viernes, 14 de marzo de 2014

Hospital público

La vida es un trillón de momentos que pasan en un instante... Tal vez por eso nos parece tan corta.
A veces, sin venir a cuento, la vida se reduce a la habitación de un hospital. La conciencia se constriñe a las escasas necesidades que exige la existencia en una habitación blanca, sin decisiones propias, abandonado al criterio de hombres que visten de verde y miran como entomólogos observando un insecto. El universo se declara pequeño y condensado en esa cama que limpian cada mañana. Es una cama que se desarbola día a día a fuer de dar vueltas y vueltas, cada una de ellas más dolorosa que la anterior...


Y entonces la vida es un microcosmos de luz artificial, sin espacios abiertos, sin ventanas luminosas, sin aire fresco, sin huracanes. Sin pasiones. La vida sugiere languidez, susurros y acaba siendo un silencio. En ese momento la vida parece la llama de una vela cansada y triste... una llama que no traspasa ni un palmo la oscuridad que la rodea.
Y piensas que cada día que pasa hay menos cosas que merezcan la pena. Uno encuentra que todo es bastante inútil. La palabra "emprender" o el concepto "comenzar desde cero" resultan insufribles... Uno ya no está para emprender tonterías porque lo único realmente necesario escasea. Uno ya solo está para agotar las cosas iniciadas en otro momento, simplemente porque parece que hemos pasado una y otra vez por las mismas e idénticas circunstancias. Y eso cansa porque uno ya está de vuelta y porque resulta infantil... Y uno es cualquier cosa menos eso.
Creo que hoy me he levantado muy viejo. ¡Ojalá mañana sea otro día!



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