martes, 14 de mayo de 2013

Crónicas de jubilación: Paredes viejas



Un folio pegado en la pared busca noticias positivas. Explica el papel que ya hay demasiadas negativas, y propone que llamemos a un teléfono para contar nuestra noticia positiva…

Al jubilado le agrada la idea, y también le gusta que no queden números para arrancar, especialmente hoy, que se ha levantado ofuscado y sin planes, con la cabeza puesta en nubes hostiles. Pasa a veces, y por eso sale a buscar espacios abiertos en los que disipar no_sabe_qué. Por eso encuentra esperanzador que alguien busque noticias positivas y que haya gente interesada en seguir la idea. Sí…


Sale el jubilado a buscar paredes viejas por la parte más ajada de la ciudad. No sabe bien por qué le atraen las paredes descarnadas… será porque es fascinante imaginar quien, cómo y cuándo las levantaron. Imaginar sus tiempos de esplendor, recién encaladas y alegres. Sí, al jubilado le gusta imaginar qué desdichas podríamos contar si las piedras lloraran… porque a veces las paredes viejas parecen rostros fruncidos de tristeza. No sé...
En la calle Bravo, una señora teñida de pelirrojo cuenta a gritos a su compañero no sé qué cosa sobre la farmacéutica. A mi cirujano ocular le pasa lo mismo, que no sabe hablar bajito, conteniendo la voz… hay personas que no saben susurrar y no me las imagino hablando de amor. Porque de amor y de sentimientos sólo se puede hablar en susurros.
Hay un barrendero en la calle Bravo vestido de verde fosforito. Tiene el hombre una melena negra y engominada, un notable mostacho color nicotina y una barba larga y blanca… Es una estampa rara para un barrendero, la verdad. El hombre barre con diligencia las aceras calle abajo, alejándose de las Siete Revueltas. Cuando el jubilado era jovencito ser barrendero era el trabajo más desprestigiado que se podían tener. Hoy, sin embargo, los poderosos nos están convenciendo de que tener trabajo es un privilegio. Pero es mentira, tener trabajo no es un privilegio, es un derecho… No deberíamos olvidarlo. No deberíamos dejarnos convencer.
Hay una historia de amor en la tapia trasera de un colegio de monjas… Imagino a la pequeña leyendo por primera vez esta declaración de amor. Seguro que el mundo se le puso a dar vueltas. El jubilado lanza la foto desde un paso de cebras, y una conductora tiene la deferencia de esperar pacientemente hasta que termina. Hay gente buena… la saludo agradecido y me sonríe. Debe tener unos cuarenta y cinco años. Me gusta que se haya esperado y le gustó a ella que le devolviera una sonrisa cómplice.

 Y el bienestar de esa sonrisa me dura un buen rato…



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