miércoles, 10 de diciembre de 2008

El primer documento subversivo

Tal día como hoy de hace cuarenta años, es decir, el 10 de Diciembre de 1968, un joven profesor de literatura del Instituto Nacional de Enseñanza Media de Ceuta repartió en su clase la Declaración Universal de Derechos Humanos. Ese día se cumplían los veinte años de su proclamación.

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Don Cecilio Alonso aún no tenía treinta años, y lucía un flequillo largo y rebelde sobre la frente… y siguiendo las indicaciones y el espíritu de la Asamblea General de la ONU, distribuyó, expuso, leyó y comentó en su clase, el significado de algunos de aquellos derechos universales del hombre… la sola palabra —derechos— nos producía inquietud y un cosquilleo en el estómago porque todos sabíamos que, al mismo tiempo que el joven profesor nos explicaba que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, en las aulas de alrededor algunos profesores comenzaban la clase rezando el Ave María… y nadie osaba discrepar porque nadie sabía qué cosa era discrepar… ni cristianos, ni judíos, ni hindúes ni musulmanes, porque en Ceuta vivíamos todos bajo el mismo aula. Un aula cristiana, por supuesto.

Sí… mientras en París aún los adoquines ausentes dejaban ver la playa de se escondía debajo, mientras la imaginación volaba buscando iluminar a algún poderoso, en Ceuta, ese pequeño pueblo del Norte de África, algunos alumnos de don Cecilio nos enamoramos de ese pequeño pasquín que nos repartió. Fue el primer documento clandestino que guardé en mi carpeta azul de gomas. En los años siguientes, durante mi experiencia universitaria en tierras catalanas, esa carpeta se llenaba con pasquines del Partido Socialista Unificado de Cataluña, del PCE, del PSP, del PSOE, del Contubernio de Munich, de la Platajunta y de un sinfín de partidos de izquierda que ya ni recuerdo… y los llevaba a Ceuta en vacaciones de Navidad, Semana Santa y verano para repartirlos a los amigos.

Y siempre, cuando las vacaciones terminaban y tenía que tomar el barco —ese barco que tanto nos marca a los de Ceuta—, la carpeta azul de gomas volvía a Tarrasa casi vacía. Sólo permanecía en ella la Declaración que nos repartiera don Cecilio, tal vez como reclamo y anzuelo que buscaba atesorar nuevas ideas de libertad…

…hoy, cuarenta años después, me sigue fascinando leer los treinta artículos de la Declaración. Es la argamasa que cualquier hombre, de cualquier pensamiento, puede utilizar para respetar y ser respetado.

De nuevo, mi agradecimiento a don Cecilio y a todos aquellos profesores que nos dejaron su chispa de luz en tiempos tan oscuros.



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