domingo, 22 de septiembre de 2013

Estampas de la pesadilla neoliberal: Juan

Treinta años tiene ya Juan. Desempleado desde que terminó económicas y empresariales, como cientos de miles de españoles. Actualmente sirve comidas los fines de semana en un restaurante de su ciudad. El hijo de puta lo contrata dos horas los viernes y dos horas los sábados porque es lo mínimo que le permite la ley… pero le hace trabajar siete los viernes y siete los sábados. Entra a las siete de la tarde y sale, como pronto, a las dos de la madrugada. Le paga quince euros. Sí, sí, 15 €.

Aparte de ser un perfecto hijo de la gran puta el tío es un despreciable que trata con la punta del pié a sus empleados… Yo mando y yo impongo el miedo hasta despojaros por completo de vuestra autoestima. ¿Lo tenéis claro? Sí, lo tienen claro.
Los cocineros le duran invariablemente tres meses —algún alma inocente incluso le dura cuatro—. Simplemente se van porque sistemáticamente no les paga. Y cuando se marchan desesperados, el cabronazo sólo tiene que tomar el siguiente currículo del montón y llamar a la nueva alma cándida y desesperada… y uno imagina el alborozo en esa casa… ¡que me han llamado para cocinero de fulanito! ¡Pobre diablo!
A Juan, como es un tío educado, bien parecido y de buenas maneras le dice, como sincerándose el cabronazo, oye, que te he estado observando y creo que te voy a encargar de algunas cosillas más… vente por las mañanas que quiero que te hagas con la PDA y esto y lo otro… Pero es mentira, el hijo de la gran puta sólo quiere que friegue el suelo y prepare las mesas sin pagarle ni un solo euro más. Porque, además de cabrón, el tío es un miserable: en los tres meses que Juan lleva explotado, se ha quedado con todas las propinas.
Y cuando el lavavajillas no da más de sí, llama a una negrita para que friegue los platos durante las horas que sean necesarias… por seis euros. O los tomas o los dejas… pero decídete ya. Trata a la negrita como si fuera un despojo humano. El cabronazo ha aprendido estupendamente la técnica precisa para destruir la autoestima y la dignidad de sus “contratados”… y lo hace muy bien. Lo hace tan bien y tan profusamente que se ufana de que, como buen empresario, abrirá otro local en el centro de la ciudad… a este paso lo proclamarán emprendedor del año y hasta le endosan una medalla.
No sé… la pregunta evidente te sale de las entrañas: ¿Que por qué no arderá el puto restaurante con el cabrón dentro? Pues porque somos inmensamente mejores que este miserable, por eso. Al fin y al cabo hace lo que hace porque las leyes se lo permiten; de hecho, están rediseñadas para esto; la permisividad generalizada lo tolera; la anuencia y la connivencia de todos solapan los desmanes; el miedo paraliza cualquier asomo de contestación; los sindicatos miran para otro lado y la patronal le da palmaditas en el hombro… ¡Tú sí que sabes! ¡Este es el camino, compañero!
Y luego escuchamos decir por la tele al imbécil de turno: Estamos haciendo los deberes como hay que hacerlos, con responsabilidad. Y añade el gilipollas: Necesitamos emprendedores valientes, que se arriesguen en tiempos de crisis y sean capaces de crear puestos de trabajo…
¡Malas puñalás nos den!


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