jueves, 15 de marzo de 2007

Envidia cochina

Yo envidio a este niño. Es mi hijo Álvaro, y estudia este curso en Alemania (eso me dice), pero ahora, a mitad de marzo de 2007, estará caminando hacia Santiago de Compostela por las sendas de Galicia... lleva su macuto, el saco de dormir, un chubasquero y el móvil apagado. Me pidió un libro que no pesara mucho para el viaje. Le ofrecí “Imperium Crucis”, de Gonzalo Puente Ojea. No creo que sea lo más apropiado para acompañar los pasos hacia el sepulcro del apóstol… pero pesa pocos gramos y el poso que le pueda dejar le acompañará toda su vida, tal vez.

FALTA FOTO

Álvaro en la Sauceda, Cádiz/2004

Hace tres años mi compi y servidor atravesamos toda Galicia pasito a pasito, y recuerdo con deleite el aroma de los bosques gallegos al amanecer. Sobre todo recuerdo esa sensación de humedad y frescor, y los olores que iban cobrando fuerza conforme el sol ascendía… aromas de bostas de vaca, fragancias del heno que fermentaba en gigantescas bolsas de plástico negro. O la delicadeza del maíz tierno de los cientos de campos sembrados, o las manzanas verdes, duras y ácidas que crecían por todos lados… ¡y se las daban al ganado! Recuerdo que en las primeras etapas hacia acopio de manzanitas verdes para comerlas durante la jornada, hasta que aprendí a cogerlas cuando tenía hambre de ellas.

Uno aprende muchas cosas mientras camina… también aprendimos a llevar el agua justa y a usar sólo lo necesario; y lo necesario se reduce drásticamente conforme pasan los días. Y aprendimos a dejar correr los pensamientos en silencio, y a no sentirnos obligados a comentar cada cosa.

Si, uno aprende cosas mientras camina… hay tiempo para mucho. Uno aprende que no hay que asustarse por lo lejos que aparezca la meta… lo importante es el pasito siguiente. Sólo ese pasito. Lo demás llegará por añadidura… cada paso es único porque no se repite jamás y por eso es valioso. Podemos hacer el mismo recorrido una y otra vez, pero tus pasos anteriores ya forman parte de la senda y la llenan de historia. Y cuando llegas, agotado y lleno de rozaduras, comprendes el valor de las cosas ganadas con esfuerzo.

Si, uno aprende muchas cosas mientras sigue la flecha amarilla hacia Santiago. Ahora imagino a mi hijo caminando en solitario por los bosques gallegos. A veces se detiene en un altozano y se come una manzanita, o arranca una joven mazorca de maíz lechoso. Es capaz de despreciar los albergues para dormir en un granero, o bajo el dintel de una puerta... ya lo ha hecho por las aldeas de las Alpujarras.

Y me corroe la envidia. Pero una envidia cochina, despreciable y ponzoñosa, de esa... ¿Pero este niño no estaba estudiando en Alemania?



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