viernes, 14 de octubre de 2016

Historias en diferido: La selva huele a libertad

Sobre las peripecias de Alex y Yoli, cooperantes en la Comunidad Inti Wara Yassi, selva amazónica de Cochabamba.

Episodios anteriores: 1 – De Viru-Viru a Campo Machía / 2 - La imprudencia de Luisito / 3 –Yoli Potter / 4 – Cebo humano / 5 – Hércules, Cremosito y el carachupa / 6 – Río Paracti / 7 – El pequeño tamandúa no tuvo nombre8 – Una hija de puta llamada Paraponera Clavata

…y cuando levantan la mirada están rodeados de verde por todos lados y a todas las horas del día. Y les llegan sonidos que no reconocen, y olores que no saben describir pero les provocan sensaciones muy antiguas, tal vez propias de los orígenes de la humanidad. A veces les caen gotas de lluvia torrencial y a veces hace tanto calor y tanta humedad, que parece que estuvieran en la atmósfera de Venus.

En las proximidades del Parque Machía…


Para entender el mundo que nos rodea buscamos referencias entre lo que ya hemos vivido. Los bosques de la Sierra de Cazorla huelen a pino, a romero y a tomillo. Los de Galicia huelen a heno, boñigas de vaca y a fresco. Es extraño, pero los bosques húmedos de Irlanda no huelen. 

¿A qué huele la selva, Alex? Le pregunto. La selva huele a libertad, dice.

Sí… así se levantan cada mañana, rodeados de verde por todos lados. En la selva no hay paredes que encierren el cuerpo o la mente. No tienen una pantalla de televisión que limite el conocimiento o confunda el horizonte real con el virtual. Tampoco escuchan voces que desgranen confusos discursos económicos o políticos, ni basura intelectual que convierta en importante lo que es pura mierda. Allí la trama Gürtel o Donald Trump son tonterías de otro mundo, un mundo que se antoja absurdo y sin sentido. Y ni siquiera desea uno que al cerdo rubio le pique una Paraponera Clavata en el huevo derecho, a ver si así valora algo que esté a la izquierda. Ni siquiera eso…

Yoli en un creciente río Paracti, afluente de un afluente de un afluente del Amazonas.

No hay inútiles inventos sociológicos que desplacen lo que es realmente importante. Allí, en la Amazonía boliviana, la selva y su cercanía les ancla a la tierra real, a lo más inmediato… les acerca a lo atávico, les otorga la certeza de estar realmente vivos y a redescubrir lo estrictamente necesario.

Una serpiente de coral que escapa entre la hojarasca, el rastro de un yaguarundi (un pequeño puma de América Latina) impreso en un charco, el sonido de extraños pájaros, las alarmas que lanzan los monos araña en la copa de los árboles, las hormigas bala bajando por los troncos… Y Alvarito —el mono capuchino loco, imprevisible, a veces dócil, a veces agresivo mordió la oreja de Alex y la dejó colgando. Fer, el veterinario más veterano del Parque Machía, se la cosió. Duele mucho el mordisco de un capuchino que desgarra la oreja, y aún más los puntos de sutura cogidos al paso. Y duelen las curas diarias de Yoli. Y son largas las noches de insomnio que siguen. Y uno se pregunta: ¿Merece la pena abandonar tu familia, tu mundo previsible y cómodo, aunque sea falso?

¿A qué huele la selva, Alex? Le pregunto. La selva huele a libertad, dice…