeste de La Isla de León, téngase en cuenta que muchos los soldados que siguen enterrados en el cementerio de San Carlos dieron su vida para que los demás forjaran la primera constitución española, esa que decía que el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen. Pues eso, un respeto a las viejas piedras y a los honorables huesos que allí reposan.


jueves, 29 de octubre de 2020

Nadie mata a un hombre bueno

Este artículo se publicó en La Voz del Sur

En condiciones normales nadie mata a un hombre bueno… a no ser que seas alguna especie de degenerado. El asesino podría ser una de estas dos cosas: o un psicópata que no distingue entre el bien y el mal o, por otro lado, puede que sea un sujeto que maneje un extraño código de valores en el que sea aceptable asesinar a un hombre bueno.

Don Cayetano y sus tres hijos. Todos, asesinados. Imagen cortesía de la familia

A Cayetano Roldán —último alcalde republicano de San Fernando— lo mataron algunos de sus vecinos un 29 de octubre de 1936, hace ya 84 años. Sus asesinos fueron gente normal; personas que paseaban por las aceras de San Fernando, desde la Mallorquina a la Alameda y vuelta atrás, como hacía todo el mundo. No creo que fueran psicópatas, pero sí estaban convencidos de que era aceptable exterminar a los que pensaban de cierta manera… y creo que mataron a Cayetano Roldán sin tener remordimientos de conciencia. ¿Que por qué no los tuvieron? Seguramente porque se sentían amparados por una ideología que justificaba el crimen y por una religión que les descargaba de culpas. Por eso.

A Cayetano Roldán lo mataron personas que en condiciones normales jamás lo hubieran hecho. A mí, personalmente, me obsesiona este proceso de cambio: ¿Cómo llega un hombre normal a criminalizar a otro hombre normal hasta el punto de justificar su asesinato?

¿En qué momento el rival político se convierte en enemigo político? ¿Qué tiene que pasar en la sociedad para que el rival se convierta en un enemigo que merece un tiro en el corazón y otro en la nuca? ¿Qué palabras hay que pronunciar para normalizar eso? ¿Cuántos mantras hay que propalar desde los medios de comunicación para que se asuman sin rechistar? ¿Cuántas mentiras hay que repetir en los discursos para que se conviertan en una verdad sobre la que construir otra realidad? ¿Cuántas ruedas de molino hay que tragar para que un hombre con ideas se convierta en un peligro por sus ideas, y sea aceptable eliminarlas colocando una bala en su cabeza…?

¡Cómo coño pasa eso! ¡Cómo fue posible el asesinato de Cayetano Roldan y de tantos otros que le acompañan en las fosas!

¿Cuáles son los detalles que debemos vigilar en nuestra sociedad? Detalles que nos vayan alertando de esta deriva colectiva hacia la barbarie. Porque nosotros no somos mejores que los hombres de hace 80 años. Solo hay que rascar un poquito en la superficie para que salga el lobo para el hombre que todos llevamos dentro. No somos mejores.

Todos nosotros, los que recordamos a Cayetano Roldán en el 84 aniversario de su asesinato, y los que no lo recuerdan porque activamente no quieren recordar —porque hay que dejar en paz a los muertos y no reabrir heridas— y, sobre todos, los herederos ideológicos de los asesinos de Cayetano Roldán… TODOS, digo, todos deberíamos reflexionar sobre estos asuntos. Es decir, sobre el proceso sociológico que nos deshumaniza y nos acerca a la barbarie… Homo homini lupus

Decía Pepe Mújica, en su despedida de la vida pública, que el objetivo de la política es la felicidad de las personas. Creo que difícilmente se puede encontrar la felicidad disparando una bala contra el corazón y contra las ideas de otro hombre… sobre todo, si eres la víctima.

sábado, 17 de octubre de 2020

Carcunda nacional


 Este artículo se publicó en La Voz del Sur

En este país inconcluso que es España, la derecha política que sufrimos es heredera directa del fascismo del siglo XX. Me refiero a esa ideología criminal e inaceptable, que dio cobertura política al general Franco y fue el brazo ejecutor de muchos de sus crímenes… crímenes de lesa humanidad que, por cierto, permanecen impunes. La derecha española del siglo XXI se forma y se desarrolla a partir de la hez oscura del franquismo. Es un concepto político que pretende monopolizar el poder porque en su ADN permanece la pulsión de partido único inherente a los fascismos. Esa derecha considera que el poder le pertenece por derecho divino y no concibe que, por esa zarandaja de democracia, caiga en manos de la izquierda… porque para eso se ganan no solo las guerras sino las transiciones modélicas que se estudian en todas las universidades del mundo. Se ganan —las guerras y las transiciones, digo— para conquistar el derecho a permanecer en el poder y ejercerlo a mayor gloria de los suyos, con votos o sin votos. ¡Se sienten, coño!

 

Sí… Estoy convencido de que en España nos hace falta —y necesitamos urgentemente— una derecha que sustituya al esperpento que tenemos. Sus votantes se lo merecen. Sería una derecha moderna, despojada de pasado, empática con el pueblo más necesitado, respetable por necesaria, respetuosa y honorable con los adversarios —que no enemigos—, incluida la izquierda… especialmente la izquierda. Porque la derecha que tenemos es una derecha insensible y bronca, irrespetuosa con el rival, de insulto grosero, de juego sucio, esencialmente corrupta y mentirosa… ¡que la detengan! Y, sobre todo eso, es una opción filofascista que no ha sido capaz de condenar abiertamente el régimen franquista, su mentor. La ausencia de una derecha civilizada es un desastre para nuestra frágil democracia.

No me lo han contado. No lo he oído en las tertulias. No lo he leído en sesudos libros. Lo he visto, lo he vivido, lo he aprendido por mí mismo…

Por ejemplo, en San Fernando, durante la II República (y con más intensidad a partir de las elecciones del 16 de febrero de 1936), para las personas de orden y recta moral —que así se señalaban ellos mismos— era inconcebible lo que estaba pasando. Y pasaba que, de la noche a la mañana, el origen de la autoridad ya no estaba en Dios [Carta de Pablo a los romanos, 13], sino que venía del pueblo. Sí, sí, la autoridad se originaba en esa chusma vociferante y altanera. Ese pueblo ordinario, analfabeto y miserable era el que entregaba el poder no a ellos, sino a la gente equivocada… ¡Eso cómo era posible! ¡Cómo se iba a permitir!

Para las personas de orden y recta moral de San Fernando —y supongo que en toda España pasaba igual— era inconcebible que los concejales que comenzaron a regir su ayuntamiento fueran ahora los empleados de las industrias en lugar de los dueños de las industrias. O fuesen trabajadores de las salinas en lugar de los amos de las salinas. O simples escribientes del Arsenal de la Carraca en lugar del capitán de navío retirado o del coronel de Infantería de Marina en la reserva… La democracia que vino con la República suponía una auténtica subversión de usos y costumbres. No era concebible que esta chusma izquierdista gobernase y se atreviese, por ejemplo, a implementar normas contrarias a costumbres religiosas profundamente arraigadas en la tradición. ¡El alcalde hasta se atrevió a ordenar a los párrocos que le pidiesen permiso antes hablar en misa desde los púlpitos! ¡Pero eso qué coño era! Las personas de orden y recta moral no entendían qué cosa era la laicidad del Estado ni la voluntad popular. Los tiempos del señor marqués estaban extinguiéndose, y los del señor cura también, y los del señor almirante de largos y compuestos apellidos…

Hoy pasa lo mismo: el pueblo ha entregado el poder no a ellos, sino a la gente equivocada y no saben qué hacer fuera del gobierno. Nunca lo han sabido, por eso parecen elefantes en una cacharrería para deshonra de todos los españoles. Han convertido el parlamento en un espectáculo vergonzoso y no porque todos los políticos sean iguales, que no lo son. Para la derecha que hoy campea en España —al igual que la de hace ochenta años— el poder pertenece inevitablemente a la carcunda nacional, como Dios manda. Es decir, a los que tienen una actitud retrógrada en lo político, insensible en lo social, sumisa en lo religioso y egocéntrica en lo personal. Y si las urnas dicen lo contrario, entonces las urnas fallan y el pueblo se equivoca. A esta derecha que sufrimos hoy le faltan los genes necesarios para respetar la voluntad de la gente y aceptar que a veces se gobierna y a veces se hace oposición… y cuando toca oposición hay que saber estar y aplicar responsabilidad, decencia y elegancia a la cosa. Pero ya vemos que no se ha hecho la miel para la boca del asno. Pues eso…

 

viernes, 9 de octubre de 2020

El almirante, el marinero y el cura

 


El almirante, el marinero y el cura

 

 Este artículo se publicó en La Voz del Sur


Tres hombres enjaretados por el fino hilo del destino. Ramón Odriozola Lasarte era marinero vasco, de Orio y, pese a su enorme dignidad de hombre cabal, pocas veces le llamaron don Ramón. No era el caso del don Recaredo García Sabater, que parece que nació con el don pegado a su nombre... máxime desde que se hizo cura y capellán de la Armada con grado de comandante. Por su parte, don Faustino Ruiz González alcanzó el empleo de almirante en la Armada del general Franco —de la Armada sublevada contra la II República, digo— y el don lo tenía garantizado por norma y protocolo.

EL ALMIRANTE: El 29 de septiembre de 1936, el crucero rebelde Canarias detectó a treinta kilómetros de distancia al destructor Almirante Ferrándiz, leal a la II República, que patrullaba en el Estrecho de Gibraltar tratando de impedir que el ejército sublevado de Marruecos llegara a la península. El Canarias lanzó una andanada de cuatro disparos contra el Ferrándiz que resultó larga, impactó en el mar a 1200 metros del objetivo. En ese momento, ante la inminente huida del destructor y la probabilidad cierta de quedar fuera de alcance, el Director de Tiro del buque rebelde tomó la arriesgada decisión de saltarse el manual artillero y proponer una única andanada de disparos que hizo blanco a 21.000 metros. El Ferrándiz se hundió con rapidez. El mar se cubrió de cadáveres y de náufragos, y el prestigio personal del Director de Tiro del Canarias tuvo alcance internacional. Muchas marinas de guerra se interesaron por el procedimiento que se utilizó para hundir el destructor republicano a esa distancia y sin disparos de aproximación.

El Director de Tiro del Canarias era el isleño y capitán de corbeta don Faustino Ruiz González que, después de la hazaña, tuvo una larga y fructífera carrera militar —bajo la cobertura del régimen dictatorial del general Franco, naturalmente— hasta llegar al empleo de almirante. Entre 1949 y 1962 fue gobernador general de la Guinea Ecuatorial Española, años en los que reprimió con decisión el incipiente movimiento nacionalista guineano. Y en estas estaba don Faustino cuando fue procesado por la detención, torturas y asesinato del líder nativo Acacio Mañé. Una historia muy fea y muy torpe, que no le impidió seguir adelante con su carrera y su prestigio. En 1988, por sus servicios a la patria y por su condición de isleño se le nombró Hijo Predilecto de San Fernando y se denominó una calle de la ciudad con su nombre, precisamente la calle que separa su casa natal de la iglesia vaticana de San Francisco… de donde había sido párroco don Recaredo.

EL MARINERO: Por su lado, don Ramón Odriozola Lasarte, marinero de 2ª, fue uno de los náufragos del Ferrándiz.

Después del hundimiento, el buque rebelde Canarias recogió a un grupo de náufragos que fueron atendidos inicialmente en Ceuta, más tarde encarcelados en el Penal de Cuatro Torres del Arsenal de la Carraca y sometidos a consejo de guerra acusados de rebelión militar —así se hacían las cosas: los militares rebeldes acusaban de rebelión a los que habían permanecido leales a la legalidad republicana. Al menos, veintiuno de ellos fueron condenados a muerte, ejecutados el 30 de diciembre de 1936, probablemente en el llamado Caño de la Jarcia del Arsenal de La Carraca, y enterrados en la fosa común del cementerio de San Fernando. La suerte de Ramón, el marinero vasco, fue que no lo rescataron inmediatamente después del naufragio, sino que se mantuvo tres días a la deriva, herido de metralla en la espalda, agarrado a un madero, junto a un compañero. Cuando finalmente lo rescataron, y sanó de sus heridas, el consejo de guerra iniciado contra sus compañeros ya estaba en marcha y él quedó fuera. No obstante, llegado el momento, también fue acusado de rebelión militar y condenado a muerte. Afortunadamente la pena le fue conmutada a cadena perpetua… y en el ínterin, mientras permanecía preso en el Penal de Cuatro Torres, fue sometido a la crueldad de pasar por varios simulacros de fusilamiento.

Pero acabada la guerra civil, la población reclusa en España era de tales proporciones que el propio régimen instrumentó la forma de recuperar esa masa humana como recurso laboral utilizable en la reconstrucción del país. Ramón Odriozola fue excarcelado en 1942 y logró rehacer su vida. Empezó a trabajar en los astilleros de Matagorda, se casó con la isleña Isabel O'Dogherty y, a partir de 1954, trabajó en la Sociedad Española de Construcciones Navales. Diez años más tarde, en enero de 1964, siendo jefe de equipos del taller de prensa, explotó una caldera. Ramón perdió ambos ojos y sufrió quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo. Tardó años y numerosas operaciones (uno de los brazos había quedado adherido al costado a consecuencia de las quemaduras) en alcanzar una vida medianamente digna.

EL CURA: Don Recaredo García Sabater —cura católico de negra sotana, párroco de la iglesia vaticana de San Francisco, capellán comandante de la Marina y odiador de marxistas— era un declarado admirador de Mussolini. En su entendimiento, lo que había realizado el cerebro esclarecido de Mussolini con el fascismo era, simplemente, convertir la divina doctrina de Jesús en leyes civiles, y como España era, antes que cualquier cosa, un país católico, pues había que aplicar aquí el fascismo de forma ineludible. Dicho de otro modo: si el fascismo era poner en la práctica la divina doctrina de Jesús, y España era católica… España debía ser fascista. ¡Fácil!

Recio carácter el de don Recaredo, y muy oscura su sotana. Muchos isleños han recordado toda su vida sus arengas contra los marxistas desde el púlpito de la iglesia. A Isidro Cereceda, por ejemplo, le partió el labio con su crucifijo porque se negó a besarlo… y así se presentó Isidro en el paredón y así, con el labio roto, recibió la andanada de disparos asesinos. Oscuro recuerdo dejó don Recaredo entre muchos vecinos de San Fernando… muy oscuro.

Una tarde, Ramón Odriozola aquel vasco de Lasarte, casado con una isleña valerosa y tenaz, el que fuera marinero de 2ª durante el naufragio del Ferrándiz, con su cuerpo quemado y ojos consumidos paseaba por calle Real. Su hija Guadalupe, cogida de su brazo, hacía de lazarillo. A la altura de la iglesia de San Francisco, a escasos metros de la casa natal de don Faustino, el de la puntería prodigiosa que hundió su barco, se cruzó con el tristemente conocido cura don Recaredo García Sabater. Se paró el clérigo, y le dijo condescendiente y paternal:

       — ¡Ay! Ramón, Ramón. Que al final cada uno tiene lo que se merece.

Pues sí. Creo que sí, estoy de acuerdo con el cura, cada cual deja a la posteridad el recuerdo que merece.

 

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Ya vienen



Sí... mi amiga se refugia en sus cuatro kilómetros cuadrados y se niega a mirar afuera. Hay veces que la envidio, y me gustaría ser como ella para exprimir la felicidad del ignorante. Pero, aunque no quiera mirar el mundo que nos toca vivir, ahí tenemos una realidad objetiva que asusta. Estamos en mitad de una pandemia de dimensiones bíblicas que ha puesto patas arriba el planeta. Se queman los bosques amazónicos por la codicia de unos pocos y la irresponsabilidad de algunos desesperados. El cambio climático alimenta fuegos incontenibles en Siberia, Estados Unidos, Australia, África… Olas de calor que rompen los hielos árticos y funden los de Groenlandia. Sube el nivel de los océanos y desaparece la capa protectora de ozono. El permafrost boreal se deshiela y va dejando escapar bacterias que ya eran viejas antes de la aparición en escena del homo sapiens —con el peligro real de provocar enfermedades para las que no tenemos defensas— y toneladas metano que se suman al efecto invernadero del CO2 para acelerar el cambio climático que a su vez deshiela más superficie de permafrost en un bucle que se retroalimenta. Dicen que el permafrost 'retiene entre 1460 y 1600 gigatoneladas de carbono orgánico, casi el doble del carbono que ya tenemos en la atmósfera' [conste que una gigatonelada equivale a 1.000 millones de toneladas métricas]. Si se libera —y en ello estamos— supondría un paso más hacia el fin de la civilización tal y como la hemos entendido hasta ahora.



Los residuos plásticos que llegan a los océanos acaban generando geles indestructibles. Es decir, trillones de partículas de plástico, prácticamente indetectables, que se interponen en la migración vertical diaria del fitoplancton… que desciende por la noche para obtener nutrientes y regresa a la superficie durante las horas de sol para realizar la fotosíntesis y fijar CO2 de manera masiva. La interposición de esas nuevas capas de gel plástico en los océanos tiene unas consecuencias que no somos capaces de imaginar. Los mares se saturan de metales pesados dispersados por la acción humana, se concentran en los alimentos marinos que consumimos y provocan enfermedades degenerativas.

Hay pueblos enteros sometidos a la esclavitud para extraer minerales en beneficio de unos pocos y para disfrute de consumidores compulsivos… esa especie de seres humanos que creemos porque nos han convencido que la felicidad consiste en comprar cosas sin necesitarlas. Hay menos agua potable cada temporada, y la que queda está distribuida de mala manera; y un clima más hostil cada año que pasa. Hay regiones del planeta que se vuelven inhóspitas para la vida humana debido a las condiciones físicas y climáticas sobrevenidas y porque los gobiernos no son capaces de organizar la supervivencia de su gente. Se fomentan guerras regionales por el control de los recursos que provocan riadas de hombre, mujeres y niños desplazados de sus hogares… si es que a eso se puede llamar hogar. Migraciones de masas humanas incontenibles desde países fallidos por la codicia occidental. Mientras que por aquí nos seguimos creyendo los reyes del mambo porque nos podemos tomar dos cervezas en una terraza mientras criminalizamos a los pobres y, sobre todo, a los extranjeros que llegan en pateras…

Y entonces, en mitad de las crisis globales, es cuando surgen los fascismos del siglo XXI —copias semejantes de los monstruos del siglo XX—. Son las políticas que despliegan los políticos que pontifican la intolerancia como norma, porque ellos dicen ser mejores y tener la verdad y el poder. Son los que sacrifican humanidad en nombre de un orden diseñado por ellos mismos para imponerlo a todos, quieran o no. Son las políticas que renuncian a la civilización a cambio de la seguridad que ellos diseñan. Para los fascismos de nuevo cuño todo es sencillo…

Mi país es solo mío. Es mi tribu la que domina y nosotros señalamos a nuestros enemigos y marcamos nuestras fronteras. Es mi tradición, mi hembra y mi lengua. Es mi religión la que establece lo verdadero. Es Bolsonaro, Urban, Trump, Lukashenko, Duterte, Le Pen, Putin, Kaczynski… en España es VOX y la derecha cobarde que renuncia a sus deberes democráticos de modernidad y se alía con el fascismo disolutivo de Abascal y su centuria. Es VOX y la derecha que renuncia a los valores solidarios que tanto esfuerzo nos ha costado entramar en España… denostan el feminismo y la solidaridad con los colectivos de cualquier condición porque primero van los patriotas; renuncian a superar los atavismos religiosos que definen lo bárbaro y lo ridículo; permanecen anclados en cruentas costumbres camufladas de tradiciones respetables… pero, sobre todo, criminalizan al opositor político tachándolo de antipatriota y enemigo.

Los hombres y mujeres del siglo XXI necesitamos encontrar una utopía común, un sueño compartido, una zanahoria cósmica y universal que tire de la civilización hacia espacios más humanos y tolerantes. Necesitamos que sea creíble. Necesitamos creer que ese camino para alcanzar la utopía es posible, y que ese deseo es compartido por muchos hombres y mujeres del planeta… es posible que sea suficiente encontrar el camino, y caminarlo. Sería un éxito reconocer que el actual entramado social y planetario —ese mongoliberalismo rampante de esencias fascistas— es una broma pesada y los dirigentes, malos payasos. Y si no somos capaces de tomar ese camino utópico, nos meterán en las rutas imperiales caminando hacía Dios. Los fascismos sin complejos como solución. Otra vez…

lunes, 24 de agosto de 2020

Los porchecitos de don Luis Berenguer

El 1961 se construyeron en Punta Cantera los dos primeros polvorines Tipo A. Los de ese tipo son muy simples, simulan un túnel excavado en la roca y cubiertos de tierra por todos lados excepto por la puerta. De esta forma la temperatura interior debería permanecer estable durante todo el año. Esto de la temperatura es fundamental para mantener en buenas condiciones las municiones que contengan… es decir, para que exploten cuándo y cómo deben explotar, ni antes ni después.
Interior del A1 antes de ser manoseado por los grafiteros. 2003
Pero el servicio de mantenimiento de los polvorines de Fadricas observó que la temperatura media en esos nuevos polvorines era excesivamente alta y se corría el riesgo de inutilizar las toneladas de munición que contenía cada uno de ellos… ¿Qué estaba pasando? Pues simplemente que nadie había caído en la cuenta de que las puertas metálicas estaban orientadas a poniente, y que el sol inmisericorde de estas latitudes incidía sobre ellas ininterrumpidamente desde medio día hasta el ocaso… En consecuencia, el interior se calentada por la radiación que emitía el metal de la puerta y alcanzaba 5º C más de lo debido.
Celosía de ladrillos propuesta por don Luis Berenguer. 2003
O sea. Expediente va. Expediente viene. Soluciones propuestas por brillantes hombres, presupuestos de obras para hacer una recámara entre la puerta metálica y la munición que amortiguara la cosa… etc. Pero —¡oh, la confluencia cósmica— cuando el expediente llega a manos del jefe accidental de los polvorines de Fadricas, en esos momentos capitán de corbeta don Luis Berenguer [autor de “El Mundo de Juan Lobón”, ingeniero de armas navales, que fue Premio Nacional de la Crítica en 1968, y que prestigió con su nombre un notable premio anual de novela y una biblioteca municipal], propuso algo mucho más simple, bonito y barato: sombrear la puerta metálica mediante un techado levantado con elementos de fortuna y cerrarlo con una celosía de ladrillos. Y así se hizo. La verdad es que era muy raro ver unos polvorines, tan serios ellos, con esos porches delante de la puerta… pero funcionaron estupendamente. La temperatura se estabilizó en niveles adecuados y los porches se mantuvieron hasta el desalojo de los polvorines en 2001.
Vista del porche A2 desde el A1
Pero el tiempo lo disuelve todo. Y en 20 años se han caído las piedras, las palabras han volado y los recuerdos se han diluido. Ya se han caído los porches de don Luis Berengurer empujados por el levante, el poniente o manos humanas. Por eso, sirvan estas palabras para mantener la Memoria de ese bello lugar que es Punta Cantera.

viernes, 21 de agosto de 2020

Todo es volátil y maloliente, estúpido



No hace mucho tiempo todo parecía rocoso y bien asentado. Teníamos conquistados derechos laborales, sociales y políticos que uno, en su ingenuidad, percibía inmutables y servirían de base para continuar la conquista del bienestar… ¡Error!

© Milano, 2010

Con la crisis económica del 2008 se nos esfumó todo lo que creíamos consolidado y comenzamos a comprender que la economía sacudía nuestras vidas a su antojo, y que la felicidad de las personas era algo prescindible en la ecuación. Aprendimos que por encima de la democracia está el verdadero poder que gobierna el mundo y que siempre acaba imponiendo sus necesidades para autoperpetuarse. Esa despreciable élite, que maneja cantidades incomprensibles de dinero, son los intocables de siempre, los que viven en burbujas inalcanzables a la justicia y a los Estados. Esos que si bajaran al suelo real y pasearan por las calles de Los Pajaritos o Los Pitufos serían auténticos seres de otra galaxia. Especímenes que nos mirarían como curiosidades zoobotánicas. Me refiero a la escoria humana que planifica desde impolutos despachos negocios que incluyen genocidios, hambrunas, guerras, éxodos masivos… son los que siempre ganan en cada crisis humanitaria, en cada catástrofe ambiental, en cada calamidad planetaria. Esos a los que habría que someter a juicio por crímenes contra la humanidad… pero no tenemos herramientas para tal menester. Herramientas civilizadas, digo.

Y entonces, el suelo que pisábamos dejó de ser rocoso y se convirtió en fango maloliente. Y de la pestilencia emergió —otra vez— un fascismo con rostro de siglo XXI como solución a los problemas que plantean sus propios amos: acumulación de la riqueza, generalización de la pobreza y la corrupción, y una desigualdad planetaria que crece exponencialmente. Como de costumbre. Ya conocemos la historia. ¡Es la dinámica social, estúpido! En España, simplemente dejaron de camuflarse en la derecha postfranquista y empezaron a hablar sin complejos… siempre habían estado ahí. Pero de estos sujetos ya hemos hablado por aquí en varias ocasiones… y seguiremos hablando porque nos va la civilización en ello.

Pero, en realidad, lo que hoy me motiva en mitad de la pandemia de COVID-19, son los nuevos iluminados que surgen al rebufo de ella. Lo de la Torre de Babel —ya sabéis, cuando los hombres dejaron de entenderse porque cada uno empezó a hablar su propia lengua— es una simpleza comparada con lo que está pasando en el parlamento, en las redes sociales y en los medios de comunicación. Y lo que está pasando es que ya no existe la verdad (si es que alguna vez existió). Está pasando que los hechos objetivos se han evaporado y son sustituidos por el imperio de la mentira y la confusión elevado a la categoría de verdad absoluta y creíble. La nueva verdad depende de la voluntad del dueño del medio comunicación o de la cantidad de veces que se rebota un bulo. Es el amo el que impone su ideario para crear una opinión adecuada y, sobre todo, para crear ciudadanos imbéciles y de voto dócil… ¡Pero, criatura! ¿Tú que haces votando lo mismo que vota Patricia Botín? ¡Que eres carajote! Y entonces, el suelo que pisamos ya no es fango maloliente, es básicamente hez humana. Y nos hundimos.

Malos tiempos corren para la ciencia y el conocimiento empírico… por eso, en esta sopa humeante de heces, están floreciendo esos iluminados que animan a quitarse las mascarillas y sonreír con alegría, apelando a la pirámide de luz diamantina que los protege de… ¿de qué? De nada, porque todos estos saben que la pandemia es un invento de los poderes para dominar a los ciudadanos inteligentes, como ellos, con una falsa vacuna y un microchip implantado de mala manera en cada uno de los ciudadanos del mundo para convertirlos en esclavos… [¡Ostras! No sé dónde iba lo del 5G] ¡Menos mal que están ellos para avisarnos y convertirnos a su fe!

Pues sí. Creo que sí, que la estupidez humana es infinita… y la falta de sensatez, también. ¡Qué cansado estoy ya, coño!

lunes, 6 de julio de 2020

El puzle de la Memoria o cómo encajan las cosas



El documento está fechado el 29 de diciembre de 1936 y es la citación para declarar ante un juez militar. La declarante tenía que presentarse a las tres de la tarde del día 3 de enero de 1937 en el Cuartel de las Milicias Cívicas de San Fernando. Se referían a Pepa La Mayito y la calificaban como mujer de vida airada que vivía en la calle Jardinillo nº 20. El papel no decía nada más y me pareció que el asunto que se dirimía tendría que ver con la moralidad pública, puesto que las nuevas autoridades que mandaban —íntimamente imbricadas con misas y curas— eran muy miradas para las cuestiones de moral y comportamiento de los demás… mientras ellos sí podían torturar, dar palizas y asesinar a rojos, masones y maricones con total impunidad. En un principio no le encontré mucho interés al documento, pero tomé nota y lo guardé. En ese momento tampoco preste atención —porque no lo conocía— al capitán de infantería de Marina, don Manuel Fernández Fecho, en funciones de juez del Cuartel de Milicias Cívicas de San Fernando.

Junio de 2020. Aída en la fosa común del franquismo del cementerio de San Fernando. Excava y exhuma AMEDE.

Así que el documento en cuestión durmió archivado cuatro años en algún rincón de la nube digital. Durante ese tiempo no encontré ocasión de usarlo en la elaboración de “República, alzamiento y represión en San Fernando” …hasta que confluyeron un par de asuntos sin relación entre sí y encajaron las cosas. Me lo contó Aída desde el fondo de la fosa común que AMEDE sigue excavando en el cementerio de San Fernando —ya llevan 109 cuerpos de represaliados exhumados—… por un momento la joven arqueóloga dejo de limpiar los restos que estaban aflorando y se giró para decirme que su abuela por fin le había contado algunas cosas de Rafael Leonisio Mata, su padre, bisabuelo de Aída.

Leonisio era en 1936 un sindicalista significado. Frecuentaba la sede de su sindicato, ubicado en la calle Real, frente a la Iglesia de San Francisco de donde era párroco el ínclito don Recaredo García Sabater, un reconocido fascista —reconocido por él mismo, en sus propias palabras— y admirador del Duce Benito Mussolini. Don Recaredo era, además, un entusiasta colaborador con la sublevación iniciada el 18 de julio de 1936. Los compañeros de Leonisio le avisaron para que se escondiera o se marchara de la ciudad porque, después de asaltar los falangistas y militares las sedes de partidos de izquierda, sindicatos y logias masónicas, iban a por él. Por eso estuvo escondido varios meses en la casa de su madre, detrás de un armario como si de una trinchera infinita se tratara. Finalmente, un chivatazo sirvió para que los falangistas lo detuvieran, le hicieran tomar tres veces un vaso de aceite de ricino —no es la primera vez que tenemos constancia de ese tipo de tortura: tres detenciones; tres visitas al cuartel de Falange; tres vasos de purgante y tres puestas en libertad con los intestinos vaciándose de forma incontrolada mientras la víctima corre a su casa, humillada y señalada para los restos—. La cuarta vez que lo detuvieron fue la definitiva. Encerraron a Leonisio en la cárcel municipal o en el Penal de la Casería de Ossio, a esperar lo que tuviera que ser.

La única forma de sacarle de la cárcel, y de una probable saca y paseo camino del muro del cementerio, era conseguir avales a favor del detenido procedentes de personas de orden y recta moral, es decir, personas políticamente de derechas, que hubieran demostrado resistencia durante la II República, colaboración discreta en la preparación del golpe militar y/o adhesión inmediata al Glorioso Movimiento Nacional. Y en esa tarea puso todo su empeño la madre de don Rafael Leonisio, la vida de su hijo iba en ello. Y lo debió hacer muy bien porque gracias a los avales que consiguió, su hijo salió de la cárcel y evitó ser sometido a consejo de guerra como lo fueron muchos de sus compañeros sindicalistas (otros tantos fueron asesinados directamente). No era fácil conseguir esos avales porque el avalista se arriesgaba a verse señalado como amigo de rojos, y tal cosa no era nada conveniente en esos tiempos. Otras personas apresadas injustamente en San Fernando —como el concejal don Emilio Armengod Molina o el maestro y pastor evangélico don Miguel Blanco Ferrer— lo intentaron todo desesperadamente, sus familiares se movilizaron por toda la ciudad, suplicaron una y otra vez a sus supuestas amistades o conocidos de derechas y no consiguieron que nadie moviera un solo dedo por ellos: ambos acabaron asesinados sin saber qué habían hecho mal.

Sin embargo, la madre de don Rafael Leonisio Mata no cejó en el empeño consiguió tres avales para que soltaran a su hijo. Es decir, tres personas de orden y recta moral pusieron su firma en un papel para que el hijo de La Mayito saliera de la cárcel. Personas muy influyentes tuvieron que ser, y amigos directos de los que mandaban: los Ruiz Atauri, Olivera Manzorro e Isasi Ivison… dueños y señores de las vidas de los que podrían ser potenciales opositores al Glorioso Movimiento Nacional.

Aída, la joven arqueóloga, manchada de barro, desde el fondo de la fosa me lo contó: efectivamente, la madre de Rafael Leonisio, la mujer que se empeñó con valentía en rescatar a su hijo de los falangistas, era La Mayito… y entonces aquel documento que encontré hace cuatro años tuvo significado y la figura de la mujer cobró toda su grandeza. El juez Fernández Fecho —que, por cierto, también tiene una interesante historia que ha investigado y publicado don Jesús Campelo Gainza— quería preguntar a la mujer de vida airada dónde estaba su hijo, ese peligroso sindicalista al que había que neutralizar. Tampoco es el primer caso que nos encontramos de una madre que protege a su hijo por encima de todo, y es acusada de encubridora por el aparato represor.

Sin embargo, las carambolas de la vida son sorprendentes y no terminan aquí. Rafael Leonisio Mata salió maltrecho y enfermo de la cárcel, pero vivo, gracias a los buenos contactos que su madre tenía entre las personas de orden y recta moral. Rehizo su vida como pudo. Tuvo hijos y nietos… y ochenta y tres años más tarde, uno de esos nietos, llamado don Rafael Muñoz Leonisio —aún conserva el apellido del abuelo—, teniente de Infantería de Marina y jefe de la Policía Local de El Puerto de Santa María, durante el confinamiento provocado por la enfermedad COVID-19, fue tristemente famoso por su lamentable actividad en las redes sociales. Llamó a Fernando Simón borracho loco y majadero psicópata; llamó a la ministra María Jesús Montero hija de puta y al vicepresidente Pablo Iglesias chepafregona y comunista de mierda. No solo eso, en sus perfiles de las RRSS, el bisnieto de La Mayito, desde su posición de servidor público, difundió mensajes homófobos contra el ministro Fernando Grande-Marlaska y llamamientos para preparar un golpe de Estado contra el gobierno democrático de España al que califica como …un régimen totalitario acecha España —decía—, alcémonos y desempolvemos las hachas de guerra. Finalmente se dedicó a difundir ideas de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange… cuyos miembros fueron los criminales de camisa azul que sacaron al abuelo Leonisio de su escondite, lo torturaron repetidamente, lo humillaron y lo encarcelaron por haber sido sindicalista. La ejemplar lucha de La Mayito por salvar a su hijo, por un lado; y por otro, la podredumbre que nos muestra su bisnieto cierra un desgraciado bucle histórico.

No sé… parece que el tiempo ha pasado en balde y sin enseñanzas. Otra vez pululan sujetos como el nieto de Rafael Leonisio Mata. Gente que vuelve a admirar y a promover los valores fascistas, los mismos valores que sirvieron para justificar la tortura y asesinato de miles de españoles. Valores que ensalzan una patria única y excluyente, en la que solo caben ellos. Valores que utilizan los cauces democráticos para promover la intolerancia política, el insulto y el desprecio, la anulación del opositor, la desaparición del distinto… ni homosexuales, ni mujeres con derechos, ni emigrantes pobres. Y, sobre todo, imponiendo una moral única: la que ellos dictan.

El fascismo era y es un fracaso de la civilización cuando impregna y emponzoña la sociedad. No podemos olvidar la historia que nos ha pasado por encima por respeto a las víctimas silenciadas por el franquismo. Tampoco podemos olvidar la historia porque eso nos permitirá recordar a los criminales y a las ideologías que utilizaron para justificar sus crímenes. El fascismo del siglo XXI es heredero del anterior. Está aquí, entre la gente que camina por las aceras y en el parlamento. Vuelve a ser un ejemplo para ignorantes y para canallas.

viernes, 12 de junio de 2020

Un abrazo en la curva del cementerio



Cementerio de los soldados, cercanías del Penal de la Casería de Ossio / 2020

Nunca sabremos con seguridad el nivel de sufrimiento que provocó el fascismo del siglo XX en España. Sé que esta historia ocultada y silenciada —me refiero a la represión política y social que comienza el 18 de julio de 1936 y acaba con la muerte del general Franco— siempre será un relato inconcluso. Lo sabía cuando cerré el libro y dejé de investigar [hablo de República, alzamiento y represión en San Fernando]. Ya era suficiente por mi parte. En ese momento me parecía redundante añadir más arbitrariedades, más nombres, más injusticias. Estaban listados los muertos que causó la represión y las viudas, esas mujeres sin llanto, sufrientes de largo recorrido, que tal vez fueran más heroínas que héroes fueron sus maridos e hijos. El libro también dejaba constancia de que los hombres que tomaron el poder por la fuerza en 1936 se calificaron ellos mismos con sus propios actos. Eran actos y pensamientos que no ocultaron, todo lo contrario, los exponían con afán de ejemplaridad, porque ellos mismos estaban orgullosos de haberlos cometido; orgullosos de la historia que escribieron encantados de escribirla. Punto. Cerré el libro cansado, y con la conciencia de haber hecho lo que debía. Ahora que sigan otros… servidor ya puso un peldaño.

Pero un libro en manos de los lectores tiene vida propia. Y este libro relata precisamente lo que dos generaciones de víctimas habían callado. Habla de lo que dos generaciones de victimarios habían silenciado —me refiero a lo que silenciaron los criminales directos y sus herederos ideológicos actuales—. No es pertinente ni es decente apelar a la equidistancia entre víctimas y victimarios para buscar un consenso… simplemente porque no todos fueron iguales. Unos exterminaban con insolencia y con impunidad, otros fueron exterminados como a ratas. Unos fueron exaltados a la condición de héroes, otros fueron desposeídos de su condición humana y tirados en una fosa común, vilipendiados y olvidados. ¿Dónde puñetas ponemos la virtud equidistante? ¿En las víctimas o en sus verdugos?

Hoy me llegan retazos de lo que provoca la lectura de este libro. Son recuerdos que afloran desde lo más profundo. A veces alguien encuentra la pieza de un puzle que encaja en la vida, a veces es una lágrima que debió salir hace tiempo. Otras veces, lo que emana de las pequeñas historias, es una punzada de respeto… la historia no la hacen los personajes, sino la gente humilde y sufrida que mueve la vida hacia horizontes más nobles, más justos, más humanos. Esto decíamos al iniciar el libro…

Un secreto de familia

Mi amiga Josefina ahora comprende por qué ese hombre que se casó en segundas nupcias con su tía nunca se integró en la familia, ahora lo comprende. Lo ha reconocido en el libro. Ese hombre jamás fue aceptado porque todos en la ciudad conocían lo que había hecho: con su uniforme azul de Falange y su prepotencia, detuvo a decenas de hombres para llevarlos al cuartel de la plaza de la Iglesia. No porque fueran criminales, lo hizo porque esos vecinos suyos fueron políticos de izquierda, sindicalistas, obreros significados, masones, maestros republicanos, etc. A los más afortunados les daban una paliza, un vaso de aceite de ricino y lo paseaban desnudo por las calles mientras las víctimas evacuaban los intestinos a la vista de todos, para humillarlos de por vida y condenarlos al ostracismo social en su propio pueblo. A los menos afortunados les pegaban un tiro en la tapia del cementerio… y que las viudas y huérfanos se las apañaran como pudieran.

A Josefina nunca nadie le dijo nada de esto porque hubo un acuerdo tácito entre los vivos: dejar a los niños al margen del terror. Nunca se explicó Josefina por qué ese hombre apenas aparecía en las celebraciones familiares, y si acudía siempre permanecía sentado en un rincón y nadie le dirigía la palabra. Acabó mal, me cuenta. Se dio a la bebida y una cirrosis le hizo sufrir hasta que murió relativamente joven… pareciera un merecido castigo divino. Josefina ha encajado una pequeña pieza en su vida. Ahora comprende mejor su niñez, los silencios que recibió y los entresijos de la familia.

Un abrazo en la curva del cementerio

Mi amigo Pepe dejó escrito no hace mucho un pequeño momento que vivió su abuelo. Se llamaba como él, José Batista y, como no acabó fusilado en la tapia del cementerio, no sale relacionado en los listados… pero sabemos bastantes cosas de este hombre represaliado. Era chofer, miembro del Comité Local del Partido Comunista, tenía 40 años en 1936 y ocho hijos bajo su techo. Manuel, el mayor, tenía 18 años, la pequeña solo unos meses. Lo detuvieron en su casa el 26 de septiembre de ese año por orden directa del comandante militar de la plaza, Ricardo Olivera Manzorro —por cierto, “ciudadano ejemplar”, nombrado Hijo Predilecto de San Fernando, y con calle propia hasta hace tres días—. Primero lo encerraron en el calabozo municipal, y diez meses más tarde, también por orden de Olivera Manzorro, lo trasladaron al Penal de la Casería de Ossio. Los militares que se rebelaron contra la autoridad de la II República lo acusaron precisamente de rebelión militar, y lo juzgaron en consejo de guerra sumarísimo de urgencia —un paripé de justicia con nulas garantías procesales—. Afortunadamente resultó absuelto en mayo de 1937… pero seguía preso en enero de 1938. No sabemos con exactitud cuándo fue liberado.

Pepe cuenta que su abuela —Dolores Arias Mateos— iba todos los días al penal con su hija de meses en brazos. Esta recién nacida se ganó el apodo de la niña del penal para el resto de su vida. El relato que ha permanecido en su familia cuenta que al abuelo José Batista Vela se le aguó la sangre en la cárcel, y que lo soltaron para que muriera en su casa. Y eso pasó, murió en la cama poco después de salir libre a un mundo gobernado por los que tenían las armas, las peores ideas y una repugnante moral.

Y la vida siguió. Cada cual se adaptó a la situación porque hubo que vivir y cada una de esas vidas es una historia digna de ser recordada. Sesenta años más tarde, Manuel, el hijo mayor de José Batista Vela volvió a San Fernando. Mi amigo Pepe (su sobrino) le daba un paseo en coche por la ciudad, para que recordara cada rincón, cada recodo, cada paisaje. Y en la curva del cementerio de los soldados, muy cerca de donde estuvo el Penal de la Casería de Ossio, su tío le contó que el día que liberaron a su padre lo encontró en ese lugar, a pocos metros del penal: Aquí me bajé de la furgoneta al ver a mi padre y nos dimos un abrazo. Dijo que aún recordaba la impresión que se llevó al ver cómo había envejecido en tan poco tiempo, al verlo tan indefenso, tan derrotado.

Sesenta años después de ese momento, en la misma curva del cementerio, mientras Manuel lograba verbalizar este recuerdo, lloró por su padre muerto… La guerra había terminado.