viernes, 12 de septiembre de 2014

Crónicas de un viaje al País Vasco: Casa Troya

Las fronteras son inventos artificiales. No hay diferencia entre Burgos y Álava. La misma sequedad, el mismo tipo de construcciones, la gradación del paisaje es inexistente al principio… Mi copiloto y servidor recordamos entonces la gracia que nos hizo el arrantxale de la película ‘Ocho Apellidos Vascos’ cuando decía que la gente del sur era muy rara… ¡¡pero se refería a los de Álava, no a los andaluces!!

Las fronteras no son físicas aquí, son culturales, pero incluso estas se van gradando suavemente… Pasa lo mismo con los acentos. En el monte Urgul de San Sebastián coincidimos con una familia que resulto ser de Almería, y se lo dije al hombre, que a pesar de ser andaluces, tenían un acento más parecido al murciano que al sevillano.

Pues sí, me parece que las fronteras son inventos antropológicos permeables y la cultura se desparrama a un lado y otro en un gradiente evidente. Recuerdo que me apasionaba estudiar los fenómenos que ocurren en la interfase física, ese espacio rarísimo donde se mueven los iones entre una disolución y otra… Entre los hombres, sus acentos y su cultura, ocurren intercambios similares.

Luego, cuando el país se fue transformando en bosques, campos de maíz y casas de piedra con macizos de hortensias, a la copiloto le parecía que estábamos en su Galicia del alma... pero sin eucaliptos. Y, finalmente, después de doce horas de viaje, al sur de Donostia, entre Usúrbil y Lasarte, a través de un camino intrincado, entre colinas boscosas, prados y ovejas, se llega a la Casa Troya. Nos recibió Imanol, un joven vasco enamorado de su tierra, y un macizo de passiflora en plena explosión floral…


…dicen que los primeros misioneros que las vieron en América interpretaron que tenía los elementos de la pasión de Cristo: una corona de espinas, tres clavos y cinco no_sé_qué. De ahí el nombre: flor de la pasión. Es realmente una evolución espléndida.

Cuenta Imanol –Miren, Imanol y la madre de ambos, llevan la Casa Rural Troya- que no saben el origen del nombre. Que han rastreado su historia hasta 1542. Cuenta también que hasta 1997 la casa estaba más abajo, cerca del cauce del río Oria, que normalmente es una mierda de río… pero ese año hubo tal crecida que tuvieron que escapar rompiendo el tejado. Salvaron la vida de milagro. La vieja casa quedó arruinada y la abandonaron durante unos años. Entonces la desmontaron viga a viga, las numeraron, como si fuera el templo de Abú Simbel, y la trasladaron colina arriba, hasta un prado a salvo de nuevas crecidas… Cada viga es un viejo roble de quinientos años de antigüedad y ahí siguen, resanadas y rejuvenecidas, soportando el tiempo y la admiración de sus visitantes… No sólo es admirable el tiempo que atesora esa estructura, la gente que la gestiona también lo es.


No sé… parece que el tiempo tiene eso, que proporciona valor a las cosas y sabiduría a los pueblos que saben sobrevivir, como el vasco.


4 comentarios:

Carlos Martinez dijo...

Comenté en algún post, que me sorprendió, que en las playas de Benidorm el idioma mas oído es euskera. Ya contare

Miguel Ángel López Moreno dijo...

Je, je, je... Las conversaciones que encontraba por las calles, los trazos que te llegaban, eran mayoritariamente en castellano... En el interior de el país tiene que ser otra cosa. Un cordial saludo, Carlos!

Lita aguado dijo...

Bellísimos lugares, rincones que te invitan a volver de nuevo.Yo siempre vuelvo.
Maravillosa crónica.

Miguel Ángel López Moreno dijo...

Gracias, Lita... perdona el retraso en contestarte. Un abrazo cordial