jueves, 22 de mayo de 2014

El viaje de mayo - En una placita de Toledo

En Toledo comienza la tarde del 13 de mayo de 2014. Ella abandona el mapa de carreteras para tomar la guía de la ciudad y entonces la copiloto se transforma en mi compi de paseos. Ella es así, lo mismo avisa de las curvas que dirige la visita a la ciudad del Greco, el caso es dirigir… (creo que me la estoy jugando, temerario que es uno)

Nuestro hostal está muy cerca de la Puerta de la Bisagra, una imponente entrada a la ciudad a modo de Arco del Triunfo, construida por Alonso de Covarrubias en el siglo XVI. Tiene en el frente un águila bicéfala, el símbolo imperial de Carlos V que entrego a la ciudad para que lo usara a discreción. Por eso en Toledo el águila bicéfala está por todos sitios, desde folletos municipales hasta camiones de basura, pasando por las tapas de alcantarilla… igual que en Sevilla usan con profusión el "No - Madeja - Do" de Fernando III el Santo. Pues lo mismo.

La ciudad permanece en lo alto de un cerro rodeada por murallones y por el río Tajo, que la circunda por abajo. La geografía ha modelado su historia como la de tantas ciudades bien defendidas. Calles estrechas, en cuesta, el sol de poniente ilumina las paredes tangencialmente. Yo tengo una fijación con la luz tangencial. Lo sé y no lo puedo evitar...


En la iglesia de Santo Tomé encontramos una procesión religiosa. Un grupo de feligreses llevan en andas la imagen de una Virgen. Aroma de cera y vaharadas de incienso llenan la calle estrecha. No conviene olvidar la fecha… “El 13 de Mayo la Virgen María bajó de los cielos a cova de Iría”. Sonaban las notas un poco deslavazadas y ambos —incluso servidor, un fervoroso ateo— nos unimos a la cantinela automáticamente. Hay cosas que se clavan en las neuronas —la música es una de ellas— y se evocan a poco que pulses las teclas adecuadas. Mi copiloto regresó emocionalmente al cobijo de las monjas doroteas y servidor a los curas agustinos. Las cosas como son. Por mucha reflexión posterior, los orígenes no se pueden cambiar.

Cenamos en la placita ‘Padre Juan de Mariana’, a cobijo de varios árboles. Encontrar árboles frondosos en mitad de las callejuelas estrechas de Toledo es una bendición. Al contrario de lo que pasa en la vieja Isla de León, aquí los dejan crecer y dan sombra en verano, y anidan pájaros que al atardecer salen a cazar insectos. Y hay cientos de golondrinas cerca de la fachada pétrea de la iglesia que teníamos al lado, la de San Ildefonso. Sí… se ve que las podas no son dramáticas en Toledo y los árboles crecen como Dios manda, por eso, a fuer de dejarlos en paz, llegan a ser frondosos.


Junto a la placita hay una escultura de Juan de Mariana y al fondo, detrás de las torres de la catedral sale la Luna llena. Nuestros vecinos de mesa comentan en voz baja un litigio con abogados de por medio. Y detrás de mí unos jubilados extranjeros se besan como adolescentes… me lo cuenta mi copiloto:

— ¡Mira, mira, se están morreando!

Pero no está bien que me vuelva a mirarlos descaradamente. Así que aprovecho para hacer lo mismo con mi copiloto. Ella lo merece con creces…

La noche es joven en Toledo, la Luna llena sale por detrás de las torres de la catedral… la copiloto me está mirando.



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