lunes, 12 de enero de 2009

No puedo olvidar

Fui un niño de barrio. Mi niñez transcurrió en la frontera que dividía el final de la posguerra y el comienzo la modernidad en España. Y no se me olvida cómo los maestros y nuestros mayores —comandados de cerca por una clerigalla oscura— nos educaron. Y no me olvido de las cosas que nos inculcaron aquellos curas como si fueran verdades incuestionables. Eran conceptos que pasado el tiempo quedaron convertidos en supersticiones absurdas sin más valor que anécdotas…

…y, a pesar de todo, no les guardo rencor. No, no les guardo rencor porque hasta resulta gracioso.


Nos inculcaron una moral supersticiosa y castrante. Era una moral tan obsesionada con el sexo que nos convencieron de que las relaciones sexuales no eran un asunto personal y privado si no que era una cuestión que debía pasar por el filtro de su magisterio... Sí, sí, no es broma el criterio de potenciales misóginos y onanistas era nuestra guía espiritual sobre sexo. Y tal vez por eso nos hicieron sentir culpables por cosas que hoy resultan increíbles… A veces se lo cuento a mis hijos, pero ponen cara de saberse ya la historieta. Ellos no se sienten culpables si el deseo les hace relacionarse con su pareja —fija u ocasional— con toda naturalidad… no necesitan la bendición de ningún cura para vivir su propia vida en pareja sin que ello suponga un escándalo. Nuestros hijos han escapado perfectamente del esperpento.

Cuando nosotros, los de mi generación, empezamos a tener hijos, me divertía pensar en los que tenían niñas. Y siempre bromeaba con ellos pensando en el momento en que esas niñas se convirtieran en mocitas y se les arrimaran los chicos… ¿qué harían entonces esos padres educados en nuestra moral, tan pecaminosa y tan obsesionada con lo sexual, cuando a sus virginales hijas les tocara la llamada de la carne?

…no hicieron nada. No se escandalizaron de nada. Llegado el momento asumieron con total naturalidad la situación. Y esas niñas, hijas de personas que recibieron una educación castrante, resultaron ser hijas de un tiempo en libertad.

No, no les guardo rencor. Tal vez porque, a pesar del inmenso poder que tuvieron aquellos curas, no fueran más que unos pobres diablos y, sobre todo, porque fracasaron. A la larga han fracasado, y su fracaso ha convertido sus vidas en una inutilidad. No es posible poner puertas al campo eternamente… el agua siempre se derrama por entre los dedos… el empeño de imponer una moral sexual contra los sentidos es una memez… y los que intentan memeces son memos.



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