lunes, 20 de febrero de 2012

Todo cambio se difundía despacio, como partículas de azul de metileno en agua

Mientras camino hacia la conferencia, algunos jóvenes apuran los últimos rayos del sol tirados sobre el césped. Hace poco no se podía pisar… pero eso ha cambiado. Ahora las parejitas cuchichean sobre la hierba; pareciera que están perdiendo el tiempo, pero no lo creo. O los padres juegan a la pelota con sus hijos. Es verdad que el césped sufre, está menos verde… pero la gente lo disfruta.
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Un gato negro come rodajitas de salchicha, de las de 0,39 euros el paquete… lo sé porque son las mismas que uso para que Trufo se tome su pastilla para la artrosis. El gato no se inquieta cuando me acerco… no tiene prisa, ni miedo. Debe ser porque confía en el alma caritativa que le corta todos los días una salchicha. Por cierto, ahora, con las nuevas ordenanzas municipales, si la ven la multarán… ¿cómo le explicamos esto al gato negro?
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Luego, el joven doctor —joven pero experto en escritura fenicia— trazó una flecha que partía de Oriente Medio, atravesaba lentamente el Mediterráneo y finalizaba en la antigua Gadir, al otro extremo del mundo. Hace tres mil años, la difusión de las nuevas ideas, los avances técnicos o económicos, o la propagación de los ritos religiosos tomaba su tiempo. No había prisas. Los cambios maduraban, y se aposentaban en nuevos lugares, despacio, como unas partículas de azul de metileno disueltas en un tubo de agua… las transformaciones reposaban el tiempo necesario para ser asimiladas y, una vez asumidas, se mantenían por generaciones.
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Ya no es así. No sé… pareciera que no hay paciencia para disfrutar de las cosas. Te levantas un día, inviertes tus mil millones de euros cuando abre la bolsa de Tokio, vendes los activos cuando cierra Nueva York y te has ganado una fortuna en unas horas a fuer de bombear adrenalina y acabar con un stress del caraxo. Pero eso no te hace mejor persona…

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No hace mucho, cuando servidor era un chaval, recuerdo que el TIEMPO era fundamental cuando entrabas en un bazar de Tetuán y preguntabas el precio de un kaftan. Uno entonces no tenía ni la más remota idea de cómo se establece el precio de las cosas en según qué culturas. Allí no se valoraban los raros conceptos de coste salarial, materia prima, productividad, beneficios… en esos bazares atiborrados de cosas era más importante el interés del comprador y, sobre todo, el arte del que vende… ¿Quieres saber el precio de este kaftan, páisa? Bueno, ya veremos lo que vale este kaftan, eso depende, hijo. Entonces sacaba la bandeja de cobre con el te azucarado y empapado en yerbabuena, escanciaba un vaso para cada uno y te contaba que él tenía un primo en tu ciudad, fuese cual fuese… Tenía TIEMPO y la disposición para usarlo y disfrutarlo, tú, no. El tiempo… eso tan valioso, tan escaso, tan poco duradero. Tan pésimamente apreciado en un mundo que va demasiado de prisa... hacia no sabe uno donde.
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Sí… me dejó cavilando el joven doctor con aquella flecha cultural que tarda décadas en atravesar el Mediterráneo. Y ahora, no sé, acabo de subir este post y ya lo han podido leer en Australia. Es fascinante... Pero, ¿hacia dónde nos lleva esta inmediatez? ¿Es una herramienta de liberación, o los poderosos seguirán manteniendo su hegemonía? ¿Quién la usará mejor?
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Y mientras se dilucida la eterna batalla entre los pocos poderosos y los muchos engañados, me apetece mirar cómo se difunde la voluta de azul de metileno… sin prisas.
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En la imagen, José Ángel Zamora López, Científico Titular del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, habla sobre “Testimonios de escritura fenicia en la Bahía de Cádiz”. Los Jueves en Museo Municipal de San Fernando / Febrero de 2012

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