lunes, 10 de septiembre de 2007

Sigamos con Gran Hermano

Servidor recuerda que antes salían en la tele personas que aportaban algo nuevo a la sociedad. Salir en la pequeña pantalla solía ser una garantía de calidad humana o profesional. O sea, el que hablaba en pantalla –aparte de los políticos, por supuesto- era persona que tenían algo que mostrar... pero hoy día es asombroso: en pantalla sale cualquiera. Y como los cualquieras se agotan pronto hay que crearlos. De ahí la necesidad de hacer programas de telerealidad que, además de cumplir su objetivo de buenas audiencias apelando a los más bajos instintos, generan monstruos mediáticos sin escrúpulos que posteriormente se avienen a vender su vida privada, y cuando se quedan sin vida privada, la inventan con montajes mediáticos. Y pocos son los que se escapan de esta dinámica.

Al fin y al cabo, Gran Hermano es como mirar una enorme jaula de monos

Ayer decíamos que el programa Gran Hermano tiene una componente de experimento antropológico que me resulta fascinante... pero también es cierto que el programa tiene una serie de miserias innegables. En el fondo es como extasiarse delante de una jaula de monos. El que lo haya hecho –servidor recuerda que estuvo cerca de dos horas en el zoológico de Madrid haciéndolo- comprenderá lo fascinante que es sentarse a observar las estrategias de los machos jóvenes para acercarse a una hembra burlando al dominante. O las peleas para llevarse el mejor bocado. El observador queda fascinado cuando comprueba que aquello es simplemente la ley del más fuerte... y sólo más adelante, y con ciertas dosis de observación, se podría entrever un atisbo de reglas sociales. Pero en el caso de Gran Hermano habría que preguntarse si es éticamente aceptable que unos hombres se avengan a ejercer de monos para deleite de otros hombres...

...dinero. Esa es la cuestión, por dinero se hace casi cualquier cosa, y en las teles privadas, capitalismo puro y duro, es la única guía. Y no creo que sea éticamente aceptable que un medio audiovisual genere sus propios adefesios mediáticos para usar mientras le proporcionen audiencia, y tirarlos a la basura del olvido cuando dejen de ser rentables. Porque la mediocridad que nos ofrecen a los pasivos teleespectadores nos embrutece... ¡y lo mismo no es esto lo que nos merecemos!

...eso nos pasa por ver la tele. Consecuencia lógica: dejemos de ver la tele. ¡No merece la pena, de verdad!



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