viernes, 25 de octubre de 2013

Roma: El vuelo

Subes al avión y estás pendiente del momento en que las ruedas dejan de tocar el suelo de tu patria. Luego bajas la bandeja y anotas…

…y ahí abajo queda tu país. En dos horas tocarás el suelo de la vieja Roma Imperial, tan cargada de historia y antiguos vestigios. Tan plagada de conquistas y saqueos de otras culturas para generar la más grande de todos los tiempos. Y sobre esta Roma antigua y —a pesar de todo— civilizadora, se superpone la Roma de los Papas, señores cuyo reino sí era de este mundo; la del Renacimiento a la Luz, y la del neoclásico y la del barroco… que lo satura todo de tan abigarrada belleza y poder que llegas a ansiar la soledad de una pequeña ermita románica en una minúscula aldea gallega. Tan exuberante y excesiva es Roma.

Posiblemente me costaría la misma vida vivir en otro país, porque España es mi casa, pero esa relación materno-filial no me impide reconocer las carencias de mi patria.

Creo que a veces el patriotismo nos vuelve ciegos.

España es el lugar que mejor conozco, el sitio en el que trabajaron y murieron mis mayores, pero seguramente no es objetivamente el mejor sitio para vivir. No la amo ciegamente y tampoco daría mi vida por ella porque no puedo estar seguro de lo que hagan con mi sangre los que mandan. Me parece que no sabemos quién manda en realidad, que nos engañan y nos dan azucarillos para tranquilizarnos. Si la patria fuese el conjunto de mis compatriotas podría pensar en entregar lo que fuese, pero me temo que la patria es, hoy día, el botín de unos cuantos poderosos; me temo que España es el campo de trabajo de unas pocas corporaciones supranacionales que no tienen patria ni amos por propia definición. Supranacionales cuya única patria es el beneficio por encima de los hombres y mujeres; cuya única lealtad es para el máximo beneficio depredado allí donde se halle. Esa patria no merece ni un arañazo de cualquier ciudadano.

La patria romántica, ese ente superior por la que murió mi abuelo, por la que se sacrificaron miles de españoles —los héroes y los olvidados en las cunetas— esa patria que nos llama a entregar la sangre en su defensa, ya no existe. Ha sido fagocitada por esto otro…

…habría que empezar a construirla de nuevo, desde lo más pequeño, desde la cercanía y nobleza de un patio de vecinos, o de un barrio lleno de gente que sobrevive frente a los mismos enemigos cotidianos. La patria de la gente que comparte y va creando las mismas señas de identidad, la misma cultura y los mismos recursos. La globalización económica —la única que se nos impone— nos bestializa y nos hace olvidar que en lo pequeño está lo auténtico del hombre.

Y tampoco me siento orgulloso de las patrias que se justifican exterminando a otras gentes, o a otras ideologías. La patria roja y la patria azul no son más que las patrias de unos tarados que se afirman solamente matando hermanos y exterminando ideas.

Tampoco mi patria consiste en banderas al viento y desfiles uniformados al son de música marcial. Si la patria necesita de símbolos de ese tipo, servidor renuncia a ser hijo de ella.
Inevitablemente vuelvo siempre al viejo concepto, que la única patria noble es el barrio y la gente que la recorrió contigo en la niñez. Las otras patrias son asuntos inventados a golpes de banderas y músicas lacrimógenas.

Es entonces cuando nos abrochamos el cinturón, recogemos la bandeja y el avión toca suelo en Roma, el viejo Centro del Orbe, la patria de otros… otros que, en la cercanía, son como tú.


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