viernes, 6 de septiembre de 2013

Mister Guss

Conocí a Gustavo en Tarrasa, hace más de cuarenta años. Gustavo era un colombiano de Cali, pelo corto y ensortijado, piel aceitunada y rasgos nativos… y una bellísima persona. En Tarrasa había una nutrida colonia de colombianos, casi todos estudiaban ingeniería industrial. Seguramente eran los hijos de la oligarquía que gobernaba el país desde siempre… porque mantener por años y años a los vástagos estudiando en Europa era un asunto de muchas pesetas. Ahí conocí a Gustavo, en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales.
Yo me alojaba en casa de mis tíos Ramón y Mariposa –gracias a eso mis padres pudieron costear mis estudios-. A mi tía Mariposa no le gustaban los colombianos porque uno de ellos había dejado embarazada a una amiga de mi prima Merche, y cuando el tío conoció la situación se largó a Colombia y dejó a la chiquilla plantada y con su barriga… Por eso, cada vez que Gustavo venía a casa, le echaba en cara que su compatriota hubiera dado la espantá. Recuerdo que la explicación que daba era que su amigo tuvo que marcharse para terminar la carrera en su país, porque un profesor de aquí le había jurado que jamás lo aprobaría… nada creíble, por cierto.
Yo conocí a muchos de los colombianos de Tarrasa… posiblemente porque tanto ellos como servidor nos sentíamos en tierra extraña. Ellos venían a Cataluña desde América del Sur, servidor desde el norte de África y ninguno llegaba a entender del todo el alma de ese pueblo…
Eras feos los colombianos, pero follaban muchísimo. Nunca lo he entendido. No sé, puede que también por eso me arrimara al grupo, por si algo cayera… pero, nada, oye. Creo que era en la casa de un tal Lujan, donde algunos sábados se organizaba una “fiestecita” con cumbias, marihuana y unas chicas que no me gustaban nada… desde lejos se notaba que no habían leído un libro en su vida. Gustavo era muy tímido y tampoco follaba… por eso en las fiestas se dedicaba a tocar la guitarra, y yo a aprender de él, mientras las cosas de interés discurrían en las habitaciones.
Un día le llegó por correo —a un colombiano alto que vivía en el Colegio Mayor (este sí era guapo) — un baúl lleno de cosas. Lo enviaba su familia… e invitó al personal a degustar el contenido. Aquello era como estar exiliado en Siberia y recibir unos chorizos del pueblo… pero en valores colombianos. El café me produjo dos noches de insomnio, una detrás de la otra, sin exagerar. La panela me producía cierta aprensión (aunque a ellos les encantaba como el mate a los argentinos), y al final no resultó mal la experiencia… La panela es el jugo de la caña de azúcar cocido a alta temperatura hasta formar una melaza espesa, luego se deshidrata y se convierte en melaza de caña panificada o panela, dura como una piedra, que se disuelve el agua caliente y se toma. Bueno, no está mal.
Pero, hijo, la marihuana fue una cosa extraordinaria, la verdad. Por entonces no había los controles de ahora, ni traficaban con ella. No se dedicaban a eso… ¡a mí me regalaron un paquetito!
Me lo tomé con calma. Desmenucé un cigarrillo Record e introduje en el cilindro la mezcla de hojas y cañamones de la marihuana; me tumbé en la cama y lo fumé con parsimonia… el corazón se aceleró. La percepción de las distancias se alteró mucho. Un brazo era muy corto y el otro era muy largo… euforia. Salí a la calle y era muy complicado tomar las esquinas. Poco más recuerdo… luego he repetido la experiencia con resina de haschis pero, nada, como la primera vez nunca. La última fue un intento terapéutico… a ver si un porro me quitaba la jaqueca. ¡Una mierda me va a quitar!
Poco después abandoné Tarrasa, recalé en Sevilla y conocí a mi compi de la vida… No he vuelto a saber de Gustavo. Con el tiempo, cuando sus enseñanzas de guitarra reposaron, le compuse una canción. He olvidado la música de su canción, pero la letra hablaba de su timidez en las fiestas de Lujan… ‘Mister Guss, con la boca siempre cerrada porque olvidó qué decir’
Era Gustavo Losada Liébana… ¿Por dónde andas, viejo amigo?


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