jueves, 5 de junio de 2014

El limbo de los desencastrados

A las ocho no han puesto ni las mesas en la terraza del 44, pero el sin-techo ya ocupa su banco en la plaza del Rey. A esa hora es un hombre muy visible, es casi la única persona que ocupa la plaza. Sigue con sus dos maletas y la pequeña mochila en el banco de granito, y charla bajito con sus compañeros imaginarios. Ha cambiado el gorro de lana blanco-roto por una gorra de visera que deja fuera de la cincha la coleta de pelo canoso. Y continúa dando buchitos de una litrona caliente que guarda debajo del banco. Lo novedoso es que ahora tiene una radio sintonizada en una emisora que no logro identificar.


Es tan temprano que la ciudad sigue en el relativo silencio nocturno, sin los fragores que van a surgir dentro de muy poco. No hay coches, ni murmullos en la terraza, ni hay niños corriendo detrás de las palomas... por cierto, tampoco hay palomas todavía. Sólo un par de hombres baldean la calle Real, y el agua forma regueritos por las vías de un tranvía que no sabemos si algún día circulará... y, en ese caso, tampoco sabemos quién pagará el mantenimiento. Aquí, en a Isla de León, también tenemos nuestra obra inútil, de esas que fueron propias del tiempo del pelotazo: un tranvía inviable que se ha cargado, entre otras cosas, una batería declarada Bien de Interés Cultural, de las que detuvieron el avance del ejército napoleónico en 1810 y permitieron que en Cádiz y La Isla de León se discutiera la primera constitución española.

En fin, decía que por eso, por el silencio de la ciudad a esa hora, es por lo que oigo cómo la radio del sin-techo desgrana noticias de Ucrania, de la abdicación de Juan Carlos y del proceso de coronación del nuevo rey. Y entonces es inevitable pensar qué coño le importará a este hombre lo de Ucrania o lo de Felipe VI si no tiene resueltas sus necesidades vitales…

…ahora que caigo, debe ser Radio Nacional, porque no dicen nada del ronroneo clamoroso de mucha o poca gente que quisiera votar si quiere rey o república. No sé… hay dos mundos cada vez más diametralmente opuestos, el analógico, de radios, televisiones y periódicos de papel, con amos y señores a los que servir y contentar, y el digital, de redes sociales abiertas en internet y sin más amos que la propia voluntad del que opina. Fascinantes los dos, por lo que implican. Uno es un cauce viejo y amansado, y el otro es un torrente que se abre camino a trompicones.

De vez en cuando observo al sin-techo. Ahí sigue en un soliloquio con su interlocutor imaginario. A veces gesticula como para dar énfasis a sus palabras. Y entonces parece que el interlocutor queda más convencido de los argumentos del sin-techo, y se calla.

Y poco a poco salen coches de detrás de las esquinas, y las terrazas se llenan de gente, y el fragor de la ciudad acalla la radio del sin-techo. Y entonces se diluye su presencia en la plaza como un azucarillo en el café. Ya ni es visible ni existe. La realidad diaria se lo ha tragado.

No sé… al mundo analógico y al digital habría que añadir el limbo de los desencastrados. El sitio de los que no tienen encaje en otro lugar. El limbo de los que han sido excluidos de ambos, del analógico y del virtual; el de los que tienen toda su vida en el banco de una plaza, en dos maletas y en una mochila. El limbo de los que la radio es el único murmullo que les calienta el corazón… hable de lo que hable.



No hay comentarios: