lunes, 20 de diciembre de 2010

Yo me quiero ir a Corea del Norte

¿Donde está Wally?

¿Qué donde está Wally? Pues estoy perdido entre toneladas y toneladas de cosas que no sirven absolutamente para nada… Son cosas que se ofrecen entre luces, colores y música de Navidad —Campana sobre campaaaAAna…— como si fueran cosas bellas, valiosas y necesarias. Pero no es verdad: son inútiles. Son cosas existencialmente inútiles… y casi todas vienen de la China porque allí son más baratas, son como de usar y tirar, que para el caso… 

Millones de bombillas por las calles céntricas —creo que últimamente son de bajo consumo— para animarnos a comprar. Y se supone que tenemos que comprar porque como no compremos esas cosas inútiles, el tinglaillo se nos cae encima. O sea, para colmo, anda uno disipando sentimientos de culpabilidad… ¡Compra, coño! ¡Sé un buen ciudadano del primer mundo, joder! Que ya somos del G20

¡Dios mío! Hay cientos de miles de prendas que se ofertan a toda prisa porque dentro de un mes bajarán de precio, y dentro de un año ya no servirán porque no tienen el color adecuado o porque los picos del cuello ya no se llevan así, o el largo ha menguado... Y vuelta a empezar: No tengo nada que ponerme. ¡Enga ya, hombre! ¡Mentira cochina! Nos están engañando. Servidor tiene una cazadora Burberry desde hace 20 años y me la sigo poniendo, y no pasa nada… bueno, algo sí pasa (que me llamen cutre a mis espaldas… pero hago como que no me entero y ya está). Se puede. Se es un miserable antipatriota, pero se puede.

Y luego está —diosmíodemialma— lo de Pablito.

— Venga, cariño, piensa un poquito (ya descansarás después) ¿Qué cosa le regalamos a Pablito?

— ¿A Pablito? Pero si Pablito tiene de todo, hija mía. ¿Qué quieres que le regalemos a Pablito? Si es que regalar algo a Pablito es como coger 20 euros y tirarlos por el retrete. ¿O es que no lo sabemos ya? …Yo que sé, cómprale un libro de autoayuda… alguien lo leerá tarde o temprano, ¿no?

— ¡Sí, hombre! Un libro a Pablito… eso sí que sería tirar dinero al retrete.

Al final —yo no sé cómo— pasé treinta y cinco (35) minutos en la cola de pagar. Treinta y cinco minutos en una playa se esfuman en un plis-plas, pero en una tienda de ropa, con la calefacción a tope y con la expectativa de tirar el dinero al retrete, es una eternidad… si al menos la niña de la caja fuera simpática, pero ni eso: era una siesa malparía y avinagrá.

¡Dios mío! Estas cosas no pasan en Corea del Norte… de verdad te lo digo, Manué.


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