miércoles, 14 de agosto de 2013

Laura tenía más de cuarenta años

Laura tenía más de cuarenta años y tres hijos en el mundo cuando el marido se dedicó a irse con otra. La mayor era una chica rubia de ojos azules, muy guapa, novia de un medio cantautor que me enseñó los rudimentos de la guitarra. La segunda era mi novia… por entonces las cosas se llamaban así, y servidor entraba en su casa a esperar que terminara de arreglarse para ir al Paseo de las Palmeras, y mientras eso ocurría, me sentaba en el sofá del salón… así los padres calibraban la seriedad del pretendiente. Mi novia era una chica de quince años, pelo castaño oscuro y sabor a fresa. Ella me regaló mi primer beso de amor… luego cada uno seguimos singladuras distintas. Esas cosas pasan cuando se es así de joven… pero nunca la olvidé del todo. Luego, cuando supe que había fallecido tan joven, me dolió pese a la distancia temporal y emocional.

Tengo pocos recuerdos del tercero de los hijos. Era un jovencito pre púber cuando sus hermanas ya eran mocitas… y ahora nos hemos reencontrado a través de las redes sociales. Ayer me comunicó que Laura, su madre, había fallecido con 88 años, y que quiso que la enterraran junto a su hija, aquella chica dulce de sabor a fresa.
Curioso…
Apenas coincidí con Laura un puñado de tardes mientras mi novia terminaba de vestirse. De esto hace más de 45 años, y sin embargo la noticia me dejó cabizbajo… demasiado. Tengo recuerdos de ella, de Laura. Son recuerdos tristes y tal vez inoportunos… la grandeza de unos hombres a veces va unida a la mediocridad de otros. Creo que este es el caso de Laura.
Una noche, cuando dejé a mi novia en su casa, encontré al padre con la ‘otra’. Se resguardaban en una sombra. Furtivos. Él me saludó como si no pasara nada, pero la tensión era evidente. La ‘otra’ no llegaba a la suela del zapato de Laura… Pero los hombres somos así de tontos, que con cuarenta y tantos nos dejamos llevar por tres polvos mal ‘averiguaos’.
Ella, Laura, me lo había insinuado un día mientras esperaba a su hija. Me dijo que un matrimonio era como un jarrón, que si se rompía en pedazos, por mucho que se recompusiera, el agua siempre acaba por escapar. En ese momento pensé que aleccionaba sobre mi relación con su hija… luego comprendí las cosas.
Pero a raíz de la infidelidad, esa mujer se arremangó, retomó sus estudios de magisterio, se enfundó aquella falda horrorosa a rayas verdes y blancas que se ponían las estudiantes para hacer las prácticas de magisterio, y, sin miedo al ridículo, se confundió con las alumnas que podrían ser sus hijas. Lidió con don Jaime y con don Oscar… y acabó su carrera. Eran unos tiempos complicados para las mujeres en su situación, pero logró alcanzar una independencia económica en consonancia con el desprecio sufrido. Esa valiente mujer había conquistado su libertad en la España machista y gris de los años 70.
Ya sé que no es un recuerdo alegre; que la grandeza de una lleva unida la mediocridad del otro. Tampoco sé si los que reconozcan esta historia (Laura es un nombre ficticio) se sentirán cómodos… No lo sé.
Son viejos recuerdos y son sentimientos de admiración hacia ella. Y morirían conmigo si no los escribiera. Me habría gustado que ella supiera que la admiré por lo que logró hacer, por su valentía… pero ya es tarde. Ya es tarde, y lo lamento.
Laura es un nombre ficticio, pero la historia es real. Los que son sabrán reconocer los detalles. Y espero que entiendan el enorme cariño a pesar del agridulce recuerdo.

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