jueves, 10 de septiembre de 2009

Darwinismo y Diseño Inteligente


9 del 9 del 9. 20:00 horas. Palacio de la Diputación de Cádiz, un antiguo edificio del XVIII. El insigne conferenciante impartía una charla sobre Darwinismo y Diseño Inteligente con la sala repleta de público. No pudimos entrar y nos quedamos con las ganas de aprender y comprobar el sesgo de las ideas del conferenciante… ¿sería darwinista o sería creacionista encubierto?

Así que, mientras paseábamos sin rumbo por las calles le conté a mi compi de la vida(también compañera frustrada de conferencia) cómo hace años llegué a comprender motu proprio qué cosa era el diseño inteligente, y, sobre todo, la punzante sorpresa que supuso para este ateo. Aquello no podía ser —¡no tenía que ser!—, pero ¿cuál era el truco? ¿Dónde estaba el fallo?

Años 90, un pequeño incendio destruyó el bastón tallado que hice para mi padre. Era un bastón tallado con caritas de reyes góticos desde la empuñadura hasta la contera. Único… sentí mucho la pérdida. Yo sabía que él lo enseñaba con orgullo a sus amigos y que no lo usaba para caminar, lo guardaba como un tesoro. Pero se quemó. Dejó físicamente de ser… recuerdo que tenía un nudo que aproveché para hacer una gran boca. Estaba muy conseguido aquel palo, pero ya no existe... Es curioso, sus átomos, deben estar por ahí, formando parte de otras materias; el anhídrido carbónico estará en el aire o disuelto en un agua que circula por el río Guadalquivir, en el pantano del Tranco; en el suelo estarán parte de sus cenizas que, con el tiempo, serán absorbidas por los chopos de Coto Ríos... su energía calentó el aire y elevó infinitesimalmente la temperatura del planeta... pero ¿y su forma irrepetible? ¿Dónde anida ahora aquello que lo hacia único? Jamás se repetirán las circunstancias que hicieron posible esa forma, son irrepetibles y eso lo hacía extraordinario. Ese bastón no era un producto del azar, no. Fue consecuencia de una planificación inteligente. Detrás de aquel bastón hubo una inteligencia que lo diseñó y formó trazo a trazo… En el fondo es el mismo estupor que tenemos al contemplar una catedral porque detrás existe un diseño inteligente, porque no es posible que el azar talle sillares de granito de formas tan concretas, ni los apile de forma tan precisa, ni los cemente con una mezcla concreta de cal y arena. Ni es posible que el azar provoque esas oxidaciones coloreadas que al final conforman pinturas como las de Miguel Ángel en la capilla Sixtina… No, el azar no puede explicar una catedral, detrás existe un diseñador inteligente: el hombre.

Y si este razonamiento vale —y sabemos que es válido— para una catedral, entonces ¿qué debemos pensar cuando observamos la extraordinaria complejidad de la vida? Si aceptamos un diseñador inteligente para explicar una catedral o un simple bastón tallado, ¿cómo no vamos a necesitar un diseñador inteligente para algo mucho más complejo?

Humildad, querido Watson. Humildad y sentido común. A la cima de una montaña no se llega de un salto… se llega paso a paso y el primero, seguramente, es aceptar que hay moléculas bipolares, capaces de orientarse frente a un campo magnético; y que también las hay con un extremo liposoluble y otro hidrosoluble… y, a partir de ahí avanzar en el entendimiento, micropaso a micropaso; con método racional/empírico susceptible de volver atrás para confirmar cada avance y llegar a formar peldaños sólidos que sirvan de base para otros conocimientos. Y de esa forma, paso a paso, mutación tras mutación, conseguimos entender sin necesidad de echar mano a consideraciones místicas, sobrenaturales o divinas. Y si algo no entendemos (y existe la inmensidad por desentrañar) eso no justifica la existencia de inteligencias ordenadoras, ni dioses caprichosos, cielos o infiernos… si algo no entendemos, significa que somos muy limitados, porque sólo ayer aprendimos a tallar una piedra.

O sea, aceptar que si a una cucaracha no le podemos hacer entender una sinfonía, simplemente porque le faltan neuronas, a los humanos tal vez nos pase lo mismo para otras dimensiones del conocimiento. Pero de ahí a explicar lo que no alcanzamos a entender mediante la intervención de dioses (llámense como se llamen), desde una óptica racional, es una soberana estupidez.



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