jueves, 29 de mayo de 2014

El viaje de mayo - El martirio del diácono Vicente

En tiempos del emperador Docleciano los cristianos ya son numerosos e influyentes. Tanto, que eran capaces de inclinar el poder hacia el lado que mejor los amparara. A principios del siglo IV el imperio seguía siendo tan amplio y heterogéneo que en él coexistían numerosos cultos a numerosos dioses. Pero entre todos ellos, los cristianos suscitaban sospechas porque eran miembros de una religión un tanto díscola con el Estado, secreta y, sobre todo, porque tenía y tiene vocación de exclusividad: y eso, por desgracia, es el germen que convierte a las religiones en intolerantes.

Estaba llegando el momento histórico de tenerlos en cuenta para alcanzar equilibrios de poder y, una de dos, o se intentaba desorganizar a los cristianos para eliminar su influencia social y política o, por contra, se los apoyaba para convertirlos en aliados y sustentadores del poder imperial. Esto último llegaría unos años más tarde, en 313, cuando el emperador Constantino proclama el Edicto de Milán que convierte al cristianismo en la religión privilegiada del imperio y comienza la persecución de las demás. No le vino mal la jugada puesto que los cristianos predicaban el total sometimiento a la autoridad civil; y el único origen válido de la autoridad civil era el divino… divino de su único Dios, por su puesto. Y de aquellos polvos, estos lodos.

Pero, de momento, a comienzos del siglo IV era pronto. Diocleciano, en lugar de convertirlos en sus aliados, en ese difícil equilibrio de poder, prefirió perseguir a los cristianos para mimetizarlos en la heterogeneidad del imperio y eliminar su influencia. Algo muy similar a lo que hicieron más tarde los Reyes Católicos que, para dar uniformidad ideológica a sus reinos, expulsaron de su casa y de su país a judíos y musulmanes. El último de los edictos de Diocleciano (303 d.n.e.) exigía a los cristianos ofrecer sacrificios a Jupiter, un acto que suponía sumisión a la autoridad del emperador, y como se negaran -después de algunos intentos de ‘persuasión’-, muerte.

En este contexto histórico (307) aparece el diacono Vicente de Tavora, un dirigente cristiano de la antigua Talavera de la Reina. Vicente se mantuvo fiel a su fe y se negó a demostrar la sumisión al imperio practicando el sacrificio a Júpiter. Fue encarcelado por ello, pero logró huir con sus hermanas Sabina y Cristeta hacia el norte. Y para desgracia de ellos, fueron apresados de nuevo en Ávila. Allí, cerca de una de las puertas de la ciudad, ocurrió el castigo público. Les despojaron de sus vestiduras, fueron sometidos a tortura y finalmente les aplastaron la cabeza en una prensa hasta morir. Los cadáveres quedaron abandonados en el lugar.

Cuenta la leyenda que un rico judío se burlo del tormento de los hermanos, y por ello fue castigado por los romanos y obligado a participar en la muerte… posteriormente, arrepentido, fue el que les dio sepultura y labró el primer sepulcro. Más tarde, a finales del siglo XI, sobre la tumba se construyó una primera capilla que es el origen de la actual Basílica de San Vicente, y se labra un sepulcro protogótico que describe en doce extraordinarios bajorrelieves coloreados el suplicio del diácono Vicente y sus hermanas…


Los tres hermanos sometidos a tortura, aspados. Posteriormente, desnudos, les aplastan la cabeza en una prensa. El judío burlón es obligado a participar en el tormento.

…servidor y la copiloto jamás habíamos visto bajorrelieves tan bellos como estos. Si Ávila es Patrimonio de la Humanidad por sus murallas medievales, el sepulcro que la Basílica de San Vicente resulta algo tan extraordinario como las murallas. Y fiel a nuestra costumbre, asistimos, camuflados en la penumbra del templo, a las explicaciones de tres grupos de visitantes... y aún así no encontrábamos el momento de dejar de mirar las figuras coloreadas talladas en la piedra, de tan fascinantes como resultan.

¡Si algún día vais a Ávila no dejéis de ver esto!



No hay comentarios: