viernes, 17 de enero de 2014

Los gatos de la sauceda

Hay una espesa zona boscosa entre las provincias de Cádiz y Málaga que se llama La Sauceda. Extrañamente apenas queda algún sauce en las riveras del arroyo Pasada Llana, lo que hay son miles de alcornoques y encinas que tapizan las laderas de la Sierra del Aljibe. Y a pesar de estar tan al sur de la península Ibérica, tiene un microclima tan húmedo que parece un bosque gallego.


El nombre le viene de la corrupción de la palabra ‘desahuciados’, puesto que desde los tiempos de Felipe II en esa zona de la Sierra se emboscaron proscritos y prófugos para vivir al margen de las tiranías. La población dispersa llegó a ser tan notable —la gente malvivía allí del carbón vegetal, corcho, madera, caza y de lo poco que daba el monte— que La Sauceda tuvo iglesia desde 1923, plaza pública, molinos de agua y cabañas.
Durante la Guerra Civil española, los que huían de la represión Franquista tras la toma de Jerez y la Janda, se refugiaron y se hicieron fuertes en la zona. Pero, al final, cuando las tropas nacionales abandonaron la Sauceda, dejaron las mayores fosas comunes de España, llenas de republicanos torturados y asesinados, en el Cortijo el Marrufo.
Hoy sólo quedan ruinas… la iglesia, molinos y cabañas. Y un intento tras otro de entregar la naturaleza a empresas privadas para explotar lo que es patrimonio etnográfico de todos…
…y quedan los gatos asilvestrados. Descendientes de la colonia humana que abandonó la Sauceda en los años 60 del siglo pasado. Los Gatos de la Sauceda son gatos muy notables… me lo ha recordado un estudio sobre la adaptación de los perros vagabundos de Moscú al cambio de vida, desde el régimen comunista al capitalista… Parece asombroso lo que son capaces de hacer los perros, pero ya lo hacían los gatos asilvestrados de la Sauceda.
Recuerdo que a mitad de los años 90 del siglo pasado acampamos unos días con unos amigos en una de esas cabañas. Eran cuatro paredes húmedas y un hogar para la lumbre en una esquina, con un tiro de chimenea bastante rústico. Había que portear todo lo necesario para pasar esos días desde la carretera, hasta la cabaña, a unos tres kilómetros montaña arriba. El camino serpenteaba entre alcornoques viejos, atravesaba varias veces el arroyo, dejaba atrás viejos molinos y cabañas totalmente arruinadas. La cara norte de los troncos de los árboles estaba cubierta de musgo, como en Galicia y el suelo era jugoso después de las lluvias.
Y nada más tomar posesión de la cabaña aparecieron los gatos. Eran enormes gatos de movimientos pausados y sinuosos, que se apostaban a distancia prudencial y observaban abiertamente a los intrusos humanos. Uno los vigilaba con cierta prevención… ¿de dónde salían esos gatos tan grandes en mitad de la sierra del Aljibe, sin un núcleo humano cerca? Sin duda eran gatos asilvestrados; descendientes de las mascotas de otro tiempo, que habían sobrevivido en la montaña adaptándose a la situación y ajenos a la presencia de los hombres. Sin embargo, habían aprendido que los humanos que ocupaban las cabañas cada fin de semana eran una fuente de alimentos a poco que actuaran con inteligencia. ¡Y lo consiguen!
Primero se hacían visibles a cierta distancia de la cabaña, y evitaban miradas desafiantes contra el depredador humano. Su actitud suponía un acercamiento paulatino y sumiso. Lomo levantado, cola relajada y ronroneo de ternura. Sobre todo cuando preparábamos la comida se acercaban hasta restregarse con nuestras piernas buscando la caricia y marcarnos para hacernos suyos… hasta que conseguían que les lanzáramos una rodaja de salchichón.
El problema surgía entonces entre ellos. Una rodaja de salchichón y cinco adultos que se peleaban por el botín. Era entonces cuando comprobábamos la ferocidad de esos animales que tan sumisos y cariñosos parecían unos segundos antes… Entre ellos se apañaban, por supuesto. Y el resto de los días, el gato dominante se convertía en la única mascota que vigilaba nuestra cabaña. Sin competencia.
Yo no sé, pero donde se ponga la nobleza de un perro que se quite la doblez de un gato. La verdad…



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