viernes, 11 de mayo de 2012

El solarium del lagartito ocelado


El solarium del lagartito

Pues parece que ha llegado el calor de golpe. Ya estamos a 30º y sobran las mangas. Seguro que esta misma tarde las jovencitas florecerán como por arte de magia —¡Madre mía, qué cantidad de belleza esconde el ropaje invernal!—.

La pareja de ‘aviones’ (delichon urbica) ha vuelto a ocupar el nido de años anteriores. El que está bajo el porche del laboratorio. Se ve que no se aburren y que es una pareja bien avenida y fiel porque siguen juntos. Han reparado el túnel de entrada con bolitas de barro y saliva, y por ahí vuelan atiborrándose de insectos, que es lo suyo… dentro de nada la hembra pondrá sus huevos y otra generación saltará al aire y se dedicará a eso, a comer insectos... No sé, en comer insectos, poner huevos y empollarlos se les va la vida. ¿Sentirán algo equivalente al amor? Pues, posiblemente. ¿Por qué no? Deben pasarlo bien y ser bastante felices los ‘aviones`… mientras no les falten insectos —cosa que no escasea de momento— les irá bien. Me va a dar pena cuando una primavera de estas no vuelvan, la verdad.

Este año no nos ha nacido ningún lagartito… el pasado y el anterior se nos ponía un lagartito ocelado a tomar el sol de invierno en mitad del pasillo. Lo habían convertido en su solarium particular. ¡Oye, y lo hacían con insolencia! Lo que tenemos ahora es una lagartija con un rabo larguísimo, que cuando quiere escapar se resbala en el suelo del laboratorio, y por más que intenta correr, no avanza… es graciosa la lagartija, pero un poco esquiva. Los lagartitos eran insolentes, pero más confiados.

Teníamos muy abandonados los geranios, y se nos han convertido en matorrales con pocas hojas y menos flores… así que no ha habido misericordia: la poda ha sido salvaje. Veremos a ver cómo salen de esta. Lo que sí ha crecido una barbaridad, y bien, es el lentisco de la esquina. Un buen día asomó por entre los geranios y ha ganado la batalla. Esta es tierra de lentiscos… en la vieja batería de Alburquerque, en la Isla de León, había crecido uno en una grieta y se había hecho árbol. El que tenemos aquí es un arbusto frondoso e impenetrable, pero arbusto. Es tan espeso el lentisco que durante unos días de este invierno debió ser la guarida de un meloncillo (Herpestes ichneumon) que comía ratas y conejos, y dejaba los despojos ensangrentados en el porche del laboratorio… ¡una carnicería!

Hoy no quiero escuchar noticias en la radio. No sería buena idea. Me indignan y me ponen de mal humor. Prefiero trabajar en silencio con las ventanas abiertas… así oigo a los ‘aviones’, que trinan cuando llegan al nido…


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