jueves, 28 de abril de 2011

Verde: qué color más bonito

Entre las Hurdes y las Batuecas
Al norte de Cáceres, en la confluencia de los ríos Ladrillar y Batuecas, hay un pueblecito que se llama Las Mestas. Está las Mestas en mitad de un espeso bosque de pinos que tapiza la Sierra de la Canchera. Y detrás queda la Meseta Norte y Salamanca.

En las Mestas viven apenas 14 personas. Una de ellas se llama Tío Picho y fabrica licores con la miel y el polen de abejas; y dice que es el único que suministra a Naciones Unidas un licor que llama Pichin Real de las Hurdes (tiene que ser un tío cachondo para serigrafíar eso en la furgoneta de reparto) En la puerta de su casa hay un cartel que dice: Pase y compre ciripolen, y de paso conozca al inventor del ciripolen… (O sea, cachondo y sobrao)
En 1967, Franco desterró a las Mestas a don Nicolás Redondo Urbieta, el legendario Secretario General de UGT; y allí lo puso a meditar, en un modesto pisito construido por las fuerzas sociales del Régimen… Desde luego, si don Francisco quería quitarlo de circulación eligió un sitio estupendo. Hoy día se recuerda la tropelía con una placa en la fachada del pisito que ocupó, a orillas del río. Aparte de eso, tiene las Mestas un enebro sagrado… pero no lo encontramos.
Ese día amanecemos temprano. Hace fresquito; y si sales en mangas de camisa, diría que hace frío, pero es un frío encantador. Y hay un aroma en el aire que quita todos los males, los físicos y los del espíritu…

Hay que atravesar las montañas que separan Cáceres y Salamanca. Los madroños crecen a todo lo largo de la carretera, pero aún es muy pronto para que tengan frutos; y también hay curvas, muchas curvas. Los quitamiedos me llaman la atención porque están hechos de tapial —como las Murallas Merinidas de Villajovita, mi barrio de Ceuta, que son árabes del año 1380—, y como son viejos quitamiedos, están muy erosionados… Bueno, cada uno se fija en lo que quiere, ¿no?
La Alberca, en mitad de la comarca de las Batuecas, es uno de los pueblos más bonitos que hemos visto mi compi y servidor… y también Mogarraz, y Sequeros y San Martín del Castañar, todos ellos son muy singulares. En la Alberca, un guiri que viste enteramente de blanco, se extasía fotografiando los jamones colgantes de casa Becerro. Mogarraz tiene muchas fuentes y tiene leyendas medievales que leemos en la pantalla táctil de un ordenador encastrado en la pared del ayuntamiento… está muy bien que no se pierdan estas cosas, pero servidor preferiría que un anciano me las contara sentado en una piedra de granito y apoyado en su bastón de cerezo. Pero, hijo, el tiempo pulveriza las viejas formas… Un señor de Mogarraz hizo la mili en San Fernando y recuerda las salinas y los bocadillos de tortilla de patatas, y las caminatas por Camposoto… Y a una mesonera de Sequeros le cae fatal el señor Aznar —Mr. Ansar para los amigos—; le dice al ínclito ex presidente que se vaya a la Luna… que es una forma demasiado suave de mandarlo al carajo.

En San Martín del Castañar, una pareja de ancianos toma el sol a la recachita de una pared de granito. Añoran los tiempos de cuando había toros en el pueblo… ahora solo hay toros en las fiestas… dice ella. Tiene San Martín del Castañar una plaza de toros irregular, a la sombra de un castillo medieval; y un puente que podría ser romano, cerca de una iglesia de gótico rural tardío… y tiene también plazas porticadas.
Pues sí… amanece en las Mestas, lo más al norte de las Hurdes. Es el último día. A este viaje —como dijera Saramago— ya solo le queda el tramo de vuelta… el camino de vuelta es la mitad del viaje. Estamos de acuerdo: queda la mitad, y eso es muy importante. En las Hurdes las piedras son lascas de pizarra, por eso las casas son todas de pizarra; y más hacia Cáceres son de granito, y afloran en forma de rocas redondeadas en mitad de las dehesas de encinas como pequeñas islas en un mar de hierba; parece que son las cumbres de inmensas montañas de granito que se hunden en las profundidades de la tierra… Eso le dije a ella cuando el viaje era de ida.
Dicen que el tiempo, ahora que nos marchamos, va a empeorar; que va a llover durante la Semana Santa… pero eso tampoco es tan malo, porque así es como todo el país, de Cádiz a Salamanca y de Salamanca a Cádiz, es una alfombra tupida de verdes… de pastos y praderas, de trigo y cebada, de olivos, encinas y pinos. Creo que voy entendiendo por qué emprendimos este viaje… sí, creo que fue para ver que todo está verde...

¡Qué color más bonito!

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