jueves, 8 de agosto de 2013

Estampas de la pesadilla neoliberal – 2: Raimundo

Baldean las calles muy temprano y se forman riachuelos en los raíles del tranvía. Las palomas beben de ahí. Parece que a ellas les gusta, pero a servidor le incomoda mucho que se le moje la planta del pie. Ya sé que es una tontería, con la de cosas malas que pasan, pero no lo puedo evitar.

“Yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón…”
Gracias, Joan. Se es tan feliz con tan poco…
Poquitos son los paseantes a esas horas… y parecen que todos están atentos a la señal: las primeras vaharadas a churros. Cuando eso ocurre, los ciudadanos y ciudadanas salen al unísono y empiezan a llenar la terraza del 44…
…y justo a los diez metros sigue el mismo sin techo de hace unos días. Tal vez más atezado aún. Debe dormir por los alrededores. No se sabe qué cosa está fumando… no parece que tire bien y lo enciende de vez en cuando. Hoy el hombre mantiene una conversación con un contertulio imaginario; está de pie, delante de él. Me gustaría saber de qué hablan. Un sábado de estos levoy a preguntar a mi psiquiatra que de qué cosas solemos hablar en estos casos. Porque mi psiquiatra y servidor compartimos desayuno los fines de semana… él, media de sobrasada, y la otra media con paté; servidor, una entera de jamón y tomate (lo que toman ellas ya es más complicado) A lo mejor el hombre sin techo habla de lo mismo con su contertulio imaginario, sobre las cosas que le ponemos a la tostada. ¡Quién sabe! Lo más probable es que no exista demasiada diferencia entre unos y otros.
En la mesa de ahí detrás están contentos porque el Madrid le ha ganado al Chelsea de Mouriño, con dos goles de Cristiano… a esa mesa llega un señor que se llama Raimundo y es de Badajoz, pero vive ahora en Dos Hermanas, no tiene recursos y pide la voluntad para sacar adelante a su familia. Si no consigue nada –que es lo más corriente- se despide de los desayunantes y dice que lo comprende y que perdonen el incordio y la molestia. Es un hombre bien vestido y eso se está convirtiendo en lo habitual.
Cuando me llega el turno saluda para llamar mi atención. Buenos días, señor. Buenos días… Le escucho cortésmente la misma historia que había oído tres veces en otras tantas mesas. Y le invito a desayunar conmigo… se lo agradezco mucho, me dice. De corazón se lo agradezco, pero preferiría llevar esos euros a mi casa…
Esta vez me creo la historia. El problema es que hay una como esta cada veinte metros.


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