sábado, 30 de junio de 2012

El tío Ramón

Coleccionaba minerales y llegó a tener una colección valiosísima… creo que en su momento, cuando ya no pudo atenderla, la donó al departamento de Geología de la Universidad de Barcelona. Siempre viajaba con un macuto en bandolera donde guardaba papeles de periódicos, un martillo de geólogo y las piedras que iba recogiendo. Vestía ropas de campo, caqui, con chaleco y un gorrito… ahora que lo evoco, tenía la misma imagen de Indiana Jones, pero sin látigo, con bigotito blanco y muy anterior al nacimiento del personaje. Mi tío Ramón era especial… yo, de mayor, quería ser cómo él, y si logré ser químico fue en parte a su ejemplo, a su curiosidad, a su modo de observar y de estar. Tenía una forma de percibir los detalles que la mayoría no teníamos. Una vez, en Tánger, cuando yo era muy pequeñito, le oí decir que la sandía era agua en un 95%. ¡Qué cosas tan distintas contaba el tío Ramón!


El tío Ramón era metódico, ordenado y erudito. Era un placer caminar con él por el campo porque te explicaba cosas, sobre todo cosas referidas a los minerales… “¿Y esto, tío?” Y cogía la piedra al vuelo, un vistazo rápido y te contestaba, “esto es azurita, no tiene mucho valor, pero si te gusta, guárdala…” Lo decía sin ostentación de su conocimiento, aprobando tu interés, animándote a seguir. Todavía, 50 años más tarde, guardo ese trozo de azurita, y otros más, que están conmigo desde entonces. Todos los días, cuando riego las macetas, los miro.

La Semana Santa del año 1970 fui con él a recorrer minas abandonadas por Zaragoza y Guadalajara… En Molina de Aragón, muy cerca del pueblo, en la misma cuneta, recogimos varios kilos de aragonitos, cristales prismáticos hexagonales de carbonato de calcio, algunos de ellos enormes y perfectamente cristalizados en maclas. En una mina de yeso, el encargado —al parecer, viejo conocido de mi tío— le tenía guardado unos cristales preciosos de sulfato de calcio, muy difíciles de encontrar. Nos metimos en minas abandonadas que no sabría localizar ahora, hurgando en las paredes y dado golpecitos con su martillo cuando localizaba algo de interés. Entonces lo envolvía en las hojas de periódico y lo guardaba en el macuto caqui. Luego, cuando volvíamos al coche —un Seat 600 que utilizó muchísimos años—, los repasaba y me iba contando qué era cada trocito. Cuando encontraba una pieza valiosa disfrutaba como un niño. Y lo cogía y lo miraba de un lado y de otro…


Una vez, creo que fue en ese viaje del 70, por una de esas trochas de cabras que cogía para llegar a las minas abandonadas, dimos con una piedra y se partió carter del 600… así tuvimos que seguir, dejando un reguero de aceite hasta que llegamos a un pueblecito que eran tres casas y un cobertizo para el tractor. Y menos mal que tenían allí al joven del tractor, un entusiasta de la mecánica, que nos apañó la forma de rellenar el carter con aceite de su máquina para que nos permitiera llegar hasta un lugar con grúa. Antes la gente hacía estas cosas solidarias… recuerdo que el tío tuvo que insistir muchísimo para que el joven aceptara el billete de cien pesetas.

Con el tío Ramón subí a la Mujer Muerta —el Yebel Musa, en el norte de África, en la costa del Estrecho de Gibraltar, entre Ceuta y Tánger— En realidad su objetivo era la mina de manganeso que está en la ladera, a medio camino de la cumbre… no encontró nada de interés, pero nosotros (recuerdo a mis amigos Coico, César y alguno más) aprovechamos para seguir subiendo en el intento de acariciar el pecho de la mítica mujer de nuestra niñez ceutí. El tío Ramón no llegó a subir… pero se dio un baño fantástico en la playa de las Barcas, en Marruecos, cerca de la antigua Ballenera.

Trabajaba en Tarrasa el tío Ramón, en el laboratorio de una fábrica textil… rodeado de frascos llenos de disoluciones de colores, sobre una mesa de trabajo recubierta de plomo porque el plomo resiste todo tipo de ataque ácido, me decía… Estudié la carrera en su casa. Durante cuatro años fui como un hijo más para el tío Ramón y para la tía Mariposa. Mi prima Merche me introdujo en las cosas de Tarrasa, pero nunca llegué a entrar del todo, estuve en otros líos. Y la primita Laura era una ‘micurria’ que quería ver los dibujitos cuando yo quería ver cómo la dictadura dinamitaba el diario Madrid. Todas las mañanas, camino de la facultad, recogía panfletos subversivos del PSUC.

Los minerales del tío Ramón me siguen acompañando…

El tío Ramón. La tía Mariposa. Mis primas. Tarrasa, en ese extraño país. El despertar a la conciencia social. La angustia del desarraigo, la pertenencia a un grupo por oposición a otro. Descubrir la beligerancia para defender lo justo… todo forma parte de lo que somos, y hasta la frase más insignificante, la que se dice sin la menor intención (…la sandía es agua en un 95%) nos deja una huella imborrable…

…y el apretado y largo abrazo que no le he podido dar también forma parte de los que quedamos.



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