viernes, 16 de diciembre de 2011

Violeta - Episodio 3/3


Violeta. Cincuenta años que parecen treinta y cinco. La misma melena negra ondulada, ahora teñida de azabache para disimular las hebras plateadas por el tiempo; los ojos verdes, que a veces son grises, y no sabe uno cómo van a mirarte… Agotados ya los contubernios de juventud, apagadas las tertulias y las luces de los ateneos, simplemente porque el tiempo nos transforma y nos encaja en otro sitio, en el nuestro tal vez.
Violeta. Independiente, sin ataduras y sola. Sí, puede que con una vida densa por detrás, pero sola y sin un duro, porque la herencia del filántropo no dio más de sí. Hubo que volver la vista a la realidad, a lo mundano, a buscarse el sustento como todo mortal. Y volver al cuartel, a la vetusta máquina de escribir mientras te miran, lascivos, las piernas… ¡Con lo que tú has vivido, Violeta!

Desterrada en el Sur… sí, mucho sol, pero un desierto cultural. Cero estímulo y un trabajo absurdo de 8 a 3. Vigilada por un joven oficial de apenas dos galones que no la conoce, ni conoce lo que ella conoce, ni quiénes son o han sido sus amigos. Violeta vive a años luz de su entorno. ¡Es tan aburrido demostrar ahora lo que una lleva vivido! Omisa en el trabajo hasta exasperar a todos sus compañeros… Ojito conmigo —le dice el joven oficial—, porque yo soy un hijoputa muy inteligente. Sí —le responde ella con un golpe de melena azabache—, lo de hijoputa está claro, lo de inteligente habrá que verlo… Pero es que ahora ya no vive el General de División don Fulanito de Tal, conmilitón del Generalísimo desde las cabilas de Marruecos, y no funciona el órdago. Ya no funciona… y por eso el joven oficial de apenas dos galones pudo con ella.

Violeta se recluye en una casa rodeada de árboles y palmeras, cerca de una playa amplia, de arenas amarillas. Dicho así suena a paraíso… pero lo dudo. A Violeta la acompañan siete perros, Adolfo, Felipe, Santiago, Landelino, Rodolfo, Fraga y Blas. Tiene un huerto que atiende con poco empeño y una piscina que procura mantener limpia por si algún amigo de otrora baja a visitarla... a veces ocurre —cada vez con menos frecuencia—, que dejan mujer e hijos y bajan. Entonces encuentran la piscina limpia y los viejos recuerdos a flor de piel.

Violeta se levanta antes del amanecer y pasea con sus perros por la orilla, es la mejor hora, así no molesta a nadie… ni la molestan. Un día encuentra un fardo de marihuana, de esos que los traficantes lanzan al mar para que los recojan en las playas de Barbate o Zahara de los Atunes… éste se extravió y acabó varado en la de Violeta. ¡No veas cómo pesaba, tío! —me dice con los ojillos dilatados solo con el recuerdo— Pero me las apañé para arrastrarlo hasta mi casa, Miguelito… yo creo que voy a tener "maría" hasta que me muera.

Desde entonces los viejos rockeros bajan con más frecuencia a su piscina.
Violeta, melena azabache de setenta años de recorrido, que vive en el sur, con los recuerdos de una vida densa, con sus siete perros que reemplaza conforme se le mueren… con la piscina limpia esperando a nudistas otoñales y un fardo de marihuana por montera.

¡Con un par, preciosidad!
¡Di que sí, Violeta! 


No cambies.

No hay comentarios: