jueves, 12 de junio de 2014

A la sombra del general

…mientras esto pasa, junto a la terraza del 44 el sin-techo ha terminado su litrona caliente y bosteza mirando al infinito. Hoy he visto que lleva un silbato colgado del cuello, como si fuera entrenador de balonmano. ¿Por qué lleva un silbato este hombre?

Las palomas prefieren las crines del caballo. También se posan a la sombra, bajo la panza del animal. Y pocas veces lo hacen en la cabeza broncínea del general… Aún así la calva del héroe está completamente cubierta de chorreras blancas.
No sé… En el fondo no podemos dejar de ser lo que somos, primates con la necesidad genética de seguir a un líder. Seguramente por eso ponemos en el centro de cada plaza la imagen de un “…ilustre señor, pulido en mármol, que fue poeta, militar o fraile…” Y por eso sigue ahí la imagen ecuestre del militar filofascista, porque necesitamos mantener símbolos que cohesionen a la gente en torno a sensaciones comunes. El problema surge cuando el supuesto héroe no encarna valores universalmente aceptados. En ese caso es un símbolo cojo porque sirve a unos y repugna a otros. Y entonces no sirve.
Cada mañana, bajo la estatua ecuestre del héroe, se reúnen unos cuantos ciudadanos. Posiblemente algunos de ellos sean potenciales héroes anónimos, con historias de abnegación dignas de altar, a los que jamás se les tendrá en cuenta como ejemplo. Son desempleados de San Fernando, cada uno con su pena cristalizada en los ojos, con su pelea personal clavada en la piel. Se reúnen todos los días en una esquina de la plaza del Rey, junto a la estatua del general bilaureado. Es la esquinita por donde cada día entra el primer rayo de sol.

Un señor canoso y delgado, que viste polo, pantalón corto y mocasines, lee un libro voluminoso en un banco de la plaza. Pasa las hojas hacia atrás. Se ve que trata de recordar algún pasaje, o identificar algún detalle anterior. Me tranquiliza ver a la gente leyendo libros en la calle. Dibujan un país amable y civilizado. Quiero creer que la persona que lee libros, en vez de discutir con acritud, dialoga; en lugar de gritar, escucha y luego dice cosas. Quiero pensar que la persona que lee libros no suele romper escaparates y en las asambleas aporta su presencia y sus ideas. La persona que lee libros suele reconocer su propia ignorancia, y eso la hace humilde y confiable.
No sé… Si los guerreros como el caballero bilaureado pelearan tirándose ideas a la cabeza… y las comprendieran.



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