viernes, 23 de mayo de 2014

El viaje de mayo - El poder pétreo de una catedral

No recuerdo su nombre, pero le decíamos "el Tinaja" porque, simplemente, su voz sonaba como salida del fondo de una tinaja. Se llamaba Vargas Machuca y era profesor de historia en el instituto de Ceuta. Corrían los años 60 del siglo XX. Él me enseñó que Alfonso VI había reconquistado Toledo en 1085. Nunca he olvidado ni al profesor ni al dato. Me gustaba a mí Alfonso VI porque con él los territorios cristianos volvían a ser más extensos que los sarracenos… y para un niño cristiano de Ceuta no existía entonces la menor duda de quiénes eran los buenos de esta película. Lo que me sentaba fatal era que el rey se llevara mal con el Cid Campeador, otro de los personajes que aquel niño admiraba. Lo que no nos enseñaron entonces fue el asunto de la relación incestuosa de Alfonso VI con su hermana Urraca, no entraba en el programa. ¡Y menos mal porque si me entero habría sido una enorme decepción!

La catedral de Toledo reflejada en una escultura acuática

Toledo está lleno de leyendas. Cuenta una de ellas que cuando entraban las tropas de Alfonso VI en la ciudad, su caballo se hincó de rodillas en una losa blanca que había frente a una pequeña mezquita. Y que dentro del templo vieron una luz que atravesaba una de las paredes, así que la derribaron y detrás encontraron un Cristo crucificado que los visigodos habían escondido en el siglo VIII, cuando la avalancha sarracena ocupó toda la España cristiana hasta Covadonga. Pero lo milagroso fue comprobar que junto al Cristo había una lámpara de aceite que se había mantenido encendida desde entonces. En vista del milagro, cristianizaron la mezquita y con el tiempo la llamaron Iglesia del Cristo de la Luz… muy modesta comparada con la catedral de Toledo…

…el verdadero poder no ha estado nunca en la amenaza de ejércitos bien adiestrados y bien dirigidos, como el de Alfonso VI, sino en la capacidad de influir y modificar el comportamiento de la gente. Y en eso la iglesia ha sido maestra indiscutible a lo largo de los siglos. Cada vez que cualquier ser humano entra en la penumbra de una catedral cristiana comprueba cómo se petrifica el poder en formas arquitectónicas y escultóricas. Comprueba cómo se apabulla y amedrenta al más soberbio. La catedral de Toledo es un ejemplo aventajado. Es asombroso lo que unos hombres pueden hacer para exhibir su poder y exigir a cambio obediencia a unos dogmas indemostrados. No es la primera vez que experimento esta sensación. Cada catedral, cada iglesia, cada monasterio y cada claustro tienen ese halo que muestra al mismo tiempo la capacidad enorme de los hombres para crear belleza manipulando la naturaleza, y la ansiedad de los mismos hombres por imponer su poder sobre otros. De todos modos, es mejor enseñar el poder que ejercerlo por la fuerza. Y si se exhibe con esta belleza pétrea, aún mejor.

Tumba del arzobispo Pedro Tenorio… Si espera resucitar
en suelo sagrado va aviado.

Está llena de tumbas la catedral de Toledo (la de Sancho IV, por ejemplo, apareció debajo del presbiterio, con el cadáver momificado, espada en mano y corona en la cabeza) Nunca me había detenido a pensar en el interés que han tenido tantos hombres poderosos —reyes, obispos, nobles y ricos— por ser enterrados en las iglesias, ermitas, catedrales y monasterios. Por ejemplo, el cardenal Mendoza, tuvo tanto poder que cuando murió, y apoyado por Isabel la Católica, dejó dicho que lo enterraran a la izquierda de la Capilla Mayor de la catedral de Toledo… y en una noche tiraron el muro para que el cabildo de la catedral encontrara el hecho consumado. Y ahí yace, a un par de metros del altar. ¿Por qué ese afán?

Yo había comprobado en algún que otro testamento del siglo XVIII que ricos comerciantes de Cádiz dejaban al morir substanciosos bienes a la iglesia, y también dejaban pagadas cientos de misas que debían ser cantadas para la salvación de su alma… a condición de ser enterrados en suelo sagrado. ¿Por qué ese afán?

Y como nunca es tarde para aprender cosas, lo he sabido durante la visita que mi copiloto y servidor hicimos a la catedral de Toledo…

…los hombres poderosos pagaban lo que fuera preciso para ser enterrados en terreno sagrado (iglesias, monasterios, ermitas, conventos…), lo más cerca posible del altar, para beneficiarse de todas las misas cantadas por las almas del purgatorio, ya fueran dedicadas a él o a cualquier otro. De esa forma estarían menos tiempo sufriendo tal tormento. Pero, lo que era más importante, cuando llegara el Juicio Final y la resurrección de los muertos, sus cuerpos resucitarían en suelo sagrado y eso significaba que directamente pasarían a la derecha del Padre.

¡Cojonudo!
¡Es que estos nobles no se privan de nada, joder!



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