viernes, 29 de junio de 2007

Ego te absolvo, Milano

Posiblemente no podamos alejar la violencia de nuestras vidas; lo vemos a lo largo de la historia, y lo vemos cada día. Posiblemente ocurre porque el homo sapiens es una especie agresiva y beligerante. No podemos negar que parte del éxito evolutivo de la especie se debe a esa agresividad innata que nos ha hecho triunfadores en la cadena trófica. O sea, somos la especie que somos porque hemos salido victoriosos en una guerra con peleas físicas pero, sobre todo, gracias a un cerebro que genera buenas estrategias para ganar batallas contra otras especies mejor dotadas.

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La agresividad/beligerancia, eso que tenemos impreso en los genes desde el inicio de la vida en el planeta, no es algo necesariamente malo en lo ético porque también nos sirve para defender noblemente, con ahínco y firmeza, posturas vitales e ideológicas que son respetables desde una moral general humana, aceptada por todos los hombres. Pero ¿dónde colocar el límite de la agresividad? Es decir, ¿hasta donde debo defender, por ejemplo, el derecho de los homosexuales a serlo? ¿O hasta donde debo llegar para que esa madre deje en su sitio el clítoris de su hija? ¿Qué le hago al violador de mi hija pequeña?

Posiblemente la cuestión no sea señalar el límite de la violencia permitida, sino establecer quien, cómo y cuando la ejerce. El asunto es —ya que no podemos eliminar la violencia de nuestros genes—, definir una violencia posible y aceptada por todos, o sea, encorsetar nuestra agresividad dentro de unos cauces civilizados y, sobre todo, ritualizar su uso para evitar arbitrariedades. Dicho en palabras simples: aquí, en un país democrático, los únicos que deben usar la violencia suficiente o las pistolas son la policía y el ejército; y deben hacerlo implicando solamente la violencia mínima para coger al delincuente o repeler una agresión externa. Sólo esa violencia, encorsetada por las leyes que nos hemos dado, es posible y admitida.

Esto significa que los ciudadanos cedemos al Estado el ejercicio de nuestra justa violencia, y el Estado, a cambio, nos ampara con su justicia democráticamente establecida. Puede ser una forma inteligente y civilizada de encauzar la beligerancia/agresividad del homo sapiens. En realidad es la única... porque su alternativa es la ley del más fuerte o del más inteligentemente malvado.

…por eso cuidar que la pólvora de las balas está en buenas condiciones para herir o matar en uso de un mandato democrático no debe ser un trabajo tan denigrante… siempre y cuando el uso de esos artefactos esté en manos de los representantes del pueblo. Que lo está (por lo menos de forma teórica)

Ego te absolvo, Milano



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