lunes, 19 de mayo de 2014

El viaje de mayo - De Montoro al Valle de Alcudia

El viaje comienza realmente en Montoro, donde veintidós cuernos son once toros. Eso decía un viejo profesor hace lo menos cincuenta años, cuando mi copiloto llevaba trenzas y era una niña un poco repipi. Ahí, en Montoro, tomamos la Nacional 420 en dirección a Ciudad Real y es entonces cuando el camino se hace realmente nuevo, el paisaje tan inesperado que la silueta de un árbol en el horizonte te hace dudar si es encima o alcornoque. Entonces se despabilan las neuronas para poner música al paisaje. Sí... el viaje comienza cuando mi copiloto tiene que examinar el mapa para adelantar a qué lugar estamos a punto de llegar. Y comienzas a observar con fruición para aprehender cada uno de los detalles del nuevo entorno: el vuelo de la rapaz, los círculos crecientes del buitre, las margaritas en la cuneta salpicada de amapolas, la cebada en los campos, el cortijo abandonado, el árbol solitario en mitad de la loma verde, la reata de ovejas a la sombra de la única higuera...

...sin embargo, la excitación por lo nuevo no es eterna y al cabo de un tiempo, mientras atravesamos la Sierra de Cardeña y la conducción se hace automática, me encuentro siguiendo hilos mentales aleatorios...

...el logopeda de Bruno —un sobrino de Paula que apenas habla con cuatro años— dice que es muy raro, que es como si el niño hubiera estado aprendiendo otro idioma antes de empezar a balbucear el materno. Y dice el hombre que por eso ha tardado tanto en hablar y presenta estas alteraciones. No sé... Es fascinante la complejidad del cerebro humano y sería estupendo comprender el proceso de aprendizaje que ocurre ahí dentro, pero me parece que ya no estoy para eso. Conforme uno se hace mayor entiende con más claridad que el verdadero placer está, entre otras cosas, en comprender el mundo. Y rememorando a Bruno y a su logopeda enlazo con un temor... qué le espera a la pequeña Vega con su incipiente español cuando se rodee de niños hablando en danés. No sé. Pobre país el que exilia a sus jóvenes. Eso piensa el que conduce mientras atravesamosla sierra de Cardeña, al norte de Córdoba, camino de la Mancha.

El paisaje se ha vuelto extremeño cuando aparecen las dehesas de encimas y alcornoques. Puede que estemos en el límite de Andalucía y la Mancha, pero las dehesas son extremeñas, a mí que no me digan otra cosa. Las cunetas pierden el color de Andalucía y aparecen jaras blancas por todo el camino. Un zorro cruza la carretera con tal parsimonia que tengo que frenar para no molestar al señor. Estamos cerca de Fuencaliente, el primer pueblo del virreinato de la señora Cospedal, un sitio con aguas termales desde los romanos. Y muy cerca se puede ver la ermita de San Isidro, una pequeña construcción blanquísima incrustada en una oquedad de la roca, como si fuera mismamente una Covadonga en el sur de Castilla la Mancha. A un paso de Fuencaliente, en un abrigo de la roca que se llama Peña Escrita,hay pinturas rupestres figurativas. Seguro que son interesantes, pero seguimos el camino sin detenernos porque mi copiloto dice que hay que dejar cosas para el siguiente viaje, así tenemos una excusa para volver.

Ermita de San Isidro / Fuencaliente-Ciudad Real

Nos acompaña la radio y un ronroneo constante habla del asesinato de doña Isabel Carrasco, presidenta del partido Popular de León y presidenta de la Diputación, también era miembro o presidenta de diez consejos de administración. Al margen del crimen, no es lo que ganaba la señora asesinada lo que llama la atención, es el enorme poder político que acaparaba su persona y, sobre todo, la posibilidad de repartir prebendas a discreción, sin control democrático sobre sus actuaciones. Parece que esto funciona así. Doña Isabel no hacía nada ilegal acaparando tanta capacidad de decisión. Y, no sé, parece inevitable pensar -sin que eso sirva de justificación- que tres locas la han asesinado por algún asunto relacionado con sus decisiones.

La radio desgrana la pesadumbre y la indignación de los políticos mientras las redes sociales desgranan otras indignidades. Puede que algunos políticos teman que cunda el ejemplo y que la gente, desesperada o enloquecida, se tome la justicia por su mano. Creo que los malos políticos pueden estar algo inquietos. Los malos políticos no son los que toman decisiones difíciles, eso va en el sueldo y se les supone inteligencia, capacidad y honestidad para tomarlas. Los malos políticos son los que se creen miembros de una élite privilegiada, los que han olvidado qué cosa es un comportamiento ético, los que han dejado de respetar a la gente, los que se piensan al margen de la ley, los que cobran dietas por asistir a reuniones de algún consejo de administración, pero van en el coche oficial, con chófer oficial, que pagamos todos... esos, los corruptos, son los que deberían tener miedo. Pero miedo de la justicia, no de la gente.

Intelectualmente no puedo, y no se puede, justificar el asesinato de doña Isabel Carrasco, pero emocionalmente no tengo sentimientos de pesar porque no lo percibo como mi asunto. No dejo de examinar esta ausencia mientras atravesamos el valle de Alcudia porque, de alguna manera, no quiero ser indiferente. El hecho es que me conmueven los muertos vivientes de Somalia, los desesperados en las alambradas de Ceuta y Melilla, los desplazados de Siria y muchas más cosas que ocurren, pero me siento tan distante de la señora asesinada que no soy capaz de ponerme en la piel de su familia. No tengo empatía con sus amigos y familiares y eso, estoy seguro, me convierte en un ser despreciable. Me gustaría sentir pena o indignación... sentir algo que me identifique como ser humano. Pero no ocurre.

Me indigna más esta injusticia que el asesinato de un político poderoso.
Desconozco el origen de esta foto

Algo muy raro pasa en este país cuando por un lado, dos o tres locas asesinan a una política que parece soberbia, poderosa, altiva y sospechosa de numerosos corruptelas... Y por otro lado, a mucha distancia intelectual, sociológica y política, mi falta de empatía con la asesinada me hace sentir un ser despreciable.

¿Qué coño nos está pasando?



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