sábado, 25 de enero de 2014

La sorpresa de don Rafael

Cada día que pasa me parezco más a don Rafael. Lo tengo que reconocer, aunque me pese. En el 36, cuando el Golpe de Estado de Mola y Franco, en un arranque de arrojo, entró en zona roja y rescató a su novia para llevarla de vuelta a zona nacional. En ese momento, el joven Rafael y su familia tenían tierras y privilegios que defender. La elección del bando estaba escrita desde mucho antes del 18 de Julio. En los pueblos del campo cordobés o se era señorito con cortijo y olivos, o vivías de recoger las aceitunas del señorito. Tal vez nadie tuvo elección. Los primeros apoyaron la rebelión contra la República y se hicieron azules, los otros se hicieron rojos porque no tenían nada que salvar y todo por conquistar. Esa viene a ser la historia de los hombres, la lucha de una inmensa mayoría de desarrapados contra los privilegios de cuatro gatos que esclavizan a los primeros. Una y otra vez repetimos el mismo esquema. Le ocurrió a la generación de don Rafael y nos ocurre ahora con la cruzada neoliberal que aplasta los derechos que creíamos haber conquistado para nuestros hijos.


Don Rafael recibió un balazo en julio del 36, cuando entró en Baena a rescatar a su novia, y luego lucho en el frente durante el resto de la guerra civil. Lo hizo de alférez, porque tenía estudios… los rojos difícilmente podían estudiar a pesar de las 7000 escuelas que la República levantó en pocos meses. Y cuando terminó la guerra se hizo policía y ejerció su profesión en una sociedad autoritaria y represora. Fue un policía de calle, curtido en cien batallas callejeras con los delincuentes de la época, que a veces eran pillos casi entrañables, de los que te decían para romper el hielo: “Don Rafael, ¿qué tal su señora?” Y los problemas se solventaban con un par de hostias bien dadas y una amenaza contundente: “Como te vea otra vez por aquí te arranco la cabeza”. Y mano de santo, el delincuente —lo fuese o no lo fuese— se cuidaba muy mucho de volver a aparecer por la zona. Eran tiempos en los que la policía actuaba con total impunidad y nadie osaba levantar ni la voz ni el pensamiento. Ese era don Rafael... consecuencia de su tiempo, como todos y cada uno de nosotros.
Por eso cuando murió Franco y se dieron los primeros pasos hacia la democracia —no entremos ahora en calificarla— se le rompieron los esquemas vitales. Para él significaba el fin de una época, su época. Yo recuerdo el desasosiego y la incredulidad de ese hombre, ya canoso, cuando comprobaba que los valores de su vida ya no servían. ¿Qué estaba pasando con su mundo? ¿Para qué la Victoria? Don Rafael no se resignaba, ni se adaptaba a los tiempos democráticos. Era un animal a punto de extinguirse, de otro mundo...
…exactamente igual que muchos de nosotros cuando vemos que la democracia por la que luchamos es ahora una caricatura; que ha sido deglutida por la cruzada neoliberal y ya no defiende a la gente porque trabaja para otros intereses. Quién me iba a decir que treinta años más tarde entendería a la perfección el desconcierto de don Rafael. Puede que no coincida con sus coordenadas ideológicas, pero entiendo su desvarío emocional. Él y nosotros nos resistimos al devenir de los nuevos tiempos porque los percibimos profundamente injustos.
Sí, creo que cada día que pasa me parezco más a don Rafael. Le entiendo porque cada uno, a su nivel y en su tiempo, luchó por encontrar un paradigma más justo y más humano para nuestros hijos… Y nos traicionaron.



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