lunes, 25 de abril de 2011

Miel de brezo

De la Vera a las Hurdes, pasando por el Jerte


Se podría bajar hasta el río para salir del valle de la Vera, pero decidimos atravesar la Sierra de Tormantos —por el Monasterio de Yuste y Piornal— y llegar al río Jerte. Por ese lado, la sierra es un bosque espeso de robles desnudos. Apenas ha entrado la primavera, por eso mil millones de hojas pardas alfombran el suelo. En verano, cuando el robledal reverdezca, la carretera de montaña discurrirá dentro de una galería viva. Más arriba, llegando al Puerto del Piornal, desaparecen los robles y asoman los pinos larícios, rectos y rojos, como los de Soria.


El valle del río Jerte está lleno de cerezos en flor. Sorprende porque no tienen hojas verdes, solo aflora el color blanco, como algodón… dicen los lugareños que ha llovido hasta hace dos días y que por eso falta una semanita para la apoteosis. De todos modos es espectacular…

En el Torno, ladera arriba del Jerte, unos hombres de piedra caminan tristes mientras contemplan el valle cubierto de flores blancas. Dicen que van recordando las atrocidades de la guerra civil y la posguerra… y, aunque son de piedra, alguien les ha disparado, por la espalda y sin misericordia, aprovechando que son un blanco fácil.

Y buscando las Hurdes, en una pequeña aldea llamada la Granja, una joven rubia se ha bañado desnuda en el río Ambroz y se seca el pelo con una toalla roja... la percibo apenas un segundo, por el rabillo del ojo, pero no lo olvido: una joven que se baña desnuda en un río es un alarido de libertad. Eso me gusta... los alaridos de libertad, digo (lo otro, también)
Sobre los campos de la comarca de las Granadillas vuelan cigüeñas. Hay también numerosas águilas ratoneras —andarán buscando ratones, que es lo suyo; supongo—. Y en las afueras de Zarza de Granadilla, una bandada de buitres vuela en círculos… será que algo huele a podrido por allí, como en Dinamarca.
Llegando a Campomorisco las dehesas extremeñas se convierten en bosques de olivos, como si fuera Jaén. También hay buen aceite al sur de las Hurdes. En Casar de Palomeros, además de eso, adornan el pueblo con los artilugios tecnológicos de sus viejos molinos de aceitunas. Hacen muy bien en no olvidar y, de paso, introducir un detalle estético y singular en la monotonía de la carretera. Y siguiendo hacia el norte, buscando ya la profundidad de las Hurdes, aparece el brezo… a mi compi le entusiasma el brezo. No sé por qué. Debe ser su ramalazo de gallega, que por allí crece una cosa mala… Laderas enteras de la montaña se ven cubiertas de las flores lilas del brezo. Ella se queda absorta mirándolas, que hasta me asusta… ¡Niña, mira la carretera, jolines, que estás conduciendo! Entonces me pregunta:
—¿Para qué se usa el brezo?
—Pues, hija, el brezo sirve para que las abejas hagan miel de brezo.

Entonces me mira como calibrando si estoy de coña o en serio. Y al cabo de un momento demasiado largo decide que sí, que estoy de coña. Y es verdad, le estoy tomando el pelo. Lo raro es que haya tardado tanto en darse cuenta. Se ve que la chiquilla está perdiendo facultades…

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