miércoles, 21 de agosto de 2013

El hombre poderoso decide que la felicidad de cualquier niño es prescindible


Uno haría cualquier cosa para que fueran felices toda su vida. No es preciso que tengan un vínculo con nosotros… simplemente, no merecen otra cosa que no sea la felicidad. ¡Y cómo duele verlos infelices, llenos de moscas, reventados de sed o esparcidos entre escombros porque han sido un daño colateral!
Y uno se pregunta: ¿En qué jodido momento un hombre poderoso -de esos que dirigen entidades financieras y fondos de inversión, o esos mequetrefes que son las franquicias de tales poderes en los gobiernos "democráticos"- decide que la felicidad de cualquier niño es prescindible? ¿Qué ha tenido que pasar por las entendederas de un hombre poderoso para que ordene especular con el precio del arroz o masacrar a tal dictador inservible ya? ¿Por qué no le importa que su beneficio suponga la condena a la inanición a millones de niños?
¿Por qué millones de hombres permitimos al hombre poderoso que lo haga?
Los hombres poderosos son criminales. Puede que esta época sea ciega a ese concepto, pero sólo es cuestión de tiempo para que algo, alguien o muchos juzguemos sus actos como crímenes contra la humanidad.


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