martes, 29 de noviembre de 2011

¿Qué hay de lo mío, señor presidente?

El jefe de los obispos españoles vuelve a estar ilusionado. El hombre añora la época en la que si un niño español no quería recibir religión católica, en la escuela pública, se veía obligado a elegir otra cosa. Así todos perdían unas cuantas horas docentes a la semana, pero, no importaba. Que todos aceptaran la lógica de la “alternativa” (jugada maestra) aseguraba y asentaba la presencia de la religión en un espacio que debiera quedar al margen de las supercherías y demás dogmas indemostrables…

(Perdonen el burdo ejemplo que sigue, pero me apetece decirlo…)

Mantener la religión y la alternativa en la escuela pública es como si en mitad de un seminario de arqueología neolítica me dicen que tengo que comer un bocadillo de sardinas (bien empapado en su aceite vegetal)… “No, oiga, yo es que venía a oír la ponencia…” Que le estoy diciendo a usted, caballero, que se coma un bocata sardinas. Y le digo más, le digo que si no lo quiere de sardinas se lo coma de atún escabechado. ¡Elija uno de los dos! "No, oiga, yo es que venía a esto del neolítico…"

Ridículo. La asignatura de cualquier religión en un espacio público es así de ridículo, además de injusto para los que buscan una escuela de valores democráticos, no dogmática, racionalista y abierta al conocimiento empírico. Y precisamente, las religiones son dogmáticas, a-racionales y basadas en conocimientos revelados… flaco favor hacemos a nuestros hijos si mantenemos estas contradicciones en la escuela que pagamos todos.

Sí… está esperanzado monseñor Rouco porque los que gobiernan ahora le entienden mejor que los de antes. Como si compartieran algún que otro gen ideológico… matrimonio, homosexualidad, aborto, anticoncepción, educación para la resignación social… Es como si monseñor preguntara aquello tan patrio y tan rancio: ¿Qué hay de lo mío? Esperando el justo pago por aquellos favorcillos de cuando había que erosionar (y se erosionó) el gobierno de esas mesnadas de librepensadores y relativistas morales.

La contestación debe continuar.


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