miércoles, 24 de noviembre de 2010

Me temo que nada es eterno


Me temo que nada es eterno; ni el Universo, ni el alma del hombre, ni siquiera es eterno el propio tiempo. Hay un origen para el tiempo, y un final que coincidirá con el mismo instante en que se esfume la última conciencia orgánica que lo haya experimentado… La eternidad es una entelequia, sólo la enésima potencia de una de las percepciones del hombre: su muerte.

Mi amigo, el mejor hombre que he conocido, se entristece cuando percibe que no hay eternidad... ¡Ya está! ¿Esto va a ser todo? (Me temo que sí, que esto es to, esto es to, esto es todo, amigos). A mi amigo le cuesta mucho cuestionar las convicciones pueriles —e indemostrables— que le han instalado en las entendederas desde la más tierna infancia, como a todos.

Pues sí, me temo que no hay eternidad, que cuando se interrumpa la estructura neuronal que nos hace conscientes de uno mismo y de nuestra particular relación con el entorno, entonces, viejo amigo, hasta ahí habremos llegado. La felicidad, si es que fuera algo alcanzable, está aquí y ahora. Más nos vale ir a por ella… ¡ya!

En la imagen, la degradación en el tiempo de una pólvora
nitrocelulósica GSBF-100


No hay comentarios: